Hoy escribe Antonio Piñero
Finalizamos el comentario el libro del Barón de Holbach que iniciamos la semana pasada.
El autor, pertrechado con las ideas básicas expuestas anteriormente, emprende la tarea de escribir una “vida de Jesucristo”. Para ello no hace previamente una crítica de la historicidad del IV Evangelio, cuyo texto y contenido criticará solo cuando sus escenas vayan apareciendo en esta “Vida” y al mismo tenor que la crítica a los evangelios sinópticos, sino que admitirá como base una “armonía” o mezcla de los cuatro evangelios tal como debían circular por la época, a imitación de lo que ya había hecho Taciano, el sirio, en el siglo II y que tanto éxito tuvo en las iglesias siríacas en la Antigüedad. Hoy día tal armonía se consideraría empresa imposible.
A la “Vida de Jesús” como tal hace preceder Holbach una breve crítica de las denominadas profecías sobre el mesías, Jesús de Nazaret, que se hallan en el Nuevo Testamento. Intenta demostrar con una lectura literal que tales profecías nada tiene que ver con Jesús (pp. 27-33;107). Sigue luego una crítica de los relatos de la infancia (Mt 1 y 2; Lc 1 y 2) y de sus numerosas inverosimilitudes y contradicciones, que tiene un tono más bien irónico y racionalista. Es decir, intenta explicar de un modo natural algunos hecho sobrenaturales, como la anunciación angélica que se aclara como una muestra de que la concepción y el nacimiento de Jesús fue normal, pero un tanto sospechoso en cuanto a su legalidad. De la matanza de los inocentes opina: “Puestos a hacer milagros, ¿no pudo Dios salvar a su hijo de un modo más suave que mediante la matanza inútil de tantos inocentes? (p. 43).
Curiosamente Holbach sitúa al principio de la vida pública de Jesús la escena de la purificación del Templo, lo cual es críticamente muy poco probable en este momento, pues fue seguramente una de las causas de su condena a muerte. Adopta, por tanto, Holbach el esquema del Cuarto Evangelio (tres Pascuas durante el ministerio de Jesús y no una Pascua = Sinópticos). Este supuesto es razonable. Sigue luego, entre otros relatos, la conversación con Nicodemo y el episodio de la samaritana. Respecto al primero critica nuestro autor la oportunidad perdida por Jesús de hablar claramente, no en enigmas y declarar su divinidad (p. 69). Respecto a la samaritana critica la historicidad del hecho: no es probables de ningún modo. Analiza también críticamente también los presupuestos de la conversación Jesús-samaritana que le parecen impropios de un judío del siglo I (p. 75).
Respecto a los milagros de Jesús, hemos indicamos ya que Holbach adopta una postura racionalista y, en lo que le es posible los explica por causas naturales y por mera obra psicológica de una actitud de fe (por ejemplo, pp. 103; 143). Otros los cree un mero invento de los evangelistas, pues de lo contrario no se explicaría la falta de fe de los judíos en Jesús (p. 95; 107). Abre así camino a las explicaciones racionalistas de otros autores del siglo XIX, como D. F. Strauss, en su famosísima “Vida de Jesús” de 1835-1837. En este apartado formula Holbach una de las diversas reglas de interpretación por él usadas: “Cuando un mismo hecho es contado de manera muy diversa por diferentes autores iguales en autoridad, hay motivos para dudar de él o, al menos, tenemos derecho a dudar de que haya sucedido del modo que supone” (p. 89).
Sobre María Magdalena, a la que identifica con María de Betania (p. 160) y la pecadora innominada de Lc 7, piensa ya Holbach algo parecido a lo que algunos autores de hoy:
« “Parece ser que Jesús, a pesar de toda su seriedad, tenía debilidad por las mujeres, a las que los melancólicos no son los menos inclinados. María Magdalena lo amó con pasión y parece haber sido el modelo de las devotas afectuosas, mujeres libertinas a las que su temperamento empuja habitualmente a entregarse a la religión con tanto ardor como se habían entregado antes al mundo y sus amantes” (p. 91; 128). »
Igualmente comparte teorías con ellos (al igual que el Talmud) sobre la relación de Jesús con Egipto, en donde habría aprendido medicina y magia, lo que explica sus curaciones (p. 94). Opina también –aunque lo justifica por la condición de galileo de Jesús, alejado del Templo de Jerusalén-- que este quebrantó las leyes de la pureza y del sábado (p. 98). Pero el Jesús del Cuarto Evangelio es para Holbach tan enigmático, sobre todo en sus discursos, que llega a calificarlo de charlatán (p. 93-94).
