Hoy escribe Antonio Piñero
Hoy tratamos del último punto antes de abordar el texto capital de cómo entender la institución de la eucaristía según Pablo: el comportamiento que debe corregirse en la cena común que precede o va conjuntamente con la rememoración de la Cena del Señor. Volvemos a transcribir el texto de Cor A, tercer gran fragmento = 1 Cor 11,17-22:
17 Y al dar estas disposiciones, no os alabo, porque vuestras reuniones son más para mal que para bien. 18 Pues, ante todo, oigo que, al reuniros en la asamblea, hay entre vosotros divisiones, y lo creo en parte. 19 Desde luego, tiene que haber entre vosotros también disensiones, para que se ponga de manifiesto quiénes son de probada virtud entre vosotros. 20 Cuando os reunís, pues, en común, eso ya no es comer la Cena del Señor; 21 porque cada uno come primero su propia cena, y mientras uno pasa hambre, otro se embriaga. 22 ¿No tenéis casas para comer y beber? ¿O es que despreciáis a la Iglesia de Dios y avergonzáis a los que no tienen? ¿Qué voy a deciros? ¿Alabaros? ¡En eso no los alabo!
Como dijimos, el recuerdo de la Última Cena no se hacía en los tiempos primitivos del cristianismo, en los grupos paulinos, como ahora, en una “misa”, una celebración litúrgica expresa, cuyo centro es –según la fe católica- la transustanciación de pan y vino en el cuerpo y sangre de Jesús, sino en una “reunión social”, el domingo por la tarde en medio de una cena festiva, pero “normal y corriente”.
Hay dos manera de entender el desarrollo de esta cena social-litúrgica:
1. Primero se cenaba normalmente, cada uno, o cada familia los suyo, lo que había llevado a la reunión, y luego al final, se recordaba la institución de la eucaristía con la fracción del pan y el reparto de la copa de vino eucarísticos. En este caso, los ricos llegaban primero e ingerían una cena opulenta; luego iban llegando los pobres, que comían alimentos más modestos (tardaban menos) y al final se rememoraba la Cena del Señor.
2. O bien se iniciaba –estando todos juntos, ricos y pobres- la ceremonia eucarística con la fracción del pan. Inmediatamente después se tomaba la cena corriente. Del mismo modo, cada uno ingería sus propios alimentos y los ricos no hacían partícipes, por lo visto, a los pobres de los manjares más exquisitos que aportaban. Los pobres terminaban pronto; los ricos seguían comiendo…, y cuando todos habían concluido su cena, se procedía al reparto de la copa de vino comunitario. El pan del principio y esta copa final eran propiamente la rememoración de la “Cena del Señor”.
Bien sea al modo 1. o al 2., lo cierto es que no había en la cena normal participación verdadera entre ricos y pobres en la comunidad de Corinto: no se ponían platos en común ni todos comían de todo. Naturalmente esto creaba una situación desagradable de insolidaridad, y los pobres quedaban humillados.
Pablo argumenta que esta situación no es tolerable (11, 33-34):
Así pues, hermanos míos, cuando os reunáis para la Cena, esperaos los unos a los otros. 34 Si alguno tiene hambre, que coma en su casa, a fin de que no os reunáis para castigo vuestro.
En una comunidad mesiánica que, en lo que respecta a la filiación divina, a formar parte del Cuerpo de Cristo y a la salvación, son todos sustancialmente iguales, no hay diferencia entre judío ni griego, ni entre varón o mujer, ni entre esclavo o libre (Gál 3,26-28). “Y de ello resultaba que la celebración del banquete mesiánico, lejos de ser el signo efectivo de una nueva humanidad, en la que quedaban eliminadas las divisiones de la humanidad vieja, se convertía en una manifestación sancionadora de las estructura injusta del mundo viejo” (S. Vidal, Pablo. De Tarso a Roma, p. 154).
El argumento en contra de Pablo se concentra en una frase del v. 20: “Eso no es comer la Cena del Señor”. Como veremos en las notas siguientes con mayor detenimiento, la Cena del Señor –según revelación otorgada por Jesús mismo a Pablo- es la prefiguración del banquete mesiánico final, que tendrá lugar cuando vuelva el mesías Jesús y se acabe este mundo perverso. Por el contrario, los corintios, con su comportamiento, se olvidan de esta verdad elemental.
