Escribe Antonio Piñero
Foto: Stephen D. Moore
Creo que ha quedado claro en la postal anterior que no es posible aceptar a) la autonomía total del texto, pues depende de la voluntad expresa del autor; ni b) la autonomía total del lector, de modo que pueda interpretar a su gusto, literalmente como le venga en gana, el texto evangélico fuera de cualquier corsé de interpretación histórica, debida a la época, contexto próximo o remoto, etc.
Ahora bien, hay otros sistemas para evitar el tremendo problema de la historicidad de ciertas secciones de los evangelios: ¿Podemos fiarnos de lo que dice esa sección? ¿Se acerca de verdad a lo que pudo ser el Jesús histórico? ¿Es una construcción de evangelista dependiente de su interpretación personal, o de escuela teológica, de lo que fue Jesús de Nazaret? Es lo que nos preguntamos a menudo. James D. G. Dunn, hay quien hemos tomado como guía explícito o implícito en este recorrido sobre la investigación de los Evangelios, en su obra “Jesús recordado”, editada por Verbo divino en 2009, señala en su p. 129 una de estas “huidas” hacia adelante para evitar la espinosa cuestión de la historicidad, la denominada “Crítica Narrativa”. Pero como se verá a lo largo de esta postal, aunque Dunn los señale como escuela aparte, vienen a decir lo mismo que lo criticado ya en días anteriores.
Señala Dunn que en pleno siglo XX, ciertos investigadores, cansados “de la fragmentación crítico- formal del material de los Evangelios” (entiéndase en el fondo: temerosos de que la crítica histórico-literaria provocada por la “Historia de las Formas” conduzca a un escepticismo a veces radical sobre la historicidad de los evangelios), fomentaron lo que denominaron un acercamiento a la narración evangélica tal como se nos presenta la obra, prescindiendo en principio de la crítica histórica…, y por supuesto también de la “Crítica de la redacción”, que se centraba casi en exclusiva en ver las diferencias y contradicciones entre los evangelistas para intentar así hurgar en lo que hay debajo… en lo que se supone se acerca algo más a la verdad histórica de un pasaje determinado.
La “Crítica narrativa” subraya “la integridad y unidad del texto/evangelio” en sí –tal como ha llegado hasta nosotros–, pero postulando a la vez que ese producto literario, el evangelio, tenía su autonomía.
¿Qué es eso de “su autonomía”? Pues bien claro: poner entre paréntesis las cuestiones históricas que suscita el texto y considerarlo solo en sí mismo, en su “mundo narrativo”: ¿Qué nos dice realmente, por ejemplo, el Evangelio de Marcos? El Evangelio tal como está en mis manos hoy día en el siglo XXI. En la letra pequeña de esta tendencia se decía que lo que nos dice la obra (el “mundo narrativo” de ella) ciertamente depende del contexto social en el que se produjo… Pero ante todo de ¡la experiencia de la lectura por parte del lector!
La “experiencia de la lectura” vuelve a introducir un elemento puramente subjetivo dentro del “texto considerado en sí mismo”, y a mí me parece –dicho en modo vulgar– que este método de crítica narrativa vuelve a “marear la perdiz”, como antes: enreda claramente y da vueltas y vueltas para no enfrentarse a lo que verdaderamente quiere saber el lector de hoy: “¿Es verdad lo que me está diciendo el evangelista?”. Parte del truco consiste en fijarse no en el autor real (y sus intenciones), sino en lo que se llama el “autor implícito”, es decir, el autor que se infiere de narración evangélica misma (en realidad que infiere el lector a partir del impacto que en él causa lo que está leyendo).
Lo primero que debo decir honestamente es que –después de darle suficientes vueltas– no acabo de entender esa diferencia entre “autor real” y “autor implícito”. Me temo que sea una suerte de treta para hacer decir al autor “implícito” lo que no quiso decir el autor “real”… pero que es lo que a mí, como lector, me conviene entender.
Opino que otra manera de escaparse del problema histórico que planean los Evangelios consiste en pensar que el texto (insisto, en concreto el evangélico) no es “una ventana a través de la cual me acerco a una verdad presumiblemente histórica”, sino que es como “un espejo”, gracias al cual yo puedo reflejarme en él. Esto se denomina “teoría de la respuesta del lector” (Dunn, p. 130)…, y el resultado de ella es “que el significado no está simplemente “en” el texto y menos aún en lo que “subyace al texto” (es decir los condicionantes sociológicos e históricos, incluso económicos, de la época del autor que influyen poderosamente en lo que escribe), sino que “el significado es creado por el lector en la acción de leer”. “El significado no lo llevan los textos, sino que los ponen los lectores” (¡¡!!).
