Hoy escribe Antonio Piñero
El fenómeno de engrandecer las cualidades de los difuntos y olvidar sus defectos es algo común y hasta obvio en la humanidad. Pero, de hecho, esta tendencia fue en la antigüedad que nos ocupa uno de los modos de hacer porosa y transitable la frontera entre dioses y hombres. Se dio entre los griegos, también entre los romanos, y aparece también en muchas otras culturas.
Algunos mortales (independientemente de su origen: algunos eran hijos de progenitores humanos pero otros --se creía-- de dioses y mortales) después de muertos, y por su hazañas especiales, a las que luego se añadían otras, legendarias, recibían honores también especiales como si sus almas hubiesen ascendido hasta un lugar impropio de humanos, sólo propio de dioses. En principio, pues, se tenía plena consciencia de que eran humanos asumidos por los dioses. Con el paso del tiempo podían ascender en la imaginación de los fieles de categoría: a daímones (espíritus especiales) y más tarde a dioses, si el culto perduraba.
Aparte de Hércules/Heracles, el culto de este tipo más conocido en el mundo griego es el de Teseo, el mítico fundador de Atenas. Cuenta Plutarco (Teseo 35,5-36,3) que muchos afirmaron que durante la batalla de Maratón Teseo se había aparecido entre los combatientes, con armadura completa, y que había luchado con los helenos para vencer a los persas.
En el arcontado de un tal Fedón (476-475) se envió desde Atenas una embajada a Delfos y se preguntó a la Pitia qué debía hacerse después de la batalla como agradecimiento por lo ocurrido. La Pitia respondió que había que traer los huesos de Teseo desde su tumba a Atenas. Así lo hicieron, con la idea de que eso contribuiría a la seguridad y engrandecimiento de la ciudad. Su tumba está ahora, dice Plutarco, en el Gimnasio y sirve de lugar de asilo para esclavos… Es fama –añade- que Teseo da protección a los débiles. Su fiesta se celebra el día 8 de mes Pyanepsion (el cuarto mes del calendario de Atenas, que iba de mediados de septiembre a mediados de noviembre).
El culto a los héroes (normalmente los fundadores de ciudades, generales, legisladores) se realizaba en su tumba misma, en torno a ella. Se les hacían sacrificios distintos a los de los dioses olímpicos, por lo general con animales más pequeños y de piel negra, mientras que a los primeros eran ofrendas de animales grandes y de piel blanca si era posible. Estos sacrificios son restos probablemente de un primitivo culto u honras a los muertos. La sangre de esos animales se creía que servía de alimento en el Hades a los difuntos.
No es posible derivar el culto a los mandatarios y a luego al emperador, personajes vivos, del culto a los héroes, hombres ya muertos. Además, los sacrificios en el culto al emperador son parecidos al de los dioses olímpicos, mientras que -hemos dicho ya- los sacrificios a los héroes difuntos eran diferentes y menores. Pero sí que vale el culto a los héroes como ejemplo de que las fronteras entre la divinidad y ciertos humanos era fácil de traspasar. Que esto era así y se que se consideraba a los héroes más o menos como a los soberanos y otras divinidades se prueba porque los epítetos de "salvador" (en griego soter) y "benefactor" (en griego evergetes) se daban tanto a los divinizados vivos como a los héroes muertos.
Por tanto y en síntesis: ciertamente es distinto el culto a los benefactores (en vida) y el de los héroes (muertos), aunque también benefactores. Y es diverso también el culto a los reyes y mandatarios, puesto que no son fundadores de la ciudad donde se celebran tales cultos y proceden de fuera: vienen a la ciudad con efectos salvadores. Pero hay una línea lógica que funde estos cultos diversos a los seres humanos: siempre se otorgan a los benefactores en vida y a los héroes benefactores tras su muerte. Los políticos, generales o mandatarios tenían que haber realizado también hazañas especiales y tenían que haber concedido beneficios elevados; de lo contrario, no recibían culto. Lo curioso es que el culto a personalidades políticas poderosas supera al de los héroes ya que las ofrendas, etc. y otras muestras son parecidas a las de los dioses olímpicos, como dijimos.
