Hoy escribe Antonio Piñero
Seguimos con el tema que teníamos la semana pasada: el tratamiento sobre Jesús en el libro de Mosterín (de formato bolsillo: caja pequeña) ocupa pocas páginas, unas 13. Como el tema es importante y considero que el punto de vista del filósofo y estudioso de las ideas es importante, voy a dejarle en este tema prácticamente la palabra. Transcribo casi todo, pero al final de esta miniserie emitiré mi crítica o mis apostillas.
Escribe Mosterín sobre el ambiente religioso en el que nació Jesús y que contribuyó precisamente a su fama y ala difusión de su doctrina:
"En muchas culturas ha habido la creencia supersticiosa en la eficacia mágica de ciertos ungüentos, aceites o unciones que, aplicados sobre la piel, confieren la invulnerabilidad u otras propiedades prodigiosas. En la leyenda griega de Aquiles, cantada en la Ilíada, el joven héroe es sumergido por su madre Tetis en un líquido mágico, que lo vuelve invulnerable en todo su cuerpo excepto en el talón, privado de la taumatúrgica mojadura por la mano materna que lo sostenía, y por donde acabaría encontrando la muerte. De ahí que todavía llamemos a aquello por lo que alguien es vulnerable o puede fracasar su “talón de Aquiles”.
"Las tradiciones hebreas recogían también el ungüento mágico con que fueron untados o ungidos Saúl y David, los presuntos primeros reyes de Israel. Ese ungimiento del rey era para los judíos lo que la coronación para otros pueblos, pero con mayores connotaciones mágico-religiosas. Durante los primeros dos siglos de dominación romana en Palestina, que seguían a la previa exaltación nacionalista de los Macabeos, muchos judíos fervientes no podían concebir que esa situación de ocupación extranjera fuera tolerada por el Dios de Israel mucho más tiempo.
"Esperaban que de un momento a otro se produciría una intervención divina: Dios elegiría entre ellos un nuevo rey (del linaje de David), que se alzaría en armas y los liberaría del yugo romano, introduciendo una nueva era –la era mesiánica— de independencia y soberanía israelita, y de paz y armonía en el mundo. Ese rey liberador sería previamente ungido con un ungüento mágico, como otrora Saúl y David, lo que le permitiría vencer a todos los enemigos de Israel. Los judíos de la época llamaba a ese esperado rey liberador simplemente el untado o ungido, es decir, el mesías (en hebreo, mashíaj).
"La condición de ungido o mesías encarnaba la esperanza abstracta en la liberación del pueblo judío, esperanza que apenas compartían los judíos normales y sensatos, pero que encandilaba a los más calenturientos y excitables. En cualquier caso, el mesías mismo no podía ser un ideal abstracto, tenía que ser un individuo concreto, aunque ni siquiera fuese judío.
"Cuando el rey persa Ciro había conquistado Babilonia, liberando a los judíos de su exilio forzado y permitiéndoles regresar a su tierra y reconstruir el templo de Jerusalén, el profeta segundo Isaías lo identifica inmediatamente con el Mesías, el ungido: “Así habla Yahvé a su ungido, Ciro, a quien ha cogido de la mano derecha, para someter ante él a las naciones” [Is 41: 1]. De todos modos, a principios de nuestra era se esperaba que el mesías surgiría de alguno de los santones rebeldes que pululaban en Israel.
"Al parecer, uno de ellos fue un santón galileo llamado Yeshúa, al que en castellano llamamos Jesús, que reunió en torno suyo un grupo de seguidores y discípulos a los que podemos llamar los jesusitas. Yeshúa debía de ser crítico con la autoridad establecida y con la ocupación romana y hablaba del próximo reino de Dios. Quizás algunos de sus discípulos lo consideraban como el mesías, lo que debió llegar a oídos de los romanos, que lo ajusticiaron con la muerte oprobiosa de la cruz. Por tanto, Yeshúa, muerto como un facineroso sin haber liberado a Israel, no era el mesías esperado.
"Yeshúa y sus discípulos eran judíos, hablaban arameo y vivían en Israel, sobre todo en Galilea. Tras la muerte de Yeshúa, algunos judíos helenizados de la diáspora, que vivían fuera de Israel y que nunca lo habían visto, se interesaron por sus enseñanzas y se hicieron jesusitas. El más famoso e influyente fue Pablo de Tarso. El nombre arameo Yeshúa se traduce al griego como Iēsoûs, pronunciado Yesús y castellanizado como Jesús. Por eso y por ser de Nazaret, lo conocemos como Jesús Nazareno.
