Hoy escribe Fernando Bermejo
En la postal anterior mostramos que la supuesta ejemplaridad de Jesús, postulada de modo genérico en el discurso cristiano y también en el libro Necesario pero imposible de Javier Gomá, carece de fundamento. Para todas y cada una de las aserciones que hice sobre los límites de Jesús como paradigma moral y espiritual hay suficiente fundamento textual y argumentativo, pero incluso si pudiera demostrarse que alguna de ellas fuera el resultado de un exceso retórico, la validez de las restantes seguiría refrendando mi argumento, a saber:
1) que, si de una reconstrucción histórica rigurosa se trata, no es de recibo presentar la figura histórica de Jesús como un paradigma moral, menos aún como el más alto de ellos. Y no porque el historiador deba permanecer ajeno a los juicios de valor, sino porque una reconstrucción genuinamente crítica pone radicalmente en cuestión tal constitución del personaje como ejemplar ético.
2) que toda consideración de la figura de Jesús como ejemplar se debe ya en buena medida a una alteración (tampoco ella precisamente ejemplar, aunque no necesariamente consciente) de la realidad histórica que ha sido operada en las fuentes neotestamentarias.
Pero hay además una tercera razón no expuesta en la postal anterior, que todo lector reflexivo, independientemente de sus creencias, debería meditar cuidadosamente con el objeto de percibir con claridad que la ejemplaridad que la tradición cristiana atribuye a Jesús es no solo epistémicamente infundada sino que también ella misma está caracterizada por una dudosa moralidad.
Me refiero con ello a dos hechos inextricablemente conectados. El primero es que la exaltación de Jesús en la tradición cristiana está desde el principio, por indirectamente que sea, al servicio de un nada desprendido interés de los creyentes; de hecho, esos procesos de exaltación tuvieron al menos parcialmente como móvil y objetivo el de justificar a la comunidad nazarena en una situación de crisis psicológica, emocional y social producida por el flagrante fracaso de su querido líder. Solo si Jesús no era lo que parecía ser –un visionario fracasado– ellos no eran lo que a todas luces parecían ser –unos pobres crédulos sin criterio ni esperanza–, sino tipos que reconocían el más alto bien y que al hacerlo se identificaban con él. La exaltación de Jesús, por tanto, está destinada por supuesto a reivindicar su memoria, pero ante todo a dotar de sentido la vida de sus propios seguidores, de vulnerada autoestima. La exaltación de Jesús es, en este sentido, una eficaz autoexaltación del creyente.
El segundo hecho, este sí verdaderamente grave y preocupante, es que la exaltación de Jesús en los evangelios (incoativamente en Pablo) se ha producido a costa de denigrar moral y espiritualmente –y de modo inverosímil, arbitrario y hasta repulsivo– a otros personajes históricos. Hemos dicho ya algo sobre el “lestaí” de Marcos y Mateo, o sobre el “malhechores” de Lucas. Pero un caso mucho más claro e inequívoco es el retrato de los fariseos, de las autoridades judías –y aun de la multitud de Jerusalén– ofrecido en esos evangelios. Con el objeto de blanquear la imagen de Jesús como sujeto inocente y víctima ejemplar, no solo con toda probabilidad se ha mistificado la historia (por ejemplo, presentando al prefecto romano Poncio Pilato como a alguien deseoso de liberar a un alborotador rodeado de un grupo armado –eso sí, al tiempo que lo declara inocente lo hace flagelar y crucificar…) sino que con toda seguridad se ha ennegrecido, sin apenas escrúpulo ético alguno, la imagen de muchos de sus contemporáneos y correligionarios –algo que con el triunfo del cristianismo acabaría contribuyendo a fomentar y legitimar persecuciones y pogromos sin cuento.
Por si falta hiciera, conviene señalar ya que la anterior afirmación no es el resultado de ningún sesgado apriorismo anticristiano ni nada remotamente parecido, entre otras razones porque ha sido reconocido y argumentado por algunos intelectuales cristianos particularmente lúcidos y honrados con los mismos argumentos con los que estudiosos independientes han denunciado esta situación con anterioridad (recuerdo aquí, por ejemplo, al último Gregory Baum o a Rosemary Ruether –quien afirmó en su memorable Faith and Fratricide que “el antijudaísmo es la mano izquierda de la cristología”–, pero hay por fortuna bastantes más), que con considerable decencia y coraje se han enfrentado a los límites de su propia tradición –y por supuesto también a las descalificaciones de sus propios correligionarios, que nunca faltan–.
