Hoy escribe Fernando Bermejo
El breve examen de Lucas y Plutarco nos permite extraer algunas conclusiones. Por una parte, como hemos visto, ambos usan los términos “pneuma” (espíritu) y “dýnamis” (poder), y ambos funcionan de modo similar: en los dos autores, son modos físicamente indeterminados de referirse a una acción divina. Pero es precisamente esta indeterminación la que sirve para excluir interpretaciones sexuales de la concepción divina.
Se evita así pensar en una metamorfosis del dios en un cuerpo masculino, una penetración de un pene divino o la eyaculación de esperma divino. Se evita asimismo no solo la incorrección teológica de que un dios desease un cuerpo físico, sino también la corrupción física, pues en este período y ámbito cultural el cuerpo de una mujer –y en particular sus genitales– eran considerados una fuente de contaminación.
El asunto se resuelve, para decirlo con Plutarco, a través de “otras formas de contacto o toque”. Téngase en cuenta, además, que hablar de concepción divina a través del término “dýnamis” aporta un elemento de respetabilidad teológica. El poder es un rasgo básico de la divinidad –también en el mundo mediterráneo-, pues expresa la realidad y la actividad de la divinidad en el mundo, incluso si la deidad en cuestión trasciende con mucho los modos humanos comunes de concepción.
Esto no quiere decir que Lucas haya tomado prestado nada de Plutarco, o más generalmente del mito griego. Lucas añadió una historia de concepción divina a su Evangelio no porque hubiera sucumbido a la “helenización” o porque estuviese intentando dirigirse a los griegos. Las semejanzas entre el Evangelio y el de Queronea no hay que buscarlas en una relación genética, sino más bien en una cultura intelectual compartida.
Saludos cordiales de Fernando Bermejo
El breve examen de Lucas y Plutarco nos permite extraer algunas conclusiones. Por una parte, como hemos visto, ambos usan los términos “pneuma” (espíritu) y “dýnamis” (poder), y ambos funcionan de modo similar: en los dos autores, son modos físicamente indeterminados de referirse a una acción divina. Pero es precisamente esta indeterminación la que sirve para excluir interpretaciones sexuales de la concepción divina.
Se evita así pensar en una metamorfosis del dios en un cuerpo masculino, una penetración de un pene divino o la eyaculación de esperma divino. Se evita asimismo no solo la incorrección teológica de que un dios desease un cuerpo físico, sino también la corrupción física, pues en este período y ámbito cultural el cuerpo de una mujer –y en particular sus genitales– eran considerados una fuente de contaminación.
El asunto se resuelve, para decirlo con Plutarco, a través de “otras formas de contacto o toque”. Téngase en cuenta, además, que hablar de concepción divina a través del término “dýnamis” aporta un elemento de respetabilidad teológica. El poder es un rasgo básico de la divinidad –también en el mundo mediterráneo-, pues expresa la realidad y la actividad de la divinidad en el mundo, incluso si la deidad en cuestión trasciende con mucho los modos humanos comunes de concepción.
Esto no quiere decir que Lucas haya tomado prestado nada de Plutarco, o más generalmente del mito griego. Lucas añadió una historia de concepción divina a su Evangelio no porque hubiera sucumbido a la “helenización” o porque estuviese intentando dirigirse a los griegos. Las semejanzas entre el Evangelio y el de Queronea no hay que buscarlas en una relación genética, sino más bien en una cultura intelectual compartida.
Saludos cordiales de Fernando Bermejo