Hoy escribe Antonio Piñero
Hay otros textos de los siglos II y III que presentan un cristianismo que concede una gran importancia a las mujeres, como hemos mencionado ya al hablar del encratismo: son los ya mencionados Hechos apócrifos de los apóstoles (véase la edición Piñero-del Cerro con ese título, creo que ya mencionada en notas anteriores: Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid 2004-2005).
Aunque nacidos en el seno de la Gran Iglesia, presentan estas obras una novedad respecto a lo que era la tendencia dominante en el grupo cristiano, tendencia que conducirá –como hemos apuntado- a una eliminación casi absoluta de la “visibilidad” de la mujer en cualquier ámbito público o de poder sobre todo desde el siglo III en adelante.
En un ambiente dominado por las culturas hebrea y griega, poco propicias al reconocimiento de la igualdad entre hombres y mujeres, los Hechos Apócrifos de los Apóstoles representan un fuerte golpe de timón en contra de la corriente dominante. La mujer no es ya la “artesana del mal”, como decía el griego Eurípides; ni es “inferior en todo al varón”, como creía Flavio Josefo (Contra Apión II 4), ni es sólo la responsable –al ceder a la tentación de la Serpiente- del pecado y de la muerte (Eclesiástico 25, 33), sino que es en muchos casos encarnación del tipo paradigmático de mujer fuerte alabada en el libro bíblico de los Proverbios.
En los Hechos Apócrifos aparecen mujeres superiores en muchos casos a sus respectivos consortes, decididas, de inmenso tesón y leales. Desafían el poder y adoptan una postura valiente de rebeldía frente a tradiciones y costumbres enraizadas en la sociedad de su tiempo. Las mujeres son, en los Hechos Apócrifos, auténticas ganadoras con el aval de los apóstoles (véase Gonzalo del Cerro, La mujer en los Hechos apócrifos de los apóstoles, Ediciones Clásicas, Madrid, 2003, “Introducción”).
Los autores de estos apócrifos recurren incluso al tópico de Eva y su responsabilidad en la historia de la humanidad para destacar la idea de que la conducta de la primera mujer ha quedado modificada y rehabilitada con la actitud de estas mujeres comprometidas con la nueva mentalidad cristiana que ellas representan (Véanse Hechos de Andrés 37, 3; vol. I p. 197 de la edición Piñero- del Cerro).
Una constante en las grandes heroínas de los Hechos Apócrifos (las principales son Maximila en los Hechos de Andrés, Drusiana en los de Juan, Tecla en los de Pablo. Sobre este tema, véase de nuevo el libro de Gonzalo del Cerro, La mujer en los Hechos apócrifos de los apóstoles) es no solamente la perseverancia en sus decisiones vitales, sino la victoria sobre sus poderosos maridos o pretendientes. La hostilidad de éstos acaba doblegada por la fortaleza de sus consortes.
Frente a ella los varones no hallaron a veces otra solución que el suicidio o la conversión. Ambas opciones eran el reconocimiento de su derrota o la aceptación resignada de unas conductas tan novedosas como desconcertantes, criticables pero de pura autoafirmación. Era en cierta manera un enfrentamiento de sexos llevado hasta el paroxismo. Las mujeres toman posturas hasta entonces desconocidas y extrañas a los ambientes paganos. Lo hacen no sólo al margen de sus cónyuges sino abiertamente contra ellos, contra sus criterios y tendencias.
En la vida de castidad elegida por varias de las mujeres de los Hechos Apócrifos ven algunos investigadores modernos más que un deseo de perfección ascética un afán de liberación de la autoridad tiránica de los maridos. La opinión dista mucho de ser convincente, pero demuestra el alto grado de independencia con que se mueven tales mujeres.
Esta lucha sólo estaba al alcance de féminas de alta calificación tanto social como económica. Había una mayoría silenciosa que tenía que soportar el yugo impuesto por costumbres institucionalizadas. Muchas mujeres pasan también por las páginas de los Hechos Apócrifos como de puntillas. Ni provocan conflictos ni son objeto de exigencias que vayan más allá de la práctica de la fe cristiana como camino de salvación.
La importancia y el protagonismo de las mujeres en los relatos de estos Hechos apócrifos han provocado la teoría defendida por ilustres investigadores en literatura y sociologías de que se podía tratar de obras escritas por mujeres y destinadas a ser leídas en sus círculos y tertulias. De ser así, esto sería una enorme novedad en la Antigüedad. Ello implicaría actitudes avanzadas y posturas inconformistas, avaladas y apoyadas por aires nuevos aportados por al menos ciertas ramas del cristianismo que no eran las predominantes en la Gran Iglesia.
Algunos aspectos de doctrinas relativamente marginales, como el gnosticismo y su paradójica visión de la mujer, que hemos considerado anteriormente, pudieron influir en estas novedades. La época en la que surgen los Hechos Apócrifos primitivos marcan un final de etapa constituyente de la tradición cristiana. Lo que luego seguirá en la historia de la Iglesia y de la teología es una decadencia de este tipo de cristianismo “feminista” que aparece casi como único.
Y con esto hemos terminado nuestra serie sobre la mujer en el cristianismo primitivo que titulábamos “Viudas, mártires, diaconisas, sacerdotes, profetisas… Panorama de la mujer en las primeras comunidades cristianas”.
En lo que sigue atenderé la petición de algunos que me han escrito personalmente para que expliquemos de nuevo el transfondo gnóstico de los textos tan curiosos
Saludos cordiales de Antonio Piñero.
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