Escribe Antonio Piñero
Pregunta:
¿Por qué el hombre siente necesidad de formular conjeturas esotéricas o paranormales para explicarse fenómenos que no comprende, por ejemplo, las espirales de Nazca? ¿Por qué no espera a que la historia y la ciencia indaguen y averigüen? ¿Por qué no aguarda a que alguien formule una propuesta lógica y sensata?
RESPUESTA:
Las preguntas que Usted formula encajan perfectamente en el ámbito en el que el ser humano se ha cuestionado siempre y lo ha formulado en ciertas preguntas fundamentales acerca de su existencia en la tierra, tan limitada, tan sujeta a constantes peligros, tan inestable, necesitada de ayuda… lo que le lleva a buscar la seguridad en alguna fuerza superior a él que le proporcione cobijo. Esta búsqueda de la seguridad y del cobijo, y en concreto la respuesta al miedo a la muerte y a lo que pueda haber detrás de ella lleva –según opiniones de muchos expertos, como Edward Burnett Tylor, el miedo a la muerte está en el origen de la religión (véase la obra de Gonzalo Puente Ojea, Crítica antropológica de la religión. Las sendas equivocadas del conocimiento humano, editado por Signifer Libros, colección Thema, Mundi/4, Salamanca - Madrid 2013. Segunda edición revisada y ampliada por el autor; 258 pp. ISBN 978-84-941137-6-5).
Y una vez que el hombre religioso acepta –sobre todo por la observación de fenómenos incomprensibles y aterrorizadores de la naturaleza–¬ la existencia de una fuerza superior a él, incluso todopoderosa, está perfectamente equipado mentalmente para formularse estas preguntas que Usted ha recogido. El homo religiosus opina que los fenómenos paranormales exigen respuestas paranormales y no “científicas”.
En ese sentido no tiene por qué esperar a que le respondan a ellas los “científicos” que estén a su lado, entre otras razones porque en el fondo los cree ignorantes de esa o esas fuerzas superiores que tienen las verdaderas respuestas a los interrogantes que le angustian. Opina, por lo general, que el científico solo sabe responder, y poco, de las fuerzas de “acá abajo”, pero nada de lo de “arriba”, de lo sustancial, de lo que verdaderamente preocupa. Esas preguntas deben ser respondidas por los que están en contacto con lo de “arriba”.
De este modo, el sacerdote, el chamán o el gurú religioso, que le ponen en contacto con esas fuerzas superiores, es decir, hacen de intermediario e intercesor ante ellas, le ofrecen la respuesta totalmente a mano sin necesidad de esperar a la lenta observación científica: seres superiores a nosotros son los causantes de lo que veo; “ellos han hecho eso”.
Y su necesidad lógica de formularse preguntas y respuestas ha sido satisfecha con ese proceso. ¿Para qué esperar a los científicos, a veces tan presuntuosos y que tanto se equivocan?
Saludos cordiales de Antonio Piñero
Universidad Complutense de Madrid
www.antoniopinero.com