Creo que tras muchos rodeos estamos en el mismo subjetivismo que hemos criticado en las postales anteriores, sobre todo en la que lleva el número 1127.
Fíjense en la cita que hace Dunn de un texto de Stephen D. Moore (en su obra “Literary Criticism and the Gospels” (“Crítica literaria en los Evangelios”. Yale University, New Haven 1989, p. 121:
“El significado no está en el pasado (cuando fue creado el texto), ni en el texto en sí, sino que se produce en el presente del lector al ser leído el texto. Para los críticos integrados en la corriente de «la respuesta del lector», el significado del texto no es un contenido que el historiador descubre sin más en el texto; el significado es una experiencia del proceso de lectura”
Y termino con el juicio/comentario del propio Dunn (en la misma p. 130):
“Esto pone obviamente en peligro cualquier posible canon, o norma, de significados convenidos. Si todo significado depende de cada acto individual de lectura, entonces parece deducirse que cada lector da al texto su propio significado y que no hay criterios generalmente aceptables para poder juzgar si una lectura es buena o mala, sabia o lerda, si una es mejor que otra”.
Como ven, es lo que dije al principio: ¡Vuelta a lo mismo con un método aparentemente nuevo! Una de las claves para comprender esta postura interpretativa del poder de la lectura está en que se idealizado hoy día la necesidad del pluralismo en nuestra sociedad: ¡Hay que romper toda atadura! Pues…, como dije: “Apaga y vámonos. Se acabó la ciencia histórica”. Y si alguien pretender ser historiador, que se le quite la idea en la cabeza… porque irá al paro necesariamente.
El próximo día veremos cómo esta misma crítica literaria extrema cae en la cuenta de su disparate y pone cortapisas a esta presunta “buena idea” de que el texto no es una ventana al pasado, sino un espejo en el que me proyecto yo mismo. Más o menos como la bruja/madrastra de Blancanieves.
Saludos cordiales de Antonio Piñero
http://adaliz-ediciones.com/home/36-el-jesus-que-yo-conozco.html
Foto: Stephen D. Moore
Creo que ha quedado claro en la postal anterior que no es posible aceptar a) la autonomía total del texto, pues depende de la voluntad expresa del autor; ni b) la autonomía total del lector, de modo que pueda interpretar a su gusto, literalmente como le venga en gana, el texto evangélico fuera de cualquier corsé de interpretación histórica, debida a la época, contexto próximo o remoto, etc.
Ahora bien, hay otros sistemas para evitar el tremendo problema de la historicidad de ciertas secciones de los evangelios: ¿Podemos fiarnos de lo que dice esa sección? ¿Se acerca de verdad a lo que pudo ser el Jesús histórico? ¿Es una construcción de evangelista dependiente de su interpretación personal, o de escuela teológica, de lo que fue Jesús de Nazaret? Es lo que nos preguntamos a menudo. James D. G. Dunn, hay quien hemos tomado como guía explícito o implícito en este recorrido sobre la investigación de los Evangelios, en su obra “Jesús recordado”, editada por Verbo divino en 2009, señala en su p. 129 una de estas “huidas” hacia adelante para evitar la espinosa cuestión de la historicidad, la denominada “Crítica Narrativa”. Pero como se verá a lo largo de esta postal, aunque Dunn los señale como escuela aparte, vienen a decir lo mismo que lo criticado ya en días anteriores.
Señala Dunn que en pleno siglo XX, ciertos investigadores, cansados “de la fragmentación crítico- formal del material de los Evangelios” (entiéndase en el fondo: temerosos de que la crítica histórico-literaria provocada por la “Historia de las Formas” conduzca a un escepticismo a veces radical sobre la historicidad de los evangelios), fomentaron lo que denominaron un acercamiento a la narración evangélica tal como se nos presenta la obra, prescindiendo en principio de la crítica histórica…, y por supuesto también de la “Crítica de la redacción”, que se centraba casi en exclusiva en ver las diferencias y contradicciones entre los evangelistas para intentar así hurgar en lo que hay debajo… en lo que se supone se acerca algo más a la verdad histórica de un pasaje determinado.
La “Crítica narrativa” subraya “la integridad y unidad del texto/evangelio” en sí –tal como ha llegado hasta nosotros–, pero postulando a la vez que ese producto literario, el evangelio, tenía su autonomía.
