Escribe Antonio Piñero
El patrón de recurrencia “Jesús y la resistencia antirromana” no debe llevar a la investigación a hipótesis extremas para explicarlo. Por una razón: porque tales hipótesis no dan cuenta de la complejidad de la situación de Jesús y de su grupo, que se percibe igualmente a través de los pequeños datos dispersos que ha recogido el patrón. Una de esas hipótesis que –adelanto ya– me parece poco probable históricamente es la de que A) Jesús tenía un ejército en toda regla; y B) Jesús era, al menos, un guerrillero.
En mi opinión desde hace mucho tiempo –y en esto coincide conmigo la tesis de F. Bermejo en el artículo que estamos comentando–, me parece imposible que Jesús tuviera un ejército o que hubiese practicado realmente la guerrilla. Por dos razones. La primera: porque hay testimonios suficientes en los Evangelios de que era un hombre pobre en recursos (ejemplo típico: Mt 8,20: “Este hombre no tiene ni donde reclinar su cabeza…”), y no hay indicios de que mantuviera contactos con gente nacionalista y lo suficientemente adinerada como para que hubiera podido sostener una tropa por pequeña que fuese.
Se ha propuesto que ese presunto mecenas, que podría haber sostenido el presunto ejército jesuánico, podrá haber sido Lázaro, el rico judío de Betania, hermano de María y de Marta del que nos hablan los Evangelios (véase Lc 10,38 y Jn 11,1ss). Probablemente es cierto que Lázaro compartía con Jesús el ideario fuertemente nacionalista del “reino de Dios en la tierra de Israel”. Pero no hay ningún indicio seguro de que fuera tan rico como para sostener un ejército, o un grupo armado de al menos doscientas personas como para mantener en jaque a los romanos a modo de los guerrilleros, ni que hiciera donaciones a Jesús de ese calibre.
El segundo motivo en contra de la hipótesis al menos guerrillera es el tipo de vida de Jesús, itinerante, predicando por pueblos y aldeas. No se le conocen visitas a grandes ciudades, salvo Jerusalén (y de paso Jericó, donde apenas hizo nada: Mc 10,46: “entró y salió de la ciudad”). Ahora bien, los pueblos pequeños del Israel del siglo I no hubieran podido resistir las exacciones económicas que supone mantener una cuadrilla armada por muy pequeña que fuese (como he escrito de unos doscientos hombres).
Para que Herodes Antipas y Pilato consideraran a Jesús políticamente peligroso bastaba con una predicación inflamada en torno al reino de Dios y un pequeño grupo de discípulos que portaran algunas armas, aunque fueran para la autodefensa. Y sobre todo Jesús sería potencialmente muy peligroso por el simple hecho de haberse acercado a las murallas de Jesús acompañado de un grupo de ruidoso galileos y por haberse proclamado directa o indirectamente el mesías de Israel. ¿Era necesario más para ser considerado un sedicioso antirromano?
He hablado de unos doscientos. Pero en realidad, ¿podemos hacernos una idea del número de seguidores íntimos de Jesús, que portaran armas además de los Doce? No. No tenemos datos. Ni siquiera sabemos con seguridad el número de gente que fue a prenderlo al Monte de los Olivos. Probablemente ni tan grande como una cohorte romana (600 hombres teóricamente: Jn 18,3) ni tan pocos como una simple turba armada de palos y unas pocas espadas. Más bien el peligro de Jesús para las autoridades podría ser potencial. Desde luego, Jesús no actuaba solo en Jerusalén. De lo contrario, Caifás no habría tenido miedo a una gran revuelta (Jn 11,48: “Si le dejamos que siga así, todos creerán en él y vendrán los romanos y destruirán nuestro Lugar Santo y nuestra nación”).
