Hoy escribe Antonio Piñero
Cumplo hoy lo prometido ayer, tratar de los artículos sobre el Nuevo Testamento en el volumen V de “Filiación”. Bajo el epígrafe «Orígenes del cristianismo», el volumen ofrece, en primer lugar, un estudio acerca del significado del título «Hijo de Dios» en las epístolas paulinas. A continuación, un trabajo sobre la expresión «en tois tou patros mou» (Lucas 2,49) explica el sentido profundo de las primeras palabras de Jesús en Lucas a la luz del conjunto Lucas-Hechos. En este apartado, el lector encontrará también un estudio acerca de la filiación divina en 1 Juan.
El primero es de Martin Karrer, con el título “Hijo de Dios en las cartas de Pablo”. En él encuentra el lector la mayoría de los temas que podrían ocurrírsele respecto al título del trabajo. Así, en “De Pablo a Jesús”, en donde afirma que el origen de la cristología paulina sobre el Hijo (con mayúscula, para recalcar el origen divino de esta filiación) se halla en el recuerdo del Jesús terreno y de su Pasión por parte de Pablo y la teología primitiva que él representa. De una manera un tanto críptica en el apartado siguiente, “El significado Dios la experiencia de Pascua”, afirma el autor que apenas es posible buscar el origen de la expresión “Hijo de Dios” a partir de la visión de Cristo en Gálatas y de su predicación primitiva. Luego afirma que tampoco podemos fiarnos de los Hechos, 13,33, donde Pablo parece desarrollar su idea del “Hijo de Dios” a partir del Salmo 2,7: “Tú eres mi hijo, hoy te he engendrado”. Deja, pues, aparte el Prof. Karrer esta pregunta y afirma que lo único que puede saberse que “el Hijo, entro todos los hijos de Dios es el único que manifiesta el sí de Dios a los hombres”. Según Karrer, “Hijo de Dios”, al no ser biológico, es en Pablo una “metáfora estricta” (en el fondo una manera de hablar) lo que “dificulta el tránsito inmediato a la alta teología eclesiástica primitiva sobre el Hijo de Dios”. Pero a la vez, se puede precisar (como uno quiera, casi) y permite el diálogo interreligioso. Me quedo bastante a oscuras con estas afirmaciones.
El punto fuerte de la filiación divina se refleja, según Karrer, en la soteriología o doctrina sobre la salvación. El envío del Hijo, según Pablo, corresponde a las promesas hechas por Dios a Israel y a la “proexistencia” (un concepto inventado o puesto en circulación al menos por Schürmann, que significa que “vivió en pro o para los demás”). La actitud salvífica de Dios, la reconciliación, expiación, rescate y conceptos complementarios en la teología de Pablo, siguen vigentes en la teología de hoy. Pablo se interesa por el poder del Hijo afirmando que la potencia salvadora de éste acaba con el pecado y la muerte por medio de la cruz.
Todo ello es bien sabido, pero pienso que nos quedamos sin saber qué opina Karrer de dónde saca Pablo esta filiación y con qué rasgos más concretos, pero sí afirma que como el Apóstol es judío, tal filiación no puede ser biológica. Karrer rechaza también que el concepto de la filiación divina en Pablo pueda explicarse por medio de metáforas sapienciales (por ejemplo, el envío de la Sabiduría divina a la tierra). En honor a la verdad ese artículo me ha sabido a poco, porque se afirma sin más lo que es prácticamente evidente con la lectura de los textos, pero no aborda el problema básico de cómo Pablo entendía la naturaleza del Hijo-Mesías, es decir, cómo puede estar hablando en sus cartas de un Hijo que el lector entiende como “biológico” (sea como se explique), a la vez que se afirma que Pablo habla en pura metáfora que nunca aclara.
El artículo de Andrés García Serrano, “En los asuntos de mi padre (Lc 2,49)”, es interesante por la exhaustividad con la que aborda, al modo filológico tradicional, el análisis de esta frase del Jesús adolescente a la luz de su contexto literario próximo, la perícopa completa de Jesús perdido y hallado en el Templo, y de su contexto literario menos próximo, el “evangelio de la infancia lucano” y finalmente en el contexto lejano, el resto del Evangelio de Lucas completo. Admito que las consecuencias obtenidas de su análisis son convincentes, y amplias, si se admiten dos cosas muy dudosas. La primera la historicidad de los dos capítulos del evangelio de la infancia de Lucas. La segunda, que se superen todas las dudas de que se puede considerar como obra del mismo autor el resto del Evangelio de Lucas, pues tanto estos dos capítulos iniciales en este evangelio, como en el caso de Mateo, dan toda la impresión de haber sido añadidos posteriormente, una vez finalizado el evangelio, por una mano diversa a la del autor. Por tanto, con una teología diversa y en ocasiones en nada armonizable con el cuerpo del Evangelio.
