516- El Jesús de Hans Küng. ¿Se acaba todo con la muerte? (y III) (516)
Hoy escribe Antonio Piñero
La última parte del libro de H. Küng aborda el espinoso tema –según Küng, desde el punto de vista histórico-crítico, como él había prometido que lo haría en la p. 11-- de la resurrección de Jesús, de las apariciones y de la vida después de la muerte. Evidentemente, sin embargo, no se pueden tratar estos temas desde el punto de vista de la historia, sino de la fe. Küng lo acpeta, pero sí se pueden ofrecer razones –opina-- que hagan razonables esta fe.
El punto de partida es que con la muerte de Jesús no se acabó todo, sino al revés: la “causa de Jesús siguió” tras su fallecimiento, tomó entonces impulso y continuó hacia delante con más fuerza si cabe. Comenzó así una nueva época de la historia universal, teñida o gobernada por el “cristianismo”, o seguimiento del Cristo, el Mesías. El nacimiento del cristianismo fue un misterio absoluto: se acumulan las preguntas sin respuesta fácil: “¿Cómo fue posible que ese maestro de falsedad, condenado, se convirtiera en el Mesías de Israel, el en el Cristo; que ese profeta desautorizado llegara a ser el Señor; que ese seductor del pueblo, desenmascarado, se convirtiera en el Salvador; que ese blasfemo, ese réprobo, llegara a ser el Hijo de Dios?” (. 164).
Küng expone además las dificultades encontrables por la creencia en la resurrección/apariciones: los relatos que las cuentan no son imparciales; no proceden de observadores neutrales; para explicarlas es necesario echar mano a la indemostrable hipótesis de una intervención divina supranaturalista en la leyes naturales = una resurrección; no hay testimonios directos de la resurrección; un análisis minuciosos de los relatos pascuales descubre discrepancias y contradicciones insuperables.
A todo esto responde Küng (pp. 170ss):
• Es preferible el término resucitación a resurrección; el primero es más conforme a la tradición cristiana e indica que Dios resucitó a Jesús, no él a sí mismo, concepto implicado por el segundo vocablo.
• La resucitación no es un hecho histórico. La historia pertenece al nivel humano; la resurrección es un acto de Dios: pertenece a otro nivel, a las dimensiones propias de Dios. Es un acontecimiento real, pero trasciende los límites de la historia.
• La resucitación no es representable con imágenes, ya que pertenece a un ámbito “esencialmente otro”.
• No debe entenderse la resucitación como corporal, si por ello se sobreentiende que se trata del mismo organismo humano en su aspecto fisiológico. Pero sí hay continuidad de la persona.
• Probablemente lo mejor es hablar de “exaltación”: “Después de la resucitación, Dios ha constituido a Jesús, humillado en cuanto hombre, Señor y Mesías (Hch 2,36). La mesianidad y la filiación divina no se dicen del Jesús terreno, sino del Jesús exaltado por Dios”.
Por tanto el mensaje es: “El crucificado vive para siempre junto a Dios como compromiso y esperanza para el hombre”. No es un retorno a esta vida espacio-temporal, ni tampoco una continuación de ella, sino una “asunción de la realidad última”; es un acontecimiento de la nueva creación (de nuevo utiliza Küng un concepto totalmente paulino: Gál 6,15; 2 Cor 5,17).
Es claro, para Küng, que el enigma histórico del origen del cristianismo, que se produce solo tras la muerte de Jesús, aparece “resuelto” sólo desde experiencias de la fe, de los “conocimientos” que proporciona la fe y de las llamadas a seguir a Jesús desde la fe (p. 179). Las disquisiciones racionales quedan a un lado.
