Hoy escribe Gonzalo del Cerro
El apóstol Juan en los libros canónicos
Un detalle notable en la vida de Jesús es el de su fidelidad a las observancias mosaicas, especialmente a la celebración de la Pascua, la festividad más solemne e importante del calendario judío. La pascua, en hebreo Péshakh, conmemoraba el suceso incluido en el relato de la salida de Israel de Egipto. Después de las variadas plagas con que Dios castigó al pueblo opresor, representado por el Faraón, eligió la más dura y más insoportable de las pruebas, como era la muerte de sus primogénitos.
Aquel suceso representaba el Paso de Dios para liberar a su pueblo. Como los judíos celebraban el sacrificio del cordero pascual, les dio el encargo de señalar los dinteles de sus puertas con la sangre del cordero sacrificado, para que el ángel exterminador pasara de largo sin causarles daño. Ese “paso”, la Péshakh, era el símbolo de la liberación de los judíos, ya que sería el argumento decisivo que convencería al Faraón para otorgar la libertad a su pueblo..
Ése era el contexto del suceso que narran los evangelistas sinópticos. Dicen los tres que había llegado el día de los Ázimos, cuando se celebraba la Pascua. Los discípulos, conscientes de las costumbres del Maestro, se acercaron a él para preguntarle sobre los detalles de la inminente celebración. En Mateo se cuenta que Jesús les aconsejó que se encaminaran a casa de un Fulano (Mt 26,18). El nombre griego deina (Fulano) esconde el nombre de una persona conocida. Para ello envió a unos discípulos indeterminados. Marcos (Mc 14,13) concreta que eran dos los designados. Pero es Lucas el que especifica que se trataba de Pedro y Juan (Lc 22,8). Jesús les dio una serie de datos para que la gestión no tuviera problemas. Verían a un hombre que portaría un cántaro de agua, lo seguirían hasta una casa, cuyo dueño les facilitaría los medios y el lugar para la celebración ritual de la Pascua.
Debían preguntar por un katályma como el lugar concreto para la cena de Pascua. El dueño les mostró un anágaion méga (gran sala alta) que ya estaba dispuesta para el acontecimiento (Mc y Lc). Pedro y Juan prepararon allí la Pascua según la orden recibida de Jesús. Una vez más los dos discípulos predilectos estaban prontos para ejecutar los deseos del Maestro.
Juan en los Hechos de los Apóstoles
El libro canónico de los Hechos de los Apóstoles es una continuación del evangelio de Lucas. La prueba definitiva es el sistema de los prólogos realmente clásicos y elegantes que el autor antepone a ambas obras. Es una realidad evidente que el título oficial o tradicional no hace justicia al contenido de la obra. Ni toda ella es una exposición de todos los apóstoles de Jesús, ni su estructura y desarrollo son fieles a las historias de sus respectivos ministerios.
La mayoría de los Doce no han dejado en sus páginas otra cosa que la mención de sus nombres en la lista de Hch 1,13. Desde el punto de vista estructural, el libro canónico de los Hechos de los Apóstoles está dividido en dos partes claramente diferenciadas. La primera (Hch 1-13) trata en términos muy genéricos de los principios de la predicación cristiana con unos protagonistas casi en exclusiva, que son Pedro y Juan. La segunda (Hch14-28) reduce su interés y su trato literario al apostolado de Pablo y a sus viajes misioneros con la consecuencia evidente del silencio total sobre el resto de los demás apóstoles. Más aún, el protagonista absoluto de la segunda parte es Pablo, que no pertenece al grupo de los Doce y que necesita hacer una apología personal para reivindicar su categoría de Apóstol. Tal es la finalidad de los repetidos relatos de su conversión: Hch 9,1-30: 22,4-16; 26,9-18.
Los protagonistas auténticos de la primera parte de los Hechos son, pues, Pedro y Juan, presentados como actores de ciertos sucesos realizados en común. El primero de ellos es la escena de la curación del cojo de nacimiento que pedía limosna en la Puerta Hermosa del Templo. El relato ofrece los precisos detalles para situar la escena en sus coordenadas de tiempo y espacio. Pedro y Juan subían al templo para la oración hacia la hora de nona, es decir, a las seis de la tarde. Cada día era llevado hasta allí un cojo de nacimiento para pedir limosna. El lugar era uno de los más frecuentados por los visitantes del lugar sagrado, la Puerta Hermosa, situada en la fachada oriental de la explanada del Templo, frente al torrente Cedrón y al monte de los Olivos.
