Escribe Antonio Piñero
Presento hoy un libro, que –adelanto ya– me parece más que interesante y útil. Ciertamente no solo para quienes se interesen por el Imperio romano y su mundo, sino para los aficionados al tema “Cristianismo e Historia”. Lo publica la benemérita Editorial Signifer (Salamanca-Madrid) a la que soy muy afecto por su estupenda labor en pro del estudio del mundo grecorromano, de las humanidades, de las relaciones entre cristianismo y la cultura clásica. El título es el de esta postal. Los editores: Gonzalo Bravo y Raúl González Salinero. El libro recoge las Actas del XIV Coloquio de la “Asociación Interdisciplinar de estudios romano”, celebrado en la Universidad Complutense de Madrid los días 23-25 de noviembre de 2016. ISBN: 978-84-16202-15-7. 506 pp. Con ilustraciones y una buena cantidad de bibliografía. La serie en la que está incluido el libro lleva por nombre “Monografías y Estudios de la Antigüedad Griega y Romana”
De la “Introducción”, compuesta por los dos editores, recojo algunas ideas que me parecen interesantes:
»Desde diferentes perspectivas, las contribuciones incluidas en el presente volumen abordan los mecanismos ideológicos a partir de los cuales la religión se convirtió en un elemento de justificación de los principios políticos, sociales, económicos y filosóficos que subyacían en un mundo romano que se muestra paradójicamente ante nuestros ojos tan heterogéneo como uniforme en la asimilación y mimetismo de determinadas constantes culturales.
En el momento del nacimiento del cristianismo la idea general en todo el Imperio era que el estado no podía subsistir sin la ayuda de la divinidad, por lo que era absolutamente necesario que las autoridades se comportaran piadosamente respecto a los dioses. El que encarnaba la divinidad en la tierra era el emperador. Por ello,
»En virtud de una transfiguración difícil de comprender para la mentalidad moderna, el príncipe (prínceps = el emperador) reforzó su autoridad «real» haciéndose representar en monedas, estatuas y relieves como un auténtico dios (sea Júpiter, Hércules, Apolo, Marte o incluso Serapis), por lo que su poder humano mutaba fácilmente en poder divino a los ojos del pueblo, del mismo modo que Júpiter era considerado generalmente, según Casio Dión, «el Augusto de los romanos» (Historia romana 79,20,2). En consecuencia, no es posible ya concebir la idea de un mundo regido por divinidades caprichosas… (de modo que el poder civil estaba ordenado) conforme a una providencia divina en estrecha relación con la monarquía imperial.
»Sin duda, nos hallamos ante una justificación del poder que nace de la estrecha relación establecida entre las tradiciones religiosas romanas y los necesarios principios de legitimidad política, que, a su vez, no dependen de una realidad jurídica abstracta, sino de la conjunción entre los intereses del individuo y los fines que persigue el Estado siempre al amparo de los dioses, puesto que la justificación del poder político se basa en una suerte de delegación de la divinidad. La religión aparece configurada como una forma de ideología y ésta, a su vez, estaba de algún modo moldeada por aquélla.
»Los propios judíos de la época cercana al nacimiento del cristianismo ensalzaron igualmente a los emperadores con sacrificios por su salud y el bienestar del pueblo romano, como afirma Flavio Josefo (Guerra de los judíos II 197), a pesar –a pesar de su consustancial ideología mesiánica. Es cierto que el mito de la elección divina del pueblo de Israel condicionó desde fechas muy tempranas la propia concepción judía del poder político y su estrecha vinculación con los designios divinos.
»Con el ascenso del cristianismo, el culto imperial, que había sido el verdadero asidero ideológico del poder político romano durante el Principado… quedó reducido a poco más que a los atributos imperiales (el emperador como Pontífice Máximo hasta el reinado de Graciano) y al control de algunos aspectos ideológicos como la aprobación de las efigies del emperador en las nuevas emisiones monetarias.
»Después, el tradicional «culto imperial» fue desmantelado ideológicamente por los nuevos intelectuales cristianos, los cuales adaptaron a sus intereses los fundamentos del poder imperial al considerarlo, como muy bien afirma F. J. Andrés Santos (Roma. Instituciones e ideologías políticas durante la República y el Imperio, Tecnos, Madrid 2015, p. 467), «como una instancia diseñada conforme a un plan divino, permitiendo así la generación de nuevas instancias de legitimidad para ese mismo poder».
»Siguiendo la tradición latina en la interpretación del célebre pasaje Jn 19, 11 que recoge las palabras de Jesús, según el cuarto evangelista («No tendrías contra mí ningún poder, si no se te hubiera dado de arriba»), Agustín de Hipona presentó al hombre como criatura necesitada de la potestad divina para poder hacer el bien. Incluso, reelaborando el pensamiento desarrollado por autores anteriores como Cipriano de Cartago a mediados del siglo III, «Agustín invita al cristiano ―tal y como señala Ángel Urbán (El origen divino del poder. Estudio filológico e historia de la interpretación de Jn 19, 11, El Almendro, Córdoba, 1989, p. 114)– a reconocer, como lo hizo Jesús, en la autoridad instituida el instrumento en el que Dios castiga o prueba al hombre».
