Hoy escribe Antonio Piñero
Pheme Perkins es conocida entre los estudiosos del Nuevo Testamento como una buena especialista con capacidad de exposición clara y atractiva. El libro que comentamos esta semana –dentro de estudios sobre el Nuevo Testamento publicados por El Almendro que deben destacarse- es un buen ejemplo de ellos, al menos en su primera parte. He aquí su ficha:
Pheme Perkins, Jesús como maestro. La enseñanza de Jesús en el contexto de su época. Editorial El Almendro (colección: “Grandes temas del Nuevo Testamento”), Córdoba 2001, 155 pp., con índice analítico de materias y de citas bíblicas. ISBN: 84-8005-031-4.
Perkins parte de la idea que hoy tenemos del maestro, alguien que enseña en una escuela, con alumnos que acuden a ella con la intención de seguir el plan o sistema educativo establecido por la institución, a la que pertenece la escuela, es muy distinta de la que vivió Jesús. Éste no estableció una escuela con una filosofía propia, o una forma sistemática y especial de interpretar la Ley, sino que reunió en torno suyo a un grupo de discípulos íntimos, y otro no constante pero más numeroso, que aprendían de las predicaciones del Maestro a las gentes, y de las situaciones en las que vivía y cómo reaccionaba ante ellas.
La autora parte del supuesto de que para entender lo que las gentes esperaban de las enseñanzas de Jesús es necesario conocer previamente cuáles eran las clases de maestros que había en el Israel del siglo I y su entorno, y determinar qué tenía Jesús en común con ellos y qué era lo que lo distinguía. Brevemente presenta Perkins el magisterio de los filósofos de la época, en especial estoicos y cínicos, para concentrase luego en los diversos tipos de maestros israelitas: los antiguos “sabios”, autores de las obras denominadas sapienciales del Antiguo Testamento y los de su época, sobre todo:
• Fariseos (a los que muchos empezaban ya a llamar “rabbí”),
• Escribas –que de ser meros funcionarios reales pasaron en Israel a ser los que sabían leer e interpretar las Escrituras, entre ellos en especial los esenios (idea también propuesta por Helmut Stegemann (Los esenios, Qumrán, Juan Bautista y Jesús. Edit. Trotta, Madrid 1996, trad de la 5ª edición alemana por Rufino Godoy; La idea es que los escribas citados así en el Nuevo Testamento pueden recubrir a los esenios, que no parecen nombrados en este corpus), y los
· Profetas y visionarios apocalípticos que se supone que también había en la época.
Perkins caracteriza a Jesús como maestro y profeta carismático (al estilo de Geza Vermes, es decir, como aquel que -en la sociedad en la que vivió- no tenía una autoridad proveniente de los medios o canales ordinarios, a saber haber sido alumno de una escuela famosa, sino de su contacto especial con Dios, de su vocación en suma. En pocas páginas destaca la autora la relación de Jesús con el Bautista para recalcar ante todo su diferencia en el sentido de que el Nazareno no acabó siendo conocido por administrar principalmente un bautismo de penitencia, sino por más aspectos interesantes.
El libro recalca cómo Jesús orienta todo su magisterio en torno a su predicación del reino de Dios, cómo exige a sus discípulos que “rompan con su mundo” ordinario, que lo dejen todo por el Reino, pero a la vez insistiendo en que su mensaje era para todos en Israel, no sólo para ese grupo de selectos que le seguía. Intenta destacar la autora –sin conseguirlo en mi opinión, como diré- que en el seguimiento de Jesús maestro había también mujeres, que eran no sólo simplemente auditoras, oyentes, de su doctrina, sino que “participaban en la enseñanza” de Jesús.
El estilo pedagógico de Jesús, las parábolas y el uso de proverbios y “apotegmas” por su parte (la expresión de una sentencia solemne y apropiada en una escena rápida, normalmente en diálogo con algún adversario; atención porque la mayoría de estos apotegmas en su forma actual son una composición del evangelista o de alguien de la comunidad que está detrás), ocupan un capítulo importante en el que se trata también de explicar el uso de Jesús de las discusión del significado de parte importantes de la Ley y de dichos proféticos y apocalípticos referidos al fin del mundo presente y la irrupción del Reino.
