Notas

El judaísmo. Pasado, presente y futuro. Sobre un libro de Hans Küng (I) (115-01)

Redactado por Antonio Piñero el Martes, 3 de Noviembre 2009 a las 07:28


Hoy escribe Antonio Piñero


Normalmente, aunque no siempre, el comentario de libros de este blog suele ser de volúmenes “recientes”, ya sea así en su versión original española, o porque –aunque el libro sea ya “añejo”- ha aparecido recientemente su versión castellana.

En el caso presente deseo comentar uno de los volúmenes de la gran trilogía de Hans Küng (Judaísmo – Cristianismo - Islam), por “necesidades del guión” especialmente, ya que algunos de los amables comentaristas de este blog –a los que sinceramente agradezco sus aportaciones, pues me hacen caer en la cuenta de lo a veces deficiente de mi argumentación, o de la falta de nitidez necesaria- me incitan, con sus apostillas y comentarios, a que lea y aprenda de este autor suizo.

He aquí su ficha:


Hans Küng, El judaísmo. Pasado, presente, futuro. Editorial Trotta, Madrid, sexta edición 2007 (original de 1993), Trad. de Víctor A. Martínez de la Pera y Gilberto Canal Marcos, ISBN: 978-84-8164-883-6.


A decir verdad ya había leído la serie, y sé bastante bien lo que dice (algunos de los lectores recordarán quizá que uno de los primeros comentarios de libros fue mi reseña al volumen sobre “El Islam” de Küng, hace ya tiempo y que fue publicado en "Religiondigital", "El blog de Antonio Piñero").

Los libros de Küng de esta trilogía son muy ricos en comentarios históricos, pero se interesan sobre todo por la teología, tema en el que no soy competente, a pesar de haber leído suficiente sobre ella. Éste es el motivo por el que a veces no los cito, ya que este blog pretende mantenerse en el ámbito de la historia.

Ocurre, además, que Küng, por el planteamiento mismo de sus libros –cuyo tema es amplísimo- debe resumir en una o dos frases los resultados de una investigación histórica larga. Por ello no puede más que ofrecer al lector un aserto, una “sentencia”, una opinión, sin tener tiempo ni oportunidad de demostrarla con un análisis prolijo de textos. En ocasiones, a nosotros, en este blog, nos pasa lo contrario: presentamos y analizamos textos y textos simplemente para hacer plausible una hipótesis o una tesis.

En su libro sobre el judaísmo presenta Küng en la primera parte el origen de esta religión, el núcleo o centro de su teología y su historia, y en la segunda parte, la controversia entre judíos y cristianos, donde entra la figura de Jesús enmarcada en el judaísmo de su tiempo. Abarca, pues, muchos temas que son de notable interés para este blog. Por ello, y por las indicaciones de los lectores, creo que está justificado el tratamiento aquí de un libro que ya tiene sus años. Los lectores saben, además, que el paso de los años, o de los siglos, no invalidan los argumentos, y que conviene que éstos sean repetidos, pues o bien se ofrecen nuevas perspectivas al considerarlos de nuevo, o bien nunca han sido respondidos convenientemente.

En el presente comentario nos ceñimos a la primera parte del libro de Küng sobre el judaísmo, su teología e historia. El tema “Jesús” (segunda parte) lo trataremos de modo especial. De la lectura de este libro de Küng se deducen puntos de vista sobre la visión histórica que tiene un teólogo de profesión y que me parece oportuno destacar.

Küng acepta que la base histórica de las narraciones sobre Abrahán lo presentan como un hombre poco honorable, que ofrece, por ejemplo, a su esposa como concubina al faraón, que chantajea con regalos a los hijos de sus concubinas y los expulsa de casa (p. 26). Sin embargo su figura pasa luego a ser, en el judaísmo y el cristianismo, encarnación y modelo de virtudes, como la modestia, la compasión, la hospitalidad; en suma, como modelo supremo de todas las virtudes. Creo que hubiese sido conveniente en este libro una reflexión sobre la heroización y exaltación –hasta cambiar por completo su figura- constante de los personajes de la Biblia. Es típico de todos los pueblos, pero en especial de la literatura judía. ¿No puede hacer ocurrido lo mismo con los judeocristianos cuando transmiten las noticias sobre Jesús una vez que éste ya ha muerto?

Otro punto interesante es la cuestión siguiente, básica: ¿cómo proceder con las fuentes bíblicas que narran los inicios del pueblo hebreo? Küng acepta, incluso dice que es una obligación, “interpretar desde una postura histórico-crítica los textos sagrados e incluso la Biblia” (p. 39).

Sin embargo, una vez que el análisis crítico ha desmontado como no histórico casi todos los presupuestos bíblicos de la primera historia del pueblo de Israel –desde sus orígenes antes y en Egipto, hasta la entrada a la tierra prometida y su constitución como pueblo- Küng se encuentra con un panorama desolador: lo pretendidamente histórico no lo es. Entonces añade que los métodos históricos, sociológicos y literarios han de completarse con el método teológico. La conjunción de ellos aporta al lector la verdad total de la Biblia.

De este modo, puede afirmar simultáneamente Küng que toda la “historia de Israel” en sus orígenes están envueltas en sagas y leyendas (p. 41), incluida la idea del pretendido monoteísmo primigenio israelita (es decir, que desde los mismos orígenes Israel no tuvo más que un Dios, Yahvé, pero el pueblo se dejó arrastrar hacia otros dioses), pero que de ella se deducen verdades que gobiernan nuestras vidas como creyentes. Esta imagen es falsa, pero a pesar de ello hay que sostener que hemos de aceptar como válidas –constituyen la revelación divina- las premisas teológicas que de esa estructura legendaria se deducen:

• Una determinada imagen de Dios como Dios único, que actúa en la historia, de modo que el judaísmo nos lega como bien adquirido que no hay ninguna divinidad adicional.

