Hoy escribe Antonio Piñero
El nuevo monarca, Herodes, comenzó su reinado procurando controlar absolutamente –o eliminar- a todos sus enemigos, que eran bastantes: nobles adictos al antiguo régimen de los descendientes de los macabeos, los pretendientes al trono llamados Aristóbulo/Antígono; piadosos judíos que estaban en su contra, pues él no era plenamente israelita, poco o nada piadoso y demasiado amigo de romanos y de otros gentiles impíos; otros personajes promacabeos que podían suponer una amenaza para su poder absoluto.
Se inició así un gobierno de control férreo sobre el país de Israel fundamentado en el ejército personal del rey -profesionales bien entrenados, muchos de ellos extranjeros, dispuestos a todo-, en la creación de una eficaz policía interna y en un sistema administrativo que se encargó de recaudar sin piedad los impuestos necesarios. Comenzó también la edificación de fortalezas por todo el país y a poner en ellas guarniciones de soldados fieles, de modo que nadie pudiera moverse sin riesgo de perder la cabeza.
Herodes intentó, y consiguió también, controlar los resortes del poder religioso de Israel. Hizo depender de su voluntad el nombramiento del sumo sacerdote de la nación, con lo que puso y depuso a esta autoridad suprema para los judíos según sus conveniencias; controló las pocas sesiones de la asamblea de Jerusalén, el sanedrín más importante de la nación, que pudieron celebrase; no permitió que los partidos religiosos, sobre todo los de los fariseos y saduceos, actuaran en algún momento sin su consentimiento. Incluso el Templo de Jerusalén estaba de hecho bajo su poder, pues una fortaleza, la Torre Antonia –nombrada así en honor de su amigo Marco Antonio-, vigilaba cualquier reunión de gentes en el Santuario que pudiera suponer un problema de orden público.
En los momentos en los que vino al mundo Jesús de Nazaret (en torno al 6-4 a.C.) Israel, compuesto por Judea, Galilea, Idumea al sur y algunos territorios más allá del Jordán, Perea, era un estado semiindependiente, vasallo de hecho de Roma, gobernado por este Herodes (37-4 a.C.).
El reinado de ese monarca, Herodes el Grande, fue revolucionario: la antigua dinastía heredera del levantamiento de los Macabeos contra los monarcas griegos, los Seléucidas, que habían dominado Israel desde más o menos el 200 a.C. hasta el 165 a.C. habían sido suplantados en el poder por una familia de Edom (Idumea), la de Herodes el Grande, casi no israelita. La sociedad superior judía de la época anterior a Herodes sufrió un notable quebranto con los movimientos políticos que situaron a Herodes en el trono, y nuevos elementos ascendieron para ocupar su lugar. Los nuevos eran miembros de familias judías procedentes de la Diáspora (la dispersión judía, es decir, judíos residentes fuera de Israel) de otros reinos helenísticos, descendientes de los judíos que se habían quedado en Babilonia después del exilio (s. VI a.C. en adelante), o bien extranjeros griegos y romanos que iban a Israel en busca de posibilidades comerciales y más tarde simplemente a medrar en la corte de Herodes el Grande.
Ello significó una mayor penetración en la sociedad de elementos helenizantes, es decir, de la cultura griega, a la que los judíos no veían con simpatía pues adoraba a otros dioses. Esta cultura era universal y servía como de elemento nivelador de unos países con otros dentro del poder romano. Pero en el caso del Israel de los años finales del siglo I a.C. la extensión de la cultura griega no contribuyó a vertebrar mejor la estructura social del país. La hostilidad del pueblo contra Herodes fue general y duró hasta su muerte.
La conducta política de Herodes y sus simpatías prorromanas y progriegas hirieron a menudo la sensibilidad del pueblo. La atmósfera pagana de la corte, que en diversos lugares había incluso aceptado el culto al emperador Augusto como ser divino emparentado con los dioses de algún modo (“hijo del divino Julio César”), no era tolerable para los sentimientos religiosos de la población.
Tras la muerte de Herodes el Grande
A la muerte del rey tirano, Augusto pensó durante mucho tiempo qué hacer con un territorio como Judea habitado por gentes que se acomodaban tan mal al modo de vivir, a la cultura y a las creencias normales en el Imperio. Finalmente tomó la decisión de dividir el reino. El rey difunto, en su segundo testamento había dispuesto que su sucesor fuera su hijo Herodes Antipas, el segundo descendiente tenido con una de sus mujeres, la samaritana Maltace. Pero en el tercer testamento, el último, Herodes el Grande designó finalmente como sucesor principal a su hijo Arquelao, el primogénito de los habidos también con Maltace.
