Hoy escribe Gonzalo Del Cerro
Carta de Eutiquio, Victorino y Marón a Marcelo
La carta del ilustre Marcelo a los santos Nereo y Aquiles, servidores de Domitila, va seguida por una nueva misiva de tres piadosos varones, desterrados igualmente en la isla Poncia, y dirigida también a Marcelo. La primera noticia que le transmiten es la del martirio de Nereo y Aquiles, sucedido hacía treinta días. Los tres corresponsales, futuros mártires, añaden algunos datos de la vida de los santos, fieles servidores de Domitila.
Noticias del martirio de Nereo y Aquiles
Aureliano pretendía casarse con la noble dama, pero cuando se vio rechazado por ella, la desterró a la isla Poncia. Pensó entonces que podría corromper con regalos a sus dos servidores para que cambiaran el criterio de su ama. Pero ellos, lejos de corromperse, confirmaron con cálidos razonamientos el alma de Domitila en la fe en Dios y en su decisión de permanecer siempre virgen. Nereo y Aquiles fueron trasladados a Terracina y entregados al cruel procónsul Memmio Rufo. Éste los colgó allí y los quemó por debajo intimándoles a que sacrificaran a los ídolos. Al rechazar aquella impía intimación, el procónsul los hizo decapitar. Es uno de los variados martirios narrados en este Apócrifo.
Auspicio, discípulo de los mártires y criado también de Domitila, robó de noche los cuerpos de Nereo y Aquiles, los colocó en una barquilla, los trasladó a Roma y los enterró en una cripta arenosa junto a la vía Ardeatina, a milla y media de las murallas de Roma, junto al sepulcro de Petronila, la hija del apóstol Pedro. Estos datos del apócrifo coinciden con le geografía de las catacumbas de Domitila en Roma. Los autores de la carta informan que conocen todos estos detalles por el relato hecho por el mismo Auspicio, el que se hizo cargo de los cuerpos de los santos y cumplió el servicio piadoso de su sepultura.
Martirio de los santos Eutiquio, Victorino y Marón
Cuando Marcelo recibió la carta de los tres piadosos varones, envió a su hermano Marcos a la isla Poncia, donde estaban desterrados. Pasó un año en compañía de aquellos “confesores”. Aureliano no renunciaba a su pretendida boda con Domitila. Por ello, una vez muertos sus dos fieles servidores, conoció que Domitila tenía también un cariño especial por Eutiquio, Victorino y Marón. Esperaba Aureliano que aquellos podrían doblegar el ánimo de la noble dama. Se dirigió al emperador Nerva y le pidió que se los entregara. Tenía la intención de obligarlos a ofrecer sacrificios a los dioses, de lo contrario, ya se encargaría él de que fueran debidamente castigados.
Como aquellos tres varones resistían valientemente contra presiones y amenazas, se los llevó de la isla y los separó a los tres. A Eutiquio lo dejó en el miliario dieciséis de la vía Nomentana, a Victorino a sesenta millas de Roma en la vía Salaria, y a Marón en la misma vía Salaria a ciento treinta millas. Los obligaba a cavar la tierra durante todo el día, y por la tarde les daba de comer pan seco. Pero Dios les otorgó la gracia de hacer milagros en sus lugares de residencia. Eutiquio libró al hijo del administrador de un espíritu inmundo; Victorino sanó con sus oraciones a un hombre que llevaba tres años paralítico; Marón curó de hidropesía al procurador de la ciudad.
Muchos testigos de aquellos prodigios creyeron en Cristo. Pero el Diablo llenó de ira la mente de Aureliano, que envió a verdugos que dieran muerte a los tres confesores. Eutiquio fue duramente golpeado en plena calle hasta que entregó su espíritu. Los cristianos robaron su cuerpo y lo depositaron con grandes honras en un sepulcro, sobre el que edificaron una iglesia en su honor.
Victorino fue colgado cabeza abajo sobre un manantial de aguas sulfurosas en la localidad de Cutilias. Soportó el tormento durante tres días hasta que descansó en el Señor. Aureliano ordenó que permaneciera su cadáver insepulto. Pero los cristianos de Amiterno robaron a escondidas su venerable cadáver y lo enterraron en una tumba sagrada.
Aureliano envió a un amigo suyo, de nombre Turquio, y ordenó que se golpeara a Marón con una piedra pesadísima. Colocaron luego sobre sus hombros otra piedra más pesada, que setenta hombres no eran capaces de transportar, pero que Marón llevaba a una distancia de dos millas como si fuera de paja. Ante tal prodigio, todos los habitantes del lugar abrazaron la fe cristiana y fueron bautizados. Enterado Aureliano de lo sucedido, entregó a Marón en manos de su lugarteniente, quien le dio muerte de inmediato. El pueblo hizo polvo la piedra que el santo había transportado, y enterró con ella el venerable cuerpo de Marón. Le dedicó luego una iglesia, en la que se producían abundantes curaciones milagrosas.
