Hoy escribe Antonio Piñero
La postura de Monclús en su análisis de la posible, naturalmente indirecta, postura de Jesús de Nazaret ante la eutanasia, parte de los presupuestos que la crítica histórica y literaria considera hoy suficientemente fundados en un notable consenso entre los estudiosos en cuanto al método científico de abordar el estudio de los Evangelios y de obtener de ese estudio los rasgos generales atribuibles al Jesús histórico, tanto en sus hechos como en sus dichos.
Monclús considera que la ciencia filológico-histórica sobre Jesús sigue en ebullición y que, por tanto,
“Acercarse a las palabras auténticas del Nazareno no deja de ser un tanto pretencioso” (p. 58).
Acepta que tal acercamiento debe hacerse a través del estudio crítico de los Evangelios canónicos y no de los apócrifos, porque los primero están mucho más cercanos a la figura del personaje y a priori pueden ser más fidedignos. Y admite igualmente que “la figura de Jesús de los evangelios ha sido transmitida adornada, matizada e incluso en ocasiones radicalmente tergiversada” (p. 61) hasta dar la figura no de Jesús sino del Cristo de la fe.
Para Monclús, con Jürgen Roloff (“Jesús”; Madrid, Acento, 2003) y muchos otros, incluido yo mismo,
“Jesús de Nazaret fue un judío… profundamente enraizado en su religión y en las concepciones teológicas del judaísmo de su época” (p. 62).
Aunque Jesús no vino a negar al Dios judío oponiéndole un presunto Dios cristiano, sí insiste no tanto en el Dios del Temor de las Escrituras, sino en la imagen –de esas mismas Escrituras- de un Dios “bueno, porque eterno es su amor” (Sal 118).
Una cosa que no me queda del todo clara en este apartado es cómo Monclús atribuye –aparentemente- al Jesús de la historia frases y hechos que sólo encontramos en el Evangelio de Juan, del que por otra parte, él mismo, Monclús, sabe que es una reinterpretación teológica del Nazareno y no una consignación histórica de las palabras del Nazareno.
En mi opinión, por tanto, Monclús debería haber sido más cuidadoso en esta sección de su libro, y en vez de escribir “Jesús dice” para luego citar el Cuarto Evangelio, mejor sería haber escrito, “el Jesús johánico dice… o hace…”, etc. y luego deducir las consecuencias d lo que se cita, como opinión no del Jesús de la historia, sino de uno de sus primeros intérpretes. Al fin y al cabo lo que se manifiesta es la posición de un grupo muy temprano de cristianos que “leen” a Jesús y que creen que lo hacen con inspiración del Espíritu. Esto vale perfectamente para el argumento del libro de Monclús.
Ahora bien, una vez aclarado este extremo, hay suficientes argumentos en el resto de las palabras y hechos auténticos de Jesús (obtenidas preferentemente de los Sinópticos; por ejemplo, de la Bienaventuranzas) para argumentar que el núcleo del mensaje de Jesús es un mensaje del amor. Aunque la predicación del Nazareno no esté exenta de los aspectos de condenación para quienes se muestren totalmente hostiles a este mensaje (y lo hemos dicho muchas veces en este blog), parece cierto que Jesús insiste más en el amor y en el perdón divinos que en otros aspectos vindicativos de la divinidad. De este mensaje nuclear del amor hay que obtenr las consecuencias para la doctrina sobre la eutanasia.
Y en cuanto al Jesús johánico, debo insistir en que bastaría, para el argumento de Monclús en su libro, afirmar que ciertos cristianos muy primitivos, de una “iglesia” muy temprana, el grupo johánico, vieron que el mensaje de Jesús podía resumirse preferentemente en el amor: “Uno que me ama hará caso de mi mensaje; mi Padre lo amará… Uno que no me ama no hace caso de mis palabras…” (Jn 14,24). Y por eso se puede introducir también en la discusión del tema propuesto por Monclús la imagen de Jesús que se deduce de los episodios de Nicodemo (jn 3), de la samaritana (Jn 4), del fragmento de la mujer adúltera (Jn 8, pero en otros manuscritos en el Evangelio de Lucas)
Por eso el mensaje del Nazareno -aunque ciertamente su núcleo sería la proclamación de la inmediata venida del reino de Dios- puede caracterizarse también como “la primacía del amor”. Para Monclús, la relación amorosa de Jesús con Dios se deduce del uso de la expresión “Abba”, “Padre”, que es el símbolo de ese contacto – de Jesús y de sus seguidores- muy especial, cercano y muy familiar con Dios Padre.
