Notas
Escribe Gonzalo Fontana
A la vista de los indicios expuestos, no cabe sino concluir que, bien por información directa, bien a través de Hegesipo, autor del que sólo han sobrevivido los fragmentos conservados en Eusebio de Cesarea, Julio Africano tuvo acceso a una tradición judeo-cristiana que daba cuenta de cómo los “hermanos del Señor”, lejos de ofrecer una imagen abstracta y ahistórica del mesías Jesús, apostaron por presentarlo bajo una óptica indiscutiblemente política. Hasta el punto de hacerlo entrar en colisión directa con la familia de Herodes. En contraste con el Jesús de los textos del canon, mucho menos involucrado en cuestiones políticas locales, el Reino del mesías judeo-cristiano sí era de este mundo. La lectura de los pasajes transcritos revela, sin lugar a dudas, las intenciones teológico-políticas de los hermanos de Jesús —y genéricamente del grupo de sus seguidores— a la hora de difundir esta versión del origen de Herodes. Semejante actividad denigratoria ha de explicarse en el contexto de una campaña de enaltecimiento de su propio mesías, poseedor de mejores credenciales como candidato al trono de Israel. De un lado, denigrar a Herodes y a su familia reforzaba ante amplios sectores del pueblo la figura de Jesús como mesías davídico y, por ende, a ellos mismos como sus sucesores; de otro, la propia teología davídica les confería un prestigio personal adicional no desdeñable en el seno de los primeros grupos cristianos. Por otra parte, es muy posible que la puesta en circulación de relatos de este jaez no estuviera destinada a denigrar la figura de Herodes el Grande, ya una sombra del pasado, sino, más bien, a poner en solfa la legitimidad de sus descendientes, en particular el tetrarca Antipas y su nieto el rey Agripa, hipótesis que concuerda con el área de difusión geográfica de las misiones de estos personajes (Galilea y Judea), lo cual nos ayuda a precisar la cronología en la que desarrollaron su misión (años 30-40), ya que ésta sólo tenía sentido como invectiva contra un herodíada reinante. De hecho, como señala J. Jeremias, estas versiones difamatorias también se hallan en otros contextos cercanos. Así, el Talmud declara a Herodes “esclavo de la familia de los Asmoneos” (Bavli Baba batra 3b). En cualquier caso, e independientemente del origen del relato, lo relevante para nosotros es el hecho de que la familia de Jesús alentó un proyecto mesiánico diferenciado en el seno del primitivo movimiento cristiano, acentuando, sobre todo, el perfil de Jesús como mesías davídico, lo cual, sin duda, los distinguía y los ponía por encima de la autoridad de “los Doce” y, por supuesto, de advenedizos como Pablo, cuyos enfrentamientos con Santiago, el más conocido de los “hermanos del Señor”, son perfectamente conocidos (cf. Gal 2, 11-14). Los relatos transcritos por Eusebio, y procedentes de la obra perdida de Hegesipo, no deja lugar a dudas. A fines del siglo I, los miembros de la familia de Jesús estaban persuadidos de estar a la cabeza de un proyecto mesiánico de sesgo davídico. Hasta el punto de que la tradición judeo-cristiana los hizo comparecer directamente ante Domiciano, tal como relata Eusebio. Desde luego, los permenores del relato no son verosímiles en absoluto, lo cual evidencia lo legendario de las informaciones de Hegesipo. Sobre todo, la idea de que los sobrinos de Jesús hubieran sido llamados a Roma. No eran ciudadanos romanos, y las autoridades locales romanas contaban con suficientes medios indagatorios y coercitivos para hacer frente a cualquier situación que pudiera ser entendida como una eventual amenaza. Así lo hizo Ático, gobernador de Judea a comienzos del siglo II, quien envió a la muerte a Simón, otro de los parientes de Jesús con ínfulas davídicas: “... ‘algunos herejes acusan a Simón, el hijo de Clopás, por ser descendiente de David y cristiano, y así sufre martirio a la edad de ciento veinte años, bajo el emperador Trajano y el gobernador Ático’. El mismo autor [Hegesipo] dice que incluso los mismos verdugos ocurrió que fueron apresados cuando se buscó a los descendientes de la tribu real de los judíos, por serlo ellos también.” (Heges. apud Eus. HE III 32, 3-4) En cualquier caso, y dejando a un lado el indiscutible contenido legendario de estos episodios, existen fundadas razones para pensar que, bajo ellos, late un fondo de verdad histórica: durante largos años, los familiares de Jesús alentaron un proyecto mesiánico nacionalista del que se considerarían legítimos dirigentes. Según se ve, muy pocas son las noticias que se habrían conservado de lo que quizás fuera un movimiento de más alcance del que hoy podemos suponer. Al fin y al cabo, los judeo-cristianos constituyeron la facción derrotada en el intrincado conflicto que mantuvieron los grupos cristianos de los siglos I y II. La facción gentil, triunfadora en el enfrentamiento, ahogó su memoria y de ellos apenas contamos con otros restos que los que la propia facción gentil quiso legarnos. Sin embargo, la revisión de estos escasos restos nos ha permitido reconstruir, no sólo su trayectoria, sino, sobre todo, el conjunto de elementos ideológicos que formularon de cara a legitimar su identidad y su proyecto político: más allá del hecho de que la figura del mesías davídico cumplía los vaticinios de las Escrituras, en este caso lo importante es que los hermanos de Jesús —al menos así lo vieron sus sucesores, los judeo-cristianos— tenían un instrumento para desafiar, en el terreno de las ideas, a los descendientes de Herodes. En este caso, el análisis de un texto de Julio Africano, aparentemente anecdótico e irrelevante, nos ha revelado la existencia de una facción cristiana que, lejos de mantenerse al margen de acción la política, formó parte del efervescente ambiente nacionalista judío de los siglos I y II. Saludos cordiales de Gonzalo Fontana Universidad de Zaragoza
Viernes, 29 de Enero 2016
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Editado por
Antonio Piñero
Licenciado en Filosofía Pura, Filología Clásica y Filología Bíblica Trilingüe, Doctor en Filología Clásica, Catedrático de Filología Griega, especialidad Lengua y Literatura del cristianismo primitivo, Antonio Piñero es asimismo autor de unos veinticinco libros y ensayos, entre ellos: “Orígenes del cristianismo”, “El Nuevo Testamento. Introducción al estudio de los primeros escritos cristianos”, “Biblia y Helenismos”, “Guía para entender el Nuevo Testamento”, “Cristianismos derrotados”, “Jesús y las mujeres”. Es también editor de textos antiguos: Apócrifos del Antiguo Testamento, Biblioteca copto gnóstica de Nag Hammadi y Apócrifos del Nuevo Testamento.
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