Arquelao, pues, fue nombrado sucesor de Herodes en parte del territorio, Judea, Samaría e Idumea, mientras que Galilea, como una “tetrarquía”, fue entregada en manos de Antipas, otro hijo de “El Grande, quien también miraba hacia Roma continuamente. Escasos diez años después de la muerte de Herodes, Augusto depuso a Arquelao (6 d.C.), y sus tierras pasaron a convertirse en provincia romana. Antipas duró sin embargo durante toda la vida de Jesús. Después, sólo por un breve lapso de tiempo (41-44 d.C.) estuvo el gobierno de todo el país, reunificado por voluntad del emperador Claudio, en manos de un nuevo rey judío, Agripa I, nieto de Herodes el Grande.
Como es lógico –y era obligatorio en el caso de reyes “clientes” de Roma, es decir sujetos a limitaciones políticas por parte del Imperio-, el testamento debía ser confirmado por Augusto. Ésta es la razón por la que Arquelao se dispuso a viajar a Roma para obtener la preceptiva aprobación imperial. Sin embargo, antes de partir, el pueblo se sublevó contra el heredero, en verdad porque se había quitado de encima un tanto el miedo horroroso que provocaba su terrible padre, y en parte también en protesta por la ejecución aún reciente (poco tiempo antes de la muerte de Herodes) de los que habían derribado el águila del Templo, como contamos en el capítulo anterior. Arquelao con sus propias tropas acabó con la revuelta, aunque con gran derramamiento de sangre.
Seguiremos. Saludos cordiales de Antonio Piñero.
www.antoniopinero.com
Una nota:
Sobre la interesantísima figura de Herodes el Grande los lectores disponen de una novela histórica, obra de qyuien ha redactado esta líneas, que me prece que explica bastante bien al personaje y su entorno, las intrigas de la corte real, y el embiente en el que nació Jesús de Nazaret. La novela se llama "Herodes el grande", Editorial Esquilo, Badajoz, 3ª edición 2007.
…………….…………………
Hoy en el “Blog de Antonio Piñero” se trata del siguiente tema:
“Metodología de aproximación a los Evangelios según José Montserrat. Visionarios, defraudadores y crédulos”
Manera de entrar, si a alguien le interesare: pinchar en el enlace que se halla en la página presente, abajo en la derecha.
Saludos de nuevo.
El nuevo monarca, Herodes, comenzó su reinado procurando controlar absolutamente –o eliminar- a todos sus enemigos, que eran bastantes: nobles adictos al antiguo régimen de los descendientes de los macabeos, los pretendientes al trono llamados Aristóbulo/Antígono; piadosos judíos que estaban en su contra, pues él no era plenamente israelita, poco o nada piadoso y demasiado amigo de romanos y de otros gentiles impíos; otros personajes promacabeos que podían suponer una amenaza para su poder absoluto.
Se inició así un gobierno de control férreo sobre el país de Israel fundamentado en el ejército personal del rey -profesionales bien entrenados, muchos de ellos extranjeros, dispuestos a todo-, en la creación de una eficaz policía interna y en un sistema administrativo que se encargó de recaudar sin piedad los impuestos necesarios. Comenzó también la edificación de fortalezas por todo el país y a poner en ellas guarniciones de soldados fieles, de modo que nadie pudiera moverse sin riesgo de perder la cabeza.
Herodes intentó, y consiguió también, controlar los resortes del poder religioso de Israel. Hizo depender de su voluntad el nombramiento del sumo sacerdote de la nación, con lo que puso y depuso a esta autoridad suprema para los judíos según sus conveniencias; controló las pocas sesiones de la asamblea de Jerusalén, el sanedrín más importante de la nación, que pudieron celebrase; no permitió que los partidos religiosos, sobre todo los de los fariseos y saduceos, actuaran en algún momento sin su consentimiento. Incluso el Templo de Jerusalén estaba de hecho bajo su poder, pues una fortaleza, la Torre Antonia –nombrada así en honor de su amigo Marco Antonio-, vigilaba cualquier reunión de gentes en el Santuario que pudiera suponer un problema de orden público.
En los momentos en los que vino al mundo Jesús de Nazaret (en torno al 6-4 a.C.) Israel, compuesto por Judea, Galilea, Idumea al sur y algunos territorios más allá del Jordán, Perea, era un estado semiindependiente, vasallo de hecho de Roma, gobernado por este Herodes (37-4 a.C.).