Monclús afirma que este mensaje jesuánico del amor tiene tres planos:
a) el amor a Dios;
b) el amor al prójimo; y
c) el amor a uno mismo.
No conviene olvidar este último punto. El amor a uno mismo tiene sus pautas, por ejemplo en las Bienaventuranzas (Mt 5 y par.). Estos “macarismos” (de “makarios” = “feliz” en griego) no tienen como mensaje que el sufrimiento es bienaventurado, sino lo contrario: la liberación del sufrimiento.
Monclús, influido sin duda por el hincapié de la teología de la liberación, insiste en que la salvación que Jesús trae es también liberación… ¡y sobre todo comenzando por el reino de Dios en esta tierra! (pp. 80-87) Y cita a Leonardo Boff:
“La fe cristiana pretende directamente la liberación definitiva y la libertad de los hijos de Dios en el Reino, pero incluye también las liberaciones históricas como un modo de anticipar y concretar la liberación última cuando la historia llegue a su término” (Iglesia, carisma y poder, p. 24).
De estos argumentos, así como de los obtenidos de otros pasajes evangélicos (pp. 88-110) -que abordan los temas de resaltar el valor de lo humano frente a la dureza del poder que lo tritura; la vida como plenitud, en la que prima el gozo sobre el sufrimiento, etc.-, Monclús concluye (pp. 111-115) que debe surgir espontáneamente la pregunta sobre la eutanasia. ¿Qué desearía, qué opinión tendría el Jesús de la historia a este respecto? Desearía el sufrimiento? ¿Buscaría el dolor hasta la tortura? ¿Se adentraría Jesús en un proceso vital que aterroriza muchas veces sin límite al propio sentir de la persona que es ante todo amor y gozo?
Y responde:
Ni la iglesia (actual) y los intérpretes eclesiásticos, ni los poderes públicos tienen la prerrogativa de saber ellos solos proclamar al voz de Dios. La lectura del Evangelio conduce a afirmar –según Monclús- que Jesús dejaría a cada persona hallar la decisión sobre la conducta que uno mismo debe seguir cuando se encuentra en una situación de una violencia insostenible, por ejemplo por una enfermedad invencible:
“Enfocado desde el prisma del amor, que es Dios, trataría de encontrar una solución a partir de una actitud radicalmente honesta y desde la sinceridad más íntima” (p. 115)…, ciertamente en la permisión de la eutanasia en esas condiciones límite.
Este conjunto de argumentos se especifica y refuerza aún más en los capítulos 4,5 y 6 de la obra que redondea los siguientes conceptos base: se puede afirmar que el mensaje de Jesús, ya se exprese explícita o implícitamente, es de liberación del dolor y del sufrimiento. Aceptar el sufrimiento inútil no es la mayor prueba del amor hacia Dios; Jesús está con los espíritus libres de la humanidad. Él vino para insuflar espíritu a la norma, a la letra pura, para transformarla, cambiarla y para que en el fondo deje de ser una mera norma fría. Lo que importa es la actitud y ésta no es, en ocasiones, mensurable con normas aparentemente asépticas.
Un análisis de la vida de Jesús –concluye Monclús este apartado de su libro como creyente esencial en Jesús- nos lleva a pensar que:
“La fe para él (el Nazareno) era algo muy rico y trascendente. La fe auténtica no convierte una vida falsa (por ejemplo, la aquejada por un dolor y sufrimientos imposibles) en muerte, sino que convierte la vida en vida verdadera tanto que desaparece la muerte. Hay una prolongación de la vida de aquí en la vida del más allá, utilizando esos adverbios de lugar, pues la vida se coloca fura del esquema del lugar espacial, al igual que se sitúa al margen del tiempo terrenal” (p. 230)
Creo que la argumentación de Monclús es muy digna de ser tenida en cuenta por un creyente.
Saludos cordiales de Antonio Piñero.
Universidad Complutense de Madrid
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