Escribe Antonio Piñero
Foto: Ed Parish Sanders.
Siguiendo la línea de la historia de la investigación planteada por James D. G. Dunn en su “Jesús recordado” (Verbo Divino 2209), hemos llegado a un punto –con G. Vermes y E. P. Sanders– que parece satisfactorio. Los dos autores trataron de situar a Jesús en sus coordinadas históricas por medio de dos anclajes: 1º Atención plena al judaísmo del siglo I, y 2º “Jesús fue un teólogo de la restauración de Israel”
1º. No se entiende a Jesús si no se lo sitúa en el judaísmo del siglo I en Israel. Si se lo saca de ahí, se pierde su contexto histórico y extra-viamos al personaje. Y como todo personaje depende en su concepción mental –quiéralo o no– del entorno social, económico, geográfico, religioso, filosófico, en el que vive, no se entenderá en absoluto al personaje. En absoluto: se distorsionará su figura y se creará un Jesús que no corresponde a su época.
Un ejemplo: por muy geniales que fueran Sócrates y Platón, si se los saca radicalmente del ambiente de la Atenas de finales del siglo V e inicios del IV, y no podrán entenderse bien. Creo que esta idea es admitida por cualquier historiador de la filosofía griega. Sócrates y Platón responden a cuestiones y planteamientos que había planteado la “sociedad”, compleja, de sus gentes y de los filósofos y sofistas, que habían venido de fuera de Atenas y que estaban moldeando la mentalidad de muchos jóvenes influyentes en la política de la ciudad. “Las Leyes”, o “La República” de Platón responden, con un modelo ciertamente ideal/real, pues se basa en las ideas eternas, a cuestiones planteadas por las gentes de su entorno. Sócrates es Sócrates porque se enfrentó al mundo de los sofistas, con su relatividad de los conceptos, con su ley del más fuerte, etc., con su subjetivismo extremo, e intentó dar una respuesta a ellos, y naturalmente también a las cuestiones planteadas por los filósofos griegos anteriores a su tiempo; una respuesta acomodada al modo de entender de sus oyentes y práctica… para tomar decisiones tanto en el campo de conocimiento como de la moral.
Lo mismo pasa con Jesús: si se lo saca del Israel del siglo I, no se entiende en absoluto. Y eso es lo que pasa no solo en ciertos libros sobre Jesús, sino lo que es peor, en sermones y homilías en los que se explican acciones y palabras de Jesús totalmente fuera de su contexto. Los predicadores no se preparan sus sermones, dicen lo primero que les viene a la mente, y enfocan a Jesús con una mirada del siglo XXI…, con lo cual le hacen decir cosas que él jamás pensó.
Con esta premisa, E. P. Sanders partió de dos puntos de vista, que para mí son indiscutidos:
1. Jesús jamás dejó de ser judío; jamás quebró voluntariamente la Ley, a pesar de lo que aparenten decir los Evangelios, jamás intentó crear un culto nuevo. Eso lo constatan Vermes y Sanders analizando las actuaciones y las palabras de Jesús, su religión, su concepto de la divinidad, sus normas morales, etc., su asistencia a las fiestas y la sinagoga, etc. Jesús pudo ser ciertamente radical en muchos aspectos, pero no pasó ninguna raya roja de su judaísmo. Discutió las tradiciones tal como las interpretaban sus colegas fariseos, pero no propuso otra solución que no fuera volver a la ley misma de Moisés, a interpretarla correctamente, en su opinión, y a ofrecer en algunos aspectos una perspectiva radical…, porque se acercaba el momento de la venida del reino de Dios, pero siempre de acuerdo con lo que él creía firmemente el espíritu de la Ley.
Y 2.: Para Sanders, el hecho más indiscutible de todas las acciones de Jesús fue el incidente del Templo (la denominada “purificación” del Templo), que bien analizada arroja inmensa luz sobre lo que fue Jesús. Sanders hace poco hincapié en las palabras del Nazoreo porque –en su opinión– es muy difícil hoy estar seguros de lo que Jesús dijo exactamente porque
a) solo tenemos traducciones al griego; y
b) porque los problemas de la transmisión de la tradición oral son evidentes. La transmisión oral puede hacer cambiar mucho el sentido de una sentencia determinada de Jesús. Por tanto, dice Sanders, vayamos a los hechos seguros.
El segundo punto que recalcó, sobre todo Sanders más que Vermes, fue que a Jesús hay que entenderlo como un “teólogo de la restauración de Israel”. Para mí, y para muchos otros, esta es la parte más importante del libro de Sanders sobre “Jesús y el judaísmo”, traducido por Trotta. Examinando la formación del grupo de discípulos que formó Jesús: doce, de acuerdo con las doce tribus de Israel (de las cuales casi diez se habían perdido, pero Dios haría que se encontraran y volvieran, y el dicho “Os sentaréis –en el reino de Dios venidero– a juzgar a las doce tribus de Israel (Mt 19,28 / Lc 22,30), y su ideario en torno al reino de Dios, se ve bastante claro que ese Reino no vendrá al Israel “normal” sino a uno restaurado en las doce tribus.
