Escribe Antonio Piñero
Por estas fechas de Navidad suele oírse, en medios de comunicación que abordan temas religiosos o en revistas de igual talante, hablar a la gente o a los periodistas de los «enigmas de la Navidad» o bien de los «enigmas» de la vida oculta de Jesús. A este respecto, me he preguntado muchas veces el porqué de esta expresión: ¿por qué nos planteamos tantos enigmas y buscamos resolverlos? La respuesta es sencilla, pero no tanto el trasfondo de esa respuesta como veremos enseguida. Y la respuesta es: «Por falta absoluta de información fiable».
Y ¿por qué no tenemos informaciones fiables sobre la vida oculta de Jesús? Ulterior respuesta: Por el carácter del cristianismo más primitivo y sus ideas en torno a la naturaleza del mesías. Me explico: la teología más primitiva del cristianismo naciente tenía tres grandes focos de desarrollo:
A) Jerusalén en donde, según Hechos, se habían reunido los discípulos más allegados de Jesús después de su muerte cuando ya albergaban la creencia firme en su resurrección;
B) Galilea. Aunque no tengamos noticias apenas de este grupo, lo que se habla de Galilea en los relatos de las apariciones en los evangelios canónico y la posible existencia de la «Fuente Q» (en caso de que se acepte su procedencia también más que posible de Galilea) hace verosímil la existencia allí de un grupo cristiano muy primitivo de seguidores de Jesús. Y
C) Antioquía: en donde recaló la mayoría de los expulsados después de la persecución anti judeocristiana narrada en Hch 8, y en donde fue acogido Pablo durante unos catorce años.
Ahora bien, tanto la teología jerusalemita, como la de los antioquenos y la de Pablo defendían que el mesías era un mero hombre, un hombre normal, de nacimiento totalmente normal. Y solo su vida de obediencia absoluta a Dios, su muerte conforme a un designio divino y su exaltación a los cielos junto con su sesión a la derecha del Padre lo convirtieron en una entidad divina, pero cuya naturaleza no quedaba del todo clara. Pero su procedencia meramente humana sí era clarísima.
Para probar que era así basta con reflexionar en la teología subyacente al discurso de Pedro tras Pentecostés, al menos como lo reflejan los Hechos (2,22-24):
«Israelitas, escuchad estas palabras: A Jesús, el Nazoreo, hombre acreditado por Dios entre vosotros con milagros, prodigios y señales que Dios hizo por su medio entre vosotros, como vosotros mismos sabéis, a éste, que fue entregado según el determinado designio y previo conocimiento de Dios, vosotros le matasteis clavándole en la cruz por mano de los impíos; a éste, pues, Dios le resucitó librándole de los dolores del Hades, pues no era posible que quedase bajo su dominio.
Obsérvese la expresión «hombre acreditado» y «Dios lo resucitó» … y que no fue él el que se resucitó a sí mismo. A estas ideas se añade que Esteban en su discurso antes de morir, recogido en el capítulo 7 de Hechos, se denomina a Jesús “profeta igual a Moisés” (Hch 7,37). Y ahora la conclusión: parece claro que si se consideraba a Jesús un mero hombre y un profeta, y que su importancia teológica comenzaba solo después de su resurrección, cuando Dios lo confirmó en sus funciones de «señor y mesías» (Hch 2,36), todo el mundo pensaría sin más que su vida oculta, los primeros treinta años no debió de tener importancia ninguna… al igual que la de otros profetas ¿Quién tenía interés por informarse acerca de «la vida oculta» de Isaías, Jeremías, o Ezequiel? De hecho la primera teología cristiana indicaba que la vida real del mesías Jesús comenzaba inmediatamente después de la recepción del bautismo de Juan Bautista, no antes (era ese el momento en el que la mayoría de cristianos pensaba que Dios lo escogía y le otorgaba su misión
Por ello cuando treinta, cuarenta o cincuenta años se buscara a alguien para preguntarle sobre datos de la niñez de Jesús en Nazaret, es muy difícil que se lo encontraría. Todos probablemente habían muerto. No había gentes a quienes preguntar datos fiables sobre la vida oculta del personaje que ya era vital para los cristianos y del que se deseaba saber todo lo posible.
Continuamos mañana con estas observaciones para llegar a la conclusión de la falta de información fiable, segura, era casi inevitable
Saludos cordiales de Antonio Piñero
Universidad Complutense de Madrid
www.antoniopinero.com