Hoy escribe Antonio Piñero
Aun no estando de acuerdo con algunas de las perspectivas de Sean Freyne, como a continuación expondré, debo manifestar que el libro que hoy terminamos de reseñar es muy bueno y está bien argumentado. Como hemos sostenido, se trata de un honesto y nuevo intento de tender puentes entre el pensamiento del Jesús histórico y el pensamiento o interpretación de sus seguidores, sobre todo paulinos.
Freyne es, pues, otro exegeta católico que afirma que entre Jesús y Pablo no hay fractura, sino evolución de pensamiento y explicitación de ideas.
Freyne hace especial hincapié en procurar la iluminación de la vida y propósitos de Jesús gracias al uso del llamado criterio de “plausibilidad histórica” es decir, de un intento de explicar a Jesús de acuerdo con el entorno sociológico, antropológico y teológico del Israel del siglo I de nuestra era, en el que él estaba plenamente insertado. Y es loable intentar discernir el pensamiento de Jesús por el uso que él pudo hacer de las Escrituras, tanto las hoy canónicas como las hoy apócrifas, que tenía a su disposición.
Respecto a la influencia en Jesús, en su mentalidad, actitudes, acciones y palabras, de su procedencia geográfica, Galilea, poco o nada tengo que objetar. Estoy convencido de ello: una distancia respecto al Templo y la piedad en torno a él que se percibe en Jesús, su insistencia en la piedad individual e interior, más que en lo exterior, su aprecio de la oración, la poca importancia que el Nazareno otorgaba a cuestiones de pureza ritual –aún sin renegar de ella- se explican muy bien por haber nacido y vivido en una tierra de religión judía, pero alejada tres o cuatro días de camino del Templo, y rodeada de paganos por todas partes. Su vida era más la sinagoga y la piedad interior que el Templo.
Me parece además interesante la postura metodológica de Freyne de contemplar algunos episodios evangélicos a la luz de que la respuesta de Jesús a la geografía, a los lugares y a las personas que había en Galilea como que estaba condicionada no sólo por el instinto o percepción del paisaje y sus gentes en sí mismo, sino por una teología de la creación amorosa de Dios, que se fija especialmente en Israel. Esta teología se aparta un tanto del punto de vista del Deuteronomio que presenta a Yahvé sobre todo como guerrero y dueño absoluto de la tierra y que fija según su voluntad quién va a habitar en ella.
Es muy interesante también la perspectiva de Freyne sobre cómo la postura de Jesús respecto a los paganos está condicionada no por motivos de pura tradición étnica popular o de prejuicios etno- o xenofóbicos, sino por la influencia de las historias bíblicas de la conquista y del asentamiento de Israel en “Canaán”. Jesús, como perteneciente en sus inicios al círculo del Bautista, debía de estar acostumbrado a leer y releer las Escrituras para escudriñar en ellas la voluntad de Dios. L lectura de Isaías no le permitía ser xenófobo.
Y me parece igualmente interesante cómo enfoca Freyne el influjo del Libro de Daniel sobre Jesús no sólo como se hace tradicionalmente -la construcción de la figura del “Hijo del Hombre” por parte de Jesús, o de sus biógrafos los evangelistas, influidos por Daniel 7-, sino ante todo estudiando el ideal del “sabio” del libro de Daniel (hebreo maskil, una de sus posibles acepciones). Este personaje es ante todo un instructor del pueblo en la Ley divina y aceptador de la voluntad de Dios en lo que se refiere a su futuro y al futuro escatológico de Israel Freyne pone justamente de relieve cómo esta imagen de sabio pudo influenciar a Jesús. Estoy de acuerdo con ello.
Pero me convence mucho menos la perspectiva de Freyne cuando analiza en bastantes páginas de su obra el libro de Isaías (el profeta preferido de Jesús, es verdad) y trata de probar cómo tanto el Nazareno como su grupo se inspiró en la imagen de “Sión-siervo”, en la figura paralela de los “siervos de Yahvé que tiemblan ante la palabra divina”, y finalmente en la enigmática imagen del “Siervo individual de Yahvé” para dar sentido a su misión, en especial al final de ella, incluida su muerte.