»Sin duda, Agustín fue el primero en utilizar Juan 19,11 como prueba del origen divino del poder político al establecer una relación explícita con Romanos 13,1 (“Sométanse todos a las autoridades constituidas, pues no hay autoridad que no provenga de Dios, y las que existen, por Dios han sido constituidas”). Es evidente que este posicionamiento ideológico estaba fuertemente condicionado por la consolidación del cristianismo como religión oficial del Imperio, llevada a cabo sobre todo por Teodosio tras el edicto de Tesalónica A todos los pueblos de 380 y el Concilio de Constantinopla en 381, actuando, de iure, como primer emperador católico. La Iglesia se convirtió entonces en la principal institución social reemplazando a menudo al poder político en sus atribuciones tradicionales relativas a la liberalidad o generosidad, en cuanto a la concesión de beneficios o limosnas y a las decisiones judiciales (a través de la “Audiencia episcopal”), de tal modo que se preparó el camino para la transformación definitiva de la pagana plebe romana en la cristiana plebe de Dios y, en consecuencia, del pueblo romano pagano en el “pueblo de Dios” cristiano».
Como ven, es interesante la temática, pues ya en los Evangelios y en los Hechos de los apóstoles se percibe claramente cómo la designación de Jesús como “Señor” único (Romanos 10,9 y Hechos 2,36) es un acto claro de teología política: para los cristianos el verdadero “Señor” no es ya el emperador, sino el Mesías, el brazo derecho de Dios, y es el único que puede recibir culto legítimamente. Al principio de su andadura, el cristianismo se opone al estado radicalmente…, pero luego asimilará la ideología imperial de tal modo que los sucesores del Mesías, los obispos y ante todo el obispo de Roma, serán los únicos autorizados para ostentar el poder espiritual… y también el político…si se tercia.
El próximo día ofreceré el índice de este libro tan interesante y hará hincapié en los artículos que más directamente pueden afectar a nuestro tema “cristianismo e historia”.
Saludos cordiales de Antonio Piñero
www.ciudadanojesus.com
Presento hoy un libro, que –adelanto ya– me parece más que interesante y útil. Ciertamente no solo para quienes se interesen por el Imperio romano y su mundo, sino para los aficionados al tema “Cristianismo e Historia”. Lo publica la benemérita Editorial Signifer (Salamanca-Madrid) a la que soy muy afecto por su estupenda labor en pro del estudio del mundo grecorromano, de las humanidades, de las relaciones entre cristianismo y la cultura clásica. El título es el de esta postal. Los editores: Gonzalo Bravo y Raúl González Salinero. El libro recoge las Actas del XIV Coloquio de la “Asociación Interdisciplinar de estudios romano”, celebrado en la Universidad Complutense de Madrid los días 23-25 de noviembre de 2016. ISBN: 978-84-16202-15-7. 506 pp. Con ilustraciones y una buena cantidad de bibliografía. La serie en la que está incluido el libro lleva por nombre “Monografías y Estudios de la Antigüedad Griega y Romana”
De la “Introducción”, compuesta por los dos editores, recojo algunas ideas que me parecen interesantes:
»Desde diferentes perspectivas, las contribuciones incluidas en el presente volumen abordan los mecanismos ideológicos a partir de los cuales la religión se convirtió en un elemento de justificación de los principios políticos, sociales, económicos y filosóficos que subyacían en un mundo romano que se muestra paradójicamente ante nuestros ojos tan heterogéneo como uniforme en la asimilación y mimetismo de determinadas constantes culturales.
En el momento del nacimiento del cristianismo la idea general en todo el Imperio era que el estado no podía subsistir sin la ayuda de la divinidad, por lo que era absolutamente necesario que las autoridades se comportaran piadosamente respecto a los dioses. El que encarnaba la divinidad en la tierra era el emperador. Por ello,
»En virtud de una transfiguración difícil de comprender para la mentalidad moderna, el príncipe (prínceps = el emperador) reforzó su autoridad «real» haciéndose representar en monedas, estatuas y relieves como un auténtico dios (sea Júpiter, Hércules, Apolo, Marte o incluso Serapis), por lo que su poder humano mutaba fácilmente en poder divino a los ojos del pueblo, del mismo modo que Júpiter era considerado generalmente, según Casio Dión, «el Augusto de los romanos» (Historia romana 79,20,2). En consecuencia, no es posible ya concebir la idea de un mundo regido por divinidades caprichosas… (de modo que el poder civil estaba ordenado) conforme a una providencia divina en estrecha relación con la monarquía imperial.
