Hoy escribe Fernando Bermejo
No es uno de los menores hallazgos de la investigación histórica sobre la figura de Jesús el de que una parte considerable de quienes se dedican a y se interesan por ella en realidad parecen estar, en última instancia, interesados en no comprenderla.
Ante la inminente llegada de la así llamada Semana Santa, un período en el que siempre se encuentra a quien desea meditar en la pasión de Jesús, ofrezco a continuación una miniguía con el objeto de que aquellos que no desean entender los sucesos del Gólgota puedan lograr adecuadamente su objetivo. Para ello solo se necesita seguir una serie de pequeños y sencillos pasos:
1) Olvídese de los miles de crucifixiones que los prefectos, procuradores, gobernadores y demás llevaron a cabo en Palestina bajo dominación romana, y concéntrese en lo único que a usted realmente le importa: la crucifixión de Jesús.
2) Borre de su mente la idea de que los evangelios son obras de propaganda, y de que los fallos de la memoria, las necesidades psicológicas y los intereses ideológicos han jugado en su génesis un papel fundamental. Así pues, acepte como histórico, al menos, un ochenta o un noventa por ciento del contenido de los relatos de la pasión.
3) Imite a los propios evangelistas, que para eso vivieron en el s. I: no preste usted apenas atención a los tipos que, a todas luces, fueron crucificados con Jesús. Al fin y al cabo, ellos no tenían nada que ver con él. Centre sus esfuerzos, de nuevo, en Jesús y en su cruz.
4) Descuide los diversos pasajes en los evangelios que se refieren al carácter también tangible, material y concreto de la existencia en el reino de Dios anunciado por Jesús. Dedíquese a reflexionar en la frase del evangelio de Juan: “Mi reino no es de este mundo”.
5) Dado que los evangelistas tampoco lo hacen, no se le ocurra a usted establecer relación alguna entre el titulus crucis “rey de los judíos” y aquellos pasajes –al fin y al cabo, aislados– en los que Jesús y/o los otros personajes suponen su carácter regio. Repítase usted lo que otros muchos, más sabios que usted, han repetido antes: “Cuando en el Evangelio de Juan a Jesús quisieron hacerle rey, él se alejó de la multitud”.
6) No piense en la relación entre el pasaje en que Jesús ordena a sus discípulos comprar espadas y las descripciones evangélicas del uso de una espada en la pasión. Los evangelios no establecen una conexión entre ambos, así que tampoco usted debe hacerlo. No medite en los aspectos extraños de los pasajes en los que se habla de esas armas. Todo lo que necesita saber al respecto lo hallará usted tanto en los autores patrísticos como en numerosísimos estudiosos modernos.
7) Siga pensando que aquello de “dar al césar lo que es del césar y a Dios lo que es de Dios” significa lo que casi todo el mundo dice, y que Jesús fue un revolucionario precursor de la separación de la Iglesia y el Estado, que legitimó el pago del tributo al Imperio Romano.
Creo poder asegurar a aquellos de ustedes que no aspiran a entender los sucesos del Gólgota, que si siguen fielmente estos pasos, lograrán su objetivo con toda seguridad. Al fin y al cabo, nadie puede negar que otros muchos, siguiendo exactamente la misma receta, lo han logrado antes que usted.
Saludos cordiales de Fernando Bermejo
No es uno de los menores hallazgos de la investigación histórica sobre la figura de Jesús el de que una parte considerable de quienes se dedican a y se interesan por ella en realidad parecen estar, en última instancia, interesados en no comprenderla.
Ante la inminente llegada de la así llamada Semana Santa, un período en el que siempre se encuentra a quien desea meditar en la pasión de Jesús, ofrezco a continuación una miniguía con el objeto de que aquellos que no desean entender los sucesos del Gólgota puedan lograr adecuadamente su objetivo. Para ello solo se necesita seguir una serie de pequeños y sencillos pasos:
1) Olvídese de los miles de crucifixiones que los prefectos, procuradores, gobernadores y demás llevaron a cabo en Palestina bajo dominación romana, y concéntrese en lo único que a usted realmente le importa: la crucifixión de Jesús.
2) Borre de su mente la idea de que los evangelios son obras de propaganda, y de que los fallos de la memoria, las necesidades psicológicas y los intereses ideológicos han jugado en su génesis un papel fundamental. Así pues, acepte como histórico, al menos, un ochenta o un noventa por ciento del contenido de los relatos de la pasión.
3) Imite a los propios evangelistas, que para eso vivieron en el s. I: no preste usted apenas atención a los tipos que, a todas luces, fueron crucificados con Jesús. Al fin y al cabo, ellos no tenían nada que ver con él. Centre sus esfuerzos, de nuevo, en Jesús y en su cruz.
4) Descuide los diversos pasajes en los evangelios que se refieren al carácter también tangible, material y concreto de la existencia en el reino de Dios anunciado por Jesús. Dedíquese a reflexionar en la frase del evangelio de Juan: “Mi reino no es de este mundo”.
5) Dado que los evangelistas tampoco lo hacen, no se le ocurra a usted establecer relación alguna entre el titulus crucis “rey de los judíos” y aquellos pasajes –al fin y al cabo, aislados– en los que Jesús y/o los otros personajes suponen su carácter regio. Repítase usted lo que otros muchos, más sabios que usted, han repetido antes: “Cuando en el Evangelio de Juan a Jesús quisieron hacerle rey, él se alejó de la multitud”.
6) No piense en la relación entre el pasaje en que Jesús ordena a sus discípulos comprar espadas y las descripciones evangélicas del uso de una espada en la pasión. Los evangelios no establecen una conexión entre ambos, así que tampoco usted debe hacerlo. No medite en los aspectos extraños de los pasajes en los que se habla de esas armas. Todo lo que necesita saber al respecto lo hallará usted tanto en los autores patrísticos como en numerosísimos estudiosos modernos.
7) Siga pensando que aquello de “dar al césar lo que es del césar y a Dios lo que es de Dios” significa lo que casi todo el mundo dice, y que Jesús fue un revolucionario precursor de la separación de la Iglesia y el Estado, que legitimó el pago del tributo al Imperio Romano.
Creo poder asegurar a aquellos de ustedes que no aspiran a entender los sucesos del Gólgota, que si siguen fielmente estos pasos, lograrán su objetivo con toda seguridad. Al fin y al cabo, nadie puede negar que otros muchos, siguiendo exactamente la misma receta, lo han logrado antes que usted.
Saludos cordiales de Fernando Bermejo