Hoy escribe Antonio Piñero
Seguimos con el análisis de algunos temas básicos del libro “Jesús” de Hans Küng. El punto siguiente que afecta a todo Jesús es la pregunta ¿Fue Jesús un revolucionario?. Nuestro autor responde: sí, si por revolución se entiende la transformación radical de las condiciones existentes. No, de ningún modo, si por revolución se entiende el “movimiento revolucionario celota” que comienza “oficialmente” con Judas de Gamala, o Judas el Galileo, que se levanta en armas contra la orden de Roma de censar al pueblo de Judea, año 6 d.C. inmediatamente después de la deposición del “rey”/etnarca Arquelao y de la declaración por parte de Roma de Judea como provincia romana y que suponía un levantamiento en armas, ya en toda regla, ya como guerrilla latente.
A pesar de los cambios radicales que postula Jesús procedentes de la instauración del reino de Dios, de su ataque a los círculos dominantes y a los abusos legales y sociales, etc., el Nazareno –según Küng-- no fue un revolucionario social, porque para fundamentar este aserto “hay que tergiversar y falsear todos los relatos evangélicos y seleccionar unilateralmente las fuentes… hay proceder con fantasía novelesca y no con rigor histórico-crítico” (p. 44).
A este respecto deseo hacer alguna observación:
• No se puede pedir a los evangelistas --que son discípulos de Pablo, interesados ante todo en la misión a los gentiles, y que, por tanto como Pablo, no pueden hacer la proclamación de un mesías judío a las gentes del Imperio, sino la de un redentor universal – que hagan el mínimo hincapié en los aspectos “oscuros” para los romanos de la personalidad de Jesús. Este se había rodeado de gentes fanáticas que ciertamente portaban armas en el episodio del prendimiento en Getsemaní. Además, ¿es posible --por muy rápida que fuera la peripecia de la expulsión de los mercaderes del Templo, que se cerró antes de que llegaran suficientes efectivos de la policía del Templo— que Jesús pudiera derribar las mesas de los poderosos cambistas y trastocar toda la venta de animales sin que estuviera rodeado de un buen monto de discípulos, con algunas armas, dispuestos a defender al Maestro como fuera? Parece imposible, pues los cambistas eran meros subordinados de los sumos sacerdotes y protegidos por éstos. A este respecto, espero que, cuando lo crea oportuno y haya pasado el tiempo suficiente, Fernando Bermejo se decida a hacer público en este Blog su artículo “Jesus and the Anti-Roman Resistance. A Reassessment of the Arguments”, publicado hace tiempo ya, según creo, en el Journal for the historical Jesus. No se puede pasar por alto la cantidad de indicios (más de 30) que presentan los Evangelios de un Jesús que jamás condenó la violencia. Por otro lado,
• Parece cierto que Jesús, como predicador itinerante, tenía solo un grupo relativamente pequeño de seguidores y que no poseía dinero para montar ninguna partida seria de guerrilleros. Por tanto no puede considerárselo como jefe de un grupo “estrictamente armado”, con ánimo de hostigamiento en plan de guerrillas, a los romanos.
• Sin embargo, parece probable que los seguidores de Jesús portaran armas, para autodefenderse en los caminos, al igual que los esenios cuando iban de viaje.
• Parece cierto que, aparte de Simón el cananeo o celota, el grupo de los tres íntimos de Jesús, Pedro, y los dos “Hijos del Trueno”, Santiago y Juan eran cualquier cosa menos inocentes corderitos pacíficos. Etc.
Podríamos seguir, pero ya hemos escrito de este tema repetidas veces. Pero Küng asegura que la entrada mesiánica en Jerusalén, la purificación del Templo y el episodio del denario/pago del tributo al César son una muestra clara (¿?) del pacifismo de Jesús, ya que no se negó al pago de impuestos, no proclamó guerra alguna de liberación nacional, ni propagó la lucha de clases (pp. 47-48).