¿Qué es eso de “su autonomía”? Pues bien claro: poner entre paréntesis las cuestiones históricas que suscita el texto y considerarlo solo en sí mismo, en su “mundo narrativo”: ¿Qué nos dice realmente, por ejemplo, el Evangelio de Marcos? El Evangelio tal como está en mis manos hoy día en el siglo XXI. En la letra pequeña de esta tendencia se decía que lo que nos dice la obra (el “mundo narrativo” de ella) ciertamente depende del contexto social en el que se produjo… Pero ante todo de ¡la experiencia de la lectura por parte del lector!
La “experiencia de la lectura” vuelve a introducir un elemento puramente subjetivo dentro del “texto considerado en sí mismo”, y a mí me parece –dicho en modo vulgar– que este método de crítica narrativa vuelve a “marear la perdiz”, como antes: enreda claramente y da vueltas y vueltas para no enfrentarse a lo que verdaderamente quiere saber el lector de hoy: “¿Es verdad lo que me está diciendo el evangelista?”. Parte del truco consiste en fijarse no en el autor real (y sus intenciones), sino en lo que se llama el “autor implícito”, es decir, el autor que se infiere de narración evangélica misma (en realidad que infiere el lector a partir del impacto que en él causa lo que está leyendo).
Lo primero que debo decir honestamente es que –después de darle suficientes vueltas– no acabo de entender esa diferencia entre “autor real” y “autor implícito”. Me temo que sea una suerte de treta para hacer decir al autor “implícito” lo que no quiso decir el autor “real”… pero que es lo que a mí, como lector, me conviene entender.
Opino que otra manera de escaparse del problema histórico que planean los Evangelios consiste en pensar que el texto (insisto, en concreto el evangélico) no es “una ventana a través de la cual me acerco a una verdad presumiblemente histórica”, sino que es como “un espejo”, gracias al cual yo puedo reflejarme en él. Esto se denomina “teoría de la respuesta del lector” (Dunn, p. 130)…, y el resultado de ella es “que el significado no está simplemente “en” el texto y menos aún en lo que “subyace al texto” (es decir los condicionantes sociológicos e históricos, incluso económicos, de la época del autor que influyen poderosamente en lo que escribe), sino que “el significado es creado por el lector en la acción de leer”. “El significado no lo llevan los textos, sino que los ponen los lectores” (¡¡!!).
Creo que tras muchos rodeos estamos en el mismo subjetivismo que hemos criticado en las postales anteriores, sobre todo en la que lleva el número 1127.
Fíjense en la cita que hace Dunn de un texto de Stephen D. Moore (en su obra “Literary Criticism and the Gospels” (“Crítica literaria en los Evangelios”. Yale University, New Haven 1989, p. 121:
“El significado no está en el pasado (cuando fue creado el texto), ni en el texto en sí, sino que se produce en el presente del lector al ser leído el texto. Para los críticos integrados en la corriente de «la respuesta del lector», el significado del texto no es un contenido que el historiador descubre sin más en el texto; el significado es una experiencia del proceso de lectura”
Y termino con el juicio/comentario del propio Dunn (en la misma p. 130):
“Esto pone obviamente en peligro cualquier posible canon, o norma, de significados convenidos. Si todo significado depende de cada acto individual de lectura, entonces parece deducirse que cada lector da al texto su propio significado y que no hay criterios generalmente aceptables para poder juzgar si una lectura es buena o mala, sabia o lerda, si una es mejor que otra”.
Como ven, es lo que dije al principio: ¡Vuelta a lo mismo con un método aparentemente nuevo! Una de las claves para comprender esta postura interpretativa del poder de la lectura está en que se idealizado hoy día la necesidad del pluralismo en nuestra sociedad: ¡Hay que romper toda atadura! Pues…, como dije: “Apaga y vámonos. Se acabó la ciencia histórica”. Y si alguien pretender ser historiador, que se le quite la idea en la cabeza… porque irá al paro necesariamente.
El próximo día veremos cómo esta misma crítica literaria extrema cae en la cuenta de su disparate y pone cortapisas a esta presunta “buena idea” de que el texto no es una ventana al pasado, sino un espejo en el que me proyecto yo mismo. Más o menos como la bruja/madrastra de Blancanieves.
Saludos cordiales de Antonio Piñero
http://adaliz-ediciones.com/home/36-el-jesus-que-yo-conozco.html