La ejemplaridad de Jesús, por consiguiente, no solo está construida con materiales de muy mala calidad, que se deshacen a poco que se los rasque, sino que el edificio como tal está construido, para utilizar una imagen que no pretende ser denigratoria sino solo suficientemente gráfica, sobre una ciénaga. Con esta imagen me refiero no solo ni principalmente a la distorsión de la historia, sino también y sobre todo al envilecimiento de aquellos sujetos que han servido, ya desde las Escrituras fundacionales del cristianismo, como chivos expiatorios y exutorios de la necesidad cristiana de dotar de sentido a la muerte de Jesús. Este es el auténtico reverso y de hecho la condición de posibilidad de la supuesta ejemplaridad de Jesús: la distorsión sistemática, el falseamiento y el ennegrecimiento del pueblo judío. El discurso cristiano está asentado sobre pilares en algunos de los cuales –al menos– la ejemplaridad moral y espiritual brilla, sí, pero por su ausencia. Y es sobre esa ciénaga sobre la que se levanta igualmente la aparentemente sublime, poética y civilizada prosa de Necesario pero imposible.
De todo lo anterior, por supuesto, Javier Gomá no dice nada a sus lectores. Tanto es así, que él reproduce las distorsiones evangélicas repetidas ad nauseam en la historia de la exégesis confesional más rancia y obsoleta. En efecto, al hablar de Jesús, Gomá –por supuesto tras el preceptivo reconocimiento de boquilla de que Jesús fue un judío– se recrea página tras página en contraponer a este a su propia religión, de un modo que solo puede producir vergüenza ajena en alguien que posea un mínimo de sentido histórico, que sea consciente del grado de distorsión contenido en los evangelios, y que conozca la historia de la investigación y sepa cómo esta ha demostrado que cualquier intento de contraponer a Jesús al judaísmo no solo está condenado al fracaso sino condicionado por la más crasa ignorancia y los más penosos prejuicios. No es de extrañar, de todos modos, pues si Gomá no sabe nada sobre el Jesús histórico es también porque no sabe nada sobre el judaísmo.
Gomá se refiere al sermón de la montaña como un programa ético “en el que la justicia veterotestamentaria es desbordada por una dosis de bondad sobreabundante” y afirma que Jesús introduce “una nueva imagen de Dios como Padre compasivo” (el judaísmo, claro, no conocía la figura de Dios como Padre compasivo, solo la del inmisericorde justiciero… Sin comentarios). Y que “el espíritu de profecía se extinguió en Israel y la conversión cedió su sitio en la religión judía al legalismo formalista”. Y que “Jesús, acosado por los sacerdotes, presiente la proximidad de su muerte violenta”. Y que “los judíos acusaron a Jesús de blasfemo y lo condenaron a muerte”. Y que “fue condenado por los sacerdotes, representantes oficiales del judaísmo”. Y así suma y sigue hasta el final del libro.
Una cosa es que sea posible y legítimo argumentar a favor de la idea de que las autoridades judías tuvieron una participación en el destino de Jesús (aunque hay muy buenos argumentos para ponerlo en cuestión, esto no es descabellado a priori), y otra muy distinta asumir como históricamente verosímil el sesgado retrato evangélico. Gomá no dice una palabra a sus lectores de que hace más de un siglo Maurice Goguel demostró que hay toda una serie de indicios en los evangelios que apuntan a un arresto de Jesús efectuado por los romanos. Ni dice nada de las incongruencias y las inverosimilitudes que pueblan los relatos de la comparecencia de Jesús ante el sanedrín. Ni de que elementos esenciales de esos relatos pueden ser explicados como anacronismos. Ni de que hay una explicación extremadamente sencilla de que Jesús fue crucificado, que nada tiene que ver ni con presuntas blasfemias ni con supuestos mortales conflictos entre judíos, y que hace completamente superfluas tales arriesgadas explicaciones. Y Gomá no lo dice o porque no lo sabe o porque no le interesa decirlo, porque una historia alternativa a la versión evangélica haría que su bonita construcción se derrumbase en pedazos. Pero sea que el silencio se produzca por ignorancia o por interés, la cosa es francamente grave.
Una reflexión crítica sobre la falta de ejemplaridad de Jesús lleva así a otra, no menos crítica, sobre la falta de ejemplaridad del discurso del propio libro Necesario pero imposible. Sus múltiples deficiencias –que han quedado patentes ya en las anteriores postales, y que seguiremos viendo en las próximas– son tantas y de tal calibre que a veces uno necesita leer dos veces para convencerse de que realmente está leyendo lo que tiene delante. Una de ellas fue señalada también brevemente por Antonio Piñero en la crítica de Revista de Libros, pero merece la pena que la reconsideremos a continuación, pues enseña mucho sobre la categoría intelectual del discurso de Gomá.