La teología de la restauración de Israel supone, pues, que al final de los tiempos Dios congregará en la tierra prometida a todas las tribus israelitas, incluidas las perdidas después de la conquista de Samaria (Reino del norte) por las tropas de Salmanasar en el 721 a.C., y hará que sean felices tras su retorno (Isaías 40,11; Ezequiel 34,10-16; Testamento de Neftalí 8,3; Testamento de Benjamín 10,11; Salmos de Salomón 8,28; 11,2; 2 Baruc 78,7; IV Esdras 12,34 y 13,40-50 = textos todos que pueden consultarse en la serie “Apócrifos del Antiguo Testamento”, de la editorial Cristiandad, Madrid, tomos V y VI).
Isaías, aunque no el único, es el profeta por excelencia de esta teología y en ella incluye el tema de la participación de los gentiles en el Israel escatológico. Dos pasajes importantes: en 52,7-10 nombra expresamente el profeta Isaías la restauración de Israel, y de modo parecido en 62,6-7:
· “Qué hermosos son sobre los montes los pies del mensajero que anuncia la paz […] 9 Yahvé ha consolado a su pueblo, ha rescatado a Jerusalén […] 10 Han visto todos los cabos de la tierra la salvación de nuestro Dios” (52,7-10).
· “Vosotros que invocáis el nombre de Yahvé, ¡no paréis!, 7 ¡no deis tregua a Yahvé hasta que él restaure Jerusalén y difunda su fama por toda la tierra! (62,6-7).
En ese momento del final, Israel reinará sobre todos los pueblos. A los gentiles no les quedará más opción que convertirse a Yahvé o ser aniquilados; en todo caso, podrán mantenerse apartados, a distancia de los elegidos, mostrando hacia Israel deferencia y máximo respeto. Is 52,1-2 lo manifiesta con suficiente claridad: No volverán a entrar en ti incircuncisos ni impuros. 2 Sacúdete el polvo, levántate, cautiva Jerusalén, líbrate de las ligaduras de tu cerviz, cautiva hija de Sión.
Estas dos perspectivas son importantísimas y a ellas dedicaremos nuestra atención en la postal siguiente. Pero ya se ven las intenciones: Jesús es totalmente judío y como judío hay que entenderlo… y un judío que esperaba ansiosamente la venida del Reino.
Saludos cordiales de Antonio Piñero
http://adaliz-ediciones.com/home/36-el-jesus-que-yo-conozco.html
Foto: Ed Parish Sanders.
Siguiendo la línea de la historia de la investigación planteada por James D. G. Dunn en su “Jesús recordado” (Verbo Divino 2209), hemos llegado a un punto –con G. Vermes y E. P. Sanders– que parece satisfactorio. Los dos autores trataron de situar a Jesús en sus coordinadas históricas por medio de dos anclajes: 1º Atención plena al judaísmo del siglo I, y 2º “Jesús fue un teólogo de la restauración de Israel”
1º. No se entiende a Jesús si no se lo sitúa en el judaísmo del siglo I en Israel. Si se lo saca de ahí, se pierde su contexto histórico y extra-viamos al personaje. Y como todo personaje depende en su concepción mental –quiéralo o no– del entorno social, económico, geográfico, religioso, filosófico, en el que vive, no se entenderá en absoluto al personaje. En absoluto: se distorsionará su figura y se creará un Jesús que no corresponde a su época.
Un ejemplo: por muy geniales que fueran Sócrates y Platón, si se los saca radicalmente del ambiente de la Atenas de finales del siglo V e inicios del IV, y no podrán entenderse bien. Creo que esta idea es admitida por cualquier historiador de la filosofía griega. Sócrates y Platón responden a cuestiones y planteamientos que había planteado la “sociedad”, compleja, de sus gentes y de los filósofos y sofistas, que habían venido de fuera de Atenas y que estaban moldeando la mentalidad de muchos jóvenes influyentes en la política de la ciudad. “Las Leyes”, o “La República” de Platón responden, con un modelo ciertamente ideal/real, pues se basa en las ideas eternas, a cuestiones planteadas por las gentes de su entorno. Sócrates es Sócrates porque se enfrentó al mundo de los sofistas, con su relatividad de los conceptos, con su ley del más fuerte, etc., con su subjetivismo extremo, e intentó dar una respuesta a ellos, y naturalmente también a las cuestiones planteadas por los filósofos griegos anteriores a su tiempo; una respuesta acomodada al modo de entender de sus oyentes y práctica… para tomar decisiones tanto en el campo de conocimiento como de la moral.
Lo mismo pasa con Jesús: si se lo saca del Israel del siglo I, no se entiende en absoluto. Y eso es lo que pasa no solo en ciertos libros sobre Jesús, sino lo que es peor, en sermones y homilías en los que se explican acciones y palabras de Jesús totalmente fuera de su contexto. Los predicadores no se preparan sus sermones, dicen lo primero que les viene a la mente, y enfocan a Jesús con una mirada del siglo XXI…, con lo cual le hacen decir cosas que él jamás pensó.
