Escribe Antonio Piñero
Terminamos hoy la detenida revista de este libro de M. Saban, que como observarán los lectores tiene un buen monto de cosas a las que no se suele prestar atención.
El último capítulo de esta tercera parte y del libro se titula “Los elementos de la ruptura y el antijudaísmo cristiano”, que tiene una idea central que el autor expresa al inicio y al final del capítulo:
“La deuda del cristianismo con el judaísmo es total. El mesías del cristianismo es judío, las Escritura esenciales cristianas son judías, el origen de los primeros seguidores de Jesús fueron judíos, la idea de la Merkabá celestial es judía, la idea del Logos proviene del judío Filón de Alejandría, la regulación de la situación jurídica de los gentiles como miembros de “Israel” la realizará el judío Saulo de Tarso. La concepción de Dios, el canon, las festividades, la lectura sinagogal, la Pascua, Pentecostés, et., todos estos elementos provienen del judaísmo. Todo cristiano debe considerarse a sí mismo un judío espiritual” (p. 413).
“El nacimiento del cristianismo tiene para nosotros (judíos) una causa fundamental, y es la reacción de los judíos diaspóricos y de los gentiles incorporados dentro de las sinagogas destinada a rechazar las guerras nacionales contra Roma” (añado que fueron tres: 66-70 / 114-117 / 132-135) (p. 449).
Ya saben a estas alturas los lectores que no estoy de acuerdo en absoluto con esta última sentencia. No niego la parte de verdad que contiene, pero los orígenes del cristianismo hay que buscarlos en causas mucho más profundas, sobre todo en la religiosidad del Mediterráneo oriental de la segunda mitad del siglo I, que es una de las épocas axiales de la humanidad (Karl Jaspers), donde se unen el ansioso deseo por la salvación de una enorme minoría, el sentimiento de que se estaba llegando al final de un período y que habría de surgir un mundo nuevo y otros condicionantes sociológico-religiosos que dispusieron una reacción favorable al mensaje excelente –desde el punto de vista de la mercadotecnia religiosa– de un hombre excepcional como fue Pablo de Tarso. Este, sobre la base de Jesús como mesías-redentor, lanzó un mensaje en apariencia universalista, mejorado rápidamente por sus sucesores, que poco tenía que ver con el rechazo de las guerras nacionales judías contra Roma y mucho con la satisfacción inmediata del ansia de salvación y mejora del mundo que tenía una inmensa minoría del Imperio.
Expone nuestro autor que los elementos que causaron la ruptura son fundamentalmente cinco:
1. La anulación en el cristianismo de los mandamientos de la Torá;
2. La no necesidad del descanso sabático y el reemplazo del sábado por el domingo;
3. La no necesidad de la circuncisión y su reemplazo por el bautismo;
4. La pérdida de la Alianza (Antigua) a favor de la Nueva Alianza;
5. La caída del templo de Jerusalén como signo del rechazo de Dios al pueblo judío.
Y concluye:
“La paradoja histórica es que una religión, que nació del seno del judaísmo y durante el primer siglo de su historia fue un grupo en el interior del mundo judío que ‘atacó teológicamente’ al pueblo de Israel al que pertenecían sus primeros miembros para universalizar la figura de un mesías judío y aplicar a los gentiles los mínimos legales (es decir, las siete leyes de Noé) del judaísmo” (p. 440).
Podríamos seguir analizando el pensamiento del autor, pero no es posible discutir –en este marco al menos– todas las variantes posibles de sus ideas. Solo anunciar al lector que M. Saban continúa en el libro que reseñamos explicitando su pensamiento e ilustrándolo con ejemplos, que van desde el mesianismo judeocristiano del siglo I hasta el Concilio de Nicea y el arrianismo, junto con la explicación sociológica de la necesidad que tuvo el cristianismo de criticar severamente al judaísmo, para afianzar así su identidad independiente. Pero baste con saber que la idea matriz y subyacente a todas estas exposiciones a partir de las pp. 357ss del libro es la expuesta en los párrafos anteriores.
Nos detenemos, pues, aquí para no fatigar más al lector… puesta reseña crítica ha durado bastante. En síntesis: este libro contiene un buen número de ideas interesantes sobre las que conviene reflexionar, y es digno de leerse con detenimiento.
Pero tiene en su contra al menos dos cosas:
A) Una perspectiva demasiado legalista y judía, como si el cristianismo hubiese surgido para resolver problemas legales;
B) Que la forma, repetitiva en extremo, descuidada en la sintaxis, en la ortografía (las tildes, las comas o los dos puntos van a su aire sin norma alguna, o están ausentes donde no debieran) y en la redacción, el dar por supuestos muchos conceptos en el lector que no explica y el estilo aforismático a veces desafortunado en su expresión, el modo de citar incorrecto y la falta de datos precisos acerca de las fuentes hacen que su lectura sea ardua.
Bien ordenado y cuidado en sus detalles, y quizás con la mitad de páginas, sería un libro excelente para iniciar un debate fructífero.
