Hoy escribe Antonio Piñero
Como vemos, los argumentos, más complejos quizás que las cinco vías de Santo Tomás, se reducen en realidad a uno solo (o a dos): el argumento cosmológico (o de la contingencia), aunque adornado por razones del tipo de la complejidad del universo, su finalidad constante de progreso, la generación de la vida, etc. más el argumento del orden del mundo (que la gente suele formular como “No hay reloj sin relojero”).
Diría, sin embargo, que sólo con el razonamiento de Conway, que expusimos en la postal anterior, avanzamos algo en esta argumentación sobre la posible existencia de Dios más allá de lo que hicieron los antiguos griegos y en concreto Anaxágoras (nacido hacia el 500 en Clazómene, Asia Menor, y que hacia el 450-440 estaba en Atenas, en donde se hizo amigo de Pericles).
Argumentaba Anaxágoras que el universo, que existe desde siempre, es ordenado, no creado, por la Mente primordial. Un ejemplo: Si alguien descubre en un desierto las ruinas de una ciudad bien asentada y organizada, en seguida deducirá que allí hubo una mente que ordenó los materiales hasta formar algo organizado. Por el contrario, se pasaría de la raya si dedujera que el arquitecto ordenador es también el creador de los materiales. Igual pasa con el argumento del orden del cosmos o con el de la teleología (el cosmos tiende hacia un fin) para probar la existencia de Dios.
Esta sólo se “prueba” si se la añade otra de las vías de Santo Tomás, la de la contingencia, que ya hemos contemplado: el universo y todo lo que contiene está compuesto de seres contingentes, no necesarios. Y entonces viene lo que argüía Conway que en el fondo es los mismo que la argumentación de Santo Tomás. Repito para que no hay que ir a la postal anterior: “las explicaciones causales de las partes de una totalidad en términos de la existencia de otras partes no pueden sumarse para constituir una explicación global de la totalidad, ya que los entes (partes) invocados como causa de la totalidad necesitan para explicar su propia existencia de una causa exterior (y superior) a ellos mismos”.
En el fondo, pues, no son nada novedosos los argumentos que hemos expuesto: ¿De dónde proceden las leyes de la naturaleza?; ¿Sabía el universo que nosotros vendríamos?; ¿Cómo llegó a existir la vida?; Es imposible que algo surja de la nada. La única diferencia radica en que Flew, que conocía de memoria los argumentos tomistas se vio forzado a tomarlos en serio porque una serie de científicos de su época afirmaron que la ciencia modernísima podía llegar a las mismas conclusiones que, por medio de la razón, había alcanzado Santo Tomás, muchos siglos antes.
En ese momento Flew (últimos dos capítulos de su libro) responde a dificultades verdaderamente gruesas: ¿Cómo es posible que un Ser definido como omnipotente y omnisciente, pero ante todo como espiritual pueda actuar en la materia, es decir, en una entidad sujeta al espacio y tiempo? Flew responde que todo depende de cómo se entienda esta actuación y que ello debe hacerse superando a David Hume el concepto de causa. Hay causas materiales, pero hay otras fuera del ámbito de la pura materia = las causas intencionales: Dios es una causa intencional; No todos loa agentes tienen que ser corpóreos; por tanto no se ve que sea imposible en sí que pueda actuar en la materia.
Finalmente Flew confiesa que lo único que en el fondo puede demostrar la ciencia hodierna es que la existencia de un “Espíritu omnisciente, omnipotente y que actúa fuera de sí no es un concepto incoherente”.
Hasta aquí he ido recogiendo, y sintetizando el trayecto vital de Antony Flew desde el ateísmo hacia el teísmo. Ahora viene el turno a mis comentarios.
El primero: Este viaje (intelectual) se presenta como “provisto con grandes alforjas”. Pero, en realidad avanza muy poco más allá de lo que hizo la filosofía griega, que luego desarrolló la Escolástica.
Lo más importante es que Flew confiesa, a veces con alguna contradicción, pienso, que este Ser Espiritual omnisciente, omnipresente y omnipotente
A) No es una persona, y que nada tiene que ver con el Dios de la tradición judeocristiana que es ante todo una Persona, y en especial un Padre personal.
B) Incluso admite que no cree que su propio espíritu sobrevivirá a la muerte.
Pues bien, estas dos afirmaciones no sobrepasan tampoco lo que dijeron los estoicos en la Antigüedad, y en el fondo, si se reflexiona bien, se trata de variantes refinadas de la sentencia de Baruch Spinoza, “Dios es la naturaleza”: “Deus sive natura”. Incluso podría considerarse el pensamiento de Flew como otra variante del panteísmo.
De cualquier modo no se trata del Dios de la revelación judeocristiana. No sé, personalmente, si llegar a esta consecuencia inevitable supone algún consuelo para los teístas cristianos.
Seguiremos
Saludos cordiales de Antonio Piñero.
