Hoy escribe Antonio Piñero
Hemos concluido en las postales anteriores un esbozo de la semblanza intelectual de Gonzalo Puente Ojea, que al ser muy breve no hace justicia completa, ni realza de modo conveniente, el valor de la obra de este investigador.
Se le achaca mucha veces que escribe por resentimiento contra la Iglesia Católica, o que tiene unos “aprioris” críticos, por ejemplo partir de un modelo de historiografía marxista, y por tanto asumira una interpretación materialista de la historia que le impide ver la complejidad de la verdad.
Yo, que no muestro (creo) ni una ni otra característica --no soy anticlerical ni marxista/marxiano, aunque sí muy escéptico, racionalista y agnóstico--, me siento convencido por muchos, la inmensa mayoría, de los argumentos que expone Puente Ojea, como mostré claramente al final de mis postal anterior (189-04), lo que no significa tampoco que esté en absolutamente de acuerdo con todo y sin excepción.
Creo que deben dejarse aparte todo tipo de argumentos personalistas e ir directamente a las razones que se exponen en las obras de Puente Ojea, a sus análisis de textos, a las hipótesis científicas bien fundadas que sustenta, a las interpretaciones globales de fenómenos complejos de la historia antigua, en concreto del cristianismo, que siguen esquemas interpretativos bien contrastados y utilizados por investigadores de prestigio, etc.
A propósito del resentimiento y de la metodología crítica marxiana: tomo como ejemplo Ideología e Historia, El cristianismo como fenómeno ideológico, de 1974, se gestó desde bastantes años antes, momentos en los que Gonzalo Puente no tenía ni podía estar gobernado por ningún sentimiento, o resentimiento, personal antieclesiástico, porque no había tenido ni el mínimo encontronazo con la Iglesia. En todo caso, todo lo contrario, porque había pertenecido en su juventud a la Asociación de Propagandistas, fundada por el Cardenal Herrera Oria. Sus argumentos están tomados sobre todo del estudio de la crítica neotestamentaria alemana, por la impresión que le produjo al tomar contacto con ella. Y pienso que con esta obra fue la primera vez que se utilizaba en lengua castellana la panoplia de argumentos extraídos sobre todo de la metodología de la “Historia de las formas”.
Respecto al método marxista, o quizás mejor marxiano, de análisis histórico y del estudio de las ideologías: antes de manifestarse radicalmente en contra habría que estudiar a fondo la argumentación de las cerca de 70 páginas acerca de la formación de la ideologías que anteceden a la descripción propiamente tal de la ideología mesiánica vigente en el Israel del siglo I. Tiene Puente Ojea razones y perspectivas muy convincentes.
En los días que siguen quiero tratar del otro de mis dos artículos de la revista Ánthropos, nº 231, de 2011, dedicados a la obra de Gonzalo Puente, cuyo título es el de esta postal. No voy a reproducir ese artículo tal cual, sino que lo iré comentando, ampliando, abreviando, etc. como me parezca mejor para los lectores.
Desde la publicación de la citada primera gran obra, Ideología e historia, en 1974, Gonzalo Puente Ojea se ocupó ininterrumpidamente de descubrir y ofrecer a sus lectores la figura y misión del Jesús de la historia. Prácticamente en todas sus obras posteriores hay alusiones a esta cuestión.
Entre ellas hay que destacar algunos ensayos que abordan el tema de manera directa y específica. Éstos son:
· Imperium Crucis. Consideraciones sobre la vocación de poder de la Iglesia Católica, de 1989;
· Fe cristiana, Iglesia y poder, de 1991;
· El Evangelio de Marcos. Del Cristo de la fe al Jesús de las historia, de 1992;
· El mito de Cristo, de 2000;
· Vivir en la realidad. Sobre mitos, dogmas e ideologías, en su segunda parte “El mito cristiano: el Evangelio de Marcos, un relato apocalíptico”, de 2007, y finalmente en
· La existencia histórica de Jesús. Las fuentes cristianas y su contenido judío, de 2008.
El interés de Gonzalo Puente Ojea por el personaje Jesús se explica por el valor de su figura en sí misma, sin duda. Sin embargo, creo que hay otro motivo poderoso en la atención prestada por nuestro autor al Jesús de la historia: detectar la falta de base histórica de la pretensión de las Iglesias, en general, y en concreto de la católica romana, en cuyo ámbito vive, para transformarse en una institución de poder, controladora de los fieles e incluso de los estados, si posible fuere, basándose en las doctrinas y en la figura de un Jesús radicalmente histórico, según se sostiene.
