Hoy escribe Antonio Piñero
Aunque el ámbito público y externo, el de los cargos eclesiásticos, no era precisamente el más propicio para la práctica de la virtud especialmente femenina, el pudor, y para el ejercicio de las cualidades propias de las mujeres, el control de lo doméstico, persistió en la Iglesia el rango del diaconado femenino. Tal institución no se perdió nunca, sobre todo en Oriente, mientras que en Occidente languideció, a tenor de la falta de fuentes durante mucho tiempo para acabar por resurgir con cierta pujanza en el siglo V.
Con toda claridad tenemos algunos textos de la Iglesia Oriental que vuelven a hablar del diaconado femenino a principios del siglo III (¿?) y a recordar las normas por las que debía regirse que son –como adelantamos- prácticamente las mismas que las que aparecen en las Epístolas Pastorales.
Así, una obra compuesta originariamente en griego pero conservada sólo en traducción al siríaco, la Didaskalía, o “Enseñanza / Doctrina” de los XII apóstoles y de los santos discípulos de nuestro Señor, que parece ser de los primeros decenios del siglo III, menciona en los caps. 14, 15 y 16 el diaconado femenino, y exigía que la mujer que lo desempeñase debía tener 50 años. Sus funciones y tareas, además del ejercicio de la beneficencia general de la Iglesia, consistían en la instrucción de los catecúmenos, la asistencia a las ceremonias del bautismo y las visitas domiciliarias a mujeres de carácter pastoral.
Las llamadas Constituciones apostólicas, que proceden quizás de Egipto (Johannes Quasten, Patrología I 427) y que son probablemente la plasmación tardía de un original anterior, en el cap. 21 menciona también el diaconado femenino como una suerte de “orden menor” concedida a ciertas mujeres por medio de la imposición de las manos. En su caso, debían las diaconisas tener más de 60 años, ser viudas, casadas una sola vez, o vírgenes, para poder ejercer las mismas funciones ya enumeradas por la Didaskalía.
No está claro que se permitiera a las mujeres bautizar ni siquiera en caso de necesidad. El ejemplo de Tecla, que se bautizó a sí misma cuando se vio en gravísimo peligro de muerte (Hechos de Pablo y Tecla 34, cf. Piñero-del Cerro, Hechos apócrifos de los apóstoles [B.A.C. Madrid 2006] II 765), fue rechazado expresamente por Tertuliano, en su obra Sobre el bautismo 17, como inválido (cf. Piñero-del Cerro, II 716). Estas diaconisas nunca alcanzaban la ordenación sacerdotal ni el ejercicio vicario de las funciones propias de este cargo.
El diaconado femenino y la expansión del monacato masculino, en Siria y Egipto a finales del siglo III, hizo que un poco después, desde el siglo IV, se comenzaran a desarrollar formas de vida ascética y celibataria para las mujeres en Egipto, Palestina, Italia, sur de las Galias, España e Irlanda.
En la próxima postal hablaremos de nuevo de las “viudas” como institución”
Saludos cordiales de Antonio Piñero.
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