Hoy escribe Antonio Piñero
Un apartado muy importante del libro de A. Monclús, “La eutanasia, una opción cristiana”, es el dedicado al tema cómo el pensamiento genuino de Jesús es luego transformado radicalmente por sus seguidores.
Según Monclús, en el campo de la consideración de la eutanasia, hay desviaciones notables respecto al ideario posible del Nazareno en pensadores cristianos que han influido notablemente en la doctrina posterior de la Iglesia sobre la eutanasia. Los principales son Pablo de Tarso, Tertuliano, Orígenes y de un modo especial en lo que se refiere al tema “eutanasia”, Agustín de Hipona. Lo veremos en varias entregas,
A. Pablo de Tarso
En líneas generales, y como base a su tratamiento concreto de la eutanasia, recuerda Monclús que -ya desde el nacimiento mismo del cristianismo- la figura judía de Jesús recibe una profunda reinterpretación. Esta comienza con Pablo, quien hace del Nazareno, un mesías judío, un salvador universal; Pablo, además, pone las bases para reinterpretar la muerte de Jesús desde una perspectiva sacrificial, vicaria y expiatoria, que era ajena a la mente del Jesús judío. Ya este cambio perceptible pone en guardia a Monclús, quien sostiene que es “urgente distinguir la figura y mensaje de Jesús de las adherencias posteriores” (p. 123).
Monclús cita a J. J. Tamayo y afirma:
“Un ejemplo emblemático de la violencia de lo sagrado llevada al extremo es la interpretación sacrificial que algunos textos de la Biblia (el inicio de estas ideas es Pablo de Tarso) y la teología cristianas ofrecen de la muerte de Jesús de Nazaret. La formulación más extrema y desgarrada de esta interpretación es obra del teólogo medieval Anselmo (de Canterbury). Según ella, Jesús, víctima inocente, se somete a la muerte por decisión de Dios, su Padre, para reparar la ofensa cometida por la humanidad contra Él. Como la ofensa es infinita, debe ser reparada por una persona que sea al mismo tiempo humana y divina. Esta persona es Cristo. Y la forma de esta reparación es la muerte. Pero no una muerte cualquiera, sino la más dolorosa que mente humana pueda imaginar: la crucifixión.
“Cristo habría cargado gustoso con la cruz camino del Gólgota y habría aceptado la muerte sin rechistar en cumplimiento de la voluntad de Dios. En él se habría realizado literalmente la descripción que hace el profeta Isaías de la figura simbólica del Siervo de Yahvé…”
(J. J. Tamayo: “Cristianismo: diálogo interreligioso y trabajo por la paz, en A. Monclús [ed.], El diálogo de las culturas mediterráneas judía, cristiana e islámica en el marco de la Alianza de las civilizaciones. La línea, Universidad Internacional Menéndez Pelayo, 2009, p. 101).
Anselmo de Canterbury no hace otra cosa que explicitar o concretar el pensamiento de Pablo. Fue éste quien hizo la mutación de la autoconciencia de Jesús –al menos al final de su vida- como un mesías judío a ser un “cordero de Dios” (expresión de la escuela johánica y del autor del Apocalipsis).
Obsérvese que esta interpretación sacrificial de la muerte de Jesús hace de éste un modelo a imitar, que afecta a la ideología que sustenta la oposición a la eutanasia. Si Cristo sufrió sin rechistar el mayor de los dolores, porque así lo quería su Padre, el cristiano debe hacer lo mismo: sufrir con absoluta paciencia los dolores imposibles (por ejemplo, de su enfermedad terminal) hasta que Dios quiera mandarle la muerte.
La imagen de trasfondo del Dios que ordena este sacrificio es descrita así por Tamayo/Monclús:
Un Dios violento, vengativo, sin entrañas de misericordia, más sanguinario que Moloc, que exigía el sacrificio de niños para aplacar su ira y conseguir sus favores. Un Dios no sólo impasible e insensible a los sufrimientos humanos, sino causante Dios ellos: un Dios que necesita el derramamiento de la sangre de su Hijo para sentirse rehabilitado en su honor herido y en su dignidad maltrecha (Tamayo, cap. citado, p. 102)
Ahora bien, argumenta Monclús con Tamayo, éste no es el pensamiento del Jesús histórico, porque
“Jesús no fue sacerdote, ni perteneció a ninguna familia sacerdotal, ni tuvo mentalidad clerical. Vivió y se comportó como un laico crítico con la institución sacerdotal… A Jesús lo mataron, no porque Dios así lo quisiera…”
“Jesús vive su muerte no de manera impasible, con como un héroe en loor de multitudes, sino como un fracasado… Jesús no fue condenado por blasfemo, sino por incitar a la nación a la rebelión, por prohibir el pago del tributo al César y por pretender ser el rey de Israel… La vida y praxis de Jesús constituyen un claro mentís a la interpretación sacrificial de su muerte y una inapelable negación de la violencia inscrita en lo sagrado…” (Tamayo, p. 104= Monclús pp. 125-126).
En síntesis: no hay ningún fundamento en la vida del Jesús histórico para sustentar uno de los argumentos contra la eutanasia: hay seguir el ejemplo de Jesús que soportó con rostro alegre unos dolores y una muerte crueles porque Dios Padre así lo quiso.
Una apostilla desde el punto de vista de un filólogo escéptico y racionalista: este argumento intracristiano me parece sólido partiendo de un análisis de todos los textos del Nuevo Testamento y de una crítica razonable de los Evangelios. Pero, esta interpretación sacrificial es el núcleo de la teología paulina, de los Sinópticos, del Evangelio de Juan, de la Epístola a los Hebreos…, del Apocalipsis… en suma del Nuevo Testamento entero… Pero, ¿cómo se puede ser cristiano partiendo de estas premisas de negación absoluta de los fundamentos teológicos, expresados en el Nuevo Testamento mismo y que derivan en último término de la revelación "sobre el Hijo" que tuvo Pablo como manifiesta en la Epístola a los Gálatas?
Supongo que se me responderá: ciertamente, no se puede ser cristiano oficial, pero sí “jesuánico”. A quien sigue “un cristiano así” es al Jesús de la historia…, no al Cristo de la fe de la centenaria tradición cristiana.
Pero esta afirmación también tiene sus dificultades…
Aquí lo dejo hoy. Saludos cordiales de Antonio Piñero.
Universidad Complutense de Madrid
www.antoniopinero.com