El cojo vio a Pedro y a Juan que entraban y les pidió limosna. Pedro fijó los ojos en él junto con Juan y le dijo: “Míranos”. El cojo pensó que le iban a dar la limosna solicitada, pero Pedro ofreció algo más importante. Y hablando en nombre propio, dijo al cojo: “No tengo plata ni oro, pero lo que tengo, eso te doy: En el nombre de Jesucristo, camina” (Hch 3,6). La escena terminó con el lógico colofón. El cojo se puso en pie dando saltos y alabando a Dios, lo que provocó el consiguiente revuelo. Exteriorizando su agradecimiento, pasó en compañía de Pedro y de Juan al Pórtico de Salomón con gran acompañamiento de curiosos. Pedro aprovechó la ocasión para dirigir a la turba uno de sus más importantes discursos kerigmáticos sobre el cristianismo de los comienzos.
Las consecuencias de la curación del cojo de nacimiento habían alcanzado cotas de problema público. Los apóstoles responsables habían dado con sus huesos en la cárcel. Las autoridades religiosas de Jerusalén, entre ellas Anás y Caifás, convocaron una reunión en la que exigieron razones por las que actuaban de aquella forma y predicaban en el nombre del crucificado. Pedro tomó la palabra y les explicó sus argumentos, cuyo valor estaba clamorosamente confirmado con el cojo curado de su dolencia. “¿Qué podemos hacer con estos hombres, -se decían-, porque el milagro ha quedado conocido y manifiesto a todos los habitantes de Jerusalén?” (Hch 4,16).
Llamaron a los apóstoles y les anunciaron con amenazas que no debían hablar ni enseñar en el nombre de Jesús. Pedro y Juan respondieron con gran libertad contraatacando: “Juzgad vosotros mismos si es justo delante de Dios escucharos a vosotros antes que a Dios; pues no podemos dejar de hablar de lo que hemos visto y oído” (Hch 4,20). La pareja de Pedro y Juan del principio de los Hechos de los Apóstoles encaja en el contexto de Lucas que los entiende como los dos primeros apóstoles de su lista de Hch 1,13, incluidos en el primer cuarteto de las listas de los tres sinópticos.
Saludos cordiales. Gonzalo del Cerro
El apóstol Juan en los libros canónicos
Un detalle notable en la vida de Jesús es el de su fidelidad a las observancias mosaicas, especialmente a la celebración de la Pascua, la festividad más solemne e importante del calendario judío. La pascua, en hebreo Péshakh, conmemoraba el suceso incluido en el relato de la salida de Israel de Egipto. Después de las variadas plagas con que Dios castigó al pueblo opresor, representado por el Faraón, eligió la más dura y más insoportable de las pruebas, como era la muerte de sus primogénitos.
Aquel suceso representaba el Paso de Dios para liberar a su pueblo. Como los judíos celebraban el sacrificio del cordero pascual, les dio el encargo de señalar los dinteles de sus puertas con la sangre del cordero sacrificado, para que el ángel exterminador pasara de largo sin causarles daño. Ese “paso”, la Péshakh, era el símbolo de la liberación de los judíos, ya que sería el argumento decisivo que convencería al Faraón para otorgar la libertad a su pueblo..
Ése era el contexto del suceso que narran los evangelistas sinópticos. Dicen los tres que había llegado el día de los Ázimos, cuando se celebraba la Pascua. Los discípulos, conscientes de las costumbres del Maestro, se acercaron a él para preguntarle sobre los detalles de la inminente celebración. En Mateo se cuenta que Jesús les aconsejó que se encaminaran a casa de un Fulano (Mt 26,18). El nombre griego deina (Fulano) esconde el nombre de una persona conocida. Para ello envió a unos discípulos indeterminados. Marcos (Mc 14,13) concreta que eran dos los designados. Pero es Lucas el que especifica que se trataba de Pedro y Juan (Lc 22,8). Jesús les dio una serie de datos para que la gestión no tuviera problemas. Verían a un hombre que portaría un cántaro de agua, lo seguirían hasta una casa, cuyo dueño les facilitaría los medios y el lugar para la celebración ritual de la Pascua.
Debían preguntar por un katályma como el lugar concreto para la cena de Pascua. El dueño les mostró un anágaion méga (gran sala alta) que ya estaba dispuesta para el acontecimiento (Mc y Lc). Pedro y Juan prepararon allí la Pascua según la orden recibida de Jesús. Una vez más los dos discípulos predilectos estaban prontos para ejecutar los deseos del Maestro.