El reinado de ese monarca, Herodes el Grande, fue revolucionario: la antigua dinastía heredera del levantamiento de los Macabeos contra los monarcas griegos, los Seléucidas, que habían dominado Israel desde más o menos el 200 a.C. hasta el 165 a.C. habían sido suplantados en el poder por una familia de Edom (Idumea), la de Herodes el Grande, casi no israelita. La sociedad superior judía de la época anterior a Herodes sufrió un notable quebranto con los movimientos políticos que situaron a Herodes en el trono, y nuevos elementos ascendieron para ocupar su lugar. Los nuevos eran miembros de familias judías procedentes de la Diáspora (la dispersión judía, es decir, judíos residentes fuera de Israel) de otros reinos helenísticos, descendientes de los judíos que se habían quedado en Babilonia después del exilio (s. VI a.C. en adelante), o bien extranjeros griegos y romanos que iban a Israel en busca de posibilidades comerciales y más tarde simplemente a medrar en la corte de Herodes el Grande.
Ello significó una mayor penetración en la sociedad de elementos helenizantes, es decir, de la cultura griega, a la que los judíos no veían con simpatía pues adoraba a otros dioses. Esta cultura era universal y servía como de elemento nivelador de unos países con otros dentro del poder romano. Pero en el caso del Israel de los años finales del siglo I a.C. la extensión de la cultura griega no contribuyó a vertebrar mejor la estructura social del país. La hostilidad del pueblo contra Herodes fue general y duró hasta su muerte.
La conducta política de Herodes y sus simpatías prorromanas y progriegas hirieron a menudo la sensibilidad del pueblo. La atmósfera pagana de la corte, que en diversos lugares había incluso aceptado el culto al emperador Augusto como ser divino emparentado con los dioses de algún modo (“hijo del divino Julio César”), no era tolerable para los sentimientos religiosos de la población.
Tras la muerte de Herodes el Grande
A la muerte del rey tirano, Augusto pensó durante mucho tiempo qué hacer con un territorio como Judea habitado por gentes que se acomodaban tan mal al modo de vivir, a la cultura y a las creencias normales en el Imperio. Finalmente tomó la decisión de dividir el reino. El rey difunto, en su segundo testamento había dispuesto que su sucesor fuera su hijo Herodes Antipas, el segundo descendiente tenido con una de sus mujeres, la samaritana Maltace. Pero en el tercer testamento, el último, Herodes el Grande designó finalmente como sucesor principal a su hijo Arquelao, el primogénito de los habidos también con Maltace.
Arquelao, pues, fue nombrado sucesor de Herodes en parte del territorio, Judea, Samaría e Idumea, mientras que Galilea, como una “tetrarquía”, fue entregada en manos de Antipas, otro hijo de “El Grande, quien también miraba hacia Roma continuamente. Escasos diez años después de la muerte de Herodes, Augusto depuso a Arquelao (6 d.C.), y sus tierras pasaron a convertirse en provincia romana. Antipas duró sin embargo durante toda la vida de Jesús. Después, sólo por un breve lapso de tiempo (41-44 d.C.) estuvo el gobierno de todo el país, reunificado por voluntad del emperador Claudio, en manos de un nuevo rey judío, Agripa I, nieto de Herodes el Grande.
Como es lógico –y era obligatorio en el caso de reyes “clientes” de Roma, es decir sujetos a limitaciones políticas por parte del Imperio-, el testamento debía ser confirmado por Augusto. Ésta es la razón por la que Arquelao se dispuso a viajar a Roma para obtener la preceptiva aprobación imperial. Sin embargo, antes de partir, el pueblo se sublevó contra el heredero, en verdad porque se había quitado de encima un tanto el miedo horroroso que provocaba su terrible padre, y en parte también en protesta por la ejecución aún reciente (poco tiempo antes de la muerte de Herodes) de los que habían derribado el águila del Templo, como contamos en el capítulo anterior. Arquelao con sus propias tropas acabó con la revuelta, aunque con gran derramamiento de sangre.
Seguiremos. Saludos cordiales de Antonio Piñero.
www.antoniopinero.com
Una nota:
Sobre la interesantísima figura de Herodes el Grande los lectores disponen de una novela histórica, obra de qyuien ha redactado esta líneas, que me prece que explica bastante bien al personaje y su entorno, las intrigas de la corte real, y el embiente en el que nació Jesús de Nazaret. La novela se llama "Herodes el grande", Editorial Esquilo, Badajoz, 3ª edición 2007.
…………….…………………
Hoy en el “Blog de Antonio Piñero” se trata del siguiente tema:
“Metodología de aproximación a los Evangelios según José Montserrat. Visionarios, defraudadores y crédulos”
Manera de entrar, si a alguien le interesare: pinchar en el enlace que se halla en la página presente, abajo en la derecha.
Saludos de nuevo.