La ética de Jesús antes de la venida del Reino, expresada sobre todo en el Sermón de la Montaña, al que somete a un análisis concienzudo (pp. 111-124) le parece imposible de cumplir, y sostiene que sus preceptos (como poner la otra mejilla o desligarse del todo de los bienes y de la familia) llevarían a cualquier sociedad a la ruina. Aquí no llega que entender Holbach que muy probablemente Jesús pensaba que estas normas sólo eran válidas para los momentos inmediatamente anteriores a al venida del Reino, en los que se debía sacrificar todo para obtener la entrada en él. Nuestro autor, sin embargo, tiene el mérito de haber caído en la cuenta, antes que W. Wrede, del artificio que supone el “secreto mesiánico” (aunque Jesús era el mesías y hace milagros, ordena que se mantenga en secreto su condición), que Jesús contradice al enviar a sus discípulos en viaje misionero (Mc 6,7 y paralelos; pp. 135ss).
El resto de los capítulos hasta los relatos hasta la muerte y resurrección de Jesús sigue en el mismo tenor. Las críticas de Holbach van dirigidas a resaltar ciertas contradicciones en las obras y el mensaje de Jesús (por ejemplo, pp. 137-140) utilizando un tono cargado de ironía pero sin ser normalmente cruel; por ejemplo a los discípulos de Jesús los denomina muchas veces “su tropa”. Quizás intente provocar nuestro autor la impresión de un cierto ridículo que a sus ojos de ilustrado ofrecía la lectura de los Evangelios, conforme a su principio, expresado al inicio del Prólogo, que la lectura del Nuevo Testamento causa una sensación de “desorden, oscuridad y tosquedad estilística muy capaces de desconcertar a los ignorantes y ahuyentar a las personas ilustradas” (p. 7).
La crítica de las narraciones de la pasión y muerte es muy severa, incluida la interpretación substancialista de la eucaristía (p. 167), pero más aún de los relatos de la resurrección y apariciones. Junto con Herrmann Samuel Reimarus (no sabemos si llegó a Francia a tiempo su obra editada por Lessing en 1768, sobre todo las páginas dedicadas al “Propósito de Jesús y de sus discípulos”) cree que la tumba vacía y la resurrección son un producto del “robo” del cadáver por sus discípulos (pp. 183-184) y las apariciones, incluidas las que relata Pablo en 1 Corintios 15 son más bien inventos o alucinaciones. En este apartado merece la pena citar otro texto que formula sanos principios de crítica histórica:
« “Es necesario examinar seriamente un hecho (la resurrección) sobre el cual se basa exclusivamente la fe de cualquier cristiano. En primer lugar debemos estar seguros de la calidad de las personas que atestiguan el suceso. Se debe averiguar si esos testigos eran perspicaces y desinteresados; hay que examinar si concuerdan entre sí los relatos que nos ofrecen o las circunstancias que nos señalan. Estas precauciones se toman habitualmente para descubrir el grado de probabilidad o certeza de los hechos que nos cuentan. Así, estas preocupaciones son infinitamente más necesarias cuando se trata de examinar suceso sobrenaturales, que para ser creídos demandan pruebas más fuertes que los hechos ordinarios.
