Escribe Antonio Piñero
Continúo con mi reseña de la obra, cuyo título va en el encabezamiento de esta postal, y del artículo (“El impacto…”) cuyo autor es Carlos Gil Albiol. En principio, habría que entender lo que piensa este autor sobre el impacto de la muerte de Jesús en los cristianos primitivos, teniendo como fondo lo que escribe S. Gujiarro Oporto en el capítulo “La primera generación (‘judeocristiana’) en Judea y Galilea” y lo que el mismo C. Gil Albiol ha expuesto en el capítulo “La primera generación fuera de Palestina”, expuesto en el libro “Así empezó el cristianismo”, editado por R. Aguirre en Verbo Divino en 2010. Pero esto (recoger ideas ya expuestas en este medio: el lector debe usar en el Buscador el lema “R. Aguirre”) supera los límites de las aportaciones de una postal en un Blog o en FBook. Los dos autores, Guijarro, y Gil, exponen en sendos capítulos de “Así empezó el cristianismo”, su interpretación del desarrollo teológico de los judeocristianos helenistas y la obra teológica de Pablo de Tarso.
Me concentro, pues, en el artículo de C. Gil del libro siguiente (2107) “Así vivían los primeros cristianos” y dentro de él en el artículo que encabeza esta postal.
Hay en él ideas interesantes desde el punto de vista histórico referidas a la situación de los discípulos de Jesús tras la muerte de este, que provocó en sus seguidores un “terremoto social y religioso”. Creo que lo primero que debería decirse –pero no lo hace nuestro autor– que el comportamiento de los discípulos, a saber, las negaciones de Pedro; el abandono de Jesús, la huida temerosa fuera de Jerusalén, probablemente a Galilea, hace que sean históricamente imposibles las tres predicciones de la pasión y resurrección que aparecen en Mc 8,31 / 9,31 / 10,32, junto con sus respectivos paralelos en los otros dos evangelios sinópticos, Mateo y Lucas.
Me parece indudable que los discípulos tuvieron ese comportamiento bochornoso (deserción y fuga) porque Jesús fue a Jerusalén a triunfar, no a morir voluntariamente, y no pensaba que su muerte era el rescate por el pecado de la humanidad entera, y porque los discípulos estaban convencidos de que la estancia en Jerusalén significaba la implantación del reino de Dios en la tierra de Israel (“Estando la gente escuchando estas cosas, añadió una parábola, pues estaba él cerca de Jerusalén, y creían ellos que el Reino de Dios aparecería de un momento a otro”: Lc 9,11), y que este Reino significaría la liberación de Israel de los enemigos opresores del pueblo de Dios, los romanos: “Los que estaban reunidos le preguntaron: «Señor, ¿es en este momento cuando vas a restablecer el Reino de Israel?»” (Hch 1,6). Y que es así se deduce también por la definición del autor de los hechos que ocurrieron, pasión y muerte, como “desconcertantes” e “inesperados”.
Por tanto, esas predicciones de la entrega a las autoridades, sufrimientos, muerte y resurrección no son palabras auténticas de Jesús, sino producto de la Iglesia posterior –probablemente de profetas cristianos que hablan en nombre de Jesús, y de los que se creen que reproducen palabras auténticas del Maestro–, pero que el Evangelio las pone en boca de Jesús sin más; sin marca alguna. Muchos cristianos de hoy creen que fueron auténticamente pronunciadas por aquel.
Hay otras ideas interesantes al principio del artículo, a modo de método o prenotando, como las siguientes:
· Los acontecimientos posteriores a la muerte de Jesús están para los historiadores cubiertos de niebla y de sombras.
· Las explicaciones de lo que sucedió, las hagan creyentes o no, suelen poner el punto de partida del nacimiento del movimiento de Jesús en los testimonios de su resurrección o en las experiencias de encuentro con él, como visiones, audiciones, sueños, éxtasis
· Tales testimonios de la resurrección, por su género literario y las convenciones formales utilizadas, no pueden tomarse como descripciones directas de los hechos, sino como interpretaciones de hechos desconcertantes.
· Que los historiadores y hermeneutas suelen considerar que la secuencia de lo ocurrido tras la muerte de Jesús en el grupo de sus seguidores son procesos sucesivos: 1. Experiencias extraordinarias de encuentro con el Resucitado, como visiones y éxtasis. 2. Interpretación teológica de la pasión y muerte de Jesús. 3. Transmisión de esa interpretación teológica por medio de fórmulas breves de confesión de fe.
Ahora bien, C. Gil afirma que los datos que poseemos sugieren un proceso más complejo, a saber: 1. Las experiencias y sus interpretaciones pudieron ser simultáneas. 2. Este proceso se inicia ya en la vida de Jesús, sobre todo mientras sus seguidores vivían la muerte del Maestro, antes de la creencia en su resurrección.