Universidad Complutense de Madrid
www.antoniopinero.com
Como vemos, los argumentos, más complejos quizás que las cinco vías de Santo Tomás, se reducen en realidad a uno solo (o a dos): el argumento cosmológico (o de la contingencia), aunque adornado por razones del tipo de la complejidad del universo, su finalidad constante de progreso, la generación de la vida, etc. más el argumento del orden del mundo (que la gente suele formular como “No hay reloj sin relojero”).
Diría, sin embargo, que sólo con el razonamiento de Conway, que expusimos en la postal anterior, avanzamos algo en esta argumentación sobre la posible existencia de Dios más allá de lo que hicieron los antiguos griegos y en concreto Anaxágoras (nacido hacia el 500 en Clazómene, Asia Menor, y que hacia el 450-440 estaba en Atenas, en donde se hizo amigo de Pericles).
Argumentaba Anaxágoras que el universo, que existe desde siempre, es ordenado, no creado, por la Mente primordial. Un ejemplo: Si alguien descubre en un desierto las ruinas de una ciudad bien asentada y organizada, en seguida deducirá que allí hubo una mente que ordenó los materiales hasta formar algo organizado. Por el contrario, se pasaría de la raya si dedujera que el arquitecto ordenador es también el creador de los materiales. Igual pasa con el argumento del orden del cosmos o con el de la teleología (el cosmos tiende hacia un fin) para probar la existencia de Dios.
Esta sólo se “prueba” si se la añade otra de las vías de Santo Tomás, la de la contingencia, que ya hemos contemplado: el universo y todo lo que contiene está compuesto de seres contingentes, no necesarios. Y entonces viene lo que argüía Conway que en el fondo es los mismo que la argumentación de Santo Tomás. Repito para que no hay que ir a la postal anterior: “las explicaciones causales de las partes de una totalidad en términos de la existencia de otras partes no pueden sumarse para constituir una explicación global de la totalidad, ya que los entes (partes) invocados como causa de la totalidad necesitan para explicar su propia existencia de una causa exterior (y superior) a ellos mismos”.
En el fondo, pues, no son nada novedosos los argumentos que hemos expuesto: ¿De dónde proceden las leyes de la naturaleza?; ¿Sabía el universo que nosotros vendríamos?; ¿Cómo llegó a existir la vida?; Es imposible que algo surja de la nada. La única diferencia radica en que Flew, que conocía de memoria los argumentos tomistas se vio forzado a tomarlos en serio porque una serie de científicos de su época afirmaron que la ciencia modernísima podía llegar a las mismas conclusiones que, por medio de la razón, había alcanzado Santo Tomás, muchos siglos antes.
En ese momento Flew (últimos dos capítulos de su libro) responde a dificultades verdaderamente gruesas: ¿Cómo es posible que un Ser definido como omnipotente y omnisciente, pero ante todo como espiritual pueda actuar en la materia, es decir, en una entidad sujeta al espacio y tiempo? Flew responde que todo depende de cómo se entienda esta actuación y que ello debe hacerse superando a David Hume el concepto de causa. Hay causas materiales, pero hay otras fuera del ámbito de la pura materia = las causas intencionales: Dios es una causa intencional; No todos loa agentes tienen que ser corpóreos; por tanto no se ve que sea imposible en sí que pueda actuar en la materia.
Finalmente Flew confiesa que lo único que en el fondo puede demostrar la ciencia hodierna es que la existencia de un “Espíritu omnisciente, omnipotente y que actúa fuera de sí no es un concepto incoherente”.
Hasta aquí he ido recogiendo, y sintetizando el trayecto vital de Antony Flew desde el ateísmo hacia el teísmo. Ahora viene el turno a mis comentarios.
El primero: Este viaje (intelectual) se presenta como “provisto con grandes alforjas”. Pero, en realidad avanza muy poco más allá de lo que hizo la filosofía griega, que luego desarrolló la Escolástica.
Lo más importante es que Flew confiesa, a veces con alguna contradicción, pienso, que este Ser Espiritual omnisciente, omnipresente y omnipotente
A) No es una persona, y que nada tiene que ver con el Dios de la tradición judeocristiana que es ante todo una Persona, y en especial un Padre personal.
B) Incluso admite que no cree que su propio espíritu sobrevivirá a la muerte.
Pues bien, estas dos afirmaciones no sobrepasan tampoco lo que dijeron los estoicos en la Antigüedad, y en el fondo, si se reflexiona bien, se trata de variantes refinadas de la sentencia de Baruch Spinoza, “Dios es la naturaleza”: “Deus sive natura”. Incluso podría considerarse el pensamiento de Flew como otra variante del panteísmo.
De cualquier modo no se trata del Dios de la revelación judeocristiana. No sé, personalmente, si llegar a esta consecuencia inevitable supone algún consuelo para los teístas cristianos.
Seguiremos
Saludos cordiales de Antonio Piñero.
Universidad Complutense de Madrid
www.antoniopinero.com