A partir de aquí viene a decir Küng sibilinamente que los títulos de majestad de Jesús --como Hijo de Dios, Hijo del Hombre, Señor, Cristo, aplicados por los evangelistas a Jesús durante su vida en la tierra-- solo tienen sentido y plenitud desde la fe, de modo que del Jesús humano no pueden predicarse propiamente, es decir, no se le pueden atribuir con toda propiedad; el Jesús humano es meramente humano, pero un ser humano especial como reflejo igualmente especial de la Divinidad. Incluso el título más terreno de Hijo de David, adquiere su plenitud de sentido cristiano sólo después de la resurrección. «De forma bíblicamente correcta hay que hablar con Pablo de “envío del Hijo de Dios” (con mayúscula en Hijo, es decir, del envío de una persona que cuando es enviada es un mero ser humano; por tanto, es un “hijo de Dios” [minúscula en “hijo”] como lo fue el rey, el profeta o el sumo sacerdote), y con Juan de (mera) encarnación del Verbo/Palabra de Dios. Jesús es en figura humana; es sólo el verbo (minúscula) de Dios, voluntad de Dios, imagen de Dios, hijo de Dios» (pp. 185-186).
En román paladino de nuevo: Küng se aparta de facto de la formulación trinitaria de Nicea, Éfeso o Calcedonia, y no presenta más que una imagen de Jesús que se parece mucho más a la del islam, o incluso a una posible posición judía antigua (Jesús sería como Henoc o Metatrón: mero hombre exaltado después de la muerte a un estatus parecido al divino). Por tanto, Küng, como otros teólogos propone “desandar lo andado” respecto al dogma y entenderlo muy de otro modo. Ahora, en el siglo XXI, no deben entenderse estas definiciones trinitarias como “definiciones infalibles a priori, sino como explicaciones a posteriori de lo que Jesús era y significaba” (pp. 185-186).
En resumidas cuentas el estudio histórico-crítico de Jesús de Nazaret termina con una suerte de apéndice teológico que apunta el camino por donde ha de circular la teología moderna so pena de que las nuevas generaciones rechacen absolutamente como míticas todas las formulaciones de fe anteriores, que eran creídas al pie de la letra y en las que la única persona de Jesús tenía dos naturalezas, una humana y otra divina, y respecto a las cuales se advertía que la naturaleza divina se mostraba solo de vez en cuando durante el ministerio terrenal de Jesús, por ejemplo, en la transfiguración.
Naturalmente, para un historiador, este montaje teológico, por muy razonable que sea partiendo de unos supuestos previos, queda lejos de su disciplina de estudio y se remite a la mera fe. Esta parte de la creencia en un Dios determinado, de base judía y luego purificada en las especificaciones respecto a su esencia y existencia formuladas por los humanos, supone en el fondo y a pesar de todo participar de algún modo de una cosmovisión muy arcaica, veterotestamentaria, que tiene su origen en cosmovisiones muy anteriores de raigambre acádico-babilónica. Hoy, sin embargo, la gente tiene otra idea del universo y, por tanto, otra concepción de Dios.
Quiero añadir que cuando H. Küng habla de que “La resucitación no es un hecho histórico…, está en las dimensiones propias de Dios, pero es un acontecimiento real que trasciende los límites de la historia” conviene recordar algo que es elemental en filosofía, pero para muchos raro, a saber que lo real no es siempre existente como alguna vez he escrito ya. Ejemplo: el concepto de “patria” no es real, es una mera noción intelectual, pero es existente en cuanto que produce efectos reales: por la patria se hacen mil cosas y se llega incluso a matar o a morir.
Por último: a pesar de tan diversos “peros”, no es mi opinión de este libro en absoluto negativa. Insisto en que lo ha leído con interés y que ofrece muchos puntos de vista muy personales y muy bien reflexionados también. Pero a la vez observo que la descripción de Jesús de Nazaret por parte de H. Küng no es histórica, en el sentido que yo la entiendo y como él parece pretender, sino que atribuye historicidad a rasgos de la “vida” de Jesús tal como los describen los evangelistas, rasgos que son interpretaciones, y en concreto de cuño paulino, de una persona humana… y que es difícil que ella subscribiera, si pudiera ser conforntado con ellas. Estas interpretaciones son aceptadas por Marcos y a su rebufo por Mateo y Lucas. Juan también participa de estas ideas, pero a su aire… y así llegan hasta hoy, cuando por enésima vez en la historia son reinterpretadas.
Saludos cordiales de Antonio Piñero.