El último artículo que deseo comentar con algo de detenimiento, ya que de momento deseo ceñirme al Nuevo Testamento, es el de Udo Schnelle, “La polémica sobre la filiación divina de Jesucristo en la Primera carta de Juan”. Su autor es importante en la panorámica de la investigación actual porque, entre otros méritos, haescrito una “Introducción al Nuevo Testamento” que va ya por la séptima edición. Estoy de acuerdo con él –y hoy parece ser ya un consenso casi común-- en que es preciso distinguir entre el autor de 1 Jn, el del Evangelio de Juan 1-20 y el redactor final cuya mano se nota sobre todo en el capítulo 21.
También estoy de acuerdo en que el Evangelio de Juan trata de fijar el debate cristológico dentro de la “escuela johánica”, y que corrige expresamente la cristología deficiente, según la misma escuela, de Marcos, Mateo y de Lucas. Creo que es así, y llevo diciéndolo y escribiéndolo unos treinta años. Es probable, con U. Schnelle también, que el orden cronológico de composición sea 2-3 Jn / 1Jn / EvJn 1-20 / redactor final = cap. 21 y retoques en el interior de 1-20, más añadidos de duplicados en los discursos de Jesús. Las repeticiones de ideas en los discursos de Jesús (por ejemplo, partes de 16,4-33 duplican conceptos ya expresados en ese mismo capítulo; 3,31-36 repite lo dicho ya en 3,7.11-13 y 15-18), que cansan al lector, se deben a muy probablemente a que el revisor final encontró entre los papeles del redactor principal otras versiones de esos discursos, y no quiso que se perdieran. Por ello las incorporó en el cuerpo de lo que ya estaba escrito, produciendo repeticiones.
Y finalmente, estoy de acuerdo con Schnelle en que lo que importa al misterioso autor del Evangelio de Juan 1-20 es recalcar la identidad entre el Preexistente / Encarnado / Crucificado / Exaltado, como atestigua la exclamación de Tomás en 20,29: “Señor mío y Dios mío”. Pero el lector se queda bastante a medias cuando Schnelle afirma que el “muerto en la cruz fue elevado por Dios y es Palabra viviente de Dios… la divinidad de Jesús, la humanidad y la pasión en la cruz son vinculadas mutuamente de modo consciente y no son excluyentes entre sí”. En efecto, me imagino que el lector se pregunta si en un libro sobre la “filiación” debe terminarse constatando la divinidad de Jesús sin explicar cómo, dentro de qué marco mental, qué avance sobre Pablo, por ejemplo, hay en esta teología johánica, cómo supuso quizás el comienzo de la ruptura del judeocristianismo con el judaísmo normativo, etc., y no se da sobre ello explicación alguna. Quizás tenemos que esperar hasta Filiación VI para que estas preguntas se respondan propiamente.
El resto del libro es también de altura, pero por ahora me contento con mencionarlo. Los escritos apócrifos están representados en el volumen por varias contribuciones de autores relevantes. La primera está dedicada a la filiación en la Ascensión de Isaías (Enrico Norelli). La segunda se ocupa del Apocalipsis de Pedro (Tobías Nicklas). La tercera se dedica a la cristología en los Hechos de Juan (Jean-Daniel Kaestli). Esta sección se completa con tres estudios sobre textos patrísticos, dedicados al Autólico de Teófilo de Antioquía (Patricio de Navascués), al Sobre la Pascua de Melitón de Sardes y a una obra de temática pascual como es la homilía anónima In sanctum Pascha (los dos de Andrés Sáez Gutiérrez).
A pesar del paso del tiempo, que como una lima difumina la memoria, creo –recordando los otros volúmenes— que este, el V, es el que más me ha gustado de todos. A pesar de las limitaciones, la empresa, el trabajo completo que ha llevado a la edición de todos los volúmenes, merece la pena. Y este más. Y como todavía queda tela por cortar, espero el siguiente.