Da la impresión de que al comienzo de esos cultos en vida no se puede hablar de divinización absoluta, sino más bien de honra -o adoración- a “un ser humano cercano a /como un dios”; las honras son a las cualidades divinas que se hacen patentes en ciertos hombres. En estos principios se seguía adorando en el fondo a la divinidad de siempre. Por otro lado, se tenía conciencia de que no se podía comparar la divinidad de los olímpicos, subsistente en sí misma e independiente de los hombres, con una divinidad “otorgada” por decisión humana. Otro rasgo diferenciador era que la divinidad no podría compaginarse con la mortalidad… Una vez que el dios venía a la existencia era de por sí inmortal. El mandatario o el héroe era, por el contrario, un mortal esencialmente y sólo después podría ser considerado un dios. Por tanto, la gente distinguía bien entre unos y otros, y sabía que los mandatarios y los héroes eran inferiores a los Olímpicos
Y ¿por qué comenzó a darse este fenómeno en suelo griego entre el 400 y el 300…? Probablemente --como ya insinuamos-- porque habían cambiado las circunstancias políticas: ya no subsistía la ciudad-estado por sí misma y aislada; se necesitaba muchas veces, con demasiada frecuencia, la ayuda procedente de fuera de las fronteras…; por ello era relativamente fácil que se honrara con honores muy especiales, divinos, a la ayuda que liberaba de grandes angustias de cualquier tipo, pero angustias materiales, de esta vida. La liberación definitiva, la de la muerte y la concesión de la vida eterna, no estaba ligada con el culto a ningún ser humano, sino con la participación en los “misterios” de la peripecia de algunos dioses especiales que pasaban, como los humanos, por trances especiales, cercanos a la muerte, o la muerte momentánea, pero luego salían triunfantes.
Seguiremos.
Saludos cordiales de Antonio Piñero.
Universidad Complutense de Madrid
www.antoniopinero.com
El fenómeno de engrandecer las cualidades de los difuntos y olvidar sus defectos es algo común y hasta obvio en la humanidad. Pero, de hecho, esta tendencia fue en la antigüedad que nos ocupa uno de los modos de hacer porosa y transitable la frontera entre dioses y hombres. Se dio entre los griegos, también entre los romanos, y aparece también en muchas otras culturas.
Algunos mortales (independientemente de su origen: algunos eran hijos de progenitores humanos pero otros --se creía-- de dioses y mortales) después de muertos, y por su hazañas especiales, a las que luego se añadían otras, legendarias, recibían honores también especiales como si sus almas hubiesen ascendido hasta un lugar impropio de humanos, sólo propio de dioses. En principio, pues, se tenía plena consciencia de que eran humanos asumidos por los dioses. Con el paso del tiempo podían ascender en la imaginación de los fieles de categoría: a daímones (espíritus especiales) y más tarde a dioses, si el culto perduraba.
Aparte de Hércules/Heracles, el culto de este tipo más conocido en el mundo griego es el de Teseo, el mítico fundador de Atenas. Cuenta Plutarco (Teseo 35,5-36,3) que muchos afirmaron que durante la batalla de Maratón Teseo se había aparecido entre los combatientes, con armadura completa, y que había luchado con los helenos para vencer a los persas.
En el arcontado de un tal Fedón (476-475) se envió desde Atenas una embajada a Delfos y se preguntó a la Pitia qué debía hacerse después de la batalla como agradecimiento por lo ocurrido. La Pitia respondió que había que traer los huesos de Teseo desde su tumba a Atenas. Así lo hicieron, con la idea de que eso contribuiría a la seguridad y engrandecimiento de la ciudad. Su tumba está ahora, dice Plutarco, en el Gimnasio y sirve de lugar de asilo para esclavos… Es fama –añade- que Teseo da protección a los débiles. Su fiesta se celebra el día 8 de mes Pyanepsion (el cuarto mes del calendario de Atenas, que iba de mediados de septiembre a mediados de noviembre).