Universidad Complutense de Madrid
www.antoniopinero.com
Hoy escribe Antonio Piñero
La última parte del libro de H. Küng aborda el espinoso tema –según Küng, desde el punto de vista histórico-crítico, como él había prometido que lo haría en la p. 11-- de la resurrección de Jesús, de las apariciones y de la vida después de la muerte. Evidentemente, sin embargo, no se pueden tratar estos temas desde el punto de vista de la historia, sino de la fe. Küng lo acpeta, pero sí se pueden ofrecer razones –opina-- que hagan razonables esta fe.
El punto de partida es que con la muerte de Jesús no se acabó todo, sino al revés: la “causa de Jesús siguió” tras su fallecimiento, tomó entonces impulso y continuó hacia delante con más fuerza si cabe. Comenzó así una nueva época de la historia universal, teñida o gobernada por el “cristianismo”, o seguimiento del Cristo, el Mesías. El nacimiento del cristianismo fue un misterio absoluto: se acumulan las preguntas sin respuesta fácil: “¿Cómo fue posible que ese maestro de falsedad, condenado, se convirtiera en el Mesías de Israel, el en el Cristo; que ese profeta desautorizado llegara a ser el Señor; que ese seductor del pueblo, desenmascarado, se convirtiera en el Salvador; que ese blasfemo, ese réprobo, llegara a ser el Hijo de Dios?” (. 164).
Küng expone además las dificultades encontrables por la creencia en la resurrección/apariciones: los relatos que las cuentan no son imparciales; no proceden de observadores neutrales; para explicarlas es necesario echar mano a la indemostrable hipótesis de una intervención divina supranaturalista en la leyes naturales = una resurrección; no hay testimonios directos de la resurrección; un análisis minuciosos de los relatos pascuales descubre discrepancias y contradicciones insuperables.
A todo esto responde Küng (pp. 170ss):
• Es preferible el término resucitación a resurrección; el primero es más conforme a la tradición cristiana e indica que Dios resucitó a Jesús, no él a sí mismo, concepto implicado por el segundo vocablo.
• La resucitación no es un hecho histórico. La historia pertenece al nivel humano; la resurrección es un acto de Dios: pertenece a otro nivel, a las dimensiones propias de Dios. Es un acontecimiento real, pero trasciende los límites de la historia.
• La resucitación no es representable con imágenes, ya que pertenece a un ámbito “esencialmente otro”.
• No debe entenderse la resucitación como corporal, si por ello se sobreentiende que se trata del mismo organismo humano en su aspecto fisiológico. Pero sí hay continuidad de la persona.
• Probablemente lo mejor es hablar de “exaltación”: “Después de la resucitación, Dios ha constituido a Jesús, humillado en cuanto hombre, Señor y Mesías (Hch 2,36). La mesianidad y la filiación divina no se dicen del Jesús terreno, sino del Jesús exaltado por Dios”.
Por tanto el mensaje es: “El crucificado vive para siempre junto a Dios como compromiso y esperanza para el hombre”. No es un retorno a esta vida espacio-temporal, ni tampoco una continuación de ella, sino una “asunción de la realidad última”; es un acontecimiento de la nueva creación (de nuevo utiliza Küng un concepto totalmente paulino: Gál 6,15; 2 Cor 5,17).
Es claro, para Küng, que el enigma histórico del origen del cristianismo, que se produce solo tras la muerte de Jesús, aparece “resuelto” sólo desde experiencias de la fe, de los “conocimientos” que proporciona la fe y de las llamadas a seguir a Jesús desde la fe (p. 179). Las disquisiciones racionales quedan a un lado.