Pero todos estos episodios, incluso el de un Jesús totalmente renuente, que finalmente ordena a Pedro que pague el impuesto anual al Templo (Mt 17,25-26: “Y cuando llegó a casa, se anticipó Jesús a decirle: «¿Qué te parece, Simón?; los reyes de la tierra, ¿de quién cobran tasas o tributo, de sus hijos o de los extraños?»; obsérvese que Jesús no habla de sumos sacerdotes que exigen un tributo para el sostenimiento del Templo, sino de “los reyes de la tierra”, pueden ser interpretados mejor de otra manera que como muestra de un pacifisimo a ultranza.
Es más que probable que la fse suelta de Jesús que acabamos de citar deba unirse al episodio del pago del tributo de Mc 12,17. Este tiene otra interpretación, creo que más clara y constriñente que la propuesta por Küng; y una interpretación que muestran a Jesús totalmente implicado en la política de su tiempo. Como he escrito varias veces, en el episodio del tributo al César Jesús, muy astutamente, responde negativamente al pago de ese tributo: No hay que pagar el impuesto. Parece que Marcos es muy exacto cuando transmite en griego lo que debió de ser la frase central de Jesús en este episodio: “Devolved (no “dad”: griego “apódote”, no “dóte”) al César lo que es del César (es decir, devolved al Cesar este denario que me mostráis) y devolved a Dios (la tierra de Israel que ahora está ocupada y explotada por el César) lo que es de Dios. Por consiguiente: no paguéis el tributo por la tierra de Israel y de sus gentes que son de Dios, y no utilicéis el denario.
Se ha apuntado, además, decenas y decenas de veces que esta postura está de acuerdo con lo que indica Lc 23,2: “Comenzaron a acusarlo diciendo: «Hemos encontrado a éste alborotando a nuestro pueblo, prohibiendo pagar tributos al César y diciendo que él es Cristo Rey»”. El truco de Jesús radica en referirse a la moneda en vez de al tributo.
Otro tema: un rasgo básico de Jesús, según Küng del Jesús histórico es no haber tenido “Ningún celo por la Ley” (p. 55). En mi opinión y con pocas dudas, es este un aserto exagerado puesto que Küng está comparando a Jesús con los esenios, en especial con la rama de Qumrán, cuya observancia de la Ley, a juzgar por la Regla de la comunidad (1QS) y otros textos haláquicos (es decir, de interpretación de la Ley) que desde el punto de vista de hoy rayaba en la paranoia. Es cierto que Jesús no era un esenio. Pero es exagerado decir que “estuvo alejadísimo de los fariseos” o que “Jesús fue de una laxitud extraordinaria”. Son frases que constituyen exageraciones, y notables.
Si había algún grupo en el Israel del siglo I al que se podía adscribir a Jesús era al de los fariseos: un mismo modo de enseñanza en parábolas, un mismo modo de argumentación, un mismo modo de entender la Ley en lo sustancial. No comprendo cómo Küng sostiene que la parábola del hijo pródigo, del publicano y del fariseo (en la que aparecen orando los dos; el primero se consideraba un inicuo y el segundo creía ante Dios que era justo; y Jesús justifica al primero), la de la oveja extraviada y la dracma perdida puedan estimarse seriamente “como subversivas y destructivas moralmente, constituyendo una ofensa para todo buen israelita” (p. 65). Son estas típicas exageraciones de Küng que no deben considerarse al pie de la letra, porque luego –a lo largo del libro-- afirma casi lo contrario. En mi opinión y en la de muchos estudiosos independientes, entre ellos muchos judíos, Jesús jamás violó el descanso sabático, ni jamás quebrantó la Ley judía (en contra de lo afirmado por Küngen pp. 67s).
Otro tema: sí me parece interesante, y muy propio de Küng, dividir la vida y ministerio público de Jesús en dos unidades de sentido: la causa de Dios y la causa del hombre, aun a riesgo de modernizar demasiado a Jesús en el sentido de sacarlo de sus coordenadas sociales, políticas y religiosas.
