Hoy escribe Matthias Glaubernst, nuestro corresponsal en Berlín
El director del Instituto de Criminología de Baja Sajonia, el Dr. Christian Pfeiffer, jefe del grupo de expertos independientes que investigaba los archivos de 27 diócesis de Alemania, con el objeto de elucidar los casos de abusos sexuales a menores cometidos en prácticamente todas las diócesis durante décadas, ha sido destituido, al dar la Conferencia episcopal por cancelado el acuerdo al que se había llegado.
La versión de los hechos del Dr. Pfeiffer es conocida: ha afirmado que los obispos, influidos en particular por la diócesis de Munich y Freising, le habían pedido presentarles todas sus investigaciones “para ser aprobadas” antes de una eventual publicación. El investigador ha tachado esa posibilidad como “inaceptable” y “para nada prevista en el contrato inicial de investigación”. Pfeiffer aseguró que el estamento eclesiástico trataba así de manipular los resultados y de impedir la difusión de sus conclusiones más comprometedoras, todo ello después de haberse destruido presuntamente abundante material incriminatorio.
La diócesis de Múnich y Freising apareció en la portada de los diarios hace tres años, en pleno escándalo por los abusos sexuales cometidos contra niños en instituciones de la Iglesia católica alemana. Resulta que un sacerdote pederasta fue recibido en esta diócesis a comienzos de los años 1980, y reincidió después en otra. Curiosamente, el arzobispo de Múnich por aquel entonces –y por tanto responsable último- no era otro que Joseph Ratzinger, el actual pontífice. El vicario general de la época asumió entonces la entera responsabilidad de la decisión y aseguró que el futuro Benedicto XVI lo ignoraba todo.
La versión de los Reverendos Administradores del Misterio, sin embargo, es muy distinta a la del Dr. Pfeiffer. Las razones esgrimidas para poner fin al acuerdo, según el portavoz de la Conferencia Episcopal alemana, han sido la independencia y la diligencia con la que el investigador estaba ejecutando su trabajo. “Esa pecaminosa independencia,” –explicó Martin Januarscherz, obispo de Frier– “rayana en una luciferina soberbia, Nos inquietó y Nos disgustó profundamente”. “Al mismo tiempo”, añadió, “la diligencia aplicada por el Dr. Pfeiffer para llevar a cabo la investigación que le fue confiada resultaba en extremo sospechosa, pues todo el mundo sabe cuán cerca anda el vicio de la extrema virtud”. Fuentes extraoficiales pero contrastadas afirman, por lo demás, que el investigador llevaba ya tiempo sin recibir la Sagrada Comunión.
Lo que hasta ahora no había trascendido es la ulterior decisión tomada el viernes por el episcopado alemán. Reunidos con carácter urgente, los obispos católicos eligieron por unanimidad como responsable del nuevo equipo de investigación a Wolfgang Arschlecker, el arzobispo de Pappen-Wurstenberg. Doctor en derecho canónico, este prelado había sido condenado hace tres años en sentencia firme por un doble delito de pederastia y otro de encubrimiento de pederastas, aunque debido a su delicada salud y a las eficaces gestiones del Vaticano nunca había ingresado en la cárcel, y solo se le había impuesto el rezo diario de los Misterios Gozosos (eso sí, durante un año).
A nadie, no obstante, debería extrañar lo más mínimo tal decisión. Como elocuentemente explicó ante la prensa monseñor Januarscherz, “Una vez totalmente restablecido de sus dolencias físicas, culpable soberbia sería no creer que el sincero arrepentimiento y el perdón de Nuestro Señor han borrado las antiguas faltas de nuestro queridísimo hermano en Cristo y han hecho de él un Hombre Nuevo. Donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia”. “Además -añadió con voz tonante el obispo, no en vano profundamente versado en el conocimiento de las Escrituras–, ¡lo que es locura para el hombre, es sabiduría de Dios!”.
Tan solo el repentino fallecimiento del Hombre Nuevo el domingo –según dicen algunos de sus allegados, en olor de santidad– impidió que pudiera ejercer la labor encomendada.
Ayer martes, enfrentados a la dura tarea de tener que pensar por segunda vez en menos de una semana, los obispos decidieron elegir para llevar a cabo la investigación nada más y nada menos que al mismísimo Jesucristo.
Así razonaba la inesperada decisión episcopal monseñor Januarscherz: “Cuando se está osando poner en cuestión el amor de los pastores del rebaño por la verdad, medidas extremas se imponen. Cristo Resucitado ve en lo escondido y lo recóndito del hombre. Nadie se atreverá a cuestionar la imparcialidad del Señor del Universo”. A continuación, con lógica desarmante, añadió: “¿Y quién mejor que la Verdad misma para lograr que la verdad acabe resplandeciendo?”.
Preguntado por una corresponsal del Neue Zürcher Zeitung sobre cuándo y cómo efectuaría Jesucristo su investigación, entornando los ojos al tiempo que esbozaba una beatífica sonrisa, el portavoz de la Conferencia Episcopal alemana exclamó: “Hija mía, eso está en manos de Dios”.