En este capítulo la autora insiste en que Jesús fue “más allá del cumplimiento formal de las normas” y que lo que inculcó fue verdaderamente que el ser humano debe fijarse –e intentar cumplir- el "espíritu que anima a la Ley". En cuanto a los dichos apocalípticos de Jesús sostiene Perkins que el Nazareno no insistió tanto en la inminencia o futuridad del reino de Dios cuanto en que ya estaba presente en el mundo…, visión con la que no estoy de acuerdo, como también veremos.
Más interesantes y novedosos me parecen los dos capítulos, últimos, de este pequeño libro.
El primero trata de ofrecer una perspectiva global de cómo la doctrina de Jesús fue adaptada por sus seguidores ante las nuevas circunstancias, es decir, dice claramente que en los Evangelios no tenemos sólo la doctrina primigenia de Jesús, sino que aparte de ésta -sin duda- en muchos otros casos lo que ha llegado hasta nosotros es una mezcla de lo primigenio de Jesús más su adaptación a las circunstancias que vivía la comunidad. Esta adaptación era llevada a cabo por profetas y maestros cristianos siempre en nombre del Nazareno y porque eran ellos los que hacían realidad algo distintivo del cristianismo: Jesús no ha resucitado para estar alejado de los suyos, sino que es el “Viviente”, para estar siempre en medio de sus fieles, inspirándolos y guiándolos.
Para explicitar este tema recurre a dos ejemplos importantes:
A. La doctrina original de Jesús sobre el divorcio, cómo puede saberse lo original a través del estudio de los diversos texto, alusiones e indicios que hablan del tema, tanto en los evangelios como las epístolas, y la posible adaptación que la comunidad hizo de ella.
B. El segunda tema es cómo se recogieron, o compilaron, los “dichos del Señor” (La Fuente Q). Ilustra la autora el caso con los temas que aparecen en el Sermón de la Montaña y en Mt 17,22-18,35 más sus paralelos en el Evangelio de Lucas. Aquí el libro se hace más técnico y el sano espíritu de divulgación que había presidido sobre todo los inicios del libro se torna en análisis un tanto más complejos, pero perfectamente entendibles si se leen con calma y los evangelios en la mano, sobre todo una Sinopsis de ellos.
El último capítulo trata de una exposición sintética de los temas más típicos de la enseñanza de Jesús:
1. El concepto de justicia y la exigencia de solidaridad;
2. La riqueza y los ricos en la enseñanza de Jesús;
3. La predicación del perdón universal de Dios a todos lo seres humanos, es decir, que no queda clase alguna de hombres o ningún pecador excluido por muy enorme que sean sus pecados y, consecuentemente, la exigencia del perdón mutuo de las ofensas, sin límite alguno;
4. La oración de Jesús y de los fieles como muestra de la relación con Dios, con un análisis particular del Padrenuestro, de las circunstancias de su composición y de su significado en cada una de sus partes.
5. Finalmente el último apartado explica cómo debe entenderse el amor a los enemigos (expresado sobre todo en el Sermón de la Montaña), teniendo en cuenta que es posible que la predicación de Jesús reutilizada por Mateo haya hecho perder el ambiente original de la prédica jesuánica. Mientras que, posiblemente, los ejemplos originales de Jesús se referían a situaciones cotidianas de enfrentamientos personales y tales dichos iban orientados a cortar esas hostilidades, los ejemplos de Mateo se han podido convertir en problemáticos porque el mal al que uno no debe resistir no está expresado de un modo general (como presumiblemente en el Jesús originario) sino que está institucionalizado en las estructuras sociales y legales de la época. Por ejemplo: el cristiano de hoy puede preguntarse si para asegurar la justicia en la sociedad, ¿es realmente el mejor medio no resistir al mal y no utilizar la protección de la ley cuando ésta existe?
Perkins responde que Mateo pone como ejemplos casos extremos y que lo que Jesús quiso decir realmente fue que las relaciones personales no se basan en el poder, ni siquiera en la reclamación de un desquite por los daños sufridos. El estudio de la parábola del Buen samaritano (Lc 10,30-35) muestra cómo el concepto de prójimo se ensancha hacia todo aquel que, al entrar en contacto con otro, despierta la compasión y la generosidad de ese otro. Y todo presididos por la imitación de la bondad de Dios que hace salir el solo sobre justos e injustos. El reino de Dios pertenece a todos y no requiere otra cosa que la compasión un universal.
En la próxima nota haremos algunos comentarios y observaciones críticas.
