Hoy escribe Antonio Piñero
Seguimos con la primera parte de nuestra presentación de Flavio de Josefo. Ofrecemos ahora la continuación de los datos imprescindibles de la vida del personaje.
En otoño del 66 el gobernador de Siria, Cestio Galo, que había invadido Judea para intentar sofocar las primeras llamas de una rebelión largamente anunciada contra el yugo del Imperio, fue derrotado con gran vergüenza para Roma. El país judío se exaltó ante el primer éxito y ardió en deseos de sacudirse la bota romana de una vez para siempre. La guerra contra el Imperio se había desatado, pero Roma no tardaría en reaccionar y tomar cumplida venganza.
Las autoridades de Jerusalén ordenaron entonces a Josefo trasladarse a Galilea y organizar la defensa ante lo que se preveía un ataque inminente de las legiones. Josefo reunió y armó tropas; las entrenó como pudo, organizó a toda prisa fortificaciones en diversas ciudades… Finalmente cuando los legionarios romanos y sus colaboradores (los “auxilia”) --al mando del general Vespasiano y de su hijo Tito-- avanzaron a sangre y fuego por Galilea desde la norteña Ptolemaida, Josefo se vio cercado en la ciudad de Jotapata.
Resistió el asedio con valor extremo durante cuarenta y siete días, pero tras ellos sucumbió al asalto de un ejército muy superior. Josefo logró refugiarse con cuarenta nobles judíos dentro de una espaciosa cisterna que se comunicaba con una cueva natural, invisible desde el exterior. Fue descubierto, sin embargo, y aunque la mayoría de sus compañeros se suicidó, él se entregó a los romanos.
Vespasiano y Tito se mostraron benévolos con el prisionero y le perdonaron la vida. El general en jefe pensó al punto enviar a Josefo a Roma como regalo para Nerón, pero el judío, al enterarse, se las ingenió para pedir audiencia y anunciar ante los dos estupefactos generales que mejor harían en conservarlo a su lado, pues Dios le había revelado que ambos habrían de ser emperadores.
Ya le creyeran, o les hiciera gracia la profecía, padre e hijo decidieron conservar al prisionero. Quizás intuyeron los beneficios que podían obtener de un personaje ilustre pasado voluntariamente a su poder, ya como intérprete, ya como resorte para impulsar la rendición de otros como él. Así pudo vivir Josefo junto al Estado Mayor romano el resto de la guerra y observar con sus propios ojos muchas de sus peripecias, entre ellas el asalto y destrucción de la capital, Jerusalén, y su famoso Templo. Josefo había captado de inmediato la trascendencia de la guerra, y probablemente ya desde muy pronto se había decidido a escribir su historia, por lo que estaba muy atento y había comenzado a tomar notas.
Para sorpresa de algunos, Vespasiano fue, en efecto, nombrado emperador por las legiones, y Tito continuó al mando de las tropas y protegiendo al prisionero profeta. Terminada la guerra, Josefo se trasladó a Roma con los vencedores y fue manumitido. En condición de liberto y “cliente” de Vespasiano recibió la ciudadanía romana y una pensión anual generosa, lo que le permitió dedicarse a su idea de escribir la historia de la guerra judía –lo que de paso iba a permitir a su espíritu agradecido poner de relieve las virtudes y méritos de sus protectores, del ejército y del sistema romano en general—, más otras obras que se le iban ocurriendo.
Desde el 71 hasta su muerte Josefo vivió en Roma. En la capital del Imperio encarnó dos personalidades distintas, pero consecuentes: ante los judíos que residían en Roma y los que seguían viviendo en el Oriente se hizo propagandista de las ventajas del Imperio (moraleja de su obra La Guerra judía), y ante los romanos se dedicó a exaltar las virtudes de su pueblo y la nobleza de sus leyes y religión (las Antigüedades y el Contra Apión). A la vez, procuró en todo momento justificar la gran decisión de su vida: haber traicionado aparentemente a su pueblo y haberse pasado a los enemigos romanos (justificación de su conducta: la Autobiografía).
En la Urbe Josefo contrae un par de nuevos matrimonios (ya antes había estado casado dos veces: había quedado viudo y se había divorciado de una mujer de Alejandría, dada a él como esposa por Vespasiano); tiene tres hijos, vive el final de Vespasiano (79), el breve reinado de Tito (79-81), y el acceso al trono de Domiciano (81-96). En estos años se dedica intensamente a sus afanes literarios publicando las obras que hemos mencionado.
No sabemos cuándo tuvo lugar la muerte de Josefo, puesto que a partir del año 95 perdemos su pista. El final exacto del historiador judío es para nosotros un misterio, aunque podemos sospechar que sobrevivió al tercero de los emperadores flavios, Domiciano, y que murió en el reinado de Nerva (ya en el siglo II).
Saludos cordiales de Antonio Piñero.
www.antoniopinero.com
En el otro blog, de “Religiondigital”, sigue la serie sobre:
“¿Es tendencioso y sesgado el Evangelio de Marcos?” (VIII).
Saludos de nuevo.