Aquí Pablo recuerda implícitamente lo dicho en el gran fragmento anterior de su Cor A, 10,16-17:
“16 La copa de bendición que bendecimos ¿no es acaso comunión con la sangre de Cristo? Y el pan que partimos ¿no es comunión con el cuerpo de Cristo? 17 Porque aun siendo muchos, un solo pan y un solo cuerpo somos, pues todos participamos de un solo pan”.
Los comentaristas, sobre todo católicos suelen insistir aquí en que la muerte salvadora del mesías funda una nueva alianza, que supone una nueva comunidad mesiánica, lo que a su vez significa que existe una nueva “humanidad mesiánica”. Esto es verdad, pero con la salvedad de que esa nueva humanidad mesiánica es –en la mentalidad de Pablo- un grupito muy pequeño entre los seres humanos del Imperio Romano de entonces y del universo todo, el “nuevo Israel mesiánico”, que en verdad no tendrá efecto ninguno práctico a la hora de cambiar a la humanidad como tal.
¿Por qué? Porque el fin del mundo es inmediato, tendrá lugar en vida de Pablo: recuérdese 1 Tesalonicenses 4, 16-17:
“16 El Señor mismo, a la orden dada por la voz de un arcángel y por la trompeta de Dios, bajará del cielo, y los que murieron en Cristo resucitarán en primer lugar. 17 Después nosotros, los que vivamos, los que quedemos, seremos arrebatados en nubes, junto con ellos, al encuentro del Señor en los aires. Y así estaremos siempre con el Señor”.
Por tanto, la teología de la “nueva humanidad” formada a base del pensamiento paulino es cierta, siempre que se suponga que la venida de Jesús, la parusía, no se cumple según el mismo Pablo, sino que se retrasa indefinidamente. En ese “tiempo de la Iglesia” hay espacio para que ésta sea el fermento de una nueva humanidad.
También es cierto que Pablo pone los fundamentos para el desarrollo de esta teología duradera, una vez que la parusía de Jesús no llega y se asume sin problemas, y se ofrezca como explicación que el retraso de la parusía es una nueva táctica divina para dar tiempo a la conversión. Así en 2 Pedro 3,8-10:
8 Pero no olvidéis, queridos hermanos, que para el Señor un día es como mil años, y mil años como un día. 9 El Señor no tarda en cumplir su promesa, según entienden algunos la tardanza. Más bien, él tiene paciencia con vosotros, porque no quiere que nadie perezca sino que todos se arrepientan. 10 Pero el día del Señor vendrá como un ladrón. En aquel día los cielos desaparecerán con un estruendo espantoso, los elementos serán destruidos por el fuego, y la tierra, con todo lo que hay en ella, será quemada.
Desde este punto de vista se puede aplicar a un futuro amplio lo que Pablo dice en el capítulo siguiente [tercer fragmento de Cor A], en la continuación del pasaje citado arriba (10,16-17): el banquete mesiánico ha quedado desvirtuado (11,20-32, que parafraseo):
“Os reunís” para algo que “no es comer la Cena del Señor” (v. 20), lo cual es un desprecio a la Iglesia de Dios y una humillación vergonzosa para los pobres (v. 23), y en realidad para el mismo Jesús, mesías, cuya muerte sacrificial se recuerda (v. 25). Tened cuidado porque esta cena es un preanuncio del banquete mesiánico cuando venga el Señor (v. 26). El que no celebre dignamente este banquete eucarístico de preanuncio será castigado, incluso físicamente, con alguna enfermedad, porque es reo del cuerpo y sangre del Señor (vv. 27-32) .
Seguiremos en las notas posteriores haciendo un análisis histórico de la versión paulina de la institución de la eucaristía cuya base, en nuestra opinión, no es una tradición comunitaria que él, Pablo, ha aprendido de la comunidad anterior (por ejemplo, de Antioquía), sino una pura revelación personal. Además, opino también que esta revelación paulina que es la base de su comprensión de la eucaristía se extiende por todas las comunidades paulinas y es aceptada por ellas. Por último, los evangelistas sinópticos (Mateo, Marcos y Lucas), en sus narraciones de la “Última Cena” –escritas 20 o 30 años después de Cor A- dependen de la interpretación de Pablo y transmiten sólo una “tradición” que no es primitiva, sino más moderna, formada a partir de la peculiar predicación paulina. Todo esto hay que mostrarlo por medio del análisis del texto paulino y de sus reflejos en los tres primeros evangelios.
Saludos cordiales de Antonio Piñero.
www.antoniopinero.com
…………………
En el otro blog, “El blog de Antonio Piñero”, el tema tratado es:
“Reanudamos el tema de la búsqueda de la "tendencia” o sesgo de los evangelistas"
De nuevo saludos.