Los lectores atentos se habrán percatado ya de que, tanto en esta postal como en alguna anterior, he hecho referencia con aprobación a diversos autores cristianos, señalando explícitamente su carácter confesional. Quienes nos dedicamos a estas lides sin las habituales camisas de fuerza, conservamos la independencia de juicio y la imparcialidad suficientes para citar a los autores en función del rigor y la fuerza de convicción de su argumentación, y no meramente en función de que sean aconfesionales o dejen de serlo. Nadie que quiera escribir con conocimiento de causa sobre los prejuicios antijudíos de la exégesis mayoritaria (confesional) podrá dejar de citar con reconocimiento a George Foot Moore, a Ed Parish Sanders o a Charlotte Klein. Nadie que quiera ocuparse de la escatología de Jesús podrá dejar de citar con aprobación los lúcidos análisis del protestante Johannes Weiss. Nadie que quiera plantear críticamente la cuestión de la identidad de los responsables del arresto de Jesús podrá dejar de citar con admiración a Maurice Goguel. Nadie que quiera plantear críticamente la discusión metodológica sobre el estudio de Jesús en la actualidad puede dejar de citar con simpatía a Dale C. Allison. Todos ellos son autores cristianos. A pesar de que algunos hemos criticado y seguimos criticando acerbamente las distorsiones ideológicas que acostumbra a generar con demasiada frecuencia la visión confesional, reconocemos sin ambages el valor intelectual de las obras de estos autores cristianos mencionados, y de otros.
Esta es una de las muchas diferencias entre los especialistas sensatos y los autores crasamente doctrinarios como Javier Gomá Lanzón, cuya unilateralidad clama al cielo. En efecto, ya Antonio Piñero señaló con toda la razón que uno de los problemas de este autor está en la flagrante parcialidad de la bibliografía que utiliza. En su crítica escribe Piñero:
“Se trata de una «literatura secundaria» totalmente unilateral, confesional […] Falta íntegramente la lectura de la otra parte, de la investigación independiente y seria, universitaria también, sobre Jesús”.
Una vez más, sin embargo, Gomá –un autor cuya autocomplacencia no va a la zaga de su ignorancia–, incapaz de reconocer sus límites, intenta defenderse recurriendo una vez más a las falacias a las que ya nos tiene acostumbrados:
"Cada uno de los temas que uno elige para investigar demanda un método o una aproximación específica. Naturalmente, en ese intento de ofrecer un relato creíble sobre la hipotética resurrección del galileo, aquella bibliografía que no es que niegue esta posibilidad, sino que lo considera de plano imposible, si no absurda, fuera de toda humana proporción y medida, como es el caso del propuesto Puente Ojea, no conviene a mi investigación.
Este es un ejemplo de cómo esa llamada por Piñero «bibliografía confesional» podría ser denominada con mejor acuerdo «bibliografía profesional» por contraste con otra más ocurrente, más rompedora, más original, pero quizá dotada de menor grado de parsimonia científica".
Este párrafo, una vez más, no tiene desperdicio. Resulta muy divertido, ante todo, oír a Gomá –en cuyo discurso, como hemos demostrado, todo rigor y toda ciencia brillan por su ausencia– querer juzgar sobre “parsimonia científica”. Y resulta desternillante, casi hasta las lágrimas, contemplar a alguien que no solo jamás ha hecho la más mínima contribución intelectual al estudio de Jesús y los orígenes cristianos sino que –como hemos comprobado en una postal anterior– tiene al respecto una considerable empanada mental atreverse a soltar la barrabasada de que autores como Reimarus, Eisler, Brandon, Maccoby y muchos más a los que se refiere Piñero son solo una literatura “ocurrente”. Pero ni siquiera estos disparates constituyen lo más penoso de estos párrafos.
La falacia principal consiste –¿hace falta decirlo?– en lo siguiente. La crítica recibida por Piñero estribaba en que, en sus presuntas referencias a la figura histórica de Jesús, Gomá utiliza únicamente bibliografía sesgada y estrictamente confesional. Pero, en lugar de responder a la crítica, con un movimiento típico de trilero, Gomá se va por los cerros de Úbeda respondiendo que… ¡cómo va a utilizar él obras de autores que consideran imposible la resurrección del galileo!
Debería resultar obvio que esto no tiene absolutamente nada que ver con la crítica de Piñero, que se refiere al estudio histórico de Jesús. El estudio histórico, cuando se hace de manera rigurosa, puede hacerse –y de hecho se hace– con total independencia de lo que uno crea sobre la “resurrección” –entre otras razones porque la “resurrección” nada tiene que ver con tal estudio. Por ello precisamente creyentes y no creyentes –al menos algunos– podemos ponernos de acuerdo sobre la capacidad de convicción o el valor de un argumento, independientemente de si quien lo ha presentado cree o no en Dios, la resurrección de Cristo, la virgen María, los gremlins o el Spaghetti Trascendental. Por tanto, que Puente Ojea o Fulano o Mengano sea un conocido no-cristiano que se chotea de todo lo trasmundano no tiene absolutamente nada que ver con su capacidad de análisis de la figura histórica de Jesús. Y viceversa: que uno crea en la resurrección de Jesús no le imposibilita por ello necesariamente a hacer un trabajo serio sobre la figura histórica de Jesús.