Y no me convence, porque a pesar de toda la argumentación del libro, pienso que Freyne está retroproyectando hacia atrás lo que es claramente teología posterior a Jesús.
He mantenido que no creo plausible que Jesús entrara en Jerusalén –episodio que considero histórico prescindiendo de pequeños detalles redaccionales- como pretendiente mesiánico regio, habiendo madurado ya la idea de que tenía que morir…; ni tampoco me convence que ese mismo Jesús hiciera lo que hizo en el Templo (Mc 11,15-17) con la idea clara de que el plan de Dios para él, ya en ese momento, contenía la exigencia de su muerte…, y mucho menos que su muerte fuera “vicaria” en sentido pleno, es decir, “morir en vez de otro”. Es decir, Freyne presupone que Jesús iba a Jerusalén con una idea clara y propósito de morir porque así era conveniente para el Reino.
Salvo error por mi parte no hay en todo el judaísmo anterior al siglo I (ni en la Biblia ni en los luego declarados apócrifos) ni un solo texto de que un mártir “muera en lugar de otro”, y que esa muerte sirva de expiación de los pecados del que queda con vida. Esa idea de “morir por” no es plausible en el Jesús histórico (argumento de “plausibilidad contextual”, tan caro a Freyne), sino posterior a su muerte . Y ello por una razón esa idea no es judía, sino griega.
Nace entre judíos helenistas y Pablo la recoge porque ya la había aprendido muy probablemente desde su escuela en Tarso y la aplicó para interpretar la muerte de Jesús. Pablo combinó una idea griega (= morir por) con otra muy judía (= expiar los pecados). Se ha argumentado muchas veces que 2 Macabeos 6,28 ni 7,37-38 presentan esta noción. No me lo parece; no son textos que expresen esta idea de “morir por”, ni algo parecido. Opino que no están correctamente interpretados: sólo contienen la idea del mártir judío, cuya muerte “ablanda” a Dios (sólo en ese sentido es “expiatoria” en sentido muy lato e inapropiado) para que acelere la redención de Israel.
Y si sostengo que Jesús no fue a Jerusalén para morir, ni mucho menos, concomitantemente debo señalar que tampoco me parece convincente la larga argumentación de Freyne para probar la posibilidad de que Jesús iluminara toda su vida y la del grupo con la teología del “Siervo de Yahvé” por una razón: porque ésta incluía necesariamente la idea de un final catastrófico, es decir, la muerte (Isaías 53). Ésta noción sólo aparece claramente en dos textos relacionados íntimamente (Mc 10,45 “el Hijo del hombre ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos”, y el relato de la institución de la Eucaristía Mc 14,22-25) que no corresponden al Jesús histórico, sino a la teología cristiana posterior.
Ya saben mis lectores que -aunque se acepte la improbable hipótesis de un origen temprano del evangelio de Marcos, antes del 70, pero desde luego no anterior a Pablo- sostengo con energía que estos textos marcanos no se deben a ninguna tradición (así Freyne, p. 225), sino a una revelación directa de Jesús a Pablo, y que esa “tradición” se transmitió a partir de las comunidades paulinas y llegó así a los evangelios sinópticos, en concreto al primero de ellos, a Marcos. Y de ahí pasó a los demás que copiaron de él.
Y otro argumento: los pasajes del Libro de Isaías relativos al siervo de Yahvé y sobre todo los textos referidos al “Hijo del hombre” en el Libro de Daniel -que en la teología de los Evangelios sinópticos van unidos a la idea de Siervo de Yahvé que muere y resucita- se interpretaban siempre en el judaísmo anterior a los Evangelios sinópticos de una manera diría que casi fijada, muy contraria a que fuera un individuo particular:
• El “Siervo de Yahvé) o bien era un futuro monarca de Israel descendiente de David, y el mismo Evangelio de Marcos parece negar que Jesús fuera descendiente real de David (Mc 12,37 “El mismo David le llama Señor; ¿cómo entonces puede ser hijo suyo?» La muchedumbre le oía con agrado”), o bien ser refería al pueblo entero de Israel.