“Según el testimonio unánime de los historiadores, creo sin dificultad que César se apoderó de las Galias, pero los detalles de su conquista me resultan menos probados cuando los veo relatados solo por él mismo o por sus partidarios. Estos detalles me parecerían increíbles si encontrara en ellos milagros o hechos contrarios al orden de la naturaleza, y entonces sospecharía que han pretendido engañarme, o si juzgara más favorablemente a los autores que transmiten esos hechos, los tomaría por fanáticos o locos” (p. 185). Naturalmente, en esta línea sostiene Holbach que para ser creído Jesús debería haber resucitado en público (p. 195) y cree que las apariciones fueron inútiles e innecesarias dada que ocurrieron totalmente en privado y sin modo de ser investigadas (p. 197). »
Como muestra de una crítica deletérea transcribo el texto siguiente:
« "El abandono y el rechazo de Cristo (al final de su vida pública) llenó a los apóstoles de consternación. Para reanimar su confianza, hizo que se sacase una higuera en 24 horas para castigarla por no tener higos en una estación en la que era imposible que los tuviese, es decir, hacia el mes de marzo (Mc 11,12-14). Como todas la acciones del Mesías, hasta las que parecen tonterías a los ojos de los hombres comunes (1 Cor 2,6), tienen un sentido sublime para los devotos iluminados por la fe, podemos ver en el milagro de esta higuera la representación simbólica de uno de los dogmas de la religión cristiana. Según esta punto de vista, la higuera maldita representa a la mayoría de los hombres, a quienes, según nuestros teólogos, el Dios de la misericordia maldice y condena al fuego eterno por no haber tenido la fe ni la gracia que no pudieron adquirir por sí mismos, y que este Dios bondadoso no quiso concederles. Así resulta que el ridículo pasaje de la higuera está destinado a representar uno de los dogmas más profundos de la teología cristiana” (pp. 164-165). »
Podríamos seguir , pero creo que está claro cuál es el sistema de la crítica evangélica de nuestro autor. ¡Nada nuevo bajo el sol! Sin embargo, la lectura de este libro me ha resultado muy interesante y me ha enseñado mucho. Insisto también en que el Epílogo merece la pena ser leído dada su caudal de información. Vale también su lectura para comprobar nuestras deudas respecto al pasado y lo que hemos avanzado sobre ellos. Ayuda esto a confirmar la idea de que la “verdad” histórica resultante de la interpretación de textos del pasado es cuestión de consenso entre los investigadores. Cuando a lo largo de siglos de crítica se repiten ciertas observaciones e interpretaciones entre los estudiosos, o bien podemos estar seguros de su verdad o que se camina por un camino que va a conducir a ella.
En síntesis me parece loable que se editen de nuevo y se lean estas memorables páginas de nuestro pasado.
Saludos cordiales de Antonio Piñero.
Universidad Complutense de Madrid
Www.antoniopinero.com
Finalizamos el comentario el libro del Barón de Holbach que iniciamos la semana pasada.
El autor, pertrechado con las ideas básicas expuestas anteriormente, emprende la tarea de escribir una “vida de Jesucristo”. Para ello no hace previamente una crítica de la historicidad del IV Evangelio, cuyo texto y contenido criticará solo cuando sus escenas vayan apareciendo en esta “Vida” y al mismo tenor que la crítica a los evangelios sinópticos, sino que admitirá como base una “armonía” o mezcla de los cuatro evangelios tal como debían circular por la época, a imitación de lo que ya había hecho Taciano, el sirio, en el siglo II y que tanto éxito tuvo en las iglesias siríacas en la Antigüedad. Hoy día tal armonía se consideraría empresa imposible.
A la “Vida de Jesús” como tal hace preceder Holbach una breve crítica de las denominadas profecías sobre el mesías, Jesús de Nazaret, que se hallan en el Nuevo Testamento. Intenta demostrar con una lectura literal que tales profecías nada tiene que ver con Jesús (pp. 27-33;107). Sigue luego una crítica de los relatos de la infancia (Mt 1 y 2; Lc 1 y 2) y de sus numerosas inverosimilitudes y contradicciones, que tiene un tono más bien irónico y racionalista. Es decir, intenta explicar de un modo natural algunos hecho sobrenaturales, como la anunciación angélica que se aclara como una muestra de que la concepción y el nacimiento de Jesús fue normal, pero un tanto sospechoso en cuanto a su legalidad. De la matanza de los inocentes opina: “Puestos a hacer milagros, ¿no pudo Dios salvar a su hijo de un modo más suave que mediante la matanza inútil de tantos inocentes? (p. 43).