Esta es la razón por la que todos los autores independientes que yo conozco –empezando por Reimarus, Robert Eisler, Samuel Brandon, Hyam Maccoby, y terminando en España por Gonzalo Puente Ojea, Antonio Piñero, Josep Montserrat o un servidor– citan en sus obras también a autores confesionales con aprobación, siempre y cuando sus argumentos sean convincentes. Porque esto es lo que hace cualquier autor dotado de juicio crítico y sentido común que aspira a la verdad.
Javier Gomá no. Este autor, cuya unilateralidad se precipita directamente en el simplismo más atrozmente maniqueo, es incapaz de afrontar los argumentos que no sirven a sus mistificaciones, y por tanto no solo no cita la literatura no cristiana, sino que ni siquiera cita la bibliografía confesional más crítica, que desconoce por completo. El parroquialismo de Gomá es tan obvio y tan patético que no extraña que este tenga que recurrir a falacias para contestar a Antonio Piñero.
Sería muy instructivo poner pausadamente a prueba el disparate de Gomá de que a la “literatura confesional” debería llamársele más bien “literatura profesional”, caracterizada por una genuina parsimonia científica. Por el momento baste, como ejemplo de “literatura profesional”, decir un par de cosas sobre uno de los héroes exegéticos de Javier Gomá –y, para ser sinceros, de muchos otros–, a saber, Joachim Jeremias. Nadie niega que Jeremias supiera arameo, que conociera muy bien la ciudad de Jerusalén, y que haya escrito algunas cosas interesantes. Solo que Jeremias se ha distinguido también por escribir un buen número de disparates cuya falsedad ha sido evidenciada hasta la saciedad. Ya hemos tenido ocasión de ver la “credibilidad” que merecían las genialidades de este autor sobre el “Abba” de Jesús. Pero no son las únicas.
Aunque Joachim Jeremias se presentó en sociedad como gran especialista en literatura rabínica, consiguiendo que cientos de exegetas, teólogos y predicadores repitieran sus consignas, algunos autores que conocen o conocían las fuentes mejor que él ya se explayaron a gusto sobre las distorsiones y caricaturas que Jeremias efectuó. El propio Ed Sanders ha escrito páginas muy duras sobre ello, calificando las visiones del judaísmo (“judaísmo tardío”) propagadas por Jeremias como “wrong and malignant”; de hecho, Sanders escribió en uno de sus artículos que la distorsión de los testimonios operada por Jeremias “is so great that it must have been intentional” (“es tan grande que debe de haber sido intencionada”).
Jeremias es uno de los más claros y machacones exponentes de la posición, estándar en la exégesis confesional durante siglos, de que Jesús abolió determinados aspectos de la Ley mosaica, y que “hizo temblar los fundamentos del judaísmo”, lo que habría provocado su muerte. Y ello, a base de otorgar credibilidad a todos los relatos evangélicos de conflicto intrajudío y de atribuirle las dimensiones mortales que le atribuyen los evangelistas (por cierto, algo de lo que se ven no pocos ecos en el propio discurso de Gomá). Lástima que, como mostraron Sanders y otros, las lecturas erróneas y caricaturas del judaísmo sean moneda corriente en la obra de Jeremias.
Cambiando de tercio, fue también el gran Jeremias, por ejemplo, quien dijo de Von dem Zweck Jesu und seiner Jünger de Reimarus –una obra de la que alguien tan honrado y capaz como Albert Schweitzer afirmó con toda razón que constituye “uno de los mayores acontecimientos del espíritu crítico”– que era “un panfleto lleno de odio” (sic). Hay que haber leído a Reimarus y luego repetir la frase de Jeremias unas cuantas veces en voz alta para captar el grado de distorsión, prejuicio y hasta mala baba de la aserción de marras, que no calificaré de “rebuzno” solo porque Jeremias está muerto y no puede defenderse.
Para terminar con una anécdota insignificante, nuestro buen Jeremias fue uno de los editores literarios del Festschrift con el que varios teólogos alemanes honraron a Karl Georg Kuhn, un tipo que se había unido al partido nazi en 1932, que había sido miembro de las SA entre 1933 y 1945, y que pronunció numerosas conferencias antisemitas a grupos de propaganda nazi, habiendo sido miembro del Instituto para la erradicación del Judaísmo de la vida eclesial alemana (sic) junto con otras lumbreras profesionales como Walter Grundmann. Exonerado por un comité de desnazificación, en 1954, Kuhn fue nombrado profesor de Nuevo Testamento en Heidelberg. Cuando se retiró en 1971, se hizo el volumen de homenaje que Jeremias editó –un volumen, por cierto, que no incluía la habitual biografía y bibliografía de las publicaciones de Kuhn, obviamente para evitar mencionar su implicación en el período nazi. En fin, Jeremias, ese verdadero y ejemplar “profesional”…
Allá cada cual con sus estándares de calidad, fiabilidad y ejemplaridad. Una vez más hemos podido apreciar cuáles son los de Javier Gomá Lanzón.