• La enigmática figura del “Hijo del Hombre” no se refería en el judaísmo a una persona individuada, sino tal como dice el libro de Daniel mismo, se como hijo de hombre es la representación simbólica de todo el pueblo de Israel (Dn 7,27: “Y el reino y el imperio y la grandeza de los reinos bajo los cielos todos serán dados al pueblo de los santos del Altísimo. Reino eterno es su reino, y todos los imperios le servirán y le obedecerán” y 12,1: “En aquel tiempo se salvará tu pueblo: todos los que se encuentren inscritos en el Libro”). El caso especial de la figura del “Hijo del Hombre” en el Libro de las Parábolas de Henoc debe tratarse aparte. No es seguro que sea precristiano; no es nada seguro que haya influido en los evangelistas; es muy posible incluso que sea una reacción a la teología de los evangelistas sinópticos sobre el Hijo del Hombre.
Por tanto, dudo muchísimo por “plausibilidad contextual” de que el Jesús histórico se considerara a sí mismo el “Siervo de Yahvé”, y sobre todo si esta figura se unía a la del “Hijo del Hombre” de Daniel.
Hay alguna que otra dificultad más, a mi entender, en el libro de Sean Freyne, pero no quiero cansar más a los lectores con una postal demasiado larga. A pesar de ellas, es éste un libro que me ha gustado mucho, que he leído con detenimiento, del que he tomado buena cuenta y que me parece muy interesante y en líneas generales novedoso. Un buen intento de explicar puntos oscuros de la vida y propósito de Jesús, que quizá nunca lleguemos a aclarar totalmente, escudriñando la influencia que pudo tener su Biblia en los judíos piadosos del siglo I.
Saludos cordiales de Antonio Piñero.
www.antoniopinero.com
Aun no estando de acuerdo con algunas de las perspectivas de Sean Freyne, como a continuación expondré, debo manifestar que el libro que hoy terminamos de reseñar es muy bueno y está bien argumentado. Como hemos sostenido, se trata de un honesto y nuevo intento de tender puentes entre el pensamiento del Jesús histórico y el pensamiento o interpretación de sus seguidores, sobre todo paulinos.
Freyne es, pues, otro exegeta católico que afirma que entre Jesús y Pablo no hay fractura, sino evolución de pensamiento y explicitación de ideas.
Freyne hace especial hincapié en procurar la iluminación de la vida y propósitos de Jesús gracias al uso del llamado criterio de “plausibilidad histórica” es decir, de un intento de explicar a Jesús de acuerdo con el entorno sociológico, antropológico y teológico del Israel del siglo I de nuestra era, en el que él estaba plenamente insertado. Y es loable intentar discernir el pensamiento de Jesús por el uso que él pudo hacer de las Escrituras, tanto las hoy canónicas como las hoy apócrifas, que tenía a su disposición.
Respecto a la influencia en Jesús, en su mentalidad, actitudes, acciones y palabras, de su procedencia geográfica, Galilea, poco o nada tengo que objetar. Estoy convencido de ello: una distancia respecto al Templo y la piedad en torno a él que se percibe en Jesús, su insistencia en la piedad individual e interior, más que en lo exterior, su aprecio de la oración, la poca importancia que el Nazareno otorgaba a cuestiones de pureza ritual –aún sin renegar de ella- se explican muy bien por haber nacido y vivido en una tierra de religión judía, pero alejada tres o cuatro días de camino del Templo, y rodeada de paganos por todas partes. Su vida era más la sinagoga y la piedad interior que el Templo.