La causa de Dios es el reino /reinado de Dios. Del mensaje evangélico deben tomarse, según Küng, las esencias intemporales, no condicionadas por una “visión del mundo ligada a la mentalidad de una época, puesto que no hay razón para hacerla resurgir de un modo artificioso” (p. 78). Una consecuencia de esta postura es eliminar los rasgos tremendistas, apocalípticos, muy duros para la mentalidad de hoy del apocalipticismo de Jesús. Con gran satisfacción interior debe uno quedarse solo con el mensaje de Jesús que es igual al destilado de los escritos de los profetas: “El reino de Dios es un reinado de plena justicia, de suma libertad, de amor inquebrantable de reconciliación universal, de paz eterna” (p.76). Desde luego, en la pluma de H. Küng, el aspecto –también de los profetas-- de Israel como dominador de todas las naciones a muchas de las cuales destruirá en los tiempos finales, estaba sin más ausente del pensamiento de Jesús. No es posible afirmarlo con tanta seguridad.
Otro tema: El Reino de Dios está ya de algún modo presente, pero aún no plenamente realizado. En mi opinión, esta dialéctica no es de Jesús, sino paulina puramente y la recoge con claridad el evangelista Marcos quien adapta a ella el material que recibe de la tradición (el máximo de adaptación es Lc 17,21, quien sostiene que Jesús dijo a los fariseos (véase, por favor, el contexto de la perícopa, y además obsérvese que todo el contexto indica igualmente que el reino de Dios vendrá en el futuro).
Y no creo que la perspectiva de un reino de Dios realmente presente en Israel fuera la de Jesús, entre ostras cosas evidentes porque pensaba que la lucha que él libraba con Satanás, y el inicio de la derrota de éste no eran más que el signo de que la “maquinaria divina” había empezado a moverse para restaurar el estado de cosas del inicio de la creación… Se estaba en los momentos preparatorios de máxima intensidad, pero el Reino en sí aún no había llegado. Será Pablo, y no Jesús, quien vea en la cruz la derrota definitiva de Satanás y el inicio verdadero del reino del Mesías y luego el de Dios (1 Cor 15, 20-28: léase con detenimiento). Para Pablo el reino de Dios se ha iniciado ya realmente y faltaba poquísimo para que se completara… En muy poco tiempo, en su generación, con la segunda y definitiva llegada del Mesías plenamente constituido.
La causa de Dios es para Jesús, según Küng, que durante la espera de la venida definitiva del Reino el ser humano cumpla su voluntad. Esta voluntad divina –defiende Küng-- no se puede leerse ni en la pura ley natural, ni en la Ley revelada en su momento por Dios a Moisés, sino en la esencia de la Ley tal como la entiende el Mesías. Jesús vino a cumplir lo profundo de la Ley, pero en cierto sentido a mostrar que el hombre debe buscar la voluntad de Dios por encima incluso de la letra de la Ley. Sólo el Mesías es el intérprete de la Ley. En mi opinión, tenemos aquí otra idea profundamente paulina, bajo cuya luz se transmiten las discusiones de Jesús con los fariseos (y alguna vez con los saduceos), en las que el Maestro aparece por encima no solo de la tradición oral, sino de las disposiciones de Moisés mismo (= las antinomias del Sermón de la Montaña: “Habéis oído que se dijo…, Pero yo os digo”). Creo que Küng atribuye a Jesús, de la mano de los evangelistas, lo que –opino—no fue el verdadero pensamiento de Jesús sino de su intérprete Pablo, según el cual el Mesías tiene capacidad de cambiar la ley mosaica en el tiempo mesiánico,
Y, por otro lado, la “causa del hombre” está unida, como expone Küng, al mensaje del Reino de Dios. Este implica una humanización del hombre, un cambio de conciencia de modo que el ser humano busque siempre hacer lo que Dios quiere, pero en una atmósfera de libertad en la que la tradición de los antiguos, las instituciones y la jerarquía de Israel quedan relativizadas… y superadas (trasládese al momento actual de la Iglesia, según Küng). Lo de relativización y superación me parece que cuadra poco con la mentalidad del Jesús histórico.
Otro tema: El conflicto y la muerte de Jesús, que él mismo veía venir por su oposición a todo lo establecido según la sociedad de su tiempo. “El violento final de Jesús estaba ya implícito en la lógica de su predicación y de su comportamiento. Su pasión vino a ser mero efecto de la reacción de los guardianes de la Ley, del derecho y la moral frente a toda su obra”. Para explicar la condena de Jesús basta su predicación; para dar razón de sus padecimientos bastan sus acciones” (157).