El autor insiste en que la resurrección de Jesús puede comprenderse en el marco de un proceso complejo y multiforme que se inicia ya durante los últimos acontecimientos de la vida de Jesús. Esta idea es repetida dos veces en los prenotandos, y es lo que más me ha llamado la atención, porque de ser verdad, sería novedosa.
Pero el proceso de prueba de esta idea –repito: que la interpretación cristiana de la cruz se genera durante la vida de Jesús– no me parece probado en el resto del artículo.
Argumenta Gil Albiol que en el relato premarcano de la pasión y en el marcano, lucano y johánico, hay muchas referencias a la muerte de Jesús. Ello significa que –como van unidas con alusiones a su futura resurrección (¿?)– los seguidores de Jesús no consiguieron desprenderse de la idea de la muerte de su Maestro, aunque tal muerte traumática debería haber quedado olvidada (era un acontecimiento terrible que teóricamente debería soslayarse) gracias a la afirmación de su triunfo final, la resurrección. Sin embargo, no hay olvido: la muerte de Jesús es un hecho que se recuerda constantemente.
¿Cómo se recuerda?
En primer lugar en los ritos: el bautismo (morir con Jesús y resucitar con él) y la eucaristía (actualización de la entrega y muerte de Jesús y sus efectos: una “nueva” alianza). Sobre todo en la comida eucarística se recuerda la cruz y su interpretación teniendo como fundamento las comidas de Jesús en vida. Gil Albiol se apoya en Lc 24,31.35 (“Entonces se les abrieron los ojos y le reconocieron, pero él desapareció de su lado”; “Ellos, por su parte, contaron lo que había pasado en el camino y cómo le habían conocido en la fracción del pan”), y sostiene que la “comida ritual interpreta Mateo muerte de Jesús a partir de sus opciones, preferencias y sus costumbres en vida, lo que le daba sentido a la muerte que padeció por ello”.
Luego concluye: “La centralidad del recuerdo de la muerte en cruz de Jesús en ambos ritos permite comprenderlos como ocasiones propicias para revivir la pasión y muerte en cruz de Jesús sirviendo de escenarios en los que experimentar de algún modo el sentido que Jesús le dio a su muerte, y actualizarlo para las nuevas circunstancias”.
No lo veo en absoluto claro. He aquí mi crítica a estas ideas:
La interpretación del bautismo y de la eucaristía proceden de Pablo. Él fue el primero que las dio antes de cualquiera de los evangelistas, y el influjo de sus ideas interpretativas es totalmente perceptible en los Evangelios. Ahora bien, esta interpretación paulina nada tiene que ver con el pensamiento del Jesús histórico acerca de su muerte (y resurrección incluso para participar en la tierra del futuro reino de Dios, según Mc 14,25: “Yo os aseguro que ya no beberé del producto de la vid hasta el día en que lo beba nuevo en el Reino de Dios”), que se enmarca, sin duda alguna en una concepción del reino de Dios absolutamente judía (ya que Jesús jamás explicó qué era ese Reino, sino solo algunas de sus características externas).
Además, la muerte en cruz fue la condena por parte de los romanos a una actividad religioso-política sediciosa contra la autoridad de Tiberio del Imperio romano en general. Esto es claro a la luz de las acusaciones judías ante Poncio Pilato (Lc 22,2-3: “Comenzaron a acusarle diciendo: «Hemos encontrado a éste alborotando a nuestro pueblo, prohibiendo pagar tributos al César y diciendo que él es mesías rey.». Pilato le preguntó: «¿Eres tú el Rey de los judíos?». Él le respondió: «Sí, tú lo dices»”), según las cuales –insisto en que son las autoridades judías las que acusan– Jesús muere como alguien que se opone frontalmente al Imperio, negando el pago de los impuestos y proclamándose rey de Israel en vez de Tiberio.
Por tanto, poca o ninguna prueba veo en el primer argumento: el bautismo y la eucaristía como alusiones al muerte de Jesús no sirven para “experimentar de algún modo el sentido que Jesús le dio a su muerte”. De ningún modo, pues. Opino que el sentido que el Jesús histórico debió de dar a su muerte nada tiene que ver con la interpretación de esa muerte del mesías por parte de Pablo (muerte del Hijo, entidad divina, expiatoria, por toda la humanidad). Y sus ideas están en la base de la evangélica y son pura teología… paulina…, ni siquiera simplemente judeocristiana. Nada que ver con el Jesús histórico.
Seguiremos.
P.D. Insisto en preguntar: ¿Por qué no se citan obras de historiadores independientes en español? Que el autor las conoce es seguro. La omisión es voluntaria. Algunas, que tratan del Jesús histórico y de la interpretación de Pablo de Tarso pueden ser interesantes. Al menos para refutarlas.
Saludos cordiales de Antonio Piñero
http://adaliz-ediciones.com/home/36-el-jesus-que-yo-conozco.html