Desde Berlín, Matthias Glaubernst
El director del Instituto de Criminología de Baja Sajonia, el Dr. Christian Pfeiffer, jefe del grupo de expertos independientes que investigaba los archivos de 27 diócesis de Alemania, con el objeto de elucidar los casos de abusos sexuales a menores cometidos en prácticamente todas las diócesis durante décadas, ha sido destituido, al dar la Conferencia episcopal por cancelado el acuerdo al que se había llegado.
La versión de los hechos del Dr. Pfeiffer es conocida: ha afirmado que los obispos, influidos en particular por la diócesis de Munich y Freising, le habían pedido presentarles todas sus investigaciones “para ser aprobadas” antes de una eventual publicación. El investigador ha tachado esa posibilidad como “inaceptable” y “para nada prevista en el contrato inicial de investigación”. Pfeiffer aseguró que el estamento eclesiástico trataba así de manipular los resultados y de impedir la difusión de sus conclusiones más comprometedoras, todo ello después de haberse destruido presuntamente abundante material incriminatorio.
La diócesis de Múnich y Freising apareció en la portada de los diarios hace tres años, en pleno escándalo por los abusos sexuales cometidos contra niños en instituciones de la Iglesia católica alemana. Resulta que un sacerdote pederasta fue recibido en esta diócesis a comienzos de los años 1980, y reincidió después en otra. Curiosamente, el arzobispo de Múnich por aquel entonces –y por tanto responsable último- no era otro que Joseph Ratzinger, el actual pontífice. El vicario general de la época asumió entonces la entera responsabilidad de la decisión y aseguró que el futuro Benedicto XVI lo ignoraba todo.
La versión de los Reverendos Administradores del Misterio, sin embargo, es muy distinta a la del Dr. Pfeiffer. Las razones esgrimidas para poner fin al acuerdo, según el portavoz de la Conferencia Episcopal alemana, han sido la independencia y la diligencia con la que el investigador estaba ejecutando su trabajo. “Esa pecaminosa independencia,” –explicó Martin Januarscherz, obispo de Frier– “rayana en una luciferina soberbia, Nos inquietó y Nos disgustó profundamente”. “Al mismo tiempo”, añadió, “la diligencia aplicada por el Dr. Pfeiffer para llevar a cabo la investigación que le fue confiada resultaba en extremo sospechosa, pues todo el mundo sabe cuán cerca anda el vicio de la extrema virtud”. Fuentes extraoficiales pero contrastadas afirman, por lo demás, que el investigador llevaba ya tiempo sin recibir la Sagrada Comunión.
Lo que hasta ahora no había trascendido es la ulterior decisión tomada el viernes por el episcopado alemán. Reunidos con carácter urgente, los obispos católicos eligieron por unanimidad como responsable del nuevo equipo de investigación a Wolfgang Arschlecker, el arzobispo de Pappen-Wurstenberg. Doctor en derecho canónico, este prelado había sido condenado hace tres años en sentencia firme por un doble delito de pederastia y otro de encubrimiento de pederastas, aunque debido a su delicada salud y a las eficaces gestiones del Vaticano nunca había ingresado en la cárcel, y solo se le había impuesto el rezo diario de los Misterios Gozosos (eso sí, durante un año).
A nadie, no obstante, debería extrañar lo más mínimo tal decisión. Como elocuentemente explicó ante la prensa monseñor Januarscherz, “Una vez totalmente restablecido de sus dolencias físicas, culpable soberbia sería no creer que el sincero arrepentimiento y el perdón de Nuestro Señor han borrado las antiguas faltas de nuestro queridísimo hermano en Cristo y han hecho de él un Hombre Nuevo. Donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia”. “Además -añadió con voz tonante el obispo, no en vano profundamente versado en el conocimiento de las Escrituras–, ¡lo que es locura para el hombre, es sabiduría de Dios!”.
Tan solo el repentino fallecimiento del Hombre Nuevo el domingo –según dicen algunos de sus allegados, en olor de santidad– impidió que pudiera ejercer la labor encomendada.
Ayer martes, enfrentados a la dura tarea de tener que pensar por segunda vez en menos de una semana, los obispos decidieron elegir para llevar a cabo la investigación nada más y nada menos que al mismísimo Jesucristo.
Así razonaba la inesperada decisión episcopal monseñor Januarscherz: “Cuando se está osando poner en cuestión el amor de los pastores del rebaño por la verdad, medidas extremas se imponen. Cristo Resucitado ve en lo escondido y lo recóndito del hombre. Nadie se atreverá a cuestionar la imparcialidad del Señor del Universo”. A continuación, con lógica desarmante, añadió: “¿Y quién mejor que la Verdad misma para lograr que la verdad acabe resplandeciendo?”.
Preguntado por una corresponsal del Neue Zürcher Zeitung sobre cuándo y cómo efectuaría Jesucristo su investigación, entornando los ojos al tiempo que esbozaba una beatífica sonrisa, el portavoz de la Conferencia Episcopal alemana exclamó: “Hija mía, eso está en manos de Dios”.
Desde Berlín, Matthias Glaubernst