Apoyado en el posible dicho de Jesús que recoge Mt 26, 53 (“¿O piensas que no puedo yo rogar a mi Padre, que pondría al punto a mi disposición más de doce legiones de ángeles?”), siempre he pensado que la mentalidad del Nazoreo/Nazareno respecto a la batalla final contra el Mal (la invasión romana en Israel, que intrínsecamente era perversa por apoderarse de bienes ajenos, de Dios concretamente, y porque no permitía el desarrollo de ese reinado divino con un gobierno teocrático y con una “constitución” que fuera la ley de Moisés y no la del estado romano) debía de ser al estilo de Gedeón. Según la historia que Jesús sabía de memoria desde pequeñito, Gedeón con trescientos hombres y la ayuda de Yahvé derrotó a más de treinta mil madianitas (Jueces 7,22-25).
Señala F. Bermejo, comentando una página de Hyam Maccoby (de su libro Revolución en Judea. Jesus and the Jewish Resistance Ocean Books, Londres 1973, en inglés), que “De hecho, la tesis de un Jesús involucrado en algún tipo de resistencia antirromana no implicaba que su objetivo fuera la guerra como tal o que él fuera un hombre especialmente belicoso. Sin lugar a dudas, Jesús probablemente anhelaba que el reino de Dios fuera una situación futura en la que la violencia y los conflictos humanos estarían definitivamente eliminados”.
Seguiremos mañana con ulteriores precisiones a esta imagen de Jesús como nacionalista judío que ponía muy probablemente casi solo en manos de Dios el desenlace final de la batalla contra el Mal. Cuando el autor del Apocalipsis señalaba que la Gran Bestia que se opone al designio de Dios sobre su creación era el Imperio Romano –apoyado por Satanás y otros colaboradores humanos (las gentes que formaban el sacerdocio imperial y que promovían el culto al Emperador… naturalmente contrario al culto al mesías Jesús– tenía en la mente un modelo muy claro: el pensamiento de Jesús, el verdadero Mesías y su oposición fáctica cuando aún estaba en la tierra al Imperio en defensa de la idea del reino de Dios en la tierra de Israel.
Saludos cordiales de Antonio Piñero
Universidad Complutense de Madrid
www.ciudadanojesus.com
El patrón de recurrencia “Jesús y la resistencia antirromana” no debe llevar a la investigación a hipótesis extremas para explicarlo. Por una razón: porque tales hipótesis no dan cuenta de la complejidad de la situación de Jesús y de su grupo, que se percibe igualmente a través de los pequeños datos dispersos que ha recogido el patrón. Una de esas hipótesis que –adelanto ya– me parece poco probable históricamente es la de que A) Jesús tenía un ejército en toda regla; y B) Jesús era, al menos, un guerrillero.
En mi opinión desde hace mucho tiempo –y en esto coincide conmigo la tesis de F. Bermejo en el artículo que estamos comentando–, me parece imposible que Jesús tuviera un ejército o que hubiese practicado realmente la guerrilla. Por dos razones. La primera: porque hay testimonios suficientes en los Evangelios de que era un hombre pobre en recursos (ejemplo típico: Mt 8,20: “Este hombre no tiene ni donde reclinar su cabeza…”), y no hay indicios de que mantuviera contactos con gente nacionalista y lo suficientemente adinerada como para que hubiera podido sostener una tropa por pequeña que fuese.
Se ha propuesto que ese presunto mecenas, que podría haber sostenido el presunto ejército jesuánico, podrá haber sido Lázaro, el rico judío de Betania, hermano de María y de Marta del que nos hablan los Evangelios (véase Lc 10,38 y Jn 11,1ss). Probablemente es cierto que Lázaro compartía con Jesús el ideario fuertemente nacionalista del “reino de Dios en la tierra de Israel”. Pero no hay ningún indicio seguro de que fuera tan rico como para sostener un ejército, o un grupo armado de al menos doscientas personas como para mantener en jaque a los romanos a modo de los guerrilleros, ni que hiciera donaciones a Jesús de ese calibre.