• Que no hay ninguna divinidad mala concurrente o pugnante con la buena.

• Que no hay diosa consorte de Yahvé,

nociones que están muy bien (a ellas había llegado ya la filosofía griega por mero raciocinio), pero que necesariamente es muy oscuro como pueden deducirse de la verdadera historia primigenia israelita, de la que Küng sostiene que consta prácticamente de leyendas.

• Que la Biblia hebrea presenta una religión que es universalista en esencia.

• Que todo hombre es imagen y semejanza de Dios

• Que hubo en verdad una alianza de Dios con Noé previa a la del Sinaí, donde se esbozó claramente una ética para toda la humanidad.

• Que la revelación de un “Dios único regala a la humanidad una gran libertad porque relativiza todas las demás potencias y poderes del mundo que tan fácilmente esclavizan al hombre” (pp. 44-48).

A la verdad, veo que deducir estas ideas de los textos bíblicos es un mero ejercicio voluntarista y de pura teología.

Otro caso: Küng relativiza la figura histórica de Moisés, aunque vuelve a aceptar de nuevo que de las sagas se deduce que fue una en realidad “figura carismática compleja”, un caudillo militar y un profeta, receptor de revelaciones. Afirma Küng con seguridad que no fue un sabio ilustrado, ni un místico, pero si “un hombre típicamente profético en el espíritu de una religiosidad de fe y de esperanza semita y medio-oriental (pp. 61-62), que luego fue idealizado tremendamente tanto por el judaísmo helenístico como por el Nuevo Testamento. “La figura de Moisés es tan poderosa para la comunidad neotestamentaria, que ésta llegará a ver a la luz de la figura profética de Moisés diversos elementos de la vida y obra de Jesús”.

Y lo que sigue deja en mal lugar la noción de que los evangelistas se limitan a transmitir tradiciones primitivas sobre Jesús. H. Küng afirma:


“Más aún, en ocasiones (el Nuevo Testamento) perseguirá conscientemente la imitación (de Moisés para plasmar la biografía de Jesús). Es bastante posible que la historia de Moisés estuviera en el transfondo del evangelio de la infancia según Mateo: advertencia al rey, asesinato de niños inocentes, huida al exilio hasta la muerte del rey… Pero también el ayuno de cuarenta días en el desierto y la alimentación de cinco mil personas responden a la tipología mosaica. Aquí Moisés aparece en diversas ocasiones como el tipo de Jesucristo, del profeta del fin de los tiempos. En el Evangelio de Juan se alude expresamente a la comida del maná en el desierto. También la ascensión de Jesús a los cielos –que se encuentra sólo en Lucas, al final de su evangelio y al principio de los Hechos de los apóstoles- se asemeja a la de Moisés. Más aún: según Lucas, hay que entender a ‘Moisés y los profetas’ en su conjunto como profecía del evento de Jesús” (p. 63).


Espero que nadie me acuse de “arrimar el ascua a mi sardina” cuando afirmo que Hans Küng está totalmente de mi lado al afirmar que el Nuevo Testamento no transmite directamente a Jesús, que no se transmiten tradiciones simples sobre él, sino que ya en los primeros evangelios la figura de Jesús se reinterpreta cuando se entregan a los lectores sus dichos y hechos basándose no sólo en la realidad de lo que ocurrió, sino en ésta más una reinterpretación a base de modelos religiosos previos, en concreto del Antiguo Testamento (Elías y Moisés). Y Küng afirma claramente que este último modelo es claramente mítico y legendario.

Por último, como este volumen que comentamos es en origen de 1993, el autor no pudo aún tener la posibilidad de leer el impresionante libro de los arqueólogos judíos I. Finkelstein y N. A. Silberman, La Biblia desenterrada. Una nueva visión arqueológica del antiguo Israel y de los orígenes de sus textos sagrados, Editorial Siglo XXI, Madrid 2003. Por ello todo lo que cuenta Küng de David y Salomón debe tratarse con cautela. Sólo sería válida su “historia” -para quien acepte ese mezcla extraña de “método teológico e histórico-crítico” a la vez- como indicación de los presupuestos religiosos que de tal narración -profundamente reelaborada y mitificada- de la vida y obras de esos dos reyes de Israel pueden obtenerse para la construcción teológica de una “historia de la salvación”.

En síntesis, tengo los libros de Hans Küng en gran aprecio, siempre a la mano, como libros que me informan densa y sucintamente de la teología, e indirectamente de las tendencias históricas en el estudio de la Biblia, y de cómo la teología sabe darle la vuelta a los argumentos históricos para seguir fundamentando en una suerte de “historia” lo que es a mi parecer pura especulación teológica. La teología del siglo XXI debería hacerse aceptando más de plano y totalmente que sus fundamentos históricos son cuanto menos dudosos, y cuanto más –lo más probable- una mera reunión de “sagas y leyendas”, como sostiene el mismo Küng.


Saludos cordiales de Antonio Piñero
www.antoniopinero.com

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• En el otro blog, “El Blog de Antonio Piñero”, el tema de hoy es el mismo




Martes, 3 de Noviembre 2009
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