Se sitúa así Küng en una perspectiva muy tradicional, y poco histórico-crítica del proceso y ejecución de Jesús. Según la perspectiva de nuestro autor, el componente religioso de la muerte de Jesús pasa a primer plano; y el político, a segundo. Como Jesús era pacifista a ultranza, según Küng, la acusación política era plenamente falsa; la religiosa, plenamente verdadera: murió Jesús en la cruz por tomarse unas libertades soberanas ante la Ley y el Templo, y por haber puesto en entredicho el ordenamiento religioso tradicional. Con su predicación de la gracia del Dios Padre y su personal concesión del perdón de los pecados se había arrogado poderes inauditos” (157-158).
Todo este punto de vista de Küng es puramente tradicional y no tiene en absoluto en cuenta, aunque los conozca, los estudios actuales que han puesto de relieve que la perspectiva verdadera de la muerte del Jesús histórico es justamente al revés: primó lo político sobre lo religioso. De nuevo Küng atribuye de manera más o menos clara al Jesús histórico una perspectiva paulina: “La Muerte en cruz de Jesús representó el cumplimiento de la maldición de la Ley” (pp 156-160; en especial, p. 160; léase Gál 3,13: “Cristo nos rescató de la maldición de la Ley haciéndose maldición por nosotros, pues está escrito: Maldito todo el que está colgado de un madero (Dt 21,23), 14 a fin de que la bendición de Abrahán llegara a los gentiles en Cristo Jesús, y por medio de la fe recibiéramos el Espíritu de la Promesa”) . Küng “lee” a Jesús a través de las lentes de Pablo de Tarso, en mi opinión.
El próximo día concluiremos con la reseña del tratamiento de Küng de la resurrección de Jesús y sus consecuencias.
Saludos cordiales de Antonio Piñero.
Universidad Complutense de Madrid
www.antoniopinero.com
Seguimos con el análisis de algunos temas básicos del libro “Jesús” de Hans Küng. El punto siguiente que afecta a todo Jesús es la pregunta ¿Fue Jesús un revolucionario?. Nuestro autor responde: sí, si por revolución se entiende la transformación radical de las condiciones existentes. No, de ningún modo, si por revolución se entiende el “movimiento revolucionario celota” que comienza “oficialmente” con Judas de Gamala, o Judas el Galileo, que se levanta en armas contra la orden de Roma de censar al pueblo de Judea, año 6 d.C. inmediatamente después de la deposición del “rey”/etnarca Arquelao y de la declaración por parte de Roma de Judea como provincia romana y que suponía un levantamiento en armas, ya en toda regla, ya como guerrilla latente.
A pesar de los cambios radicales que postula Jesús procedentes de la instauración del reino de Dios, de su ataque a los círculos dominantes y a los abusos legales y sociales, etc., el Nazareno –según Küng-- no fue un revolucionario social, porque para fundamentar este aserto “hay que tergiversar y falsear todos los relatos evangélicos y seleccionar unilateralmente las fuentes… hay proceder con fantasía novelesca y no con rigor histórico-crítico” (p. 44).