Puente Ojea defiende, por el contrario, que si llega a demostrarse históricamente que la base de la religión cristiana, la figura de Jesús de Nazaret, fue de hecho muy distinta, contraria y contradictoria incluso a lo que proclaman las Iglesias como su fundamento inalienable, se desbarataría la base principal de su aspiración de poder. Esta postura resulta drástica para muchos. Sin embargo, y en el fondo la problemática es la misma que la describe Edward Schillebeeckx en “Jesús, la historia de un viviente” (reedic. de Trotta de 2010, p. 60:
“Si Jesús no hubiese existido (tal como a veces se ha afirmado) o hubiese sido algo totalmente distinto de lo que él afirma la fe (por ejemplo, un sicario, un celota, o un miembro de la resistencia judía), la fe o la proclamación de ella (el kerigma) serían obviamente increíbles. Es insostenible una ruptura radical entre el conocimiento de fe y el conocimiento histórico acerca de algo, que a fin de cuentas, es un fenómeno único: Jesús y sus discípulos creyentes. Tal dualidad conduce inevitablemente a negar uno de los dos polos”.
Gonzalo Puente intenta probar exactamente, con toda la argumentación de su obra, que existe tal dualidad y que hay una grieta radical e insalvable entre el conocimiento histórico acerca de Jesús y el conocimiento que de él tiene la fe; que dos “conocimientos” no son complementarios sino contradictorios (en realidad al de la fe lo denomina especulación pura); que no pertenecen ambos referentes –el Jesús de la historia y el de la fe- a escalas y estratos diferentes del conocimiento; que la verdad de la historia se impone a la verdad de fe o, finalmente, que se ha producido un salto teológico, cuyo vació intermedio es imposible de rellenar, entre el Jesús de la historia y el Cristo paulino, místico/teológico.
Pero primero hay que comenzar por la existencia misma, histórica del personaje. Lo veremos en la siguiente nota.
Saludos cordiales de Antonio Piñero.
Universidad Complutense de Madrid
www.antoniopinero.com
Hemos concluido en las postales anteriores un esbozo de la semblanza intelectual de Gonzalo Puente Ojea, que al ser muy breve no hace justicia completa, ni realza de modo conveniente, el valor de la obra de este investigador.
Se le achaca mucha veces que escribe por resentimiento contra la Iglesia Católica, o que tiene unos “aprioris” críticos, por ejemplo partir de un modelo de historiografía marxista, y por tanto asumira una interpretación materialista de la historia que le impide ver la complejidad de la verdad.
Yo, que no muestro (creo) ni una ni otra característica --no soy anticlerical ni marxista/marxiano, aunque sí muy escéptico, racionalista y agnóstico--, me siento convencido por muchos, la inmensa mayoría, de los argumentos que expone Puente Ojea, como mostré claramente al final de mis postal anterior (189-04), lo que no significa tampoco que esté en absolutamente de acuerdo con todo y sin excepción.
Creo que deben dejarse aparte todo tipo de argumentos personalistas e ir directamente a las razones que se exponen en las obras de Puente Ojea, a sus análisis de textos, a las hipótesis científicas bien fundadas que sustenta, a las interpretaciones globales de fenómenos complejos de la historia antigua, en concreto del cristianismo, que siguen esquemas interpretativos bien contrastados y utilizados por investigadores de prestigio, etc.
A propósito del resentimiento y de la metodología crítica marxiana: tomo como ejemplo Ideología e Historia, El cristianismo como fenómeno ideológico, de 1974, se gestó desde bastantes años antes, momentos en los que Gonzalo Puente no tenía ni podía estar gobernado por ningún sentimiento, o resentimiento, personal antieclesiástico, porque no había tenido ni el mínimo encontronazo con la Iglesia. En todo caso, todo lo contrario, porque había pertenecido en su juventud a la Asociación de Propagandistas, fundada por el Cardenal Herrera Oria. Sus argumentos están tomados sobre todo del estudio de la crítica neotestamentaria alemana, por la impresión que le produjo al tomar contacto con ella. Y pienso que con esta obra fue la primera vez que se utilizaba en lengua castellana la panoplia de argumentos extraídos sobre todo de la metodología de la “Historia de las formas”.
