Notas

El propósito de Pablo y su trágico final, según Mosterín (161-16)

Redactado por Antonio Piñero el Domingo, 5 de Septiembre 2010 a las 01:19



Hoy escribe Antonio Piñero

La descripción por Mosterín de la vida misionera de Pablo sigue más o menos la pauta de los Hechos y la reconstrucción hoy dominante entre los investigadores de las cartas auténticas de Pablo. Por ello admite como auténticas las siguientes:


“Las cartas o epístolas (en griego, epistolaí) de Pablo conservadas y consideradas genuinas son:


• Carta 1 a los Tesalonicenses, escrita en Corinto hacia 50. Es el escrito más antiguo del Nuevo Testamento, y el escrito cristiano más antiguo conservado.
• Carta a los Gálatas, escrita hacia 56.
• Carta 1 a los Corintios, escrita hacia 56.
• Carta a los Romanos, escrita en Corinto hacia 57.
• Carta a los Filipenses, escrita en la cárcel en Éfeso, hacia 54-57.
• Carta a Filemón, escrita entre 54 y 62.
• Carta 2 a los Corintios, mezcla de escritos de varias épocas.

“En conjunto, todas estas cartas auténticas de Pablo, escritas entre 50 y 62, son anteriores a cualquier otro escrito cristiano y, desde luego, anteriores a los Evangelios. Según el acuerdo casi unánime de los expertos, el resto de las cartas que la tradición atribuye a Pablo (como la epístola 2 a los Tesalonicenses o las dos dirigidas a Timoteo) no son suyas y se escribieron bastante más tarde de su muerte.

Apostilla:

Poco que comentar, salvo que la cronología y orden de las cartas auténticas serán muy dudosos para algunos lectores. El final de Pablo fue así:


“Cuando en 58 volvió a Jerusalén a entregar el dinero recaudado en esa colecta, se armó un tumulto contra él en el templo (Hechos 21, 27-33) y quedó detenido. Pasó dos años (58-60) en la cárcel, en Cesarea (Kaisáreia), en parte para su propia protección. No quería que lo entregasen a las autoridades judías, que podían matarlo por hereje. Apeló a su condición de ciudadano romano para ser juzgado en Roma, adonde finalmente fue enviado como prisionero. Después de varias vicisitudes, incluyendo un naufragio en Malta, llegó a Roma hacia el año 60.

“No sabemos cómo acabó su vida. La narración de Hechos, escrita por su amigo Lucas veinticinco o treinta años después de su muerte, es legendaria. En cualquier caso, no menciona para nada el supuesto martirio que Pablo habría sufrido en Roma, según la tradición posterior. La obra Hechos termina con una curiosamente idílica descripción de los dos últimos años de Pablo en Roma:
Cuando entramos en Roma, le permitieron a Pablo tener su propio domicilio con un soldado que lo custodiase. [...] Vivió allí dos años enteros en su casa alquilada, recibiendo a todos los que lo visitaban, predicándoles el reino de Dios y enseñando lo que se refiere al Señor Jesús el Cristo con toda libertad y sin obstáculos (Hch 28,16. 30-31).

“El ansia misionera y proselitista de Pablo lo llevó a eximir a los conversos a la secta judeocristiana del requisito de la circuncisión, esencial en la Ley judaica.


« Mirad lo que os digo yo, Pablo: si os dejáis circuncidar, el Mesías no os servirá ya de nada. Y a todo el que se circuncida le declaro de nuevo que está obligado a observar la Ley entera. Los que buscáis la rehabilitación por la ley habéis roto con el Cristo, habéis caído en desgracia. Por nuestra parte, la anhelada rehabilitación la esperamos de la fe por la acción del Espíritu, pues como cristianos da lo mismo estar circuncidado o no estarlo; lo que vale es una fe que se traduce en caridad (Gál 5, 2-6). »


“Con ello se ganó la oposición no solo de los judíos ortodoxos (saduceos o fariseos), sino incluso de la mayor parte de la comunidad cristiana madre, la de los jesusitas de Palestina y Jerusalén. Por otro lado, la actividad del judío Pablo y su proselitismo tenía lugar bajo el amparo jurídico de la sinagoga, a la que por tanto estaba sometido disciplinalmente.

“Por ello tuvo frecuentes problemas y fue repetidamente expedientado, encarcelado y azotado en diversas sinagogas de las que formó parte. Sus perseguidores no eran los romanos, indiferentes respecto a las polémicas religiosas de sus súbditos, sino las autoridades judías ortodoxas o incluso judeocristianas de tendencia jesusita de las sinagogas de la diáspora.

Seguiremos. Saludos cordiales de Antonio Piñero.
www.antoniopinero.com

Domingo, 5 de Septiembre 2010
| Comentarios