Hoy escribe Fernando Bermejo
"Mucha seguridad tuvo que mostrar el ángel anunciador
para no llevarse una hostia"
(Rodrigo Cortés, "A las 3 son las 2")
La delicada lección de “sexualidad divina” que el ángel imparte a la joven Maryam en el Evangelio de Lucas reza así, como los lectores saben:
“el espíritu santo vendrá sobre ti, y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra, y por ello lo que nacerá será llamado santo, hijo de Dios”.
Este lenguaje tan indeterminado (el primer verbo empleado para describir la acción del espíritu, epérkhomai, no excluye el contacto físico, pero tampoco lo implica; al segundo, episkiázo, le ocurre algo similar) permite a Lucas presentar su relato del nacimiento divino de Jesús como historia plausible y fiable, y de ese modo distanciarse de las historias de una concepción sexual divina que sus correligionarios juzgarían míticas y no verdaderas, además de indignas de Yahvé.
De hecho, desde el principio los apologistas cristianos y muchos exegetas modernos han señalado la naturaleza no sexual de la concepción en Lucas. La presuposición teológica de Lucas es clara: Dios (o los dioses) no tiene(n) sexo, puesto que el sexo implica pasión y la pasión es percibida como un mal. El filósofo pagano Celso basa esa posición en una máxima platónica: “Por naturaleza, Dios no ama –o: siente atracción sexual por– un cuerpo perecedero”.
Por ejemplo, según Justino en su Primera Apología, el Logos, el “primer vástago de Dios”, nació “sin unión sexual”, “no mediante el coito, sino mediante el poder”. Una venerable serie de comentaristas de la era patrística y medieval repiten el mismo soniquete, que sigue resonando hasta hoy en las anotaciones coloristas de modosos exegetas: el esplendor del héroe divino no es oscurecido por mácula alguna, ni ensombrecido por aventuras galantes o una baja sensualidad. Lejos de ello, castidad y espiritualidad son aquí la tónica.
Raymond Brown, en su obra La muerte del Mesías, enfatiza el mismo punto, al decir que los “paralelos” (el entrecomillado es suyo) extrabíblicos implican un tipo de hieros gamos (matrimonio sagrado) donde un varón divino, en forma humana o no, impregna a una mujer, “a través de un acto sexual normal o a través de alguna forma sustitutiva de penetración”. Esta expresión no es inocente, pues con ella y de un plumazo el exegeta elimina astutamente como paralelos no solo actos como el de Zeus llevándose crasamente al lecho a Sémele, sino también la original impregnación de Dánae por Zeus mediante una suerte de lluvia dorada.
De lo que se trata, por supuesto, para el piadoso exegeta es de que no haya paralelos que pongan en entredicho la singularidad del nacimiento virginal de Jesús. Pero, ¿es esto así? Lo veremos en una próxima entrega.
Saludos cordiales de Fernando Bermejo
-----------------
NOTA
Una precisión sobre el curso del Campo de Gibraltar:
14, miércoles, de mayo; 15, jueves; 16, viernes. Todos los días a las 16,30 y hasta las 21hs,
en la sede la UIMP en La Línea.
Saludos,
A. Piñero
"Mucha seguridad tuvo que mostrar el ángel anunciador
para no llevarse una hostia"
(Rodrigo Cortés, "A las 3 son las 2")
La delicada lección de “sexualidad divina” que el ángel imparte a la joven Maryam en el Evangelio de Lucas reza así, como los lectores saben:
“el espíritu santo vendrá sobre ti, y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra, y por ello lo que nacerá será llamado santo, hijo de Dios”.
Este lenguaje tan indeterminado (el primer verbo empleado para describir la acción del espíritu, epérkhomai, no excluye el contacto físico, pero tampoco lo implica; al segundo, episkiázo, le ocurre algo similar) permite a Lucas presentar su relato del nacimiento divino de Jesús como historia plausible y fiable, y de ese modo distanciarse de las historias de una concepción sexual divina que sus correligionarios juzgarían míticas y no verdaderas, además de indignas de Yahvé.
De hecho, desde el principio los apologistas cristianos y muchos exegetas modernos han señalado la naturaleza no sexual de la concepción en Lucas. La presuposición teológica de Lucas es clara: Dios (o los dioses) no tiene(n) sexo, puesto que el sexo implica pasión y la pasión es percibida como un mal. El filósofo pagano Celso basa esa posición en una máxima platónica: “Por naturaleza, Dios no ama –o: siente atracción sexual por– un cuerpo perecedero”.
Por ejemplo, según Justino en su Primera Apología, el Logos, el “primer vástago de Dios”, nació “sin unión sexual”, “no mediante el coito, sino mediante el poder”. Una venerable serie de comentaristas de la era patrística y medieval repiten el mismo soniquete, que sigue resonando hasta hoy en las anotaciones coloristas de modosos exegetas: el esplendor del héroe divino no es oscurecido por mácula alguna, ni ensombrecido por aventuras galantes o una baja sensualidad. Lejos de ello, castidad y espiritualidad son aquí la tónica.
Raymond Brown, en su obra La muerte del Mesías, enfatiza el mismo punto, al decir que los “paralelos” (el entrecomillado es suyo) extrabíblicos implican un tipo de hieros gamos (matrimonio sagrado) donde un varón divino, en forma humana o no, impregna a una mujer, “a través de un acto sexual normal o a través de alguna forma sustitutiva de penetración”. Esta expresión no es inocente, pues con ella y de un plumazo el exegeta elimina astutamente como paralelos no solo actos como el de Zeus llevándose crasamente al lecho a Sémele, sino también la original impregnación de Dánae por Zeus mediante una suerte de lluvia dorada.
De lo que se trata, por supuesto, para el piadoso exegeta es de que no haya paralelos que pongan en entredicho la singularidad del nacimiento virginal de Jesús. Pero, ¿es esto así? Lo veremos en una próxima entrega.
Saludos cordiales de Fernando Bermejo
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NOTA
Una precisión sobre el curso del Campo de Gibraltar:
14, miércoles, de mayo; 15, jueves; 16, viernes. Todos los días a las 16,30 y hasta las 21hs,
en la sede la UIMP en La Línea.
Saludos,
A. Piñero