A este respecto deseo hacer alguna observación:
• No se puede pedir a los evangelistas --que son discípulos de Pablo, interesados ante todo en la misión a los gentiles, y que, por tanto como Pablo, no pueden hacer la proclamación de un mesías judío a las gentes del Imperio, sino la de un redentor universal – que hagan el mínimo hincapié en los aspectos “oscuros” para los romanos de la personalidad de Jesús. Este se había rodeado de gentes fanáticas que ciertamente portaban armas en el episodio del prendimiento en Getsemaní. Además, ¿es posible --por muy rápida que fuera la peripecia de la expulsión de los mercaderes del Templo, que se cerró antes de que llegaran suficientes efectivos de la policía del Templo— que Jesús pudiera derribar las mesas de los poderosos cambistas y trastocar toda la venta de animales sin que estuviera rodeado de un buen monto de discípulos, con algunas armas, dispuestos a defender al Maestro como fuera? Parece imposible, pues los cambistas eran meros subordinados de los sumos sacerdotes y protegidos por éstos. A este respecto, espero que, cuando lo crea oportuno y haya pasado el tiempo suficiente, Fernando Bermejo se decida a hacer público en este Blog su artículo “Jesus and the Anti-Roman Resistance. A Reassessment of the Arguments”, publicado hace tiempo ya, según creo, en el Journal for the historical Jesus. No se puede pasar por alto la cantidad de indicios (más de 30) que presentan los Evangelios de un Jesús que jamás condenó la violencia. Por otro lado,
• Parece cierto que Jesús, como predicador itinerante, tenía solo un grupo relativamente pequeño de seguidores y que no poseía dinero para montar ninguna partida seria de guerrilleros. Por tanto no puede considerárselo como jefe de un grupo “estrictamente armado”, con ánimo de hostigamiento en plan de guerrillas, a los romanos.
• Sin embargo, parece probable que los seguidores de Jesús portaran armas, para autodefenderse en los caminos, al igual que los esenios cuando iban de viaje.
• Parece cierto que, aparte de Simón el cananeo o celota, el grupo de los tres íntimos de Jesús, Pedro, y los dos “Hijos del Trueno”, Santiago y Juan eran cualquier cosa menos inocentes corderitos pacíficos. Etc.
Podríamos seguir, pero ya hemos escrito de este tema repetidas veces. Pero Küng asegura que la entrada mesiánica en Jerusalén, la purificación del Templo y el episodio del denario/pago del tributo al César son una muestra clara (¿?) del pacifismo de Jesús, ya que no se negó al pago de impuestos, no proclamó guerra alguna de liberación nacional, ni propagó la lucha de clases (pp. 47-48).
Pero todos estos episodios, incluso el de un Jesús totalmente renuente, que finalmente ordena a Pedro que pague el impuesto anual al Templo (Mt 17,25-26: “Y cuando llegó a casa, se anticipó Jesús a decirle: «¿Qué te parece, Simón?; los reyes de la tierra, ¿de quién cobran tasas o tributo, de sus hijos o de los extraños?»; obsérvese que Jesús no habla de sumos sacerdotes que exigen un tributo para el sostenimiento del Templo, sino de “los reyes de la tierra”, pueden ser interpretados mejor de otra manera que como muestra de un pacifisimo a ultranza.
Es más que probable que la fse suelta de Jesús que acabamos de citar deba unirse al episodio del pago del tributo de Mc 12,17. Este tiene otra interpretación, creo que más clara y constriñente que la propuesta por Küng; y una interpretación que muestran a Jesús totalmente implicado en la política de su tiempo. Como he escrito varias veces, en el episodio del tributo al César Jesús, muy astutamente, responde negativamente al pago de ese tributo: No hay que pagar el impuesto. Parece que Marcos es muy exacto cuando transmite en griego lo que debió de ser la frase central de Jesús en este episodio: “Devolved (no “dad”: griego “apódote”, no “dóte”) al César lo que es del César (es decir, devolved al Cesar este denario que me mostráis) y devolved a Dios (la tierra de Israel que ahora está ocupada y explotada por el César) lo que es de Dios. Por consiguiente: no paguéis el tributo por la tierra de Israel y de sus gentes que son de Dios, y no utilicéis el denario.
Se ha apuntado, además, decenas y decenas de veces que esta postura está de acuerdo con lo que indica Lc 23,2: “Comenzaron a acusarlo diciendo: «Hemos encontrado a éste alborotando a nuestro pueblo, prohibiendo pagar tributos al César y diciendo que él es Cristo Rey»”. El truco de Jesús radica en referirse a la moneda en vez de al tributo.