Hoy tratamos del último punto antes de abordar el texto capital de cómo entender la institución de la eucaristía según Pablo: el comportamiento que debe corregirse en la cena común que precede o va conjuntamente con la rememoración de la Cena del Señor. Volvemos a transcribir el texto de Cor A, tercer gran fragmento = 1 Cor 11,17-22:
17 Y al dar estas disposiciones, no os alabo, porque vuestras reuniones son más para mal que para bien. 18 Pues, ante todo, oigo que, al reuniros en la asamblea, hay entre vosotros divisiones, y lo creo en parte. 19 Desde luego, tiene que haber entre vosotros también disensiones, para que se ponga de manifiesto quiénes son de probada virtud entre vosotros. 20 Cuando os reunís, pues, en común, eso ya no es comer la Cena del Señor; 21 porque cada uno come primero su propia cena, y mientras uno pasa hambre, otro se embriaga. 22 ¿No tenéis casas para comer y beber? ¿O es que despreciáis a la Iglesia de Dios y avergonzáis a los que no tienen? ¿Qué voy a deciros? ¿Alabaros? ¡En eso no los alabo!
Como dijimos, el recuerdo de la Última Cena no se hacía en los tiempos primitivos del cristianismo, en los grupos paulinos, como ahora, en una “misa”, una celebración litúrgica expresa, cuyo centro es –según la fe católica- la transustanciación de pan y vino en el cuerpo y sangre de Jesús, sino en una “reunión social”, el domingo por la tarde en medio de una cena festiva, pero “normal y corriente”.
Hay dos manera de entender el desarrollo de esta cena social-litúrgica:
1. Primero se cenaba normalmente, cada uno, o cada familia los suyo, lo que había llevado a la reunión, y luego al final, se recordaba la institución de la eucaristía con la fracción del pan y el reparto de la copa de vino eucarísticos. En este caso, los ricos llegaban primero e ingerían una cena opulenta; luego iban llegando los pobres, que comían alimentos más modestos (tardaban menos) y al final se rememoraba la Cena del Señor.
2. O bien se iniciaba –estando todos juntos, ricos y pobres- la ceremonia eucarística con la fracción del pan. Inmediatamente después se tomaba la cena corriente. Del mismo modo, cada uno ingería sus propios alimentos y los ricos no hacían partícipes, por lo visto, a los pobres de los manjares más exquisitos que aportaban. Los pobres terminaban pronto; los ricos seguían comiendo…, y cuando todos habían concluido su cena, se procedía al reparto de la copa de vino comunitario. El pan del principio y esta copa final eran propiamente la rememoración de la “Cena del Señor”.
Bien sea al modo 1. o al 2., lo cierto es que no había en la cena normal participación verdadera entre ricos y pobres en la comunidad de Corinto: no se ponían platos en común ni todos comían de todo. Naturalmente esto creaba una situación desagradable de insolidaridad, y los pobres quedaban humillados.
Pablo argumenta que esta situación no es tolerable (11, 33-34):
Así pues, hermanos míos, cuando os reunáis para la Cena, esperaos los unos a los otros. 34 Si alguno tiene hambre, que coma en su casa, a fin de que no os reunáis para castigo vuestro.
En una comunidad mesiánica que, en lo que respecta a la filiación divina, a formar parte del Cuerpo de Cristo y a la salvación, son todos sustancialmente iguales, no hay diferencia entre judío ni griego, ni entre varón o mujer, ni entre esclavo o libre (Gál 3,26-28). “Y de ello resultaba que la celebración del banquete mesiánico, lejos de ser el signo efectivo de una nueva humanidad, en la que quedaban eliminadas las divisiones de la humanidad vieja, se convertía en una manifestación sancionadora de las estructura injusta del mundo viejo” (S. Vidal, Pablo. De Tarso a Roma, p. 154).
El argumento en contra de Pablo se concentra en una frase del v. 20: “Eso no es comer la Cena del Señor”. Como veremos en las notas siguientes con mayor detenimiento, la Cena del Señor –según revelación otorgada por Jesús mismo a Pablo- es la prefiguración del banquete mesiánico final, que tendrá lugar cuando vuelva el mesías Jesús y se acabe este mundo perverso. Por el contrario, los corintios, con su comportamiento, se olvidan de esta verdad elemental.
Aquí Pablo recuerda implícitamente lo dicho en el gran fragmento anterior de su Cor A, 10,16-17:
“16 La copa de bendición que bendecimos ¿no es acaso comunión con la sangre de Cristo? Y el pan que partimos ¿no es comunión con el cuerpo de Cristo? 17 Porque aun siendo muchos, un solo pan y un solo cuerpo somos, pues todos participamos de un solo pan”.