Con esta premisa, E. P. Sanders partió de dos puntos de vista, que para mí son indiscutidos:
1. Jesús jamás dejó de ser judío; jamás quebró voluntariamente la Ley, a pesar de lo que aparenten decir los Evangelios, jamás intentó crear un culto nuevo. Eso lo constatan Vermes y Sanders analizando las actuaciones y las palabras de Jesús, su religión, su concepto de la divinidad, sus normas morales, etc., su asistencia a las fiestas y la sinagoga, etc. Jesús pudo ser ciertamente radical en muchos aspectos, pero no pasó ninguna raya roja de su judaísmo. Discutió las tradiciones tal como las interpretaban sus colegas fariseos, pero no propuso otra solución que no fuera volver a la ley misma de Moisés, a interpretarla correctamente, en su opinión, y a ofrecer en algunos aspectos una perspectiva radical…, porque se acercaba el momento de la venida del reino de Dios, pero siempre de acuerdo con lo que él creía firmemente el espíritu de la Ley.
Y 2.: Para Sanders, el hecho más indiscutible de todas las acciones de Jesús fue el incidente del Templo (la denominada “purificación” del Templo), que bien analizada arroja inmensa luz sobre lo que fue Jesús. Sanders hace poco hincapié en las palabras del Nazoreo porque –en su opinión– es muy difícil hoy estar seguros de lo que Jesús dijo exactamente porque
a) solo tenemos traducciones al griego; y
b) porque los problemas de la transmisión de la tradición oral son evidentes. La transmisión oral puede hacer cambiar mucho el sentido de una sentencia determinada de Jesús. Por tanto, dice Sanders, vayamos a los hechos seguros.
El segundo punto que recalcó, sobre todo Sanders más que Vermes, fue que a Jesús hay que entenderlo como un “teólogo de la restauración de Israel”. Para mí, y para muchos otros, esta es la parte más importante del libro de Sanders sobre “Jesús y el judaísmo”, traducido por Trotta. Examinando la formación del grupo de discípulos que formó Jesús: doce, de acuerdo con las doce tribus de Israel (de las cuales casi diez se habían perdido, pero Dios haría que se encontraran y volvieran, y el dicho “Os sentaréis –en el reino de Dios venidero– a juzgar a las doce tribus de Israel (Mt 19,28 / Lc 22,30), y su ideario en torno al reino de Dios, se ve bastante claro que ese Reino no vendrá al Israel “normal” sino a uno restaurado en las doce tribus.
La teología de la restauración de Israel supone, pues, que al final de los tiempos Dios congregará en la tierra prometida a todas las tribus israelitas, incluidas las perdidas después de la conquista de Samaria (Reino del norte) por las tropas de Salmanasar en el 721 a.C., y hará que sean felices tras su retorno (Isaías 40,11; Ezequiel 34,10-16; Testamento de Neftalí 8,3; Testamento de Benjamín 10,11; Salmos de Salomón 8,28; 11,2; 2 Baruc 78,7; IV Esdras 12,34 y 13,40-50 = textos todos que pueden consultarse en la serie “Apócrifos del Antiguo Testamento”, de la editorial Cristiandad, Madrid, tomos V y VI).
Isaías, aunque no el único, es el profeta por excelencia de esta teología y en ella incluye el tema de la participación de los gentiles en el Israel escatológico. Dos pasajes importantes: en 52,7-10 nombra expresamente el profeta Isaías la restauración de Israel, y de modo parecido en 62,6-7:
· “Qué hermosos son sobre los montes los pies del mensajero que anuncia la paz […] 9 Yahvé ha consolado a su pueblo, ha rescatado a Jerusalén […] 10 Han visto todos los cabos de la tierra la salvación de nuestro Dios” (52,7-10).
· “Vosotros que invocáis el nombre de Yahvé, ¡no paréis!, 7 ¡no deis tregua a Yahvé hasta que él restaure Jerusalén y difunda su fama por toda la tierra! (62,6-7).
En ese momento del final, Israel reinará sobre todos los pueblos. A los gentiles no les quedará más opción que convertirse a Yahvé o ser aniquilados; en todo caso, podrán mantenerse apartados, a distancia de los elegidos, mostrando hacia Israel deferencia y máximo respeto. Is 52,1-2 lo manifiesta con suficiente claridad: No volverán a entrar en ti incircuncisos ni impuros. 2 Sacúdete el polvo, levántate, cautiva Jerusalén, líbrate de las ligaduras de tu cerviz, cautiva hija de Sión.
Estas dos perspectivas son importantísimas y a ellas dedicaremos nuestra atención en la postal siguiente. Pero ya se ven las intenciones: Jesús es totalmente judío y como judío hay que entenderlo… y un judío que esperaba ansiosamente la venida del Reino.
Saludos cordiales de Antonio Piñero
http://adaliz-ediciones.com/home/36-el-jesus-que-yo-conozco.html