El culto a los héroes (normalmente los fundadores de ciudades, generales, legisladores) se realizaba en su tumba misma, en torno a ella. Se les hacían sacrificios distintos a los de los dioses olímpicos, por lo general con animales más pequeños y de piel negra, mientras que a los primeros eran ofrendas de animales grandes y de piel blanca si era posible. Estos sacrificios son restos probablemente de un primitivo culto u honras a los muertos. La sangre de esos animales se creía que servía de alimento en el Hades a los difuntos.
No es posible derivar el culto a los mandatarios y a luego al emperador, personajes vivos, del culto a los héroes, hombres ya muertos. Además, los sacrificios en el culto al emperador son parecidos al de los dioses olímpicos, mientras que -hemos dicho ya- los sacrificios a los héroes difuntos eran diferentes y menores. Pero sí que vale el culto a los héroes como ejemplo de que las fronteras entre la divinidad y ciertos humanos era fácil de traspasar. Que esto era así y se que se consideraba a los héroes más o menos como a los soberanos y otras divinidades se prueba porque los epítetos de "salvador" (en griego soter) y "benefactor" (en griego evergetes) se daban tanto a los divinizados vivos como a los héroes muertos.
Por tanto y en síntesis: ciertamente es distinto el culto a los benefactores (en vida) y el de los héroes (muertos), aunque también benefactores. Y es diverso también el culto a los reyes y mandatarios, puesto que no son fundadores de la ciudad donde se celebran tales cultos y proceden de fuera: vienen a la ciudad con efectos salvadores. Pero hay una línea lógica que funde estos cultos diversos a los seres humanos: siempre se otorgan a los benefactores en vida y a los héroes benefactores tras su muerte. Los políticos, generales o mandatarios tenían que haber realizado también hazañas especiales y tenían que haber concedido beneficios elevados; de lo contrario, no recibían culto. Lo curioso es que el culto a personalidades políticas poderosas supera al de los héroes ya que las ofrendas, etc. y otras muestras son parecidas a las de los dioses olímpicos, como dijimos.
Da la impresión de que al comienzo de esos cultos en vida no se puede hablar de divinización absoluta, sino más bien de honra -o adoración- a “un ser humano cercano a /como un dios”; las honras son a las cualidades divinas que se hacen patentes en ciertos hombres. En estos principios se seguía adorando en el fondo a la divinidad de siempre. Por otro lado, se tenía conciencia de que no se podía comparar la divinidad de los olímpicos, subsistente en sí misma e independiente de los hombres, con una divinidad “otorgada” por decisión humana. Otro rasgo diferenciador era que la divinidad no podría compaginarse con la mortalidad… Una vez que el dios venía a la existencia era de por sí inmortal. El mandatario o el héroe era, por el contrario, un mortal esencialmente y sólo después podría ser considerado un dios. Por tanto, la gente distinguía bien entre unos y otros, y sabía que los mandatarios y los héroes eran inferiores a los Olímpicos
Y ¿por qué comenzó a darse este fenómeno en suelo griego entre el 400 y el 300…? Probablemente --como ya insinuamos-- porque habían cambiado las circunstancias políticas: ya no subsistía la ciudad-estado por sí misma y aislada; se necesitaba muchas veces, con demasiada frecuencia, la ayuda procedente de fuera de las fronteras…; por ello era relativamente fácil que se honrara con honores muy especiales, divinos, a la ayuda que liberaba de grandes angustias de cualquier tipo, pero angustias materiales, de esta vida. La liberación definitiva, la de la muerte y la concesión de la vida eterna, no estaba ligada con el culto a ningún ser humano, sino con la participación en los “misterios” de la peripecia de algunos dioses especiales que pasaban, como los humanos, por trances especiales, cercanos a la muerte, o la muerte momentánea, pero luego salían triunfantes.
Seguiremos.
Saludos cordiales de Antonio Piñero.
Universidad Complutense de Madrid
www.antoniopinero.com