Hoy escribe Fernando Bermejo
En un post anterior citamos la afirmación de Raymond Brown en su clásico El nacimiento del Mesías, según la cual “no hay un ejemplo claro de concepción virginal en las religiones paganas que podría haber dado plausiblemente a los cristianos judíos del siglo I la idea de la concepción virginal de Jesús”.
El primer problema con esta afirmación es que parece radicar en un malentendido acerca de la naturaleza misma de la comparación. En efecto, supone que esta es posible solo cuando se da un paralelo exacto, pero la primera regla de la comparación es que no postula identidad. Nunca hay, por tanto, un paralelo exacto, y presuponer que debe darse para poder establecer una comparación razonable entraña un error categorial y argumentativo.
Dicho de otro modo: la diferencia siempre permanece en una comparación, si la comparación ha de resultar operativa (y si va a ser interesante). Así pues, no es necesario buscar paralelos exactos entre historias de concepciones divinas para referirse a sus semejanzas debidas a concepciones culturales comunes.
El segundo problema es la presuposición de que la comparación depende necesariamente de un préstamo o de una conexión genética entre dos fenómenos (“podemos comparar la idea de la concepción virginal de Jesús si hallamos un precedente…”). Ahora bien, esta presuposición es errónea. De entrada, muchas conexiones genéticas son triviales y/o históricamente imposibles de probar. No se trata de que el autor del Evangelio de Lucas haya tomado elementos prestados de las historias de Perseo, Hércules o Minos para elaborar su idea de la concepción divina de Jesús, pues historias de una concepción divina eran moneda corriente en la cultura del Mediterráneo en la Antigüedad.
La comunidad cultural puede ser demostrada en detalles precisos de la narración. En el pasaje comúnmente conocido como la “Anunciación” (Lc 1, 26-38), el autor del Evangelio expresó el “modo de funcionamiento” del nacimiento divino con un lenguaje sutil. El ángel Gabriel anuncia a María que tendrá un hijo. Entonces, la joven (¡pero prometida!) muchacha formula una pregunta un tanto incómoda: “¿Cómo sucederá esto –pues no conozco varón?”. Entramos en un momento delicado, pues ahora Gabriel debe explicar a una adolescente sin experiencia de dónde vienen exactamente los niños (divinos), y una clase de educación sexual –aunque la sexualidad sea divina– suele ponerle a uno, aunque sea un ángel, en un brete.
En un próximo post veremos cómo la delicada respuesta del ángel –que para eso lo es– utiliza una idea presente en el humus cultural del momento en el que Lucas –llamémosle así– escribe.
Saludos cordiales de Fernando Bermejo
En un post anterior citamos la afirmación de Raymond Brown en su clásico El nacimiento del Mesías, según la cual “no hay un ejemplo claro de concepción virginal en las religiones paganas que podría haber dado plausiblemente a los cristianos judíos del siglo I la idea de la concepción virginal de Jesús”.
El primer problema con esta afirmación es que parece radicar en un malentendido acerca de la naturaleza misma de la comparación. En efecto, supone que esta es posible solo cuando se da un paralelo exacto, pero la primera regla de la comparación es que no postula identidad. Nunca hay, por tanto, un paralelo exacto, y presuponer que debe darse para poder establecer una comparación razonable entraña un error categorial y argumentativo.
Dicho de otro modo: la diferencia siempre permanece en una comparación, si la comparación ha de resultar operativa (y si va a ser interesante). Así pues, no es necesario buscar paralelos exactos entre historias de concepciones divinas para referirse a sus semejanzas debidas a concepciones culturales comunes.
El segundo problema es la presuposición de que la comparación depende necesariamente de un préstamo o de una conexión genética entre dos fenómenos (“podemos comparar la idea de la concepción virginal de Jesús si hallamos un precedente…”). Ahora bien, esta presuposición es errónea. De entrada, muchas conexiones genéticas son triviales y/o históricamente imposibles de probar. No se trata de que el autor del Evangelio de Lucas haya tomado elementos prestados de las historias de Perseo, Hércules o Minos para elaborar su idea de la concepción divina de Jesús, pues historias de una concepción divina eran moneda corriente en la cultura del Mediterráneo en la Antigüedad.
La comunidad cultural puede ser demostrada en detalles precisos de la narración. En el pasaje comúnmente conocido como la “Anunciación” (Lc 1, 26-38), el autor del Evangelio expresó el “modo de funcionamiento” del nacimiento divino con un lenguaje sutil. El ángel Gabriel anuncia a María que tendrá un hijo. Entonces, la joven (¡pero prometida!) muchacha formula una pregunta un tanto incómoda: “¿Cómo sucederá esto –pues no conozco varón?”. Entramos en un momento delicado, pues ahora Gabriel debe explicar a una adolescente sin experiencia de dónde vienen exactamente los niños (divinos), y una clase de educación sexual –aunque la sexualidad sea divina– suele ponerle a uno, aunque sea un ángel, en un brete.
En un próximo post veremos cómo la delicada respuesta del ángel –que para eso lo es– utiliza una idea presente en el humus cultural del momento en el que Lucas –llamémosle así– escribe.
Saludos cordiales de Fernando Bermejo