Saludos cordiales de Antonio Piñero
Universidad Complutense de Madrid
www.antoniopinero.com
Cumplo hoy lo prometido ayer, tratar de los artículos sobre el Nuevo Testamento en el volumen V de “Filiación”. Bajo el epígrafe «Orígenes del cristianismo», el volumen ofrece, en primer lugar, un estudio acerca del significado del título «Hijo de Dios» en las epístolas paulinas. A continuación, un trabajo sobre la expresión «en tois tou patros mou» (Lucas 2,49) explica el sentido profundo de las primeras palabras de Jesús en Lucas a la luz del conjunto Lucas-Hechos. En este apartado, el lector encontrará también un estudio acerca de la filiación divina en 1 Juan.
El primero es de Martin Karrer, con el título “Hijo de Dios en las cartas de Pablo”. En él encuentra el lector la mayoría de los temas que podrían ocurrírsele respecto al título del trabajo. Así, en “De Pablo a Jesús”, en donde afirma que el origen de la cristología paulina sobre el Hijo (con mayúscula, para recalcar el origen divino de esta filiación) se halla en el recuerdo del Jesús terreno y de su Pasión por parte de Pablo y la teología primitiva que él representa. De una manera un tanto críptica en el apartado siguiente, “El significado Dios la experiencia de Pascua”, afirma el autor que apenas es posible buscar el origen de la expresión “Hijo de Dios” a partir de la visión de Cristo en Gálatas y de su predicación primitiva. Luego afirma que tampoco podemos fiarnos de los Hechos, 13,33, donde Pablo parece desarrollar su idea del “Hijo de Dios” a partir del Salmo 2,7: “Tú eres mi hijo, hoy te he engendrado”. Deja, pues, aparte el Prof. Karrer esta pregunta y afirma que lo único que puede saberse que “el Hijo, entro todos los hijos de Dios es el único que manifiesta el sí de Dios a los hombres”. Según Karrer, “Hijo de Dios”, al no ser biológico, es en Pablo una “metáfora estricta” (en el fondo una manera de hablar) lo que “dificulta el tránsito inmediato a la alta teología eclesiástica primitiva sobre el Hijo de Dios”. Pero a la vez, se puede precisar (como uno quiera, casi) y permite el diálogo interreligioso. Me quedo bastante a oscuras con estas afirmaciones.
El punto fuerte de la filiación divina se refleja, según Karrer, en la soteriología o doctrina sobre la salvación. El envío del Hijo, según Pablo, corresponde a las promesas hechas por Dios a Israel y a la “proexistencia” (un concepto inventado o puesto en circulación al menos por Schürmann, que significa que “vivió en pro o para los demás”). La actitud salvífica de Dios, la reconciliación, expiación, rescate y conceptos complementarios en la teología de Pablo, siguen vigentes en la teología de hoy. Pablo se interesa por el poder del Hijo afirmando que la potencia salvadora de éste acaba con el pecado y la muerte por medio de la cruz.
Todo ello es bien sabido, pero pienso que nos quedamos sin saber qué opina Karrer de dónde saca Pablo esta filiación y con qué rasgos más concretos, pero sí afirma que como el Apóstol es judío, tal filiación no puede ser biológica. Karrer rechaza también que el concepto de la filiación divina en Pablo pueda explicarse por medio de metáforas sapienciales (por ejemplo, el envío de la Sabiduría divina a la tierra). En honor a la verdad ese artículo me ha sabido a poco, porque se afirma sin más lo que es prácticamente evidente con la lectura de los textos, pero no aborda el problema básico de cómo Pablo entendía la naturaleza del Hijo-Mesías, es decir, cómo puede estar hablando en sus cartas de un Hijo que el lector entiende como “biológico” (sea como se explique), a la vez que se afirma que Pablo habla en pura metáfora que nunca aclara.
El artículo de Andrés García Serrano, “En los asuntos de mi padre (Lc 2,49)”, es interesante por la exhaustividad con la que aborda, al modo filológico tradicional, el análisis de esta frase del Jesús adolescente a la luz de su contexto literario próximo, la perícopa completa de Jesús perdido y hallado en el Templo, y de su contexto literario menos próximo, el “evangelio de la infancia lucano” y finalmente en el contexto lejano, el resto del Evangelio de Lucas completo. Admito que las consecuencias obtenidas de su análisis son convincentes, y amplias, si se admiten dos cosas muy dudosas. La primera la historicidad de los dos capítulos del evangelio de la infancia de Lucas. La segunda, que se superen todas las dudas de que se puede considerar como obra del mismo autor el resto del Evangelio de Lucas, pues tanto estos dos capítulos iniciales en este evangelio, como en el caso de Mateo, dan toda la impresión de haber sido añadidos posteriormente, una vez finalizado el evangelio, por una mano diversa a la del autor. Por tanto, con una teología diversa y en ocasiones en nada armonizable con el cuerpo del Evangelio.
