Escribe Antonio Piñero
"Mandó entonces José parar la caballería porque había llegado para María el momento de dar a luz. La doncella, María, dijo:
- Bájame, José, porque el fruto de mis entrañas pugna por venir a la luz.
El anciano le ayudó a apearse de la acémila, mientras pensaba: "¿Dónde podré yo llevarla para resguardar su pudor? Porque estamos en un descampado".
Y dando vueltas por el lugar encontraron una gruta próxima al camino. Acontecía que estaba cerca el sepulcro de Raquel, esposa de Jacob, madre de los patriarcas José y Benjamín, y aquella tierra era santa (Historia de José, el carpintero, 7,2). Tenía la cueva una entrada estrecha, pero se espaciaba luego, aunque en cuesta abajo, de modo que la parte más habitable de la gruta se hallaba bajo tierra. Había, pues, en ella muy poca luz. Mas al momento mismo en el que entró María, el recinto se inundó de resplandores, y quedó todo refulgente, como si el sol estuviera dentro. Aquella luz divina alumbró la cueva como si fuera mediodía (Evang. del Pseudo Mateo, 13,2).
José dejó a María acomodada, junto con Simeón, y salió afuera, hacia la ciudad de Belén en busca de una comadrona. Al principio avanzaba a buen paso, pero de repente sintió que no podía caminar más. Al elevar sus ojos al espacio le pareció ver como si en un momento dado el aire estuviera estremecido de asombro. Volvió la cabeza y miró hacia otro lugar del firmamento, y lo encontró estático, y a los pájaros del cielo inmóviles. José, estupefacto, volvió su mirada a la tierra. Los vientos habían dejado de soplar y las hojas de los árboles no tenían ningún movimiento.
A lo lejos percibió a unos trabajadores del campo en actitud de comer junto a un recipiente, con sus manos cerca de él. Pero los que simulaban masticar en realidad no masticaban; y los que parecían estar en actitud de tomar la comida, tampoco la sacaban del plato. Los que se disponían a introducir sus manjares en la boca no lo hacían: todos mantenían sus rostros mirando hacia arriba, también inmóviles. Había también unas ovejas que iban siendo arreadas por un zagal, pero no daban un paso, sino que se mantenían inmóviles.
El pastor que levantaba su diestra para bastonearlas con el cayado, había quedado con su mano tendida en el aire. Incluso el río había dejado de fluir, y unos cabritillos que mantenían junto a la corriente sus hocicos, no movían sus labios ni bebían. En una palabra: durante unos instantes y sin saber por qué se había interrumpido todo el curso de la naturaleza y el movimiento normal de la vida había quedado interrumpido (Protoevang. de Santiago, 18,2). Esto ocurrió cinco mil quinientos años después de la creación del mundo , el día veinte de mayo (Descenso de Cristo a los infiernos, 3; Vida de Adán y Eva, 42).
Esto es todo lo que hay en nuestros documentos sobre el nacimiento de Jesús. Parece como si a propósito del nacimiento de nuestro personaje se hubiera detenido incluso la pluma de sus autores. Al igual que Homero no se atrevió en ningún momento a describir la belleza maravillosa de Helena por temor a no hacer justicia a su hermosura con meras palabras, ninguno de los autores de los textos pertinentes se atrevió a intentar descripción alguna del nacimiento del héroe de esta historia, sino que veló con el silencio esos momentos trascendentales".
(Tomado de mi libro La vida (oculta) de Jesús a la luz de los evangelios (canónicos) y apócrifos, Los Libros del Olivo, Madrid, 2014, pp. 139-140).
Saludos cordiales de Antonio Piñero
Universidad Complutense de Madrid
www.antoniopinero.com
"Mandó entonces José parar la caballería porque había llegado para María el momento de dar a luz. La doncella, María, dijo:
- Bájame, José, porque el fruto de mis entrañas pugna por venir a la luz.
El anciano le ayudó a apearse de la acémila, mientras pensaba: "¿Dónde podré yo llevarla para resguardar su pudor? Porque estamos en un descampado".
Y dando vueltas por el lugar encontraron una gruta próxima al camino. Acontecía que estaba cerca el sepulcro de Raquel, esposa de Jacob, madre de los patriarcas José y Benjamín, y aquella tierra era santa (Historia de José, el carpintero, 7,2). Tenía la cueva una entrada estrecha, pero se espaciaba luego, aunque en cuesta abajo, de modo que la parte más habitable de la gruta se hallaba bajo tierra. Había, pues, en ella muy poca luz. Mas al momento mismo en el que entró María, el recinto se inundó de resplandores, y quedó todo refulgente, como si el sol estuviera dentro. Aquella luz divina alumbró la cueva como si fuera mediodía (Evang. del Pseudo Mateo, 13,2).
José dejó a María acomodada, junto con Simeón, y salió afuera, hacia la ciudad de Belén en busca de una comadrona. Al principio avanzaba a buen paso, pero de repente sintió que no podía caminar más. Al elevar sus ojos al espacio le pareció ver como si en un momento dado el aire estuviera estremecido de asombro. Volvió la cabeza y miró hacia otro lugar del firmamento, y lo encontró estático, y a los pájaros del cielo inmóviles. José, estupefacto, volvió su mirada a la tierra. Los vientos habían dejado de soplar y las hojas de los árboles no tenían ningún movimiento.
A lo lejos percibió a unos trabajadores del campo en actitud de comer junto a un recipiente, con sus manos cerca de él. Pero los que simulaban masticar en realidad no masticaban; y los que parecían estar en actitud de tomar la comida, tampoco la sacaban del plato. Los que se disponían a introducir sus manjares en la boca no lo hacían: todos mantenían sus rostros mirando hacia arriba, también inmóviles. Había también unas ovejas que iban siendo arreadas por un zagal, pero no daban un paso, sino que se mantenían inmóviles.
El pastor que levantaba su diestra para bastonearlas con el cayado, había quedado con su mano tendida en el aire. Incluso el río había dejado de fluir, y unos cabritillos que mantenían junto a la corriente sus hocicos, no movían sus labios ni bebían. En una palabra: durante unos instantes y sin saber por qué se había interrumpido todo el curso de la naturaleza y el movimiento normal de la vida había quedado interrumpido (Protoevang. de Santiago, 18,2). Esto ocurrió cinco mil quinientos años después de la creación del mundo , el día veinte de mayo (Descenso de Cristo a los infiernos, 3; Vida de Adán y Eva, 42).
Esto es todo lo que hay en nuestros documentos sobre el nacimiento de Jesús. Parece como si a propósito del nacimiento de nuestro personaje se hubiera detenido incluso la pluma de sus autores. Al igual que Homero no se atrevió en ningún momento a describir la belleza maravillosa de Helena por temor a no hacer justicia a su hermosura con meras palabras, ninguno de los autores de los textos pertinentes se atrevió a intentar descripción alguna del nacimiento del héroe de esta historia, sino que veló con el silencio esos momentos trascendentales".
(Tomado de mi libro La vida (oculta) de Jesús a la luz de los evangelios (canónicos) y apócrifos, Los Libros del Olivo, Madrid, 2014, pp. 139-140).
Saludos cordiales de Antonio Piñero
Universidad Complutense de Madrid
www.antoniopinero.com