Hoy escribe Antonio Piñero
Analizamos hoy, de la mano de D. Boyarin, The Jewish Gospels, el contenido de la vision de un como hijo de de hombre del Libro de Daniel, cap. 7. El texto es el siguiente
Yo seguía contemplando en las visiones de la noche: Y he aquí que en las nubes del cielo venía como un Hijo de hombre. Se dirigió hacia el Anciano y fue llevado a su presencia. 14 A él se le dio imperio, honor y reino, y todos los pueblos, naciones y lenguas le sirvieron. Su imperio es un imperio eterno, que nunca pasará, y su reino no será destruido jamás. 15 Yo, Daniel, quedé muy impresionado en mi espíritu por estas cosas, y las visiones de mi cabeza me dejaron turbado (Dn 7,13-15)
Daniel Boyarin ha tratado el tema conveniente dentro del ámbito de una explicación sobre la doctrina acerca del “Hijo del Hombre” en los Evangelios Sinópticos, en especial en Marcos. Según Boyarin, esta visión tiene como transfondo una creencia religiosa semítica arcaica: la sucesión de una divinidad antigua y venerable (“pasar la antorcha” es su expresión”) a otra divinidad más joven: fue la sucesión / sustitución de ’El por Baal o Yahvé. En el mundo griego existe la misma creencia que se expresaba la derrota de los dioses primitivos, Urano, Crono y Titanes por Zeus y la apropiación por éste del poder de aquellos).
La divinidad joven con aspectos antropomórficos aparece en Daniel con la expresión “Un como hijo de hombre” (sintagma ininteligible para los griegos, y por tanto no utilizada nunca por Pablo, aunque pueda mantener las mismas ideas de fondo). Lo importante es que tal divinidad joven tiene rasgos no sólo humanos sino también claramente divinos, pues se acerca transportado por una nube, es decir, un vehículo divino. Esto se demuestra porque en la Biblia hebrea aparece la mención del “transporte” por una nube unas 70 veces y el transportado es siempre divino.
Otro rasgo notable, tanto en la mentalidad religiosa semita como griega es en la mentalidad popular tal divinidad joven es como el Hijo de la divinidad antigua, a la que se considera cansada. El Hijo toma el relevo en el mando de los cielos y la tierra. Una imagen así tiene rasgos muy parecidos a los que presenta el Mesías- Cristo celeste de Pablo y luego en los Evangelios Sinópticos, sobre todo en Marcos. Hay pocas dudas de que los cuatro evangelios (incluidos Mateo y Juan) tienen un sustrato teológico paulino en a) el mesianismo de Jesús; b) en su modo de interpretar la muerte y resurrección de Cristo salvífico, y c) en el modo de considerar la institución de la eucaristía.
La imagen de la divinidad joven recibe todos los poderes de la antigua, pero no sólo para sí misma (control absoluto de cielo y tierra), sino también y sobre todo para redimir a los judíos oprimidos por los imperios terrenos, simbolizados por cuatro horribles bestias.
En principio, en la visión de Daniel, el ser humano-celeste no tiene nada que ver con la imagen mesiánica que tiene el pueblo israelita de un descendiente de David, un rey terreno que liberará al pueblo de la potencias extranjeras, pero pronto la mentalidad popular debió de unirlas.
Esta imagen antropomórfica de una divinidad joven y con rasgos humanos es tan aventurada dentro de un monoteísmo ya rígido (téngase en cuenta que el libro de Daniel se compone durante la crisis macabea, es decir, la insurrección judía contra la política helenizante de Antíoco Iv Epífanes, secundada por parte de la aristocracia judía, por tanto hacia el 160 a.C.), que el autor del libro de Daniel --que recoge esta visión en su escrito-- trata de corregir su transfondo afirmando que ese “un como hijo de hombre” es el pueblo judío en su conjunto, denominado los “santos” (Dn 7,27) que destruye y aniquila a la Cuarta Bestia (el Imperio seléucida) y que recibe de Dios “el reino, el imperio y la grandeza de los reinos bajo los cielos todos”, es decir, lo mismo que se le otorgó a esa figura “un como hijo de hombre”.