A partir de aquí viene a decir Küng sibilinamente que los títulos de majestad de Jesús --como Hijo de Dios, Hijo del Hombre, Señor, Cristo, aplicados por los evangelistas a Jesús durante su vida en la tierra-- solo tienen sentido y plenitud desde la fe, de modo que del Jesús humano no pueden predicarse propiamente, es decir, no se le pueden atribuir con toda propiedad; el Jesús humano es meramente humano, pero un ser humano especial como reflejo igualmente especial de la Divinidad. Incluso el título más terreno de Hijo de David, adquiere su plenitud de sentido cristiano sólo después de la resurrección. «De forma bíblicamente correcta hay que hablar con Pablo de “envío del Hijo de Dios” (con mayúscula en Hijo, es decir, del envío de una persona que cuando es enviada es un mero ser humano; por tanto, es un “hijo de Dios” [minúscula en “hijo”] como lo fue el rey, el profeta o el sumo sacerdote), y con Juan de (mera) encarnación del Verbo/Palabra de Dios. Jesús es en figura humana; es sólo el verbo (minúscula) de Dios, voluntad de Dios, imagen de Dios, hijo de Dios» (pp. 185-186).
En román paladino de nuevo: Küng se aparta de facto de la formulación trinitaria de Nicea, Éfeso o Calcedonia, y no presenta más que una imagen de Jesús que se parece mucho más a la del islam, o incluso a una posible posición judía antigua (Jesús sería como Henoc o Metatrón: mero hombre exaltado después de la muerte a un estatus parecido al divino). Por tanto, Küng, como otros teólogos propone “desandar lo andado” respecto al dogma y entenderlo muy de otro modo. Ahora, en el siglo XXI, no deben entenderse estas definiciones trinitarias como “definiciones infalibles a priori, sino como explicaciones a posteriori de lo que Jesús era y significaba” (pp. 185-186).
En resumidas cuentas el estudio histórico-crítico de Jesús de Nazaret termina con una suerte de apéndice teológico que apunta el camino por donde ha de circular la teología moderna so pena de que las nuevas generaciones rechacen absolutamente como míticas todas las formulaciones de fe anteriores, que eran creídas al pie de la letra y en las que la única persona de Jesús tenía dos naturalezas, una humana y otra divina, y respecto a las cuales se advertía que la naturaleza divina se mostraba solo de vez en cuando durante el ministerio terrenal de Jesús, por ejemplo, en la transfiguración.
Naturalmente, para un historiador, este montaje teológico, por muy razonable que sea partiendo de unos supuestos previos, queda lejos de su disciplina de estudio y se remite a la mera fe. Esta parte de la creencia en un Dios determinado, de base judía y luego purificada en las especificaciones respecto a su esencia y existencia formuladas por los humanos, supone en el fondo y a pesar de todo participar de algún modo de una cosmovisión muy arcaica, veterotestamentaria, que tiene su origen en cosmovisiones muy anteriores de raigambre acádico-babilónica. Hoy, sin embargo, la gente tiene otra idea del universo y, por tanto, otra concepción de Dios.
Quiero añadir que cuando H. Küng habla de que “La resucitación no es un hecho histórico…, está en las dimensiones propias de Dios, pero es un acontecimiento real que trasciende los límites de la historia” conviene recordar algo que es elemental en filosofía, pero para muchos raro, a saber que lo real no es siempre existente como alguna vez he escrito ya. Ejemplo: el concepto de “patria” no es real, es una mera noción intelectual, pero es existente en cuanto que produce efectos reales: por la patria se hacen mil cosas y se llega incluso a matar o a morir.
Por último: a pesar de tan diversos “peros”, no es mi opinión de este libro en absoluto negativa. Insisto en que lo ha leído con interés y que ofrece muchos puntos de vista muy personales y muy bien reflexionados también. Pero a la vez observo que la descripción de Jesús de Nazaret por parte de H. Küng no es histórica, en el sentido que yo la entiendo y como él parece pretender, sino que atribuye historicidad a rasgos de la “vida” de Jesús tal como los describen los evangelistas, rasgos que son interpretaciones, y en concreto de cuño paulino, de una persona humana… y que es difícil que ella subscribiera, si pudiera ser conforntado con ellas. Estas interpretaciones son aceptadas por Marcos y a su rebufo por Mateo y Lucas. Juan también participa de estas ideas, pero a su aire… y así llegan hasta hoy, cuando por enésima vez en la historia son reinterpretadas.
Saludos cordiales de Antonio Piñero.
Universidad Complutense de Madrid
www.antoniopinero.com