Continuará. Saludos cordiales de Fernando Bermejo
En la postal anterior mostramos que la supuesta ejemplaridad de Jesús, postulada de modo genérico en el discurso cristiano y también en el libro Necesario pero imposible de Javier Gomá, carece de fundamento. Para todas y cada una de las aserciones que hice sobre los límites de Jesús como paradigma moral y espiritual hay suficiente fundamento textual y argumentativo, pero incluso si pudiera demostrarse que alguna de ellas fuera el resultado de un exceso retórico, la validez de las restantes seguiría refrendando mi argumento, a saber:
1) que, si de una reconstrucción histórica rigurosa se trata, no es de recibo presentar la figura histórica de Jesús como un paradigma moral, menos aún como el más alto de ellos. Y no porque el historiador deba permanecer ajeno a los juicios de valor, sino porque una reconstrucción genuinamente crítica pone radicalmente en cuestión tal constitución del personaje como ejemplar ético.
2) que toda consideración de la figura de Jesús como ejemplar se debe ya en buena medida a una alteración (tampoco ella precisamente ejemplar, aunque no necesariamente consciente) de la realidad histórica que ha sido operada en las fuentes neotestamentarias.
Pero hay además una tercera razón no expuesta en la postal anterior, que todo lector reflexivo, independientemente de sus creencias, debería meditar cuidadosamente con el objeto de percibir con claridad que la ejemplaridad que la tradición cristiana atribuye a Jesús es no solo epistémicamente infundada sino que también ella misma está caracterizada por una dudosa moralidad.
Me refiero con ello a dos hechos inextricablemente conectados. El primero es que la exaltación de Jesús en la tradición cristiana está desde el principio, por indirectamente que sea, al servicio de un nada desprendido interés de los creyentes; de hecho, esos procesos de exaltación tuvieron al menos parcialmente como móvil y objetivo el de justificar a la comunidad nazarena en una situación de crisis psicológica, emocional y social producida por el flagrante fracaso de su querido líder. Solo si Jesús no era lo que parecía ser –un visionario fracasado– ellos no eran lo que a todas luces parecían ser –unos pobres crédulos sin criterio ni esperanza–, sino tipos que reconocían el más alto bien y que al hacerlo se identificaban con él. La exaltación de Jesús, por tanto, está destinada por supuesto a reivindicar su memoria, pero ante todo a dotar de sentido la vida de sus propios seguidores, de vulnerada autoestima. La exaltación de Jesús es, en este sentido, una eficaz autoexaltación del creyente.
El segundo hecho, este sí verdaderamente grave y preocupante, es que la exaltación de Jesús en los evangelios (incoativamente en Pablo) se ha producido a costa de denigrar moral y espiritualmente –y de modo inverosímil, arbitrario y hasta repulsivo– a otros personajes históricos. Hemos dicho ya algo sobre el “lestaí” de Marcos y Mateo, o sobre el “malhechores” de Lucas. Pero un caso mucho más claro e inequívoco es el retrato de los fariseos, de las autoridades judías –y aun de la multitud de Jerusalén– ofrecido en esos evangelios. Con el objeto de blanquear la imagen de Jesús como sujeto inocente y víctima ejemplar, no solo con toda probabilidad se ha mistificado la historia (por ejemplo, presentando al prefecto romano Poncio Pilato como a alguien deseoso de liberar a un alborotador rodeado de un grupo armado –eso sí, al tiempo que lo declara inocente lo hace flagelar y crucificar…) sino que con toda seguridad se ha ennegrecido, sin apenas escrúpulo ético alguno, la imagen de muchos de sus contemporáneos y correligionarios –algo que con el triunfo del cristianismo acabaría contribuyendo a fomentar y legitimar persecuciones y pogromos sin cuento.
Por si falta hiciera, conviene señalar ya que la anterior afirmación no es el resultado de ningún sesgado apriorismo anticristiano ni nada remotamente parecido, entre otras razones porque ha sido reconocido y argumentado por algunos intelectuales cristianos particularmente lúcidos y honrados con los mismos argumentos con los que estudiosos independientes han denunciado esta situación con anterioridad (recuerdo aquí, por ejemplo, al último Gregory Baum o a Rosemary Ruether –quien afirmó en su memorable Faith and Fratricide que “el antijudaísmo es la mano izquierda de la cristología”–, pero hay por fortuna bastantes más), que con considerable decencia y coraje se han enfrentado a los límites de su propia tradición –y por supuesto también a las descalificaciones de sus propios correligionarios, que nunca faltan–.