"La idea de untar, ungir o frotar se expresa en griego mediante el verbo khríō. De ahí deriva la palabra khrîsma, que significa ungüento, untura, aceite, y el adjetivo khristós, untado, ungido o cristo. En algún momento, los jesusitas helenizados identificaron a Jesús con el Cristo y, al parecer, en la ciudad helenística siria de Antioquía, unas décadas después de su muerte, empezaron a denominarse a sí mismos ya no jesusitas (seguidores de Jesús), sino cristianos, seguidores del Cristo, del ungido. Por eso a Jesús, considerado como Cristo, lo conocemos también como Jesucristo.
"El tránsito de la lengua hebrea o aramea al griego, del Meshíaj al Khristós, no fue inocente ni meramente lingüístico. Pablo procedió a una completa reinterpretación de su significado, convirtiendo al concepto de Cristo en algo totalmente nuevo, una creación paulina que Jesús mismo no habría reconocido.
Escribe Mosterín sobre la vida y predicación de Jesús
“A pesar de que no estemos seguros de que Jesús haya existido, tampoco tenemos prueba alguna en sentido contrario. En conjunto, la hipótesis de que haya existido permite una narrativa más continua y coherente (aunque hipotética e insegura) del desarrollo inicial del cristianismo, que en sus etapas posteriores ya es plenamente histórico. Aquí trazaremos una breve semblanza de Jesús, basada en los fragmentos evangélicos considerados más antiguos y menos manipulados o fantasiosos.
“Parece que Jesús (Yeshúa) nació en Galilea, posiblemente en Nazaret, hacia -4. El añadido (en Mateo y Lucas) del nacimiento en Belén, como tantos otros, se hizo posteriormente para que se cumplieran las profecías sobre el mesías judío (que nacería en Belén y sería de la estirpe de David). En el evangelio de Juan se supone que Jesús nació en Galilea, por lo que algunos objetaban: “¿Es que el Mesías va a venir de Galilea? ¿No dice la escritura que el Mesías será del linaje de David y que vendrá de Belén, el pueblo de David?” (Jn 7, 42). Nada se dice sobre la estación del año en que nació. La celebración, desde el siglo IV, de la Navidad el 25 de diciembre refleja meramente la cristianización de la fiesta romana de las Saturnalia.
"Jesús tenía padre, el carpintero José (Yosef), y madre, María (Mariam), como todo el mundo; además, tenía 4 hermanos y dos hermanas.
Llegaron su madre y sus hermanos, y desde fuera lo mandaron llamar. Tenía gente sentada alrededor, y le dijeron: “Oye, tu madre y tus hermanos te buscan ahí fuera” (Mc 3, 31).
Cuando llegó el sábado empezó a enseñar en la sinagoga. La mayoría de la gente, al oírlo, se preguntaba asombrada: “¿De dónde saca este eso? ¿Qué saber le han enseñado a este ...? ¡Si es el carpintero, el hijo de María, el hermano de Jacobo, Yosef, Yehudá y Simón! ¡Si sus hermanas viven con nosotros aquí!” (Mc 6,3ss).
Los miembros de su familia no lo consideraban profeta ni mesías –mucho menos Dios—, sino más bien pensaban que estaba algo chiflado. “Fue a casa, y se juntó de nuevo tanta gente que no lo dejaban ni comer. Al enterarse sus parientes, fueron a echarle una mano, porque decían que no estaba en sus cabales” (Mc 3, 21).
Sobre la relación de Jesús y Juan Bautista, Mosterín escribe lo siguiente
"Las abluciones simbolizaban la limpieza ritual de los pecados. Juan el Bautista –un asceta relacionado con los esenios y los movimientos apocalípticos— practicaba el bautismo en el valle del Jordán y predicaba el arrepentimiento y el bautismo purificador, a fin de quedar libre de pecado a la espera de la inminente llegada del juicio final. También predicaba el reparto de bienes entre sus seguidores:
"La gente le preguntaba: ¿Qué tenemos que hacer?. Él contestó: –El que tenga dos túnicas, que las reparta con el que no tiene, y el que tenga que comer, que haga lo mismo (Lc 3, 10-11).
Juan atraía a muchas gentes sencillas, impresionadas por su ardiente oratoria. También atrajo a Jesús, que dejó su carrera de carpintero para seguir como discípulo al Bautista. Cuando recibió de este el bautismo, tuvo una experiencia mística y decidió dedicarse él también, como Juan, a la predicación de la próxima venida del reino de Dios.
Seguiremos.
Saludos cordiales de Antonio Piñero.
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