El segundo motivo en contra de la hipótesis al menos guerrillera es el tipo de vida de Jesús, itinerante, predicando por pueblos y aldeas. No se le conocen visitas a grandes ciudades, salvo Jerusalén (y de paso Jericó, donde apenas hizo nada: Mc 10,46: “entró y salió de la ciudad”). Ahora bien, los pueblos pequeños del Israel del siglo I no hubieran podido resistir las exacciones económicas que supone mantener una cuadrilla armada por muy pequeña que fuese (como he escrito de unos doscientos hombres).
Para que Herodes Antipas y Pilato consideraran a Jesús políticamente peligroso bastaba con una predicación inflamada en torno al reino de Dios y un pequeño grupo de discípulos que portaran algunas armas, aunque fueran para la autodefensa. Y sobre todo Jesús sería potencialmente muy peligroso por el simple hecho de haberse acercado a las murallas de Jesús acompañado de un grupo de ruidoso galileos y por haberse proclamado directa o indirectamente el mesías de Israel. ¿Era necesario más para ser considerado un sedicioso antirromano?
He hablado de unos doscientos. Pero en realidad, ¿podemos hacernos una idea del número de seguidores íntimos de Jesús, que portaran armas además de los Doce? No. No tenemos datos. Ni siquiera sabemos con seguridad el número de gente que fue a prenderlo al Monte de los Olivos. Probablemente ni tan grande como una cohorte romana (600 hombres teóricamente: Jn 18,3) ni tan pocos como una simple turba armada de palos y unas pocas espadas. Más bien el peligro de Jesús para las autoridades podría ser potencial. Desde luego, Jesús no actuaba solo en Jerusalén. De lo contrario, Caifás no habría tenido miedo a una gran revuelta (Jn 11,48: “Si le dejamos que siga así, todos creerán en él y vendrán los romanos y destruirán nuestro Lugar Santo y nuestra nación”).
Apoyado en el posible dicho de Jesús que recoge Mt 26, 53 (“¿O piensas que no puedo yo rogar a mi Padre, que pondría al punto a mi disposición más de doce legiones de ángeles?”), siempre he pensado que la mentalidad del Nazoreo/Nazareno respecto a la batalla final contra el Mal (la invasión romana en Israel, que intrínsecamente era perversa por apoderarse de bienes ajenos, de Dios concretamente, y porque no permitía el desarrollo de ese reinado divino con un gobierno teocrático y con una “constitución” que fuera la ley de Moisés y no la del estado romano) debía de ser al estilo de Gedeón. Según la historia que Jesús sabía de memoria desde pequeñito, Gedeón con trescientos hombres y la ayuda de Yahvé derrotó a más de treinta mil madianitas (Jueces 7,22-25).
Señala F. Bermejo, comentando una página de Hyam Maccoby (de su libro Revolución en Judea. Jesus and the Jewish Resistance Ocean Books, Londres 1973, en inglés), que “De hecho, la tesis de un Jesús involucrado en algún tipo de resistencia antirromana no implicaba que su objetivo fuera la guerra como tal o que él fuera un hombre especialmente belicoso. Sin lugar a dudas, Jesús probablemente anhelaba que el reino de Dios fuera una situación futura en la que la violencia y los conflictos humanos estarían definitivamente eliminados”.
Seguiremos mañana con ulteriores precisiones a esta imagen de Jesús como nacionalista judío que ponía muy probablemente casi solo en manos de Dios el desenlace final de la batalla contra el Mal. Cuando el autor del Apocalipsis señalaba que la Gran Bestia que se opone al designio de Dios sobre su creación era el Imperio Romano –apoyado por Satanás y otros colaboradores humanos (las gentes que formaban el sacerdocio imperial y que promovían el culto al Emperador… naturalmente contrario al culto al mesías Jesús– tenía en la mente un modelo muy claro: el pensamiento de Jesús, el verdadero Mesías y su oposición fáctica cuando aún estaba en la tierra al Imperio en defensa de la idea del reino de Dios en la tierra de Israel.
Saludos cordiales de Antonio Piñero
Universidad Complutense de Madrid
www.ciudadanojesus.com