Hoy escribe Antonio Piñero
Seguimos con nuestros comentarios al “Nuevo Testamento visto por un filólogo”.
A pesar del contenido mítico del Nuevo Testamento pienso, como indico en el título de esta nota, que no hay otra posibilidad de acceso al Jesús si no es a través del análisis del Nuevo Testamento, en primer lugar los Evangelios. Ciertamente, leídos con todas las “armas” de la crítica.
Hay ciertos grupos de cristianos un tanto marginales que afirman que la Iglesia oculta deliberadamente la imagen de Jesús de los llamados “Evangelios apócrifos”, sencillamente porque no le interesa por taimadas razones, o porque la lectura atenta de éstos puede hacer que caigan ciertas ideas sobre Jesús que perturbarían la imagen tradicional.
Mi opinión es que esta postura no tiene fundamento. Pero aceptemos el envite y preguntémonos: ¿pueden deducirse de los Evangelios apócrifos datos fidedignos para reconstruir la imagen de Jesús? La respuesta puede ser un no bastante contundente. En primer lugar: la Iglesia no tiene el más mínimo interés en ocultar los Evangelios apócrifos tal como han llegado hasta nosotros. Todas las ediciones modernas de ellos tienen el visto bueno de la Iglesia.
Otra cosa fue en los siglos IV al VII en los que se libró una batalla por la ortodoxia en la que muchos apócrifos perecieron o fueron alterados. Pero dicho esto, y concluida tal batalla a muerte en la que los evangelios apócrifos salieron muy mal parados, si a la Iglesia no le hubieran parecido casi inocuos los restos que han llegado hasta nosotros, apenas si conservaríamos hoy fragmentos dispersos de los evangelios apócrifos. Dicho esto, salvo contadísimas y muy discutidas excepciones (Evangelio de Pedro; Evangelio de Tomás copto, Papiro Egerton 2; Papiro de Oxirrinco 840), los evangelios apócrifos en su forma actual no nos proporcionan informaciones fiables sobre Jesús. Las razones son fundamentalmente dos:
A. Estos textos son casi todos muy tardíos e intentan ofrecer datos sobre aspectos de la vida de Jesús que al principio del cristianismo carecían de interés y que, por lo tanto, se perdieron. La mayoría de estos Evangelios fue compuesta a partir del 150 d.C., es decir, más de cien años después de la muerte de Jesús. La falta de datos es suplida por la imaginación de sus autores. Los Evangelios apócrifos están llenos de exageraciones inverosímiles, historietas y leyendas evidentes, imposibles de aceptar como históricas por cualquier historiador.
B. Estos apócrifos son casi todos textos secundarios, es decir, al menos en la redacción que ha llegado hasta nosotros están influenciados o dependen de algún modo de los Evangelios canónicos. No tienen, pues, información de primera mano. Algunos otros Evangelios apócrifos independientes, pertenecientes a escuelas teológicas distintas a las de los evangelistas canónicos, o heréticas, parecen recoger sólo tradiciones legendarias que favorecen sus puntos de vista teológicos.
Respecto a los Evangelios apócrifos mencionados hace un momento (Evangelio de Pedro, de Tomás, etc.) hay que manifestar que es hoy opinión casi unánime que pueden contener alguna información fidedigna sobre el Jesús histórico. Pero para alcanzarla es aún más necesaria si cabe una gran labor de crítica y tamización de tales textos. En general puede decirse también que se utilizan sobre todo para corroborar ciertas informaciones obtenidas de los textos más antiguos, los Evangelios canónicos.
Quedan, por último, muchos, muchísimos apócrifos modernos que con forma novelada unos, o con el marchamo de pretendidas revelaciones otros, intentan vender una imagen de Jesús diferente a la de los evangelios canónicos, sobre todo de la vida oculta del Nazareno, con la pretensión de revelar verdades inauditas sobre éste. Naturalmente no tienen ningún valor.
Lo que verdaderamente parece inaudito es la credulidad de la gente que los compra y les otorga credibilidad. Dos son los motivos de base de este fenómeno:
A. La absoluta ignorancia sobre el estado de la ciencia filológica e histórica sobre este tema y
B. La desconfianza hacia la Iglesia, o iglesias, que de algún modo confuso ven como pura institución de poder y que pretende engañarlos para ejercer su control y, a la postre, conseguir dinero de los fieles. Contra esta falta de cultura es difícil luchar. Es falta de educación de base y es una cuestión de estado y de la enseñanza que deben transmitir las familias.
Seguiremos la próxima semana
Saludos cordiales de Antonio Piñero.
www.antoniopinero.com
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