Escribe Antonio Piñero
Ayer comentábamos que la teología de la restauración de Israel que muestra Jesús al escoger doce discípulos íntimos como símbolo de las doce tribus de Israel encaja muy bien con una de las ideas rectoras de la historiografía actual cuando desea comprobar si un hecho es inteligibles desde el punto de vista de la historia, a saber que es necesario que lo que se reconstruya del Jesús histórico por medio del análisis crítico de los Evangelios encaje dentro de lo “plausible históricamente”, es decir, que la posición de Jesús no sea inverosímil dentro del momento histórico en el que vivió. A este propósito señala F. Bermejo en su artículo que
“Junto con su anhelo por la restauración y liberación de Israel, los conflictos y las críticas que Jesús dirige a los jefes de los sacerdotes también son comprensibles a la luz de la ideología de los movimientos de resistencia nacional frente al Imperio. Los miembros de estos grupos despreciaban por razones religiosas y políticas la aristocracia sacerdotal prorromana del Templo, a la que percibía como traidora. Los patriotas nacionalistas que anhelaban la libertad consideraban a esas gentes partidarios estrictos de la potencia invasora a pesar de ser judíos”.
“Lo mismo puede decirse de la fuerte animadversión hacia las dinastías herodianas, perceptible igualmente en la historia de Jesús y en la de los movimientos nacionalista judíos. Basta recordar, por ejemplo, que en la guerra de los judíos contra Roma los rebeldes quemaron los palacios de Agripa y su hermana Berenice, junto con la casa de Ananías, el sumo sacerdote”.
Obsérvese además cómo en la ristra, o conjunto de detalles recogidos de los Evangelios acerca del tema “Jesús como sedicioso ante el Imperio” encaja también con otro aspecto sociológico muy importante de la cosmovisión de Jesús: la crítica a los ricos y a la riqueza. Sin duda, el aspecto esencial de esta crítica jesuánica (“Si quieres ser perfecto, vende todo cuanto tienes y dalo a los pobres, y tendrás un tesoro en los cielos; luego ven, y sígueme” Mt 19,21) está movida por un motivo religioso: el apego a este mundo y a sus bienes cierra el corazón al mensaje de la inminencia del reino de Dios, que exige renunciar a todo por conseguir la “perla” (el Reino; entrar en él) que es lo único valioso: Mt 13,44: “«El Reino de los Cielos es semejante a un tesoro escondido en un campo que, al encontrarlo un hombre, vuelve a esconderlo y, por la alegría que le da, va, vende todo lo que tiene y compra el campo aquel»”.
Pero también es verdad, y no cabe duda de ello, que esa crítica a los ricos se parece mucho al clamor de los profetas clásicos de la Biblia hebrea contra la opresión de los pobres y los débiles y al de los dirigentes de los movimientos de liberación. Los ricos apegados al poder de este mundo corrompido no entrarán en el reino de Dios futuro. Si repasamos la historia de los jefes de la Gran revuelta de los judíos contra Roma, veremos que entre aquellos sediciosos (siempre desde el punto de vista del Imperio) había un fuerte movimiento en contra de los ricos y de los poderosos.
También encaja con esta mentalidad sediciosa hacia el Imperio la pretensión de Jesús –al menos al final de su vida– de ser el mesías de Israel y por tanto el rey de la nación y que hemos establecido firmemente con un buen monto de textos probatorios.
También hemos comentado repetidas veces que la negativa sutil de Jesús de pagar el tributo al César (Mc 12,17: “Lo del César, devolvédselo al César, y lo de Dios, a Dios” (la tierra de Israel, sus productos, bienes y hombres son solo de Dios, no del Imperio) junto con la certera frase de los que acusaban a Jesús de negarse a pagar el impuesto de capitación a los romanos (que recoge Lucas 23,3: “Hemos encontrado a éste alborotando a nuestro pueblo, prohibiendo pagar tributos al César y diciendo que él es Cristo Rey”) encajan perfectamente dentro de la mentalidad de la resistencia anti imperial. Creo que es difícil negarlo.
Igualmente es difícil negar que la muerte en cruz de Jesús por parte de los romanos no tiene otra explicación plausible que la de que el Nazareno era considerado por el Imperio como reo de un delito de “lesa majestad”; con otra palabras que sus acciones habían ofendido al núcleo del poder de Roma y de su emperador, que era el único que mandaba entonces sobre Israel. Y en este ámbito, yo no conozco apenas a ningún investigador serio que haga hincapié como Fernando Bermejo en diversos artículos (véase Academia.edu) en los que pone el dedo en el hecho de la crucifixión de Jesús fue colectiva. El Nazareno no fue crucificado solo, sino con otros dos “bandoleros” (= “insurrectos”). Una crucifixión colectiva nos evoca de inmediato otros casos similares de reacción de los romanos contra insurrectos respecto al Imperio (Quintilio Varo, entonces legado de Siria, que controlaba Palestina, o Judea, como la denominaban los romanos) crucificó colectivamente a muchísimos resistentes judíos cuando consiguió reprimir los disturbios anti romanos y anti Arquelao tras la muerte de Herodes el Grande).
En una palabra que la posición antirromana de Jesús cumple con creces las exigencias del criterio de “plausibilidad histórica”. Y cito de nuevo a F. Bermejo para concluir:
“Jesús es comprensible como sedicioso no sólo a la luz de una larga tradición en Israel de resistencia a gobernantes opresores extranjeros o nacionales, sino también, más en concreto, en su contexto galileo más estrecho, en el que nació y se crió. Cuando era un niño, legiones romanas habían quemado los pueblos alrededor de ciudades como Magdala y Séforis y habían sacrificado o esclavizados a miles de personas; la memoria de estas matanzas debió de haber sido conservada por mucho tiempo en Galilea. Por otra parte, Jesús debe haber sido un adolescente, cuando la rebelión armada estalló bajo el liderazgo de Judas y Sadoc el fariseo, que fomentó un levantamiento con base religiosa contra el dominio romano entre sus paisanos. Y durante el curso de la vida de Jesús y de aquellos que se unieron a su movimiento, el gobierno de Antipas debió de ser no sólo económicamente doloroso –- dada la construcción de dos ciudades enteras– - sino también un recordatorio constante del gobierno imperial romano”.
Aquí no estamos afirmando que Jesús hubiese participado en la resistencia a esos actos (era un niño o demasiado joven), sino que una fuerte postura antirromana no estaba en absoluto fuera de su ambiente y de su entorno histórico. Es altamente plausible que Jesús tuviera una parte de su mentalidad religiosa ocupada con la idea de que mientras el Imperio Romano estuviera controlando férreamente Israel, se estaban incumpliendo las condiciones para que Dios instaurara su reinado en el país.
Saludos cordiales de Antonio Piñero
Universidad Complutense de Madrid
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