Hoy escribe Fernando Bermejo
Aunque el nombre de Charles Hennell es virtualmente ignorado por los estudiosos del la historia del cristianismo antiguo y de la figura de Jesús, su nombre merece ser conocido y recordado como el de alguien que pensó y escribió de manera independiente, crítica y razonable sobre estos asuntos en una época en la que la aplastante mayoría, como siempre, se limitaba a repetir interminablemente los clichés, casi siempre en el acostumbrado tono de panegírica unción y adoración devota.
Aunque echaremos un vistazo a su obra más adelante, resulta interesante conocer algo del personaje. Debemos mucho de lo que sabemos de él a un librito escrito por su hermana Sara Sophia, A Memoir of Charles Christian Hennell, publicado a su muerte en 1899. El ejemplar que he podido consultar en la British Library no lleva el sello de un editor conocido. En su lugar, aparece un breve “for prívate use”.
Charles Christian Hennell nació el 30 de marzo, hijo de James y Elizabeth Hennell, que entonces vivían en Manchester, donde el pater familias trabajaba de viajante en una compañía mercantil. Le habían precedido ya cuatro niñas, y le siguieron otro niño y luego dos niñas más (la penúltima fue Sara). Tras el nacimiento de Charles, la familia se trasladó a Hackney.
A los Hennell les gustaba usar la cabeza para algo más que para asentir. Ya el padre, que había sido criado en un estricto calvinismo, “por el esfuerzo de su propio intelecto lo había abandonado y se había convertido en unitario”, encontrando algo más sensatas las doctrinas de Priestley y Belsham.
Su hijo siguió sus pasos en varios sentidos. En lugar de arruinar sin remedio sus neuronas atiborrándose de teología, se dedicó a actividades comerciales desde edad temprana, pero tenía un intelecto inquieto. Fue un acontecimiento familiar lo que precipitó su interés por el estudio de la historia del cristianismo. En 1836, su hermana Caroline (a quien su familia llamaba cariñosamente “Cara”) contrajo matrimonio con Charles Bray, dedicado también al mundo de los negocios y que en materia de religión pensaba con muy desenfadada libertad. Dado que Bray planteaba cuestiones un tanto espinosas a Caroline –que para eso era también su mujer –, esta, un tanto turbada, se confió a su hermano Charles, que para eso era soltero y había estudiado no poco latín.
De la determinación de Charles Hennell habla por sí sola la carta que este escribió a su hermana Sara para decirle que iba a ocuparse de las cuestiones planteadas a su hermana por su cuñado: “Sara, he prometido a Cara ir hasta el fondo del asunto, y lo haré. Ella no tiene los medios para hacerlo por sí misma, pero yo lo haré por ella”.
Y así, a pesar de lo ocupado que andaba con sus negocios, ni corto ni perezoso Charles se puso a estudiar a fondo la Biblia, a leer a Flavio Josefo, y todo cuanto pudo. Entre 1837 y 1838 escribió su obra An Inquiry Concerning The Origin of Christianity, que fue publicada en diciembre de ese último año. La obra, como veremos, despertó interés en su época. Y hay varias razones por las que lo merece.
Saludos cordiales de Fernando Bermejo
Aunque el nombre de Charles Hennell es virtualmente ignorado por los estudiosos del la historia del cristianismo antiguo y de la figura de Jesús, su nombre merece ser conocido y recordado como el de alguien que pensó y escribió de manera independiente, crítica y razonable sobre estos asuntos en una época en la que la aplastante mayoría, como siempre, se limitaba a repetir interminablemente los clichés, casi siempre en el acostumbrado tono de panegírica unción y adoración devota.
Aunque echaremos un vistazo a su obra más adelante, resulta interesante conocer algo del personaje. Debemos mucho de lo que sabemos de él a un librito escrito por su hermana Sara Sophia, A Memoir of Charles Christian Hennell, publicado a su muerte en 1899. El ejemplar que he podido consultar en la British Library no lleva el sello de un editor conocido. En su lugar, aparece un breve “for prívate use”.
Charles Christian Hennell nació el 30 de marzo, hijo de James y Elizabeth Hennell, que entonces vivían en Manchester, donde el pater familias trabajaba de viajante en una compañía mercantil. Le habían precedido ya cuatro niñas, y le siguieron otro niño y luego dos niñas más (la penúltima fue Sara). Tras el nacimiento de Charles, la familia se trasladó a Hackney.
A los Hennell les gustaba usar la cabeza para algo más que para asentir. Ya el padre, que había sido criado en un estricto calvinismo, “por el esfuerzo de su propio intelecto lo había abandonado y se había convertido en unitario”, encontrando algo más sensatas las doctrinas de Priestley y Belsham.
Su hijo siguió sus pasos en varios sentidos. En lugar de arruinar sin remedio sus neuronas atiborrándose de teología, se dedicó a actividades comerciales desde edad temprana, pero tenía un intelecto inquieto. Fue un acontecimiento familiar lo que precipitó su interés por el estudio de la historia del cristianismo. En 1836, su hermana Caroline (a quien su familia llamaba cariñosamente “Cara”) contrajo matrimonio con Charles Bray, dedicado también al mundo de los negocios y que en materia de religión pensaba con muy desenfadada libertad. Dado que Bray planteaba cuestiones un tanto espinosas a Caroline –que para eso era también su mujer –, esta, un tanto turbada, se confió a su hermano Charles, que para eso era soltero y había estudiado no poco latín.
De la determinación de Charles Hennell habla por sí sola la carta que este escribió a su hermana Sara para decirle que iba a ocuparse de las cuestiones planteadas a su hermana por su cuñado: “Sara, he prometido a Cara ir hasta el fondo del asunto, y lo haré. Ella no tiene los medios para hacerlo por sí misma, pero yo lo haré por ella”.
Y así, a pesar de lo ocupado que andaba con sus negocios, ni corto ni perezoso Charles se puso a estudiar a fondo la Biblia, a leer a Flavio Josefo, y todo cuanto pudo. Entre 1837 y 1838 escribió su obra An Inquiry Concerning The Origin of Christianity, que fue publicada en diciembre de ese último año. La obra, como veremos, despertó interés en su época. Y hay varias razones por las que lo merece.
Saludos cordiales de Fernando Bermejo