Respecto al método marxista, o quizás mejor marxiano, de análisis histórico y del estudio de las ideologías: antes de manifestarse radicalmente en contra habría que estudiar a fondo la argumentación de las cerca de 70 páginas acerca de la formación de la ideologías que anteceden a la descripción propiamente tal de la ideología mesiánica vigente en el Israel del siglo I. Tiene Puente Ojea razones y perspectivas muy convincentes.
En los días que siguen quiero tratar del otro de mis dos artículos de la revista Ánthropos, nº 231, de 2011, dedicados a la obra de Gonzalo Puente, cuyo título es el de esta postal. No voy a reproducir ese artículo tal cual, sino que lo iré comentando, ampliando, abreviando, etc. como me parezca mejor para los lectores.
Desde la publicación de la citada primera gran obra, Ideología e historia, en 1974, Gonzalo Puente Ojea se ocupó ininterrumpidamente de descubrir y ofrecer a sus lectores la figura y misión del Jesús de la historia. Prácticamente en todas sus obras posteriores hay alusiones a esta cuestión.
Entre ellas hay que destacar algunos ensayos que abordan el tema de manera directa y específica. Éstos son:
· Imperium Crucis. Consideraciones sobre la vocación de poder de la Iglesia Católica, de 1989;
· Fe cristiana, Iglesia y poder, de 1991;
· El Evangelio de Marcos. Del Cristo de la fe al Jesús de las historia, de 1992;
· El mito de Cristo, de 2000;
· Vivir en la realidad. Sobre mitos, dogmas e ideologías, en su segunda parte “El mito cristiano: el Evangelio de Marcos, un relato apocalíptico”, de 2007, y finalmente en
· La existencia histórica de Jesús. Las fuentes cristianas y su contenido judío, de 2008.
El interés de Gonzalo Puente Ojea por el personaje Jesús se explica por el valor de su figura en sí misma, sin duda. Sin embargo, creo que hay otro motivo poderoso en la atención prestada por nuestro autor al Jesús de la historia: detectar la falta de base histórica de la pretensión de las Iglesias, en general, y en concreto de la católica romana, en cuyo ámbito vive, para transformarse en una institución de poder, controladora de los fieles e incluso de los estados, si posible fuere, basándose en las doctrinas y en la figura de un Jesús radicalmente histórico, según se sostiene.
Puente Ojea defiende, por el contrario, que si llega a demostrarse históricamente que la base de la religión cristiana, la figura de Jesús de Nazaret, fue de hecho muy distinta, contraria y contradictoria incluso a lo que proclaman las Iglesias como su fundamento inalienable, se desbarataría la base principal de su aspiración de poder. Esta postura resulta drástica para muchos. Sin embargo, y en el fondo la problemática es la misma que la describe Edward Schillebeeckx en “Jesús, la historia de un viviente” (reedic. de Trotta de 2010, p. 60:
“Si Jesús no hubiese existido (tal como a veces se ha afirmado) o hubiese sido algo totalmente distinto de lo que él afirma la fe (por ejemplo, un sicario, un celota, o un miembro de la resistencia judía), la fe o la proclamación de ella (el kerigma) serían obviamente increíbles. Es insostenible una ruptura radical entre el conocimiento de fe y el conocimiento histórico acerca de algo, que a fin de cuentas, es un fenómeno único: Jesús y sus discípulos creyentes. Tal dualidad conduce inevitablemente a negar uno de los dos polos”.
Gonzalo Puente intenta probar exactamente, con toda la argumentación de su obra, que existe tal dualidad y que hay una grieta radical e insalvable entre el conocimiento histórico acerca de Jesús y el conocimiento que de él tiene la fe; que dos “conocimientos” no son complementarios sino contradictorios (en realidad al de la fe lo denomina especulación pura); que no pertenecen ambos referentes –el Jesús de la historia y el de la fe- a escalas y estratos diferentes del conocimiento; que la verdad de la historia se impone a la verdad de fe o, finalmente, que se ha producido un salto teológico, cuyo vació intermedio es imposible de rellenar, entre el Jesús de la historia y el Cristo paulino, místico/teológico.
Pero primero hay que comenzar por la existencia misma, histórica del personaje. Lo veremos en la siguiente nota.
Saludos cordiales de Antonio Piñero.
Universidad Complutense de Madrid
www.antoniopinero.com