Curiosamente Holbach sitúa al principio de la vida pública de Jesús la escena de la purificación del Templo, lo cual es críticamente muy poco probable en este momento, pues fue seguramente una de las causas de su condena a muerte. Adopta, por tanto, Holbach el esquema del Cuarto Evangelio (tres Pascuas durante el ministerio de Jesús y no una Pascua = Sinópticos). Este supuesto es razonable. Sigue luego, entre otros relatos, la conversación con Nicodemo y el episodio de la samaritana. Respecto al primero critica nuestro autor la oportunidad perdida por Jesús de hablar claramente, no en enigmas y declarar su divinidad (p. 69). Respecto a la samaritana critica la historicidad del hecho: no es probables de ningún modo. Analiza también críticamente también los presupuestos de la conversación Jesús-samaritana que le parecen impropios de un judío del siglo I (p. 75).
Respecto a los milagros de Jesús, hemos indicamos ya que Holbach adopta una postura racionalista y, en lo que le es posible los explica por causas naturales y por mera obra psicológica de una actitud de fe (por ejemplo, pp. 103; 143). Otros los cree un mero invento de los evangelistas, pues de lo contrario no se explicaría la falta de fe de los judíos en Jesús (p. 95; 107). Abre así camino a las explicaciones racionalistas de otros autores del siglo XIX, como D. F. Strauss, en su famosísima “Vida de Jesús” de 1835-1837. En este apartado formula Holbach una de las diversas reglas de interpretación por él usadas: “Cuando un mismo hecho es contado de manera muy diversa por diferentes autores iguales en autoridad, hay motivos para dudar de él o, al menos, tenemos derecho a dudar de que haya sucedido del modo que supone” (p. 89).
Sobre María Magdalena, a la que identifica con María de Betania (p. 160) y la pecadora innominada de Lc 7, piensa ya Holbach algo parecido a lo que algunos autores de hoy:
« “Parece ser que Jesús, a pesar de toda su seriedad, tenía debilidad por las mujeres, a las que los melancólicos no son los menos inclinados. María Magdalena lo amó con pasión y parece haber sido el modelo de las devotas afectuosas, mujeres libertinas a las que su temperamento empuja habitualmente a entregarse a la religión con tanto ardor como se habían entregado antes al mundo y sus amantes” (p. 91; 128). »
Igualmente comparte teorías con ellos (al igual que el Talmud) sobre la relación de Jesús con Egipto, en donde habría aprendido medicina y magia, lo que explica sus curaciones (p. 94). Opina también –aunque lo justifica por la condición de galileo de Jesús, alejado del Templo de Jerusalén-- que este quebrantó las leyes de la pureza y del sábado (p. 98). Pero el Jesús del Cuarto Evangelio es para Holbach tan enigmático, sobre todo en sus discursos, que llega a calificarlo de charlatán (p. 93-94).
La ética de Jesús antes de la venida del Reino, expresada sobre todo en el Sermón de la Montaña, al que somete a un análisis concienzudo (pp. 111-124) le parece imposible de cumplir, y sostiene que sus preceptos (como poner la otra mejilla o desligarse del todo de los bienes y de la familia) llevarían a cualquier sociedad a la ruina. Aquí no llega que entender Holbach que muy probablemente Jesús pensaba que estas normas sólo eran válidas para los momentos inmediatamente anteriores a al venida del Reino, en los que se debía sacrificar todo para obtener la entrada en él. Nuestro autor, sin embargo, tiene el mérito de haber caído en la cuenta, antes que W. Wrede, del artificio que supone el “secreto mesiánico” (aunque Jesús era el mesías y hace milagros, ordena que se mantenga en secreto su condición), que Jesús contradice al enviar a sus discípulos en viaje misionero (Mc 6,7 y paralelos; pp. 135ss).
El resto de los capítulos hasta los relatos hasta la muerte y resurrección de Jesús sigue en el mismo tenor. Las críticas de Holbach van dirigidas a resaltar ciertas contradicciones en las obras y el mensaje de Jesús (por ejemplo, pp. 137-140) utilizando un tono cargado de ironía pero sin ser normalmente cruel; por ejemplo a los discípulos de Jesús los denomina muchas veces “su tropa”. Quizás intente provocar nuestro autor la impresión de un cierto ridículo que a sus ojos de ilustrado ofrecía la lectura de los Evangelios, conforme a su principio, expresado al inicio del Prólogo, que la lectura del Nuevo Testamento causa una sensación de “desorden, oscuridad y tosquedad estilística muy capaces de desconcertar a los ignorantes y ahuyentar a las personas ilustradas” (p. 7).