Saludos cordiales de Antonio Piñero.
www.antoniopinero.com
Pheme Perkins es conocida entre los estudiosos del Nuevo Testamento como una buena especialista con capacidad de exposición clara y atractiva. El libro que comentamos esta semana –dentro de estudios sobre el Nuevo Testamento publicados por El Almendro que deben destacarse- es un buen ejemplo de ellos, al menos en su primera parte. He aquí su ficha:
Pheme Perkins, Jesús como maestro. La enseñanza de Jesús en el contexto de su época. Editorial El Almendro (colección: “Grandes temas del Nuevo Testamento”), Córdoba 2001, 155 pp., con índice analítico de materias y de citas bíblicas. ISBN: 84-8005-031-4.
Perkins parte de la idea que hoy tenemos del maestro, alguien que enseña en una escuela, con alumnos que acuden a ella con la intención de seguir el plan o sistema educativo establecido por la institución, a la que pertenece la escuela, es muy distinta de la que vivió Jesús. Éste no estableció una escuela con una filosofía propia, o una forma sistemática y especial de interpretar la Ley, sino que reunió en torno suyo a un grupo de discípulos íntimos, y otro no constante pero más numeroso, que aprendían de las predicaciones del Maestro a las gentes, y de las situaciones en las que vivía y cómo reaccionaba ante ellas.
La autora parte del supuesto de que para entender lo que las gentes esperaban de las enseñanzas de Jesús es necesario conocer previamente cuáles eran las clases de maestros que había en el Israel del siglo I y su entorno, y determinar qué tenía Jesús en común con ellos y qué era lo que lo distinguía. Brevemente presenta Perkins el magisterio de los filósofos de la época, en especial estoicos y cínicos, para concentrase luego en los diversos tipos de maestros israelitas: los antiguos “sabios”, autores de las obras denominadas sapienciales del Antiguo Testamento y los de su época, sobre todo:
• Fariseos (a los que muchos empezaban ya a llamar “rabbí”),
• Escribas –que de ser meros funcionarios reales pasaron en Israel a ser los que sabían leer e interpretar las Escrituras, entre ellos en especial los esenios (idea también propuesta por Helmut Stegemann (Los esenios, Qumrán, Juan Bautista y Jesús. Edit. Trotta, Madrid 1996, trad de la 5ª edición alemana por Rufino Godoy; La idea es que los escribas citados así en el Nuevo Testamento pueden recubrir a los esenios, que no parecen nombrados en este corpus), y los
· Profetas y visionarios apocalípticos que se supone que también había en la época.
Perkins caracteriza a Jesús como maestro y profeta carismático (al estilo de Geza Vermes, es decir, como aquel que -en la sociedad en la que vivió- no tenía una autoridad proveniente de los medios o canales ordinarios, a saber haber sido alumno de una escuela famosa, sino de su contacto especial con Dios, de su vocación en suma. En pocas páginas destaca la autora la relación de Jesús con el Bautista para recalcar ante todo su diferencia en el sentido de que el Nazareno no acabó siendo conocido por administrar principalmente un bautismo de penitencia, sino por más aspectos interesantes.
El libro recalca cómo Jesús orienta todo su magisterio en torno a su predicación del reino de Dios, cómo exige a sus discípulos que “rompan con su mundo” ordinario, que lo dejen todo por el Reino, pero a la vez insistiendo en que su mensaje era para todos en Israel, no sólo para ese grupo de selectos que le seguía. Intenta destacar la autora –sin conseguirlo en mi opinión, como diré- que en el seguimiento de Jesús maestro había también mujeres, que eran no sólo simplemente auditoras, oyentes, de su doctrina, sino que “participaban en la enseñanza” de Jesús.
El estilo pedagógico de Jesús, las parábolas y el uso de proverbios y “apotegmas” por su parte (la expresión de una sentencia solemne y apropiada en una escena rápida, normalmente en diálogo con algún adversario; atención porque la mayoría de estos apotegmas en su forma actual son una composición del evangelista o de alguien de la comunidad que está detrás), ocupan un capítulo importante en el que se trata también de explicar el uso de Jesús de las discusión del significado de parte importantes de la Ley y de dichos proféticos y apocalípticos referidos al fin del mundo presente y la irrupción del Reino.