Según Boyarin, el autor del Libro de Daniel da la impresión de querer rebajar también el impacto de la visión del cap. 7, de “un como hijo de hombre celeste cabalgando sobre las nubes” afirmando no sólo que tal figura representa corporativamente al pueblo entero del Israel justo y santo, sino afirmando de un modo velado que tal personaje no es “divino” sino “angélicos”, es decir, servidores secundarios, no divinos, del “Anciano de Días” la divinidad antigua. Estos ángeles son “un (como) hombre vestido de lino” de Dn 10,5-6:
“Un hombre vestido de lino, ceñidos los lomos de oro puro:6 su cuerpo era como de crisólito, su rostro, como el aspecto del relámpago, sus ojos como antorchas de fuego, sus brazos y sus piernas como el fulgor del bronce bruñido, y el son de sus palabras como el ruido de una multitud”,
que es un ángel.
O también el arcángel Miguel que le ayuda (Dn 10,21b). En el cap. 12,1ss aparece otra vez Miguel, que “surge como gran príncipe que defiende a los hijos del pueblo judío”. El autor del libro de Daniel pretende que el lector asimile la visión de “un como hijo de hombre” del capítulo 7 con estas otras figuras.
Boyarin destaca como algo muy importante que esta figura humano divina de Dn 7 aparece ya en la mentalidad religiosa judía siglo y medio antes del nacimiento de Jesús. Sostiene también que “en un cierto momento estas tradiciones se mezclaron en las mentes judías con la esperanza del retorno de un rey davídico. De este modo nació en el judaísmo la idea de un mesías que era a la vez humano y divino.
Según Boyarin, cuando aparece Jesús y se denomina a sí mismo “hijo del hombre” muchas gentes no tuvieron inconveniente de considerarlo el mesías, “el que había de venir” (cf. Mt 11,3; Lc 7,19) con estas características divino-humanas. No había problema teológico o mental en hacerlo así. A otros a su vez no les convenció tal atribución, pero tampoco por objeciones teológicas a esta figura humana.—divina, sino “porque esperaban a otro” (p. 35).
Por último, el uso cristológico de la expresión “un como hijo de hombre” que en griego pasa a ser “el hijo del hombre” comienza cuando se toma como designación expresa de un mesías divino-humano. Este uso cristológico es imposible de explicar a partir del hebreo, arameo o el griego, pues en esas lenguas significa bien “un ser humano”, hebreo / arameo, o todo lo más hijo de un ser humano (en un mal griego). Según Boyarin, es el contexto del Evangelio de Marcos donde aparece esta expresión como título, sin necesidad de explicación alguna. Este fenómeno solo se aclara si los lectores sabían ya que ese sintagma significaba el mesías humano-divino y que hacía referencia al libro de Daniel.
Según Boyarin, en la teología de Marcos el sintagma “Hijo del Hombre” no se refiere solo a la parusía, el retorno a la tierra para implantar el reino de Dios del mesías Jesús después de muerto y resucitado, sino también a la vida pública y real de Jesús en Israel. Por tanto “Hijo del Hombre” se refiere a Jesús tanto en su vida en la tierra como en la celestial. Así se explicarí la escena de Mc 14,60-64:
Entonces, se levantó el Sumo Sacerdote y poniéndose en medio, preguntó a Jesús: «¿No respondes nada? ¿Qué es lo que éstos atestiguan contra ti?» 61 Pero él seguía callado y no respondía nada. El Sumo Sacerdote le preguntó de nuevo: «¿Eres tú el Cristo, el Hijo del Bendito?» 62 Y dijo Jesús: «Sí, yo soy, y veréis al Hijo del hombre sentado a la diestra del Poder y venir entre las nubes del cielo.» 63 El Sumo Sacerdote se rasga las túnicas y dice: «¿Qué necesidad tenemos ya de testigos? 64 Habéis oído la blasfemia. ¿Qué os parece?» Todos juzgaron que era reo de muerte.
Dentro de la teología de Marcos, no en la de sus intérpretes modernos, ni tampoco probablemente en el Jesús histórico, parece haber poca duda de que Jesús y el Hijo del Hombre son la misma persona, tanto en esta perícopa como en el resto del Evangelio. Para el Evangelista, Jesús es tal personaje apocalíptico desde el principio de su historia hasta el final.
Considero que este punto final --a saber, que la expresión y la teología acerca del Hijo del Hombre, como título cristológico, aparece de repente en el Evangelio de Marcos—me parece fundamental, pero a lo largo de esta serie veremos que hay diversas explicaciones para esta aparición.
Saludos cordiales de Antonio Piñero.
