Hoy escribe Antonio Piñero
Una vez que hemos analizado la cuestión de la veracidad de la Biblia en algunos puntos esenciales, y hemos visto cómo en este voluminoso libro hay una enorme recogida de datos históricos, cierto, pero que en él, sobre todo, tienen su ámbito natural múltiples leyendas de muy diversas regiones y países, oráculos de profetas, cuentos, sabiduría y folclore popular, podemos preguntarnos finalmente si cabe defender que el inspirador de todo este inmenso y abigarrado conjunto, producto de diversas culturas del Oriente Medio próximo, fue un Yahvé extraterrestre que viajaba durante el éxodo delante de su pueblo en una nave espacial (véanse los textos recogidos y comentados en las postales número 487, 488 y 489), y si cabe opinar con verdadero sentido histórico que algunos relatos de este conjunto folclórico reflejaban, sin que los autores ni redactores durante siglos fueran plenamente conscientes, la descripciones de ovnis y otros fenómenos por el estilo.
Como filólogo, escéptico, racionalista y un tanto agnóstico, me veo inducido a sostener --por la historia de la composición de la Biblia que hemos descrito a grandes rasgos-- que el causante del conjunto de la parte que debemos calificar como no histórica en la Biblia es la facultad mitopoética (“creadora de mitos”) del ser humano, tal como muy acertadamente reflejó ya hace muchos siglos Jenófanes de Colofón (hacia 570 a.C.- 468) hablando de un tema semejante. De este autor se conserva muy poco, pero ha llegado hasta nosotros un fragmento interesante escrito dentro del contexto de una acerba crítica del politeísmo: se trata de un momento de su poema Sobre la naturaleza, conservado fragmentariamente por Clemente de Alejandría (Stromata V 109,2-3; VII 22,1) y que dice así
Pero los mortales se imaginan que los dioses han nacido y que tienen vestido, voz y figura humana como ellos. Los etíopes dicen que sus dioses son chatos y negros; y los tracios, que tienen los ojos azules y el pelo rubio. Si los bueyes, los caballos y los leones tuvieran manos y fueran capaces de pintar como los humanos, los caballos dibujarían las imágenes de sus dioses semejantes a las de los caballos, y los bueyes semejantes a las de los bueyes, y harían sus cuerpos tal como cada uno tiene el suyo.
Quiso con ello decir Jenófanes que “son los hombres los que crean a los dioses y no los dioses a los hombres”, y el pensamiento de los muy diversos autores y redactores de la Biblia, al no poder eludir esta regla, estuvo condicionado por las concepciones y la cosmovisión de su tiempo.
Pues bien, la concepción del mundo que refleja el conjunto de la Biblia no podía incluir en ella de ningún modo extraterrestres ni nada parecido, pues su concepción del mundo era muy pequeña y geocéntrica. No cabían en ella más que una tierra minúscula, rodeada de las aguas del océano, que tenía por encima siete cielos, en los que, en el primer y segundo círculo, estaban insertados el sol y la luna; una concepción en la que el paraíso estaba en el tercer cielo, del cuarto al sexto estaban llenos diversos espíritus servidores del Altísimo, y el trono de éste y sus más altos ángeles en el séptimo
En esta visón del mundo las estrellas del firmamento era un conjunto de astros fijos, llameantes, pequeños, controlados por ángeles o arcontes al servicio de la divinidad, que giraba todo a la vez en el cielo, el denominado círculo de las estrellas fijas, de izquierda a derecha. Un mundo en donde el reino de los muertos ocupaba, por debajo de aguas primordiales que sustentaban la tierra, sólo tres esferas, y además más pequeñas que las siete celestes, donde sólo moraban los muertos como sombras flotantes.
En este universo no cabían extraterrestres, ni nada parecido. Sencillamente no hay universo para ellos, porque todo el universo es pequeño, aprehensible y sencillo; porque todo está controlado por una divinidad suprema y unos dioses, o ángeles / espíritus secundarios que la sirven. No hay hueco para galaxias, otros mundos extraterrestres ni posibilidad alguna de que sus posibles habitantes pudieran influir en este universo más allá de lo que el Dios supremos y su corte ángeles permitiera a otros espíritus siempre controlados de algún modo por Yahvé.
En conclusión: va contra el conocimiento de la Antigüedad que tienen las ciencias históricas, arqueología incluida, explicar lo que son meramente fantasías del ser humano reflejadas en la Biblia, o remotas leyendas, obscuras en su origen, por lo más obscuro de hipótesis indemostrables sobre seres de más allá, incluso de nuestra galaxia. Los fenómenos aéreos paranormales en la Biblia son representaciones de una divinidad, que al final acabará por ser considerada como única, a la que no se puede representar más que a base de los símbolos y de la fantasía.
Dirá alguien que esta conclusión no es válida, porque quizás toda la Biblia, no sólo los fenómenos paranormales en ella consignados, puede explicarse por la acción de seres extraterrestres, de la que no queda más que huellas…, y que ellas son esos fenómenos paranormales. Entonces respondería: a grandes afirmaciones, grandes pruebas. Y si no las hay, prefiero los resultados de la arqueología y la crítica literaria e histórica.