En este capítulo la autora insiste en que Jesús fue “más allá del cumplimiento formal de las normas” y que lo que inculcó fue verdaderamente que el ser humano debe fijarse –e intentar cumplir- el "espíritu que anima a la Ley". En cuanto a los dichos apocalípticos de Jesús sostiene Perkins que el Nazareno no insistió tanto en la inminencia o futuridad del reino de Dios cuanto en que ya estaba presente en el mundo…, visión con la que no estoy de acuerdo, como también veremos.
Más interesantes y novedosos me parecen los dos capítulos, últimos, de este pequeño libro.
El primero trata de ofrecer una perspectiva global de cómo la doctrina de Jesús fue adaptada por sus seguidores ante las nuevas circunstancias, es decir, dice claramente que en los Evangelios no tenemos sólo la doctrina primigenia de Jesús, sino que aparte de ésta -sin duda- en muchos otros casos lo que ha llegado hasta nosotros es una mezcla de lo primigenio de Jesús más su adaptación a las circunstancias que vivía la comunidad. Esta adaptación era llevada a cabo por profetas y maestros cristianos siempre en nombre del Nazareno y porque eran ellos los que hacían realidad algo distintivo del cristianismo: Jesús no ha resucitado para estar alejado de los suyos, sino que es el “Viviente”, para estar siempre en medio de sus fieles, inspirándolos y guiándolos.
Para explicitar este tema recurre a dos ejemplos importantes:
A. La doctrina original de Jesús sobre el divorcio, cómo puede saberse lo original a través del estudio de los diversos texto, alusiones e indicios que hablan del tema, tanto en los evangelios como las epístolas, y la posible adaptación que la comunidad hizo de ella.
B. El segunda tema es cómo se recogieron, o compilaron, los “dichos del Señor” (La Fuente Q). Ilustra la autora el caso con los temas que aparecen en el Sermón de la Montaña y en Mt 17,22-18,35 más sus paralelos en el Evangelio de Lucas. Aquí el libro se hace más técnico y el sano espíritu de divulgación que había presidido sobre todo los inicios del libro se torna en análisis un tanto más complejos, pero perfectamente entendibles si se leen con calma y los evangelios en la mano, sobre todo una Sinopsis de ellos.
El último capítulo trata de una exposición sintética de los temas más típicos de la enseñanza de Jesús:
1. El concepto de justicia y la exigencia de solidaridad;
2. La riqueza y los ricos en la enseñanza de Jesús;
3. La predicación del perdón universal de Dios a todos lo seres humanos, es decir, que no queda clase alguna de hombres o ningún pecador excluido por muy enorme que sean sus pecados y, consecuentemente, la exigencia del perdón mutuo de las ofensas, sin límite alguno;
4. La oración de Jesús y de los fieles como muestra de la relación con Dios, con un análisis particular del Padrenuestro, de las circunstancias de su composición y de su significado en cada una de sus partes.
5. Finalmente el último apartado explica cómo debe entenderse el amor a los enemigos (expresado sobre todo en el Sermón de la Montaña), teniendo en cuenta que es posible que la predicación de Jesús reutilizada por Mateo haya hecho perder el ambiente original de la prédica jesuánica. Mientras que, posiblemente, los ejemplos originales de Jesús se referían a situaciones cotidianas de enfrentamientos personales y tales dichos iban orientados a cortar esas hostilidades, los ejemplos de Mateo se han podido convertir en problemáticos porque el mal al que uno no debe resistir no está expresado de un modo general (como presumiblemente en el Jesús originario) sino que está institucionalizado en las estructuras sociales y legales de la época. Por ejemplo: el cristiano de hoy puede preguntarse si para asegurar la justicia en la sociedad, ¿es realmente el mejor medio no resistir al mal y no utilizar la protección de la ley cuando ésta existe?
Perkins responde que Mateo pone como ejemplos casos extremos y que lo que Jesús quiso decir realmente fue que las relaciones personales no se basan en el poder, ni siquiera en la reclamación de un desquite por los daños sufridos. El estudio de la parábola del Buen samaritano (Lc 10,30-35) muestra cómo el concepto de prójimo se ensancha hacia todo aquel que, al entrar en contacto con otro, despierta la compasión y la generosidad de ese otro. Y todo presididos por la imitación de la bondad de Dios que hace salir el solo sobre justos e injustos. El reino de Dios pertenece a todos y no requiere otra cosa que la compasión un universal.
En la próxima nota haremos algunos comentarios y observaciones críticas.
Saludos cordiales de Antonio Piñero.
www.antoniopinero.com