Universidad Complutense de Madrid
www.antoniopinero.com
Analizamos hoy, de la mano de D. Boyarin, The Jewish Gospels, el contenido de la vision de un como hijo de de hombre del Libro de Daniel, cap. 7. El texto es el siguiente
Yo seguía contemplando en las visiones de la noche: Y he aquí que en las nubes del cielo venía como un Hijo de hombre. Se dirigió hacia el Anciano y fue llevado a su presencia. 14 A él se le dio imperio, honor y reino, y todos los pueblos, naciones y lenguas le sirvieron. Su imperio es un imperio eterno, que nunca pasará, y su reino no será destruido jamás. 15 Yo, Daniel, quedé muy impresionado en mi espíritu por estas cosas, y las visiones de mi cabeza me dejaron turbado (Dn 7,13-15)
Daniel Boyarin ha tratado el tema conveniente dentro del ámbito de una explicación sobre la doctrina acerca del “Hijo del Hombre” en los Evangelios Sinópticos, en especial en Marcos. Según Boyarin, esta visión tiene como transfondo una creencia religiosa semítica arcaica: la sucesión de una divinidad antigua y venerable (“pasar la antorcha” es su expresión”) a otra divinidad más joven: fue la sucesión / sustitución de ’El por Baal o Yahvé. En el mundo griego existe la misma creencia que se expresaba la derrota de los dioses primitivos, Urano, Crono y Titanes por Zeus y la apropiación por éste del poder de aquellos).
La divinidad joven con aspectos antropomórficos aparece en Daniel con la expresión “Un como hijo de hombre” (sintagma ininteligible para los griegos, y por tanto no utilizada nunca por Pablo, aunque pueda mantener las mismas ideas de fondo). Lo importante es que tal divinidad joven tiene rasgos no sólo humanos sino también claramente divinos, pues se acerca transportado por una nube, es decir, un vehículo divino. Esto se demuestra porque en la Biblia hebrea aparece la mención del “transporte” por una nube unas 70 veces y el transportado es siempre divino.
Otro rasgo notable, tanto en la mentalidad religiosa semita como griega es en la mentalidad popular tal divinidad joven es como el Hijo de la divinidad antigua, a la que se considera cansada. El Hijo toma el relevo en el mando de los cielos y la tierra. Una imagen así tiene rasgos muy parecidos a los que presenta el Mesías- Cristo celeste de Pablo y luego en los Evangelios Sinópticos, sobre todo en Marcos. Hay pocas dudas de que los cuatro evangelios (incluidos Mateo y Juan) tienen un sustrato teológico paulino en a) el mesianismo de Jesús; b) en su modo de interpretar la muerte y resurrección de Cristo salvífico, y c) en el modo de considerar la institución de la eucaristía.
La imagen de la divinidad joven recibe todos los poderes de la antigua, pero no sólo para sí misma (control absoluto de cielo y tierra), sino también y sobre todo para redimir a los judíos oprimidos por los imperios terrenos, simbolizados por cuatro horribles bestias.
En principio, en la visión de Daniel, el ser humano-celeste no tiene nada que ver con la imagen mesiánica que tiene el pueblo israelita de un descendiente de David, un rey terreno que liberará al pueblo de la potencias extranjeras, pero pronto la mentalidad popular debió de unirlas.
Esta imagen antropomórfica de una divinidad joven y con rasgos humanos es tan aventurada dentro de un monoteísmo ya rígido (téngase en cuenta que el libro de Daniel se compone durante la crisis macabea, es decir, la insurrección judía contra la política helenizante de Antíoco Iv Epífanes, secundada por parte de la aristocracia judía, por tanto hacia el 160 a.C.), que el autor del libro de Daniel --que recoge esta visión en su escrito-- trata de corregir su transfondo afirmando que ese “un como hijo de hombre” es el pueblo judío en su conjunto, denominado los “santos” (Dn 7,27) que destruye y aniquila a la Cuarta Bestia (el Imperio seléucida) y que recibe de Dios “el reino, el imperio y la grandeza de los reinos bajo los cielos todos”, es decir, lo mismo que se le otorgó a esa figura “un como hijo de hombre”.