El último artículo que deseo comentar con algo de detenimiento, ya que de momento deseo ceñirme al Nuevo Testamento, es el de Udo Schnelle, “La polémica sobre la filiación divina de Jesucristo en la Primera carta de Juan”. Su autor es importante en la panorámica de la investigación actual porque, entre otros méritos, haescrito una “Introducción al Nuevo Testamento” que va ya por la séptima edición. Estoy de acuerdo con él –y hoy parece ser ya un consenso casi común-- en que es preciso distinguir entre el autor de 1 Jn, el del Evangelio de Juan 1-20 y el redactor final cuya mano se nota sobre todo en el capítulo 21.
También estoy de acuerdo en que el Evangelio de Juan trata de fijar el debate cristológico dentro de la “escuela johánica”, y que corrige expresamente la cristología deficiente, según la misma escuela, de Marcos, Mateo y de Lucas. Creo que es así, y llevo diciéndolo y escribiéndolo unos treinta años. Es probable, con U. Schnelle también, que el orden cronológico de composición sea 2-3 Jn / 1Jn / EvJn 1-20 / redactor final = cap. 21 y retoques en el interior de 1-20, más añadidos de duplicados en los discursos de Jesús. Las repeticiones de ideas en los discursos de Jesús (por ejemplo, partes de 16,4-33 duplican conceptos ya expresados en ese mismo capítulo; 3,31-36 repite lo dicho ya en 3,7.11-13 y 15-18), que cansan al lector, se deben a muy probablemente a que el revisor final encontró entre los papeles del redactor principal otras versiones de esos discursos, y no quiso que se perdieran. Por ello las incorporó en el cuerpo de lo que ya estaba escrito, produciendo repeticiones.
Y finalmente, estoy de acuerdo con Schnelle en que lo que importa al misterioso autor del Evangelio de Juan 1-20 es recalcar la identidad entre el Preexistente / Encarnado / Crucificado / Exaltado, como atestigua la exclamación de Tomás en 20,29: “Señor mío y Dios mío”. Pero el lector se queda bastante a medias cuando Schnelle afirma que el “muerto en la cruz fue elevado por Dios y es Palabra viviente de Dios… la divinidad de Jesús, la humanidad y la pasión en la cruz son vinculadas mutuamente de modo consciente y no son excluyentes entre sí”. En efecto, me imagino que el lector se pregunta si en un libro sobre la “filiación” debe terminarse constatando la divinidad de Jesús sin explicar cómo, dentro de qué marco mental, qué avance sobre Pablo, por ejemplo, hay en esta teología johánica, cómo supuso quizás el comienzo de la ruptura del judeocristianismo con el judaísmo normativo, etc., y no se da sobre ello explicación alguna. Quizás tenemos que esperar hasta Filiación VI para que estas preguntas se respondan propiamente.
El resto del libro es también de altura, pero por ahora me contento con mencionarlo. Los escritos apócrifos están representados en el volumen por varias contribuciones de autores relevantes. La primera está dedicada a la filiación en la Ascensión de Isaías (Enrico Norelli). La segunda se ocupa del Apocalipsis de Pedro (Tobías Nicklas). La tercera se dedica a la cristología en los Hechos de Juan (Jean-Daniel Kaestli). Esta sección se completa con tres estudios sobre textos patrísticos, dedicados al Autólico de Teófilo de Antioquía (Patricio de Navascués), al Sobre la Pascua de Melitón de Sardes y a una obra de temática pascual como es la homilía anónima In sanctum Pascha (los dos de Andrés Sáez Gutiérrez).
A pesar del paso del tiempo, que como una lima difumina la memoria, creo –recordando los otros volúmenes— que este, el V, es el que más me ha gustado de todos. A pesar de las limitaciones, la empresa, el trabajo completo que ha llevado a la edición de todos los volúmenes, merece la pena. Y este más. Y como todavía queda tela por cortar, espero el siguiente.
Saludos cordiales de Antonio Piñero
Universidad Complutense de Madrid
www.antoniopinero.com