Los comentaristas, sobre todo católicos suelen insistir aquí en que la muerte salvadora del mesías funda una nueva alianza, que supone una nueva comunidad mesiánica, lo que a su vez significa que existe una nueva “humanidad mesiánica”. Esto es verdad, pero con la salvedad de que esa nueva humanidad mesiánica es –en la mentalidad de Pablo- un grupito muy pequeño entre los seres humanos del Imperio Romano de entonces y del universo todo, el “nuevo Israel mesiánico”, que en verdad no tendrá efecto ninguno práctico a la hora de cambiar a la humanidad como tal.
¿Por qué? Porque el fin del mundo es inmediato, tendrá lugar en vida de Pablo: recuérdese 1 Tesalonicenses 4, 16-17:
“16 El Señor mismo, a la orden dada por la voz de un arcángel y por la trompeta de Dios, bajará del cielo, y los que murieron en Cristo resucitarán en primer lugar. 17 Después nosotros, los que vivamos, los que quedemos, seremos arrebatados en nubes, junto con ellos, al encuentro del Señor en los aires. Y así estaremos siempre con el Señor”.
Por tanto, la teología de la “nueva humanidad” formada a base del pensamiento paulino es cierta, siempre que se suponga que la venida de Jesús, la parusía, no se cumple según el mismo Pablo, sino que se retrasa indefinidamente. En ese “tiempo de la Iglesia” hay espacio para que ésta sea el fermento de una nueva humanidad.
También es cierto que Pablo pone los fundamentos para el desarrollo de esta teología duradera, una vez que la parusía de Jesús no llega y se asume sin problemas, y se ofrezca como explicación que el retraso de la parusía es una nueva táctica divina para dar tiempo a la conversión. Así en 2 Pedro 3,8-10:
8 Pero no olvidéis, queridos hermanos, que para el Señor un día es como mil años, y mil años como un día. 9 El Señor no tarda en cumplir su promesa, según entienden algunos la tardanza. Más bien, él tiene paciencia con vosotros, porque no quiere que nadie perezca sino que todos se arrepientan. 10 Pero el día del Señor vendrá como un ladrón. En aquel día los cielos desaparecerán con un estruendo espantoso, los elementos serán destruidos por el fuego, y la tierra, con todo lo que hay en ella, será quemada.
Desde este punto de vista se puede aplicar a un futuro amplio lo que Pablo dice en el capítulo siguiente [tercer fragmento de Cor A], en la continuación del pasaje citado arriba (10,16-17): el banquete mesiánico ha quedado desvirtuado (11,20-32, que parafraseo):
“Os reunís” para algo que “no es comer la Cena del Señor” (v. 20), lo cual es un desprecio a la Iglesia de Dios y una humillación vergonzosa para los pobres (v. 23), y en realidad para el mismo Jesús, mesías, cuya muerte sacrificial se recuerda (v. 25). Tened cuidado porque esta cena es un preanuncio del banquete mesiánico cuando venga el Señor (v. 26). El que no celebre dignamente este banquete eucarístico de preanuncio será castigado, incluso físicamente, con alguna enfermedad, porque es reo del cuerpo y sangre del Señor (vv. 27-32) .
Seguiremos en las notas posteriores haciendo un análisis histórico de la versión paulina de la institución de la eucaristía cuya base, en nuestra opinión, no es una tradición comunitaria que él, Pablo, ha aprendido de la comunidad anterior (por ejemplo, de Antioquía), sino una pura revelación personal. Además, opino también que esta revelación paulina que es la base de su comprensión de la eucaristía se extiende por todas las comunidades paulinas y es aceptada por ellas. Por último, los evangelistas sinópticos (Mateo, Marcos y Lucas), en sus narraciones de la “Última Cena” –escritas 20 o 30 años después de Cor A- dependen de la interpretación de Pablo y transmiten sólo una “tradición” que no es primitiva, sino más moderna, formada a partir de la peculiar predicación paulina. Todo esto hay que mostrarlo por medio del análisis del texto paulino y de sus reflejos en los tres primeros evangelios.
Saludos cordiales de Antonio Piñero.
www.antoniopinero.com
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En el otro blog, “El blog de Antonio Piñero”, el tema tratado es:
“Reanudamos el tema de la búsqueda de la "tendencia” o sesgo de los evangelistas"
De nuevo saludos.