Me parece además interesante la postura metodológica de Freyne de contemplar algunos episodios evangélicos a la luz de que la respuesta de Jesús a la geografía, a los lugares y a las personas que había en Galilea como que estaba condicionada no sólo por el instinto o percepción del paisaje y sus gentes en sí mismo, sino por una teología de la creación amorosa de Dios, que se fija especialmente en Israel. Esta teología se aparta un tanto del punto de vista del Deuteronomio que presenta a Yahvé sobre todo como guerrero y dueño absoluto de la tierra y que fija según su voluntad quién va a habitar en ella.
Es muy interesante también la perspectiva de Freyne sobre cómo la postura de Jesús respecto a los paganos está condicionada no por motivos de pura tradición étnica popular o de prejuicios etno- o xenofóbicos, sino por la influencia de las historias bíblicas de la conquista y del asentamiento de Israel en “Canaán”. Jesús, como perteneciente en sus inicios al círculo del Bautista, debía de estar acostumbrado a leer y releer las Escrituras para escudriñar en ellas la voluntad de Dios. L lectura de Isaías no le permitía ser xenófobo.
Y me parece igualmente interesante cómo enfoca Freyne el influjo del Libro de Daniel sobre Jesús no sólo como se hace tradicionalmente -la construcción de la figura del “Hijo del Hombre” por parte de Jesús, o de sus biógrafos los evangelistas, influidos por Daniel 7-, sino ante todo estudiando el ideal del “sabio” del libro de Daniel (hebreo maskil, una de sus posibles acepciones). Este personaje es ante todo un instructor del pueblo en la Ley divina y aceptador de la voluntad de Dios en lo que se refiere a su futuro y al futuro escatológico de Israel Freyne pone justamente de relieve cómo esta imagen de sabio pudo influenciar a Jesús. Estoy de acuerdo con ello.
Pero me convence mucho menos la perspectiva de Freyne cuando analiza en bastantes páginas de su obra el libro de Isaías (el profeta preferido de Jesús, es verdad) y trata de probar cómo tanto el Nazareno como su grupo se inspiró en la imagen de “Sión-siervo”, en la figura paralela de los “siervos de Yahvé que tiemblan ante la palabra divina”, y finalmente en la enigmática imagen del “Siervo individual de Yahvé” para dar sentido a su misión, en especial al final de ella, incluida su muerte.
Y no me convence, porque a pesar de toda la argumentación del libro, pienso que Freyne está retroproyectando hacia atrás lo que es claramente teología posterior a Jesús.
He mantenido que no creo plausible que Jesús entrara en Jerusalén –episodio que considero histórico prescindiendo de pequeños detalles redaccionales- como pretendiente mesiánico regio, habiendo madurado ya la idea de que tenía que morir…; ni tampoco me convence que ese mismo Jesús hiciera lo que hizo en el Templo (Mc 11,15-17) con la idea clara de que el plan de Dios para él, ya en ese momento, contenía la exigencia de su muerte…, y mucho menos que su muerte fuera “vicaria” en sentido pleno, es decir, “morir en vez de otro”. Es decir, Freyne presupone que Jesús iba a Jerusalén con una idea clara y propósito de morir porque así era conveniente para el Reino.
Salvo error por mi parte no hay en todo el judaísmo anterior al siglo I (ni en la Biblia ni en los luego declarados apócrifos) ni un solo texto de que un mártir “muera en lugar de otro”, y que esa muerte sirva de expiación de los pecados del que queda con vida. Esa idea de “morir por” no es plausible en el Jesús histórico (argumento de “plausibilidad contextual”, tan caro a Freyne), sino posterior a su muerte . Y ello por una razón esa idea no es judía, sino griega.
Nace entre judíos helenistas y Pablo la recoge porque ya la había aprendido muy probablemente desde su escuela en Tarso y la aplicó para interpretar la muerte de Jesús. Pablo combinó una idea griega (= morir por) con otra muy judía (= expiar los pecados). Se ha argumentado muchas veces que 2 Macabeos 6,28 ni 7,37-38 presentan esta noción. No me lo parece; no son textos que expresen esta idea de “morir por”, ni algo parecido. Opino que no están correctamente interpretados: sólo contienen la idea del mártir judío, cuya muerte “ablanda” a Dios (sólo en ese sentido es “expiatoria” en sentido muy lato e inapropiado) para que acelere la redención de Israel.