(Cuadro del martirio de san Marón, narrado en HchNerAqu)
Saludos cordiales. Gonzalo Del Cerro
Carta de Eutiquio, Victorino y Marón a Marcelo
La carta del ilustre Marcelo a los santos Nereo y Aquiles, servidores de Domitila, va seguida por una nueva misiva de tres piadosos varones, desterrados igualmente en la isla Poncia, y dirigida también a Marcelo. La primera noticia que le transmiten es la del martirio de Nereo y Aquiles, sucedido hacía treinta días. Los tres corresponsales, futuros mártires, añaden algunos datos de la vida de los santos, fieles servidores de Domitila.
Noticias del martirio de Nereo y Aquiles
Aureliano pretendía casarse con la noble dama, pero cuando se vio rechazado por ella, la desterró a la isla Poncia. Pensó entonces que podría corromper con regalos a sus dos servidores para que cambiaran el criterio de su ama. Pero ellos, lejos de corromperse, confirmaron con cálidos razonamientos el alma de Domitila en la fe en Dios y en su decisión de permanecer siempre virgen. Nereo y Aquiles fueron trasladados a Terracina y entregados al cruel procónsul Memmio Rufo. Éste los colgó allí y los quemó por debajo intimándoles a que sacrificaran a los ídolos. Al rechazar aquella impía intimación, el procónsul los hizo decapitar. Es uno de los variados martirios narrados en este Apócrifo.
Auspicio, discípulo de los mártires y criado también de Domitila, robó de noche los cuerpos de Nereo y Aquiles, los colocó en una barquilla, los trasladó a Roma y los enterró en una cripta arenosa junto a la vía Ardeatina, a milla y media de las murallas de Roma, junto al sepulcro de Petronila, la hija del apóstol Pedro. Estos datos del apócrifo coinciden con le geografía de las catacumbas de Domitila en Roma. Los autores de la carta informan que conocen todos estos detalles por el relato hecho por el mismo Auspicio, el que se hizo cargo de los cuerpos de los santos y cumplió el servicio piadoso de su sepultura.
Martirio de los santos Eutiquio, Victorino y Marón
Cuando Marcelo recibió la carta de los tres piadosos varones, envió a su hermano Marcos a la isla Poncia, donde estaban desterrados. Pasó un año en compañía de aquellos “confesores”. Aureliano no renunciaba a su pretendida boda con Domitila. Por ello, una vez muertos sus dos fieles servidores, conoció que Domitila tenía también un cariño especial por Eutiquio, Victorino y Marón. Esperaba Aureliano que aquellos podrían doblegar el ánimo de la noble dama. Se dirigió al emperador Nerva y le pidió que se los entregara. Tenía la intención de obligarlos a ofrecer sacrificios a los dioses, de lo contrario, ya se encargaría él de que fueran debidamente castigados.
Como aquellos tres varones resistían valientemente contra presiones y amenazas, se los llevó de la isla y los separó a los tres. A Eutiquio lo dejó en el miliario dieciséis de la vía Nomentana, a Victorino a sesenta millas de Roma en la vía Salaria, y a Marón en la misma vía Salaria a ciento treinta millas. Los obligaba a cavar la tierra durante todo el día, y por la tarde les daba de comer pan seco. Pero Dios les otorgó la gracia de hacer milagros en sus lugares de residencia. Eutiquio libró al hijo del administrador de un espíritu inmundo; Victorino sanó con sus oraciones a un hombre que llevaba tres años paralítico; Marón curó de hidropesía al procurador de la ciudad.
Muchos testigos de aquellos prodigios creyeron en Cristo. Pero el Diablo llenó de ira la mente de Aureliano, que envió a verdugos que dieran muerte a los tres confesores. Eutiquio fue duramente golpeado en plena calle hasta que entregó su espíritu. Los cristianos robaron su cuerpo y lo depositaron con grandes honras en un sepulcro, sobre el que edificaron una iglesia en su honor.
Victorino fue colgado cabeza abajo sobre un manantial de aguas sulfurosas en la localidad de Cutilias. Soportó el tormento durante tres días hasta que descansó en el Señor. Aureliano ordenó que permaneciera su cadáver insepulto. Pero los cristianos de Amiterno robaron a escondidas su venerable cadáver y lo enterraron en una tumba sagrada.
Aureliano envió a un amigo suyo, de nombre Turquio, y ordenó que se golpeara a Marón con una piedra pesadísima. Colocaron luego sobre sus hombros otra piedra más pesada, que setenta hombres no eran capaces de transportar, pero que Marón llevaba a una distancia de dos millas como si fuera de paja. Ante tal prodigio, todos los habitantes del lugar abrazaron la fe cristiana y fueron bautizados. Enterado Aureliano de lo sucedido, entregó a Marón en manos de su lugarteniente, quien le dio muerte de inmediato. El pueblo hizo polvo la piedra que el santo había transportado, y enterró con ella el venerable cuerpo de Marón. Le dedicó luego una iglesia, en la que se producían abundantes curaciones milagrosas.
(Cuadro del martirio de san Marón, narrado en HchNerAqu)
Saludos cordiales. Gonzalo Del Cerro