»Sin duda, nos hallamos ante una justificación del poder que nace de la estrecha relación establecida entre las tradiciones religiosas romanas y los necesarios principios de legitimidad política, que, a su vez, no dependen de una realidad jurídica abstracta, sino de la conjunción entre los intereses del individuo y los fines que persigue el Estado siempre al amparo de los dioses, puesto que la justificación del poder político se basa en una suerte de delegación de la divinidad. La religión aparece configurada como una forma de ideología y ésta, a su vez, estaba de algún modo moldeada por aquélla.
»Los propios judíos de la época cercana al nacimiento del cristianismo ensalzaron igualmente a los emperadores con sacrificios por su salud y el bienestar del pueblo romano, como afirma Flavio Josefo (Guerra de los judíos II 197), a pesar –a pesar de su consustancial ideología mesiánica. Es cierto que el mito de la elección divina del pueblo de Israel condicionó desde fechas muy tempranas la propia concepción judía del poder político y su estrecha vinculación con los designios divinos.
»Con el ascenso del cristianismo, el culto imperial, que había sido el verdadero asidero ideológico del poder político romano durante el Principado… quedó reducido a poco más que a los atributos imperiales (el emperador como Pontífice Máximo hasta el reinado de Graciano) y al control de algunos aspectos ideológicos como la aprobación de las efigies del emperador en las nuevas emisiones monetarias.
»Después, el tradicional «culto imperial» fue desmantelado ideológicamente por los nuevos intelectuales cristianos, los cuales adaptaron a sus intereses los fundamentos del poder imperial al considerarlo, como muy bien afirma F. J. Andrés Santos (Roma. Instituciones e ideologías políticas durante la República y el Imperio, Tecnos, Madrid 2015, p. 467), «como una instancia diseñada conforme a un plan divino, permitiendo así la generación de nuevas instancias de legitimidad para ese mismo poder».
»Siguiendo la tradición latina en la interpretación del célebre pasaje Jn 19, 11 que recoge las palabras de Jesús, según el cuarto evangelista («No tendrías contra mí ningún poder, si no se te hubiera dado de arriba»), Agustín de Hipona presentó al hombre como criatura necesitada de la potestad divina para poder hacer el bien. Incluso, reelaborando el pensamiento desarrollado por autores anteriores como Cipriano de Cartago a mediados del siglo III, «Agustín invita al cristiano ―tal y como señala Ángel Urbán (El origen divino del poder. Estudio filológico e historia de la interpretación de Jn 19, 11, El Almendro, Córdoba, 1989, p. 114)– a reconocer, como lo hizo Jesús, en la autoridad instituida el instrumento en el que Dios castiga o prueba al hombre».
»Sin duda, Agustín fue el primero en utilizar Juan 19,11 como prueba del origen divino del poder político al establecer una relación explícita con Romanos 13,1 (“Sométanse todos a las autoridades constituidas, pues no hay autoridad que no provenga de Dios, y las que existen, por Dios han sido constituidas”). Es evidente que este posicionamiento ideológico estaba fuertemente condicionado por la consolidación del cristianismo como religión oficial del Imperio, llevada a cabo sobre todo por Teodosio tras el edicto de Tesalónica A todos los pueblos de 380 y el Concilio de Constantinopla en 381, actuando, de iure, como primer emperador católico. La Iglesia se convirtió entonces en la principal institución social reemplazando a menudo al poder político en sus atribuciones tradicionales relativas a la liberalidad o generosidad, en cuanto a la concesión de beneficios o limosnas y a las decisiones judiciales (a través de la “Audiencia episcopal”), de tal modo que se preparó el camino para la transformación definitiva de la pagana plebe romana en la cristiana plebe de Dios y, en consecuencia, del pueblo romano pagano en el “pueblo de Dios” cristiano».
Como ven, es interesante la temática, pues ya en los Evangelios y en los Hechos de los apóstoles se percibe claramente cómo la designación de Jesús como “Señor” único (Romanos 10,9 y Hechos 2,36) es un acto claro de teología política: para los cristianos el verdadero “Señor” no es ya el emperador, sino el Mesías, el brazo derecho de Dios, y es el único que puede recibir culto legítimamente. Al principio de su andadura, el cristianismo se opone al estado radicalmente…, pero luego asimilará la ideología imperial de tal modo que los sucesores del Mesías, los obispos y ante todo el obispo de Roma, serán los únicos autorizados para ostentar el poder espiritual… y también el político…si se tercia.
El próximo día ofreceré el índice de este libro tan interesante y hará hincapié en los artículos que más directamente pueden afectar a nuestro tema “cristianismo e historia”.
Saludos cordiales de Antonio Piñero
www.ciudadanojesus.com