Saludos cordiales de Antonio Piñero
Universidad Complutense de Madrid
www.antoniopinero.com
Terminamos hoy la detenida revista de este libro de M. Saban, que como observarán los lectores tiene un buen monto de cosas a las que no se suele prestar atención.
El último capítulo de esta tercera parte y del libro se titula “Los elementos de la ruptura y el antijudaísmo cristiano”, que tiene una idea central que el autor expresa al inicio y al final del capítulo:
“La deuda del cristianismo con el judaísmo es total. El mesías del cristianismo es judío, las Escritura esenciales cristianas son judías, el origen de los primeros seguidores de Jesús fueron judíos, la idea de la Merkabá celestial es judía, la idea del Logos proviene del judío Filón de Alejandría, la regulación de la situación jurídica de los gentiles como miembros de “Israel” la realizará el judío Saulo de Tarso. La concepción de Dios, el canon, las festividades, la lectura sinagogal, la Pascua, Pentecostés, et., todos estos elementos provienen del judaísmo. Todo cristiano debe considerarse a sí mismo un judío espiritual” (p. 413).
“El nacimiento del cristianismo tiene para nosotros (judíos) una causa fundamental, y es la reacción de los judíos diaspóricos y de los gentiles incorporados dentro de las sinagogas destinada a rechazar las guerras nacionales contra Roma” (añado que fueron tres: 66-70 / 114-117 / 132-135) (p. 449).
Ya saben a estas alturas los lectores que no estoy de acuerdo en absoluto con esta última sentencia. No niego la parte de verdad que contiene, pero los orígenes del cristianismo hay que buscarlos en causas mucho más profundas, sobre todo en la religiosidad del Mediterráneo oriental de la segunda mitad del siglo I, que es una de las épocas axiales de la humanidad (Karl Jaspers), donde se unen el ansioso deseo por la salvación de una enorme minoría, el sentimiento de que se estaba llegando al final de un período y que habría de surgir un mundo nuevo y otros condicionantes sociológico-religiosos que dispusieron una reacción favorable al mensaje excelente –desde el punto de vista de la mercadotecnia religiosa– de un hombre excepcional como fue Pablo de Tarso. Este, sobre la base de Jesús como mesías-redentor, lanzó un mensaje en apariencia universalista, mejorado rápidamente por sus sucesores, que poco tenía que ver con el rechazo de las guerras nacionales judías contra Roma y mucho con la satisfacción inmediata del ansia de salvación y mejora del mundo que tenía una inmensa minoría del Imperio.
Expone nuestro autor que los elementos que causaron la ruptura son fundamentalmente cinco:
1. La anulación en el cristianismo de los mandamientos de la Torá;
2. La no necesidad del descanso sabático y el reemplazo del sábado por el domingo;
3. La no necesidad de la circuncisión y su reemplazo por el bautismo;
4. La pérdida de la Alianza (Antigua) a favor de la Nueva Alianza;
5. La caída del templo de Jerusalén como signo del rechazo de Dios al pueblo judío.
Y concluye:
“La paradoja histórica es que una religión, que nació del seno del judaísmo y durante el primer siglo de su historia fue un grupo en el interior del mundo judío que ‘atacó teológicamente’ al pueblo de Israel al que pertenecían sus primeros miembros para universalizar la figura de un mesías judío y aplicar a los gentiles los mínimos legales (es decir, las siete leyes de Noé) del judaísmo” (p. 440).
Podríamos seguir analizando el pensamiento del autor, pero no es posible discutir –en este marco al menos– todas las variantes posibles de sus ideas. Solo anunciar al lector que M. Saban continúa en el libro que reseñamos explicitando su pensamiento e ilustrándolo con ejemplos, que van desde el mesianismo judeocristiano del siglo I hasta el Concilio de Nicea y el arrianismo, junto con la explicación sociológica de la necesidad que tuvo el cristianismo de criticar severamente al judaísmo, para afianzar así su identidad independiente. Pero baste con saber que la idea matriz y subyacente a todas estas exposiciones a partir de las pp. 357ss del libro es la expuesta en los párrafos anteriores.
Nos detenemos, pues, aquí para no fatigar más al lector… puesta reseña crítica ha durado bastante. En síntesis: este libro contiene un buen número de ideas interesantes sobre las que conviene reflexionar, y es digno de leerse con detenimiento.
Pero tiene en su contra al menos dos cosas:
A) Una perspectiva demasiado legalista y judía, como si el cristianismo hubiese surgido para resolver problemas legales;
B) Que la forma, repetitiva en extremo, descuidada en la sintaxis, en la ortografía (las tildes, las comas o los dos puntos van a su aire sin norma alguna, o están ausentes donde no debieran) y en la redacción, el dar por supuestos muchos conceptos en el lector que no explica y el estilo aforismático a veces desafortunado en su expresión, el modo de citar incorrecto y la falta de datos precisos acerca de las fuentes hacen que su lectura sea ardua.
Bien ordenado y cuidado en sus detalles, y quizás con la mitad de páginas, sería un libro excelente para iniciar un debate fructífero.
Saludos cordiales de Antonio Piñero
Universidad Complutense de Madrid
www.antoniopinero.com