La ejemplaridad de Jesús, por consiguiente, no solo está construida con materiales de muy mala calidad, que se deshacen a poco que se los rasque, sino que el edificio como tal está construido, para utilizar una imagen que no pretende ser denigratoria sino solo suficientemente gráfica, sobre una ciénaga. Con esta imagen me refiero no solo ni principalmente a la distorsión de la historia, sino también y sobre todo al envilecimiento de aquellos sujetos que han servido, ya desde las Escrituras fundacionales del cristianismo, como chivos expiatorios y exutorios de la necesidad cristiana de dotar de sentido a la muerte de Jesús. Este es el auténtico reverso y de hecho la condición de posibilidad de la supuesta ejemplaridad de Jesús: la distorsión sistemática, el falseamiento y el ennegrecimiento del pueblo judío. El discurso cristiano está asentado sobre pilares en algunos de los cuales –al menos– la ejemplaridad moral y espiritual brilla, sí, pero por su ausencia. Y es sobre esa ciénaga sobre la que se levanta igualmente la aparentemente sublime, poética y civilizada prosa de Necesario pero imposible.
De todo lo anterior, por supuesto, Javier Gomá no dice nada a sus lectores. Tanto es así, que él reproduce las distorsiones evangélicas repetidas ad nauseam en la historia de la exégesis confesional más rancia y obsoleta. En efecto, al hablar de Jesús, Gomá –por supuesto tras el preceptivo reconocimiento de boquilla de que Jesús fue un judío– se recrea página tras página en contraponer a este a su propia religión, de un modo que solo puede producir vergüenza ajena en alguien que posea un mínimo de sentido histórico, que sea consciente del grado de distorsión contenido en los evangelios, y que conozca la historia de la investigación y sepa cómo esta ha demostrado que cualquier intento de contraponer a Jesús al judaísmo no solo está condenado al fracaso sino condicionado por la más crasa ignorancia y los más penosos prejuicios. No es de extrañar, de todos modos, pues si Gomá no sabe nada sobre el Jesús histórico es también porque no sabe nada sobre el judaísmo.
Gomá se refiere al sermón de la montaña como un programa ético “en el que la justicia veterotestamentaria es desbordada por una dosis de bondad sobreabundante” y afirma que Jesús introduce “una nueva imagen de Dios como Padre compasivo” (el judaísmo, claro, no conocía la figura de Dios como Padre compasivo, solo la del inmisericorde justiciero… Sin comentarios). Y que “el espíritu de profecía se extinguió en Israel y la conversión cedió su sitio en la religión judía al legalismo formalista”. Y que “Jesús, acosado por los sacerdotes, presiente la proximidad de su muerte violenta”. Y que “los judíos acusaron a Jesús de blasfemo y lo condenaron a muerte”. Y que “fue condenado por los sacerdotes, representantes oficiales del judaísmo”. Y así suma y sigue hasta el final del libro.
Una cosa es que sea posible y legítimo argumentar a favor de la idea de que las autoridades judías tuvieron una participación en el destino de Jesús (aunque hay muy buenos argumentos para ponerlo en cuestión, esto no es descabellado a priori), y otra muy distinta asumir como históricamente verosímil el sesgado retrato evangélico. Gomá no dice una palabra a sus lectores de que hace más de un siglo Maurice Goguel demostró que hay toda una serie de indicios en los evangelios que apuntan a un arresto de Jesús efectuado por los romanos. Ni dice nada de las incongruencias y las inverosimilitudes que pueblan los relatos de la comparecencia de Jesús ante el sanedrín. Ni de que elementos esenciales de esos relatos pueden ser explicados como anacronismos. Ni de que hay una explicación extremadamente sencilla de que Jesús fue crucificado, que nada tiene que ver ni con presuntas blasfemias ni con supuestos mortales conflictos entre judíos, y que hace completamente superfluas tales arriesgadas explicaciones. Y Gomá no lo dice o porque no lo sabe o porque no le interesa decirlo, porque una historia alternativa a la versión evangélica haría que su bonita construcción se derrumbase en pedazos. Pero sea que el silencio se produzca por ignorancia o por interés, la cosa es francamente grave.
Una reflexión crítica sobre la falta de ejemplaridad de Jesús lleva así a otra, no menos crítica, sobre la falta de ejemplaridad del discurso del propio libro Necesario pero imposible. Sus múltiples deficiencias –que han quedado patentes ya en las anteriores postales, y que seguiremos viendo en las próximas– son tantas y de tal calibre que a veces uno necesita leer dos veces para convencerse de que realmente está leyendo lo que tiene delante. Una de ellas fue señalada también brevemente por Antonio Piñero en la crítica de Revista de Libros, pero merece la pena que la reconsideremos a continuación, pues enseña mucho sobre la categoría intelectual del discurso de Gomá.
