Hoy escribe Antonio Piñero
Transcribimos y comentamos el final del capítulo sobre los primeros cristianos del libro de J. Mosterín, “Los cristianos”.
“Durante las épocas de Julio César y de Octavio César Augusto, la población judía aumentó no solo por su crecimiento demográfico, sino también como resultado de un activo y exitoso proselitismo entre los gentiles del ancho mundo helenístico.
“En el acercamiento de los gentiles al judaísmo había dos grados. El prosélito (prosélytos) propiamente dicho era un gentil que había abrazado el judaísmo completamente, habiéndose sometido a la circuncisión, y aceptando todas las reglas rituales de la Ley judaica, con lo que pasaba a ser un miembro a parte entera de la sinagoga.
“Muchos gentiles se sentían atraídos por las doctrinas judías del Dios único, y se acercaban a la sinagoga y asistían a sus reuniones, pero no se sometían a la circuncisión ni aceptaban necesariamente las reglas de conducta judías en todos sus detalles (referentes, por ejemplo, a la estricta observancia del shabbat, a la comida o a las purificaciones rituales). Se los llamaba temerosos (de Dios), en griego phoboúmenoi (de phobéō, temer) y en latín metuentes (de metuere, temer). Los temerosos de Dios no eran considerados legalmente como judíos, pero ayudaban a la sinagoga y formaban como un reservorio de potenciales prosélitos.
“En el siglo I surgieron tendencias universalistas en el judaísmo, de las que tanto Filón de Alejandría como Pablo de Tarso son buenos exponentes. La predicación de Pablo se dirigía no a los paganos en general, sino a los temerosos de Dios. Esos temerosos helenísticos acabaron entrando en la secta judeocristiana por la puerta fácil que les abría Pablo, que ya no tenían conexión personal ninguna con Israel y no hablaba hebreo ni arameo, sino griego.
“Para estos ‘temerosos de Dios’, Cristo ya no era el santón galileo milagrero y levantisco del que los jesusitas de Jerusalén aún conservaban el recuerdo, sino una mera lucubración teológica paulina. El combate doctrinal definitivo amagado entre los “helenistas” seguidores de Pablo y los “hebreos” jesusitas de Jerusalén ya no tuvo lugar, pues la rebelión de los celotas en 66-70 y la de Ben Kosibá, o Kojbá, en 132 y la consiguiente y cada vez más implacable represión romana acabó físicamente con los jesusitas, dejando intactos a los otros.
Estos cristianos paulinos helenizados acabaron por romper todas las amarras con el judaísmo y constituyeron una nueva religión, llamada el cristianismo.
Apostilla:
Poco hay que comentar en estos últimos párrafos del capítulo a los “jesusitas de Jerusalén” por Mosterín, pues expone una reconstrucción histórica más o menos aceptada. Quizás sólo precisar la frase “La predicación de Pablo se dirigía no a los paganos en general, sino a los temerosos de Dios”, en el sentido de que parece cierto que Pablo se dirigía primariamente a los temerosos de Dios e incluso a sus connacionales judíos de la Diáspora en general. Quizás no pueda afirmarse que Pablo “no se dirigía a los paganos”, pues contradeciría la amplitud con la que hay que entender sus propias palabras en Gálatas 2,9:
« Y como vieron la gracia que me era dada, Santiago y Cefas y Juan, que parecían ser las columnas, nos dieron la diestra de compañía a mí y a Bernabé, para que nosotros fuésemos a los gentiles, y ellos a la circuncisión. »
El capítulo sobre Pablo, con el que vamos a concluir la visión de Mosterín sobre el primer cristianismo promete ser interesante y origen de cierto debate.
Saludos cordiales de Antonio Piñero.
www.antoniopinero.com