Juan en los Hechos de los Apóstoles
El libro canónico de los Hechos de los Apóstoles es una continuación del evangelio de Lucas. La prueba definitiva es el sistema de los prólogos realmente clásicos y elegantes que el autor antepone a ambas obras. Es una realidad evidente que el título oficial o tradicional no hace justicia al contenido de la obra. Ni toda ella es una exposición de todos los apóstoles de Jesús, ni su estructura y desarrollo son fieles a las historias de sus respectivos ministerios.
La mayoría de los Doce no han dejado en sus páginas otra cosa que la mención de sus nombres en la lista de Hch 1,13. Desde el punto de vista estructural, el libro canónico de los Hechos de los Apóstoles está dividido en dos partes claramente diferenciadas. La primera (Hch 1-13) trata en términos muy genéricos de los principios de la predicación cristiana con unos protagonistas casi en exclusiva, que son Pedro y Juan. La segunda (Hch14-28) reduce su interés y su trato literario al apostolado de Pablo y a sus viajes misioneros con la consecuencia evidente del silencio total sobre el resto de los demás apóstoles. Más aún, el protagonista absoluto de la segunda parte es Pablo, que no pertenece al grupo de los Doce y que necesita hacer una apología personal para reivindicar su categoría de Apóstol. Tal es la finalidad de los repetidos relatos de su conversión: Hch 9,1-30: 22,4-16; 26,9-18.
Los protagonistas auténticos de la primera parte de los Hechos son, pues, Pedro y Juan, presentados como actores de ciertos sucesos realizados en común. El primero de ellos es la escena de la curación del cojo de nacimiento que pedía limosna en la Puerta Hermosa del Templo. El relato ofrece los precisos detalles para situar la escena en sus coordenadas de tiempo y espacio. Pedro y Juan subían al templo para la oración hacia la hora de nona, es decir, a las seis de la tarde. Cada día era llevado hasta allí un cojo de nacimiento para pedir limosna. El lugar era uno de los más frecuentados por los visitantes del lugar sagrado, la Puerta Hermosa, situada en la fachada oriental de la explanada del Templo, frente al torrente Cedrón y al monte de los Olivos.
El cojo vio a Pedro y a Juan que entraban y les pidió limosna. Pedro fijó los ojos en él junto con Juan y le dijo: “Míranos”. El cojo pensó que le iban a dar la limosna solicitada, pero Pedro ofreció algo más importante. Y hablando en nombre propio, dijo al cojo: “No tengo plata ni oro, pero lo que tengo, eso te doy: En el nombre de Jesucristo, camina” (Hch 3,6). La escena terminó con el lógico colofón. El cojo se puso en pie dando saltos y alabando a Dios, lo que provocó el consiguiente revuelo. Exteriorizando su agradecimiento, pasó en compañía de Pedro y de Juan al Pórtico de Salomón con gran acompañamiento de curiosos. Pedro aprovechó la ocasión para dirigir a la turba uno de sus más importantes discursos kerigmáticos sobre el cristianismo de los comienzos.
Las consecuencias de la curación del cojo de nacimiento habían alcanzado cotas de problema público. Los apóstoles responsables habían dado con sus huesos en la cárcel. Las autoridades religiosas de Jerusalén, entre ellas Anás y Caifás, convocaron una reunión en la que exigieron razones por las que actuaban de aquella forma y predicaban en el nombre del crucificado. Pedro tomó la palabra y les explicó sus argumentos, cuyo valor estaba clamorosamente confirmado con el cojo curado de su dolencia. “¿Qué podemos hacer con estos hombres, -se decían-, porque el milagro ha quedado conocido y manifiesto a todos los habitantes de Jerusalén?” (Hch 4,16).
Llamaron a los apóstoles y les anunciaron con amenazas que no debían hablar ni enseñar en el nombre de Jesús. Pedro y Juan respondieron con gran libertad contraatacando: “Juzgad vosotros mismos si es justo delante de Dios escucharos a vosotros antes que a Dios; pues no podemos dejar de hablar de lo que hemos visto y oído” (Hch 4,20). La pareja de Pedro y Juan del principio de los Hechos de los Apóstoles encaja en el contexto de Lucas que los entiende como los dos primeros apóstoles de su lista de Hch 1,13, incluidos en el primer cuarteto de las listas de los tres sinópticos.
Saludos cordiales. Gonzalo del Cerro