Los lectores atentos se habrán percatado ya de que, tanto en esta postal como en alguna anterior, he hecho referencia con aprobación a diversos autores cristianos, señalando explícitamente su carácter confesional. Quienes nos dedicamos a estas lides sin las habituales camisas de fuerza, conservamos la independencia de juicio y la imparcialidad suficientes para citar a los autores en función del rigor y la fuerza de convicción de su argumentación, y no meramente en función de que sean aconfesionales o dejen de serlo. Nadie que quiera escribir con conocimiento de causa sobre los prejuicios antijudíos de la exégesis mayoritaria (confesional) podrá dejar de citar con reconocimiento a George Foot Moore, a Ed Parish Sanders o a Charlotte Klein. Nadie que quiera ocuparse de la escatología de Jesús podrá dejar de citar con aprobación los lúcidos análisis del protestante Johannes Weiss. Nadie que quiera plantear críticamente la cuestión de la identidad de los responsables del arresto de Jesús podrá dejar de citar con admiración a Maurice Goguel. Nadie que quiera plantear críticamente la discusión metodológica sobre el estudio de Jesús en la actualidad puede dejar de citar con simpatía a Dale C. Allison. Todos ellos son autores cristianos. A pesar de que algunos hemos criticado y seguimos criticando acerbamente las distorsiones ideológicas que acostumbra a generar con demasiada frecuencia la visión confesional, reconocemos sin ambages el valor intelectual de las obras de estos autores cristianos mencionados, y de otros.
Esta es una de las muchas diferencias entre los especialistas sensatos y los autores crasamente doctrinarios como Javier Gomá Lanzón, cuya unilateralidad clama al cielo. En efecto, ya Antonio Piñero señaló con toda la razón que uno de los problemas de este autor está en la flagrante parcialidad de la bibliografía que utiliza. En su crítica escribe Piñero:
“Se trata de una «literatura secundaria» totalmente unilateral, confesional […] Falta íntegramente la lectura de la otra parte, de la investigación independiente y seria, universitaria también, sobre Jesús”.
Una vez más, sin embargo, Gomá –un autor cuya autocomplacencia no va a la zaga de su ignorancia–, incapaz de reconocer sus límites, intenta defenderse recurriendo una vez más a las falacias a las que ya nos tiene acostumbrados:
"Cada uno de los temas que uno elige para investigar demanda un método o una aproximación específica. Naturalmente, en ese intento de ofrecer un relato creíble sobre la hipotética resurrección del galileo, aquella bibliografía que no es que niegue esta posibilidad, sino que lo considera de plano imposible, si no absurda, fuera de toda humana proporción y medida, como es el caso del propuesto Puente Ojea, no conviene a mi investigación.
Este es un ejemplo de cómo esa llamada por Piñero «bibliografía confesional» podría ser denominada con mejor acuerdo «bibliografía profesional» por contraste con otra más ocurrente, más rompedora, más original, pero quizá dotada de menor grado de parsimonia científica".
Este párrafo, una vez más, no tiene desperdicio. Resulta muy divertido, ante todo, oír a Gomá –en cuyo discurso, como hemos demostrado, todo rigor y toda ciencia brillan por su ausencia– querer juzgar sobre “parsimonia científica”. Y resulta desternillante, casi hasta las lágrimas, contemplar a alguien que no solo jamás ha hecho la más mínima contribución intelectual al estudio de Jesús y los orígenes cristianos sino que –como hemos comprobado en una postal anterior– tiene al respecto una considerable empanada mental atreverse a soltar la barrabasada de que autores como Reimarus, Eisler, Brandon, Maccoby y muchos más a los que se refiere Piñero son solo una literatura “ocurrente”. Pero ni siquiera estos disparates constituyen lo más penoso de estos párrafos.
La falacia principal consiste –¿hace falta decirlo?– en lo siguiente. La crítica recibida por Piñero estribaba en que, en sus presuntas referencias a la figura histórica de Jesús, Gomá utiliza únicamente bibliografía sesgada y estrictamente confesional. Pero, en lugar de responder a la crítica, con un movimiento típico de trilero, Gomá se va por los cerros de Úbeda respondiendo que… ¡cómo va a utilizar él obras de autores que consideran imposible la resurrección del galileo!
Debería resultar obvio que esto no tiene absolutamente nada que ver con la crítica de Piñero, que se refiere al estudio histórico de Jesús. El estudio histórico, cuando se hace de manera rigurosa, puede hacerse –y de hecho se hace– con total independencia de lo que uno crea sobre la “resurrección” –entre otras razones porque la “resurrección” nada tiene que ver con tal estudio. Por ello precisamente creyentes y no creyentes –al menos algunos– podemos ponernos de acuerdo sobre la capacidad de convicción o el valor de un argumento, independientemente de si quien lo ha presentado cree o no en Dios, la resurrección de Cristo, la virgen María, los gremlins o el Spaghetti Trascendental. Por tanto, que Puente Ojea o Fulano o Mengano sea un conocido no-cristiano que se chotea de todo lo trasmundano no tiene absolutamente nada que ver con su capacidad de análisis de la figura histórica de Jesús. Y viceversa: que uno crea en la resurrección de Jesús no le imposibilita por ello necesariamente a hacer un trabajo serio sobre la figura histórica de Jesús.