Otro tema: un rasgo básico de Jesús, según Küng del Jesús histórico es no haber tenido “Ningún celo por la Ley” (p. 55). En mi opinión y con pocas dudas, es este un aserto exagerado puesto que Küng está comparando a Jesús con los esenios, en especial con la rama de Qumrán, cuya observancia de la Ley, a juzgar por la Regla de la comunidad (1QS) y otros textos haláquicos (es decir, de interpretación de la Ley) que desde el punto de vista de hoy rayaba en la paranoia. Es cierto que Jesús no era un esenio. Pero es exagerado decir que “estuvo alejadísimo de los fariseos” o que “Jesús fue de una laxitud extraordinaria”. Son frases que constituyen exageraciones, y notables.
Si había algún grupo en el Israel del siglo I al que se podía adscribir a Jesús era al de los fariseos: un mismo modo de enseñanza en parábolas, un mismo modo de argumentación, un mismo modo de entender la Ley en lo sustancial. No comprendo cómo Küng sostiene que la parábola del hijo pródigo, del publicano y del fariseo (en la que aparecen orando los dos; el primero se consideraba un inicuo y el segundo creía ante Dios que era justo; y Jesús justifica al primero), la de la oveja extraviada y la dracma perdida puedan estimarse seriamente “como subversivas y destructivas moralmente, constituyendo una ofensa para todo buen israelita” (p. 65). Son estas típicas exageraciones de Küng que no deben considerarse al pie de la letra, porque luego –a lo largo del libro-- afirma casi lo contrario. En mi opinión y en la de muchos estudiosos independientes, entre ellos muchos judíos, Jesús jamás violó el descanso sabático, ni jamás quebrantó la Ley judía (en contra de lo afirmado por Küngen pp. 67s).
Otro tema: sí me parece interesante, y muy propio de Küng, dividir la vida y ministerio público de Jesús en dos unidades de sentido: la causa de Dios y la causa del hombre, aun a riesgo de modernizar demasiado a Jesús en el sentido de sacarlo de sus coordenadas sociales, políticas y religiosas.
La causa de Dios es el reino /reinado de Dios. Del mensaje evangélico deben tomarse, según Küng, las esencias intemporales, no condicionadas por una “visión del mundo ligada a la mentalidad de una época, puesto que no hay razón para hacerla resurgir de un modo artificioso” (p. 78). Una consecuencia de esta postura es eliminar los rasgos tremendistas, apocalípticos, muy duros para la mentalidad de hoy del apocalipticismo de Jesús. Con gran satisfacción interior debe uno quedarse solo con el mensaje de Jesús que es igual al destilado de los escritos de los profetas: “El reino de Dios es un reinado de plena justicia, de suma libertad, de amor inquebrantable de reconciliación universal, de paz eterna” (p.76). Desde luego, en la pluma de H. Küng, el aspecto –también de los profetas-- de Israel como dominador de todas las naciones a muchas de las cuales destruirá en los tiempos finales, estaba sin más ausente del pensamiento de Jesús. No es posible afirmarlo con tanta seguridad.
Otro tema: El Reino de Dios está ya de algún modo presente, pero aún no plenamente realizado. En mi opinión, esta dialéctica no es de Jesús, sino paulina puramente y la recoge con claridad el evangelista Marcos quien adapta a ella el material que recibe de la tradición (el máximo de adaptación es Lc 17,21, quien sostiene que Jesús dijo a los fariseos (véase, por favor, el contexto de la perícopa, y además obsérvese que todo el contexto indica igualmente que el reino de Dios vendrá en el futuro).
Y no creo que la perspectiva de un reino de Dios realmente presente en Israel fuera la de Jesús, entre ostras cosas evidentes porque pensaba que la lucha que él libraba con Satanás, y el inicio de la derrota de éste no eran más que el signo de que la “maquinaria divina” había empezado a moverse para restaurar el estado de cosas del inicio de la creación… Se estaba en los momentos preparatorios de máxima intensidad, pero el Reino en sí aún no había llegado. Será Pablo, y no Jesús, quien vea en la cruz la derrota definitiva de Satanás y el inicio verdadero del reino del Mesías y luego el de Dios (1 Cor 15, 20-28: léase con detenimiento). Para Pablo el reino de Dios se ha iniciado ya realmente y faltaba poquísimo para que se completara… En muy poco tiempo, en su generación, con la segunda y definitiva llegada del Mesías plenamente constituido.