Saludos cordiales de Antonio Piñero
Universidad Complutense de Madrid
www.antoniopinero.com
Una vez que hemos analizado la cuestión de la veracidad de la Biblia en algunos puntos esenciales, y hemos visto cómo en este voluminoso libro hay una enorme recogida de datos históricos, cierto, pero que en él, sobre todo, tienen su ámbito natural múltiples leyendas de muy diversas regiones y países, oráculos de profetas, cuentos, sabiduría y folclore popular, podemos preguntarnos finalmente si cabe defender que el inspirador de todo este inmenso y abigarrado conjunto, producto de diversas culturas del Oriente Medio próximo, fue un Yahvé extraterrestre que viajaba durante el éxodo delante de su pueblo en una nave espacial (véanse los textos recogidos y comentados en las postales número 487, 488 y 489), y si cabe opinar con verdadero sentido histórico que algunos relatos de este conjunto folclórico reflejaban, sin que los autores ni redactores durante siglos fueran plenamente conscientes, la descripciones de ovnis y otros fenómenos por el estilo.
Como filólogo, escéptico, racionalista y un tanto agnóstico, me veo inducido a sostener --por la historia de la composición de la Biblia que hemos descrito a grandes rasgos-- que el causante del conjunto de la parte que debemos calificar como no histórica en la Biblia es la facultad mitopoética (“creadora de mitos”) del ser humano, tal como muy acertadamente reflejó ya hace muchos siglos Jenófanes de Colofón (hacia 570 a.C.- 468) hablando de un tema semejante. De este autor se conserva muy poco, pero ha llegado hasta nosotros un fragmento interesante escrito dentro del contexto de una acerba crítica del politeísmo: se trata de un momento de su poema Sobre la naturaleza, conservado fragmentariamente por Clemente de Alejandría (Stromata V 109,2-3; VII 22,1) y que dice así
Pero los mortales se imaginan que los dioses han nacido y que tienen vestido, voz y figura humana como ellos. Los etíopes dicen que sus dioses son chatos y negros; y los tracios, que tienen los ojos azules y el pelo rubio. Si los bueyes, los caballos y los leones tuvieran manos y fueran capaces de pintar como los humanos, los caballos dibujarían las imágenes de sus dioses semejantes a las de los caballos, y los bueyes semejantes a las de los bueyes, y harían sus cuerpos tal como cada uno tiene el suyo.
Quiso con ello decir Jenófanes que “son los hombres los que crean a los dioses y no los dioses a los hombres”, y el pensamiento de los muy diversos autores y redactores de la Biblia, al no poder eludir esta regla, estuvo condicionado por las concepciones y la cosmovisión de su tiempo.
Pues bien, la concepción del mundo que refleja el conjunto de la Biblia no podía incluir en ella de ningún modo extraterrestres ni nada parecido, pues su concepción del mundo era muy pequeña y geocéntrica. No cabían en ella más que una tierra minúscula, rodeada de las aguas del océano, que tenía por encima siete cielos, en los que, en el primer y segundo círculo, estaban insertados el sol y la luna; una concepción en la que el paraíso estaba en el tercer cielo, del cuarto al sexto estaban llenos diversos espíritus servidores del Altísimo, y el trono de éste y sus más altos ángeles en el séptimo
En esta visón del mundo las estrellas del firmamento era un conjunto de astros fijos, llameantes, pequeños, controlados por ángeles o arcontes al servicio de la divinidad, que giraba todo a la vez en el cielo, el denominado círculo de las estrellas fijas, de izquierda a derecha. Un mundo en donde el reino de los muertos ocupaba, por debajo de aguas primordiales que sustentaban la tierra, sólo tres esferas, y además más pequeñas que las siete celestes, donde sólo moraban los muertos como sombras flotantes.
En este universo no cabían extraterrestres, ni nada parecido. Sencillamente no hay universo para ellos, porque todo el universo es pequeño, aprehensible y sencillo; porque todo está controlado por una divinidad suprema y unos dioses, o ángeles / espíritus secundarios que la sirven. No hay hueco para galaxias, otros mundos extraterrestres ni posibilidad alguna de que sus posibles habitantes pudieran influir en este universo más allá de lo que el Dios supremos y su corte ángeles permitiera a otros espíritus siempre controlados de algún modo por Yahvé.
En conclusión: va contra el conocimiento de la Antigüedad que tienen las ciencias históricas, arqueología incluida, explicar lo que son meramente fantasías del ser humano reflejadas en la Biblia, o remotas leyendas, obscuras en su origen, por lo más obscuro de hipótesis indemostrables sobre seres de más allá, incluso de nuestra galaxia. Los fenómenos aéreos paranormales en la Biblia son representaciones de una divinidad, que al final acabará por ser considerada como única, a la que no se puede representar más que a base de los símbolos y de la fantasía.
Dirá alguien que esta conclusión no es válida, porque quizás toda la Biblia, no sólo los fenómenos paranormales en ella consignados, puede explicarse por la acción de seres extraterrestres, de la que no queda más que huellas…, y que ellas son esos fenómenos paranormales. Entonces respondería: a grandes afirmaciones, grandes pruebas. Y si no las hay, prefiero los resultados de la arqueología y la crítica literaria e histórica.
Saludos cordiales de Antonio Piñero
Universidad Complutense de Madrid
www.antoniopinero.com