Notas

El nombre de Dios (II). El Yahvé de la Biblia y el dios de Delfos

Redactado por Antonio Piñero el Domingo, 29 de Marzo 2009 a las 08:19




Hoy escribe Gonzalo DEL CERRO

Muchos Padre de la Iglesia y escritores eclesiásticos se esforzaron por demostrar las coincidencias entre la doctrina cristiana y la cultura pagana. Admitido y reconocido el prestigio de la filosofía griega, los autores cristianos quieren conseguir que su filosofía participe con título de propiedad del mismo prestigio. Así se explican obras como la Preparación Evangélica de Eusebio de Cesarea (s. IV). El pensamiento filosófico pagano es considerado como una cierta preparación del cristianismo. En esa obra tan significativa aborda Eusebio la doctrina bíblica sobre la divinidad para contrastarla con la teología de Plutarco de Queronea (46-120).


Trata Eusebio de la divinidad con referencias a determinados textos bíblicos. Menciona concretamente fragmentos de Malaquías (3, 6), del Salterio (Sal 102, 28) y del Éxodo (3, 14). Para Eusebio es evidente que la doctrina de estos textos está reflejada en el pensamiento de Plutarco. Los textos de Malaquías y del Salmo tratan de conceptos un tanto abstractos, como son la eternidad y la unidad de Dios, también considerados por el queronense. El texto del Éxodo es más concreto y puntual en su coincidencia con Plutarco.

Entre la variada temática de su obra, encontramos un grupo designado con el epígrafe de “Diálogos Píticos”. Tanto el marco como el contenido señalan el santuario de Apolo en Delfos, en el que Plutarco desempeñaba funciones sacerdotales. Entre sus inquietudes intelectuales no era la menor su inquietud religiosa. Su reflexión espiritual más profunda y meditada aparece expuesta en su diálogo Sobre la E de Delfos. En esta obra vierte el autor su devoción por el dios del santuario y traza los perfiles, definitivos quizá, de su teología. Como Plutarco escribió este diálogo a la edad de setenta años, no es fácil que su actitud mental evolucionara ya demasiado.

Apolo, el dios filósofo, resuelve problemas y estimula el pensamiento filosófico de sus devotos con enigmas e interrogantes. Uno de ellos, el de la E consagrada. Los actores del diálogo hablan sentados alrededor de su maestro Ammonio. Ante sus ojos tienen ese hieròn théama (visión sagrada), la misteriosa épsilon que aparece ante las columnas del templo en las monedas de Delfos y que va a ser el objeto de la tertulia.

Para Lampras, el primero de los tertulianos, la E alude al número de sabios de Grecia, que son cinco, excluidos los tiranos Cleóbulo de Lindos y Periandro de Corinto. Un segundo interlocutor anónimo opina que la E es la segunda de las vocales, como el sol, símbolo de Apolo, es el segundo de los planetas. El tercero, Nicandro, piensa que la E es la partícula interrogativa empleada en las consultas dirigidas al dios. Teón, el cuarto, la interpreta como la conjunción condicional indispensable en la dialéctica; Apolo era el dios dialektikótatos (el más dialéctico). El ateniense Éustrofo subraya en fin la importancia del número cinco, representado por el valor numérico de la E.

Estas interpretaciones tienen apenas el carácter de anécdotas frente a la intervención estelar de Ammonio, verdadera joya del diálogo. Eusebio recoge en su cita pròs léxin (textualmente), dice, la parte nuclear de la intervención de Ammonio (391 e - 393 b). La E misteriosa no es nada de lo apuntado por sus interlocutores. En su grafía esconde la segunda persona del singular del presente de indicativo del verbo eimí (ser). Y es la respuesta del peregrino al saludo de Apolo materializado por la inscripción principal del santuario: Gnôthi seautón (conócete a ti mismo), una inscripción que Platón interpreta como sucedáneo del acostumbrado khaîre (alégrate), habitual todavía en el griego moderno. El peregrino responde al saludo con un acto de fe en la trascendencia del dios diciendo: E (EÎ: ERES, EXISTES).

Pero Ammonio no se detiene en el simple significado de la E, sino que hace una exégesis de su contenido. Detrás de ese denso monosílabo se esconden tres cualidades de la divinidad: aídion, agéneton, áftharton (392 e: eterno, ingénito, incorruptible). Otros tres epítetos definen el contenido semántico de la eternidad: akíneton, ákhronon, anénkliton (393 a: inmóvil, atemporal, inflexible). Frente a la proclamada existencia de Dios, “verdadera, exacta y exclusiva” (392 a), el ser humano, más que realidad, es pura apariencia (phásma). Uso aquí la mayúscula en Dios porque las apreciaciones de Plutarco trascienden los límites del dios de Delfos.

Podríamos rastrear estos conceptos a lo largo de los textos bíblicos. Pero para nuestra pretensión basta recordar los textos que Eusebio contrapone a las reflexiones de Plutarco. En Malaquías 3, 6 leemos: “Yo soy el Señor vuestro Dios y no he cambiado”. El salmo 102, 28 dice: “Tú eres siempre el mismo y tus años no disminuyen”. El hebreo con su inmediatez condensa todas las partículas privativas que Plutarco emplea para definir la divinidad y explicar su concepto de eternidad.

“SOY el que SOY”, proclama el Dios bíblico. “ERES”, interpela el peregrino al dios délfico. “ES” acaba cristalizado como el nombre de Yahvé. Según Ammonio, la E predica la existencia eterna (dià pantós) de Dios. El hombre “no participa en realidad de la existencia” (392 b). SOY es un nombre eterno, dice el texto del Éxodo (3, 15). Es el presente sin un “antes” ni un “después”, un “ahora” indefectible, expresión plástica de la eternidad del ser que tiene la existencia como cualidad propia y exclusiva (392 a).

En la traducción de M. García Valdés, la interpretación que Ammonio hace de la E es “una perfecta interpelación y saludo al dios, que lleva al que la pronuncia, al mismo tiempo que la dice, al conocimiento de la esencia de dios” (Plutarco. Obras Morales y de Costumbres, Madrid, Akal, 1987, p. 157).

También la exégesis de Filón concluye de este modo: “Dice Dios: Yo soy el que soy, para que aprendan la diferencia entre lo que es y lo que no es. Así sabrán que no se debe usar nombre alguno para mí, a quien es natural en exclusiva el existir”.

No es extraño, pues, que los filósofos y los teólogos escolásticos recurran al pasaje del Éxodo para explicar la naturaleza divina como “ens a se” (“ente [que susbsiste] por sí mismo), aunque este concepto metafísico sea totalmente extraño a la mentalidad hebrea de aquella época.

Saludos de Gonzalo DEL CERRO´

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Hoy en el “Blog de Antonio Piñero” trato del siguiente tema:

“La recreación de los orígenes del cristianismo”Manera de entrar, si a alguien le interesare: pinchar en el enlace que se halla en la página presente, abajo en la derecha.

Saludos de nuevo



Domingo, 29 de Marzo 2009
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