Hoy escribe Fernando Bermejo
La semana pasada señalé que nuestras fuentes permiten establecer algunas diferencias entre Juan el Bautista y Jesús de Nazaret en lo que respecta a su implicación en actividades sediciosas y, por consiguiente, respecto a la evaluación de sus respectivas ejecuciones. Un amable lector comentó entonces que quien esto escribe considera la actividad sediciosa de Jesús “merecedora del crudelísimo castigo de la cruz”. Y, si mi memoria no me falla, algún otro lector (o quizás el mismo, pues la identidad de la mayor parte de quienes comentan está aquí convenientemente anonimizada o seudonimizada) había escrito alguna vez que este blogger adoptaba (sic) “el punto de vista de los cabrones”.
Si no me equivoco, en estos juicios parece tener lugar una penosa confusión entre un análisis histórico y un análisis moral, o, si se prefiere, entre un juicio de hecho y un juicio de valor. No descarto que en esta confusión haya podido ser yo corresponsable, por el hecho de no haber abordado explícitamente la cuestión, al igual que tampoco descarto que esa confusión sea el producto de una interpretación in pessimam partem de mi discurso.
“¿Mereció Jesús de Nazaret ser crucificado?” (“¿Fue la crucifixión de Jesús un acto justo?”) es una frase que puede ser interpretada de varias maneras. Si se interpreta en clave moral, debería ser claro que mi respuesta es negativa. Exactamente igual que lo sería en el caso de la muerte de los co-crucificados con Jesús, o la de los crucificados por Varo, o por Tiberio Julio Alejandro, o por el resto de los ejecutores de la barbarie que en el mundo han sido, son y serán. Por lo demás, la resistencia antirromana era una resistencia contra la ocupación (control) imperial, algo perfectamente legítimo a menos que uno adopte, por supuesto, el punto de vista de la autoridad romana.
Que la sedición era “merecedora del castigo de la cruz” podría ser tan solo un juicio de hecho que significa que la crucifixión era, en el derecho romano, el castigo infligido a determinado tipo de actos considerados crímenes de laesa maiestas según esa misma legislación.
Afirmar que Jesús no fue una víctima inocente no significa, obviamente, justificar moralmente la crucifixión, como tampoco significa legitimar la expansión imperialista de Roma. Lo que sí significa es afirmar que históricamente existe una relación directa e íntima entre lo que Jesús hizo y dijo y la muy concreta forma en que murió. Si Jesús se opuso al pago del tributo, tuvo pretensiones regio-mesiánicas, prometió a sus discípulos que juzgarían (regirían) a un Israel que habría de reconstituirse, no se opuso por principio a la violencia y al menos al final de su vida se rodeó de hombres armados que, como mínimo, estaban dispuestos a tomar las armas contra Roma en el esperado conflicto escatológico (y hay razones poderosas para afirmar que todas estas condiciones se cumplieron), entonces Jesús no fue simplemente una “víctima inocente” de la violencia de las autoridades romanas.
Que Jesús no fue meramente una "víctima inocente" significa esencialmente afirmar que el habitual discurso acerca de que Jesús no estuvo involucrado en la resistencia contra Roma y en que, por tanto, su crucifixión fue el resultado de algún tipo de malentendido (o de un complot victimario) es, con toda probabilidad histórica, falso de principio a fin.
Saludos cordiales de Fernando Bermejo
La semana pasada señalé que nuestras fuentes permiten establecer algunas diferencias entre Juan el Bautista y Jesús de Nazaret en lo que respecta a su implicación en actividades sediciosas y, por consiguiente, respecto a la evaluación de sus respectivas ejecuciones. Un amable lector comentó entonces que quien esto escribe considera la actividad sediciosa de Jesús “merecedora del crudelísimo castigo de la cruz”. Y, si mi memoria no me falla, algún otro lector (o quizás el mismo, pues la identidad de la mayor parte de quienes comentan está aquí convenientemente anonimizada o seudonimizada) había escrito alguna vez que este blogger adoptaba (sic) “el punto de vista de los cabrones”.
Si no me equivoco, en estos juicios parece tener lugar una penosa confusión entre un análisis histórico y un análisis moral, o, si se prefiere, entre un juicio de hecho y un juicio de valor. No descarto que en esta confusión haya podido ser yo corresponsable, por el hecho de no haber abordado explícitamente la cuestión, al igual que tampoco descarto que esa confusión sea el producto de una interpretación in pessimam partem de mi discurso.
“¿Mereció Jesús de Nazaret ser crucificado?” (“¿Fue la crucifixión de Jesús un acto justo?”) es una frase que puede ser interpretada de varias maneras. Si se interpreta en clave moral, debería ser claro que mi respuesta es negativa. Exactamente igual que lo sería en el caso de la muerte de los co-crucificados con Jesús, o la de los crucificados por Varo, o por Tiberio Julio Alejandro, o por el resto de los ejecutores de la barbarie que en el mundo han sido, son y serán. Por lo demás, la resistencia antirromana era una resistencia contra la ocupación (control) imperial, algo perfectamente legítimo a menos que uno adopte, por supuesto, el punto de vista de la autoridad romana.
Que la sedición era “merecedora del castigo de la cruz” podría ser tan solo un juicio de hecho que significa que la crucifixión era, en el derecho romano, el castigo infligido a determinado tipo de actos considerados crímenes de laesa maiestas según esa misma legislación.
Afirmar que Jesús no fue una víctima inocente no significa, obviamente, justificar moralmente la crucifixión, como tampoco significa legitimar la expansión imperialista de Roma. Lo que sí significa es afirmar que históricamente existe una relación directa e íntima entre lo que Jesús hizo y dijo y la muy concreta forma en que murió. Si Jesús se opuso al pago del tributo, tuvo pretensiones regio-mesiánicas, prometió a sus discípulos que juzgarían (regirían) a un Israel que habría de reconstituirse, no se opuso por principio a la violencia y al menos al final de su vida se rodeó de hombres armados que, como mínimo, estaban dispuestos a tomar las armas contra Roma en el esperado conflicto escatológico (y hay razones poderosas para afirmar que todas estas condiciones se cumplieron), entonces Jesús no fue simplemente una “víctima inocente” de la violencia de las autoridades romanas.
Que Jesús no fue meramente una "víctima inocente" significa esencialmente afirmar que el habitual discurso acerca de que Jesús no estuvo involucrado en la resistencia contra Roma y en que, por tanto, su crucifixión fue el resultado de algún tipo de malentendido (o de un complot victimario) es, con toda probabilidad histórica, falso de principio a fin.
Saludos cordiales de Fernando Bermejo