Esta es la razón por la que todos los autores independientes que yo conozco –empezando por Reimarus, Robert Eisler, Samuel Brandon, Hyam Maccoby, y terminando en España por Gonzalo Puente Ojea, Antonio Piñero, Josep Montserrat o un servidor– citan en sus obras también a autores confesionales con aprobación, siempre y cuando sus argumentos sean convincentes. Porque esto es lo que hace cualquier autor dotado de juicio crítico y sentido común que aspira a la verdad.
Javier Gomá no. Este autor, cuya unilateralidad se precipita directamente en el simplismo más atrozmente maniqueo, es incapaz de afrontar los argumentos que no sirven a sus mistificaciones, y por tanto no solo no cita la literatura no cristiana, sino que ni siquiera cita la bibliografía confesional más crítica, que desconoce por completo. El parroquialismo de Gomá es tan obvio y tan patético que no extraña que este tenga que recurrir a falacias para contestar a Antonio Piñero.
Sería muy instructivo poner pausadamente a prueba el disparate de Gomá de que a la “literatura confesional” debería llamársele más bien “literatura profesional”, caracterizada por una genuina parsimonia científica. Por el momento baste, como ejemplo de “literatura profesional”, decir un par de cosas sobre uno de los héroes exegéticos de Javier Gomá –y, para ser sinceros, de muchos otros–, a saber, Joachim Jeremias. Nadie niega que Jeremias supiera arameo, que conociera muy bien la ciudad de Jerusalén, y que haya escrito algunas cosas interesantes. Solo que Jeremias se ha distinguido también por escribir un buen número de disparates cuya falsedad ha sido evidenciada hasta la saciedad. Ya hemos tenido ocasión de ver la “credibilidad” que merecían las genialidades de este autor sobre el “Abba” de Jesús. Pero no son las únicas.
Aunque Joachim Jeremias se presentó en sociedad como gran especialista en literatura rabínica, consiguiendo que cientos de exegetas, teólogos y predicadores repitieran sus consignas, algunos autores que conocen o conocían las fuentes mejor que él ya se explayaron a gusto sobre las distorsiones y caricaturas que Jeremias efectuó. El propio Ed Sanders ha escrito páginas muy duras sobre ello, calificando las visiones del judaísmo (“judaísmo tardío”) propagadas por Jeremias como “wrong and malignant”; de hecho, Sanders escribió en uno de sus artículos que la distorsión de los testimonios operada por Jeremias “is so great that it must have been intentional” (“es tan grande que debe de haber sido intencionada”).
Jeremias es uno de los más claros y machacones exponentes de la posición, estándar en la exégesis confesional durante siglos, de que Jesús abolió determinados aspectos de la Ley mosaica, y que “hizo temblar los fundamentos del judaísmo”, lo que habría provocado su muerte. Y ello, a base de otorgar credibilidad a todos los relatos evangélicos de conflicto intrajudío y de atribuirle las dimensiones mortales que le atribuyen los evangelistas (por cierto, algo de lo que se ven no pocos ecos en el propio discurso de Gomá). Lástima que, como mostraron Sanders y otros, las lecturas erróneas y caricaturas del judaísmo sean moneda corriente en la obra de Jeremias.
Cambiando de tercio, fue también el gran Jeremias, por ejemplo, quien dijo de Von dem Zweck Jesu und seiner Jünger de Reimarus –una obra de la que alguien tan honrado y capaz como Albert Schweitzer afirmó con toda razón que constituye “uno de los mayores acontecimientos del espíritu crítico”– que era “un panfleto lleno de odio” (sic). Hay que haber leído a Reimarus y luego repetir la frase de Jeremias unas cuantas veces en voz alta para captar el grado de distorsión, prejuicio y hasta mala baba de la aserción de marras, que no calificaré de “rebuzno” solo porque Jeremias está muerto y no puede defenderse.
Para terminar con una anécdota insignificante, nuestro buen Jeremias fue uno de los editores literarios del Festschrift con el que varios teólogos alemanes honraron a Karl Georg Kuhn, un tipo que se había unido al partido nazi en 1932, que había sido miembro de las SA entre 1933 y 1945, y que pronunció numerosas conferencias antisemitas a grupos de propaganda nazi, habiendo sido miembro del Instituto para la erradicación del Judaísmo de la vida eclesial alemana (sic) junto con otras lumbreras profesionales como Walter Grundmann. Exonerado por un comité de desnazificación, en 1954, Kuhn fue nombrado profesor de Nuevo Testamento en Heidelberg. Cuando se retiró en 1971, se hizo el volumen de homenaje que Jeremias editó –un volumen, por cierto, que no incluía la habitual biografía y bibliografía de las publicaciones de Kuhn, obviamente para evitar mencionar su implicación en el período nazi. En fin, Jeremias, ese verdadero y ejemplar “profesional”…
Allá cada cual con sus estándares de calidad, fiabilidad y ejemplaridad. Una vez más hemos podido apreciar cuáles son los de Javier Gomá Lanzón.
Continuará. Saludos cordiales de Fernando Bermejo