La causa de Dios es para Jesús, según Küng, que durante la espera de la venida definitiva del Reino el ser humano cumpla su voluntad. Esta voluntad divina –defiende Küng-- no se puede leerse ni en la pura ley natural, ni en la Ley revelada en su momento por Dios a Moisés, sino en la esencia de la Ley tal como la entiende el Mesías. Jesús vino a cumplir lo profundo de la Ley, pero en cierto sentido a mostrar que el hombre debe buscar la voluntad de Dios por encima incluso de la letra de la Ley. Sólo el Mesías es el intérprete de la Ley. En mi opinión, tenemos aquí otra idea profundamente paulina, bajo cuya luz se transmiten las discusiones de Jesús con los fariseos (y alguna vez con los saduceos), en las que el Maestro aparece por encima no solo de la tradición oral, sino de las disposiciones de Moisés mismo (= las antinomias del Sermón de la Montaña: “Habéis oído que se dijo…, Pero yo os digo”). Creo que Küng atribuye a Jesús, de la mano de los evangelistas, lo que –opino—no fue el verdadero pensamiento de Jesús sino de su intérprete Pablo, según el cual el Mesías tiene capacidad de cambiar la ley mosaica en el tiempo mesiánico,
Y, por otro lado, la “causa del hombre” está unida, como expone Küng, al mensaje del Reino de Dios. Este implica una humanización del hombre, un cambio de conciencia de modo que el ser humano busque siempre hacer lo que Dios quiere, pero en una atmósfera de libertad en la que la tradición de los antiguos, las instituciones y la jerarquía de Israel quedan relativizadas… y superadas (trasládese al momento actual de la Iglesia, según Küng). Lo de relativización y superación me parece que cuadra poco con la mentalidad del Jesús histórico.
Otro tema: El conflicto y la muerte de Jesús, que él mismo veía venir por su oposición a todo lo establecido según la sociedad de su tiempo. “El violento final de Jesús estaba ya implícito en la lógica de su predicación y de su comportamiento. Su pasión vino a ser mero efecto de la reacción de los guardianes de la Ley, del derecho y la moral frente a toda su obra”. Para explicar la condena de Jesús basta su predicación; para dar razón de sus padecimientos bastan sus acciones” (157).
Se sitúa así Küng en una perspectiva muy tradicional, y poco histórico-crítica del proceso y ejecución de Jesús. Según la perspectiva de nuestro autor, el componente religioso de la muerte de Jesús pasa a primer plano; y el político, a segundo. Como Jesús era pacifista a ultranza, según Küng, la acusación política era plenamente falsa; la religiosa, plenamente verdadera: murió Jesús en la cruz por tomarse unas libertades soberanas ante la Ley y el Templo, y por haber puesto en entredicho el ordenamiento religioso tradicional. Con su predicación de la gracia del Dios Padre y su personal concesión del perdón de los pecados se había arrogado poderes inauditos” (157-158).
Todo este punto de vista de Küng es puramente tradicional y no tiene en absoluto en cuenta, aunque los conozca, los estudios actuales que han puesto de relieve que la perspectiva verdadera de la muerte del Jesús histórico es justamente al revés: primó lo político sobre lo religioso. De nuevo Küng atribuye de manera más o menos clara al Jesús histórico una perspectiva paulina: “La Muerte en cruz de Jesús representó el cumplimiento de la maldición de la Ley” (pp 156-160; en especial, p. 160; léase Gál 3,13: “Cristo nos rescató de la maldición de la Ley haciéndose maldición por nosotros, pues está escrito: Maldito todo el que está colgado de un madero (Dt 21,23), 14 a fin de que la bendición de Abrahán llegara a los gentiles en Cristo Jesús, y por medio de la fe recibiéramos el Espíritu de la Promesa”) . Küng “lee” a Jesús a través de las lentes de Pablo de Tarso, en mi opinión.
El próximo día concluiremos con la reseña del tratamiento de Küng de la resurrección de Jesús y sus consecuencias.
Saludos cordiales de Antonio Piñero.
Universidad Complutense de Madrid
www.antoniopinero.com