Según Boyarin, el autor del Libro de Daniel da la impresión de querer rebajar también el impacto de la visión del cap. 7, de “un como hijo de hombre celeste cabalgando sobre las nubes” afirmando no sólo que tal figura representa corporativamente al pueblo entero del Israel justo y santo, sino afirmando de un modo velado que tal personaje no es “divino” sino “angélicos”, es decir, servidores secundarios, no divinos, del “Anciano de Días” la divinidad antigua. Estos ángeles son “un (como) hombre vestido de lino” de Dn 10,5-6:
“Un hombre vestido de lino, ceñidos los lomos de oro puro:6 su cuerpo era como de crisólito, su rostro, como el aspecto del relámpago, sus ojos como antorchas de fuego, sus brazos y sus piernas como el fulgor del bronce bruñido, y el son de sus palabras como el ruido de una multitud”,
que es un ángel.
O también el arcángel Miguel que le ayuda (Dn 10,21b). En el cap. 12,1ss aparece otra vez Miguel, que “surge como gran príncipe que defiende a los hijos del pueblo judío”. El autor del libro de Daniel pretende que el lector asimile la visión de “un como hijo de hombre” del capítulo 7 con estas otras figuras.
Boyarin destaca como algo muy importante que esta figura humano divina de Dn 7 aparece ya en la mentalidad religiosa judía siglo y medio antes del nacimiento de Jesús. Sostiene también que “en un cierto momento estas tradiciones se mezclaron en las mentes judías con la esperanza del retorno de un rey davídico. De este modo nació en el judaísmo la idea de un mesías que era a la vez humano y divino.
Según Boyarin, cuando aparece Jesús y se denomina a sí mismo “hijo del hombre” muchas gentes no tuvieron inconveniente de considerarlo el mesías, “el que había de venir” (cf. Mt 11,3; Lc 7,19) con estas características divino-humanas. No había problema teológico o mental en hacerlo así. A otros a su vez no les convenció tal atribución, pero tampoco por objeciones teológicas a esta figura humana.—divina, sino “porque esperaban a otro” (p. 35).
Por último, el uso cristológico de la expresión “un como hijo de hombre” que en griego pasa a ser “el hijo del hombre” comienza cuando se toma como designación expresa de un mesías divino-humano. Este uso cristológico es imposible de explicar a partir del hebreo, arameo o el griego, pues en esas lenguas significa bien “un ser humano”, hebreo / arameo, o todo lo más hijo de un ser humano (en un mal griego). Según Boyarin, es el contexto del Evangelio de Marcos donde aparece esta expresión como título, sin necesidad de explicación alguna. Este fenómeno solo se aclara si los lectores sabían ya que ese sintagma significaba el mesías humano-divino y que hacía referencia al libro de Daniel.
Según Boyarin, en la teología de Marcos el sintagma “Hijo del Hombre” no se refiere solo a la parusía, el retorno a la tierra para implantar el reino de Dios del mesías Jesús después de muerto y resucitado, sino también a la vida pública y real de Jesús en Israel. Por tanto “Hijo del Hombre” se refiere a Jesús tanto en su vida en la tierra como en la celestial. Así se explicarí la escena de Mc 14,60-64:
Entonces, se levantó el Sumo Sacerdote y poniéndose en medio, preguntó a Jesús: «¿No respondes nada? ¿Qué es lo que éstos atestiguan contra ti?» 61 Pero él seguía callado y no respondía nada. El Sumo Sacerdote le preguntó de nuevo: «¿Eres tú el Cristo, el Hijo del Bendito?» 62 Y dijo Jesús: «Sí, yo soy, y veréis al Hijo del hombre sentado a la diestra del Poder y venir entre las nubes del cielo.» 63 El Sumo Sacerdote se rasga las túnicas y dice: «¿Qué necesidad tenemos ya de testigos? 64 Habéis oído la blasfemia. ¿Qué os parece?» Todos juzgaron que era reo de muerte.
Dentro de la teología de Marcos, no en la de sus intérpretes modernos, ni tampoco probablemente en el Jesús histórico, parece haber poca duda de que Jesús y el Hijo del Hombre son la misma persona, tanto en esta perícopa como en el resto del Evangelio. Para el Evangelista, Jesús es tal personaje apocalíptico desde el principio de su historia hasta el final.
Considero que este punto final --a saber, que la expresión y la teología acerca del Hijo del Hombre, como título cristológico, aparece de repente en el Evangelio de Marcos—me parece fundamental, pero a lo largo de esta serie veremos que hay diversas explicaciones para esta aparición.
Saludos cordiales de Antonio Piñero.
Universidad Complutense de Madrid
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