Y si sostengo que Jesús no fue a Jerusalén para morir, ni mucho menos, concomitantemente debo señalar que tampoco me parece convincente la larga argumentación de Freyne para probar la posibilidad de que Jesús iluminara toda su vida y la del grupo con la teología del “Siervo de Yahvé” por una razón: porque ésta incluía necesariamente la idea de un final catastrófico, es decir, la muerte (Isaías 53). Ésta noción sólo aparece claramente en dos textos relacionados íntimamente (Mc 10,45 “el Hijo del hombre ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos”, y el relato de la institución de la Eucaristía Mc 14,22-25) que no corresponden al Jesús histórico, sino a la teología cristiana posterior.
Ya saben mis lectores que -aunque se acepte la improbable hipótesis de un origen temprano del evangelio de Marcos, antes del 70, pero desde luego no anterior a Pablo- sostengo con energía que estos textos marcanos no se deben a ninguna tradición (así Freyne, p. 225), sino a una revelación directa de Jesús a Pablo, y que esa “tradición” se transmitió a partir de las comunidades paulinas y llegó así a los evangelios sinópticos, en concreto al primero de ellos, a Marcos. Y de ahí pasó a los demás que copiaron de él.
Y otro argumento: los pasajes del Libro de Isaías relativos al siervo de Yahvé y sobre todo los textos referidos al “Hijo del hombre” en el Libro de Daniel -que en la teología de los Evangelios sinópticos van unidos a la idea de Siervo de Yahvé que muere y resucita- se interpretaban siempre en el judaísmo anterior a los Evangelios sinópticos de una manera diría que casi fijada, muy contraria a que fuera un individuo particular:
• El “Siervo de Yahvé) o bien era un futuro monarca de Israel descendiente de David, y el mismo Evangelio de Marcos parece negar que Jesús fuera descendiente real de David (Mc 12,37 “El mismo David le llama Señor; ¿cómo entonces puede ser hijo suyo?» La muchedumbre le oía con agrado”), o bien ser refería al pueblo entero de Israel.
• La enigmática figura del “Hijo del Hombre” no se refería en el judaísmo a una persona individuada, sino tal como dice el libro de Daniel mismo, se como hijo de hombre es la representación simbólica de todo el pueblo de Israel (Dn 7,27: “Y el reino y el imperio y la grandeza de los reinos bajo los cielos todos serán dados al pueblo de los santos del Altísimo. Reino eterno es su reino, y todos los imperios le servirán y le obedecerán” y 12,1: “En aquel tiempo se salvará tu pueblo: todos los que se encuentren inscritos en el Libro”). El caso especial de la figura del “Hijo del Hombre” en el Libro de las Parábolas de Henoc debe tratarse aparte. No es seguro que sea precristiano; no es nada seguro que haya influido en los evangelistas; es muy posible incluso que sea una reacción a la teología de los evangelistas sinópticos sobre el Hijo del Hombre.
Por tanto, dudo muchísimo por “plausibilidad contextual” de que el Jesús histórico se considerara a sí mismo el “Siervo de Yahvé”, y sobre todo si esta figura se unía a la del “Hijo del Hombre” de Daniel.
Hay alguna que otra dificultad más, a mi entender, en el libro de Sean Freyne, pero no quiero cansar más a los lectores con una postal demasiado larga. A pesar de ellas, es éste un libro que me ha gustado mucho, que he leído con detenimiento, del que he tomado buena cuenta y que me parece muy interesante y en líneas generales novedoso. Un buen intento de explicar puntos oscuros de la vida y propósito de Jesús, que quizá nunca lleguemos a aclarar totalmente, escudriñando la influencia que pudo tener su Biblia en los judíos piadosos del siglo I.
Saludos cordiales de Antonio Piñero.
www.antoniopinero.com