La crítica de las narraciones de la pasión y muerte es muy severa, incluida la interpretación substancialista de la eucaristía (p. 167), pero más aún de los relatos de la resurrección y apariciones. Junto con Herrmann Samuel Reimarus (no sabemos si llegó a Francia a tiempo su obra editada por Lessing en 1768, sobre todo las páginas dedicadas al “Propósito de Jesús y de sus discípulos”) cree que la tumba vacía y la resurrección son un producto del “robo” del cadáver por sus discípulos (pp. 183-184) y las apariciones, incluidas las que relata Pablo en 1 Corintios 15 son más bien inventos o alucinaciones. En este apartado merece la pena citar otro texto que formula sanos principios de crítica histórica:
« “Es necesario examinar seriamente un hecho (la resurrección) sobre el cual se basa exclusivamente la fe de cualquier cristiano. En primer lugar debemos estar seguros de la calidad de las personas que atestiguan el suceso. Se debe averiguar si esos testigos eran perspicaces y desinteresados; hay que examinar si concuerdan entre sí los relatos que nos ofrecen o las circunstancias que nos señalan. Estas precauciones se toman habitualmente para descubrir el grado de probabilidad o certeza de los hechos que nos cuentan. Así, estas preocupaciones son infinitamente más necesarias cuando se trata de examinar suceso sobrenaturales, que para ser creídos demandan pruebas más fuertes que los hechos ordinarios.
“Según el testimonio unánime de los historiadores, creo sin dificultad que César se apoderó de las Galias, pero los detalles de su conquista me resultan menos probados cuando los veo relatados solo por él mismo o por sus partidarios. Estos detalles me parecerían increíbles si encontrara en ellos milagros o hechos contrarios al orden de la naturaleza, y entonces sospecharía que han pretendido engañarme, o si juzgara más favorablemente a los autores que transmiten esos hechos, los tomaría por fanáticos o locos” (p. 185). Naturalmente, en esta línea sostiene Holbach que para ser creído Jesús debería haber resucitado en público (p. 195) y cree que las apariciones fueron inútiles e innecesarias dada que ocurrieron totalmente en privado y sin modo de ser investigadas (p. 197). »
Como muestra de una crítica deletérea transcribo el texto siguiente:
« "El abandono y el rechazo de Cristo (al final de su vida pública) llenó a los apóstoles de consternación. Para reanimar su confianza, hizo que se sacase una higuera en 24 horas para castigarla por no tener higos en una estación en la que era imposible que los tuviese, es decir, hacia el mes de marzo (Mc 11,12-14). Como todas la acciones del Mesías, hasta las que parecen tonterías a los ojos de los hombres comunes (1 Cor 2,6), tienen un sentido sublime para los devotos iluminados por la fe, podemos ver en el milagro de esta higuera la representación simbólica de uno de los dogmas de la religión cristiana. Según esta punto de vista, la higuera maldita representa a la mayoría de los hombres, a quienes, según nuestros teólogos, el Dios de la misericordia maldice y condena al fuego eterno por no haber tenido la fe ni la gracia que no pudieron adquirir por sí mismos, y que este Dios bondadoso no quiso concederles. Así resulta que el ridículo pasaje de la higuera está destinado a representar uno de los dogmas más profundos de la teología cristiana” (pp. 164-165). »
Podríamos seguir , pero creo que está claro cuál es el sistema de la crítica evangélica de nuestro autor. ¡Nada nuevo bajo el sol! Sin embargo, la lectura de este libro me ha resultado muy interesante y me ha enseñado mucho. Insisto también en que el Epílogo merece la pena ser leído dada su caudal de información. Vale también su lectura para comprobar nuestras deudas respecto al pasado y lo que hemos avanzado sobre ellos. Ayuda esto a confirmar la idea de que la “verdad” histórica resultante de la interpretación de textos del pasado es cuestión de consenso entre los investigadores. Cuando a lo largo de siglos de crítica se repiten ciertas observaciones e interpretaciones entre los estudiosos, o bien podemos estar seguros de su verdad o que se camina por un camino que va a conducir a ella.
En síntesis me parece loable que se editen de nuevo y se lean estas memorables páginas de nuestro pasado.
Saludos cordiales de Antonio Piñero.
Universidad Complutense de Madrid
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