Escribe Antonio Piñero
En esta tercera y última entrega sobre los dos interesantes libros de Ariel Álvarez Valdés, publicados este mismo año por PPC, cuya lectura he recomendado. Voy ahora a desgranar algunas de las razones de mi recomendación analizando brevemente un capítulo del segundo libro: “¿Tenía la cruz de Jesús un cartel en tres idiomas?” (II pp. 135-149), referido naturalmente al denominado técnicamente “titulus crucis”, cuya autenticidad histórica ha sido negada por la hipercrítica, en opinión de Ariel que yo comparto, sin razón convincente por casi todo apunta a su autenticidad histórica.
En primer lugar: es interesante el capítulo porque de una manera sencilla defiende la autenticidad del pasaje (Mc 15,26: “El rey de los judíos” / Mt 27,37: “Este es Jesús, el rey de los judíos” / Lc 23,38: “Este es el rey de los judíos” / Jn 19,19: “Jesús Nazareno, el rey de los judíos”) por medio del llamado “criterio de dificultad”, cuya utilidad parece evidente –aunque también sea discutido; todo se somete a la lupa de la crítica en temas bíblicos–: no parece ser un invento de los evangelistas el titulus crucis porque
a) Era una costumbre relativamente, bien probada históricamente, que los condenados a muerte a cruz como escarmiento portaran en algún sitio –no siempre el mismo– el porqué de su condena. Era un acto ejemplarizante y de propaganda, por tanto tenía que ser entendible;
b) Porque los cristianos, que consideraban a Jesús el príncipe de la paz no empleaban para este la denominación “rey de los judíos”, ya que era un título político y anti imperial (¿le gustaría al emperador Tiberio que alguien sin su permiso se autotitulara rey de los judíos?) y peligroso, porque hacía de Jesús un sedicioso contra las leyes en vigor del Imperio. Por tanto, si los evangelistas coinciden en afirmar que así ocurrió, es porque la tradición era tan fuerte que no se podía negar. Otra cosa diferente es la interpretación que se diera de acuerdo con las ideas de los que lo pusieron –los romanos– o la de los evangelistas, que lo transmitieron.
El que el título sea solo coincidente en lo sustancial y muestre pequeña variantes en cada evangelio nos indica que la tradición recordaba el núcleo del título, pero no con toda exactitud su contenido. Eso es una muestra de tradición oral, pero no es una dificultad contra la autenticidad básica del título, ya que su núcleo es coincidente.
En segundo lugar: porque Ariel hace un análisis filológico detallado de las variantes de cada evangelista; podríamos decir que exprime con sencillez y rigor cada palabra del título, sitúa las frases con sus variantes dentro del contexto literario y teológico de cada evangelista, indica cómo deben entenderse y cuál es el mensaje que quiere transmitir cada autor al presentar el título en la forma que ha escogido. Pongo ejemplos:
1. Marcos, que conserva la versión más corta, parece ser la original, o la más cercana a la que pudieron escribir los romanos. Su significado es, según Ariel, que Jesús fue condenado como mártir por su pueblo, algo consecuente con su predicación sobre el reino de Dios de inminente llegada.
2. Mateo precisa que fueron otros los que redactaron el título “Pusieron sobre su cabeza escrita su acusación”… No dice expresamente quiénes la escribieron, pero hemos indicado que tuvieron que ser los romanos, ya que ellos eran los responsables de la crucifixión. Precisar “Este es Jesús” –señala Ariel– es típico de la teología de Mateo, quien escribe el nombre del mesías, Jesús, unas ciento cincuenta veces en su evangelio. Jesús Yehoshúa, en hebreo, significa “Dios salva”. La mención del nombre significa, pues, para Mateo la siguiente: “Este Jesús, con su muerte, está realizando el acto supremo de la salvación de los hombres pensada por Dios”. La designación “este”, y no otro, es importante para Mateo. Por ejemplo en la trasfiguración se oye una voz del cielo que dice “Este es mi hijo amado…” (Mt 17,5).
3. Lucas omite el nombre propio “Jesús”, y escribe “este es el rey”. Con ello señala que Jesús es en verdad “rey” (entiéndase ya al modo cristiano), e indica además que Jesús se declaró rey ante Poncio Pilato Lc 23,3), hecho que omiten los otros evangelistas. Según Ariel, “Lucas con el cartel (así redactado) pretende proclamar que finalmente Jesús ha subido al trono y ha comenzado a reinar”. Todo ello es, naturalmente, teología cristiana y puede que no se corresponda exactamente con lo que pensaba el Jesús histórico. Pero en este momento, lo que le interesa al autor moderno, una vez admitida la historicidad sustancial del hecho, es meterse en la piel del evangelista y mostrar qué significaba para él, y para sus primeros lectores, el titulus crucis, según Lucas “puesto sobre él” = Jesús (sobre su cabeza en la cruz/ o sobre él, en su propio cuerpo).
4. La versión de Juan es la más amplia y completa y llena de explicaciones para el lector. Es la siguiente:
“Pilato redactó también una inscripción y la puso sobre la cruz. Lo escrito era: «Jesús el Nazareno, el Rey de los judíos.» Esta inscripción la leyeron muchos judíos, porque el lugar donde había sido crucificado Jesús estaba cerca de la ciudad; y estaba escrita en hebreo, latín y griego. Los sumos sacerdotes de los judíos dijeron a Pilato: «No escribas: “El Rey de los judíos”, sino: “Este ha dicho: Yo soy Rey de los judíos”». Pilato respondió: «Lo que he escrito, lo he escrito»”.
Aquí Ariel hace unas precisiones filológicas muy interesantes al desentrañar el simbolismo pretendido por el evangelista. Por ejemplo, no es muy verosímil que fuera el prefecto Pilato mismo, en persona, el que escribiera el título, ni tampoco el que lo pusiera en la cruz. Pero Lucas indica así, cuando se lee literalmente, la importancia del condenado… un ser tan importante como para que Pilato descuidara otras obligaciones y dejara constancia de que estaba ante un rey de verdad. Co ello se quita la razón a lo comentaban negativamente los jefes de los judíos… también presentes en el Gólgota en vísperas de la gran fiesta de la Pascua, lo cual es de nuevo inverosímil…, pero que tiene gran significado teológico.
En una palabra en muy pocas páginas, nuestro autor, Ariel, con rigor y buen método histórico-crítico sabe diferenciar entre lo que pudo ser hipotéticamente probable como realidad histórica y la interpretación teológica de ella. De este modo sitúa al lector moderno en un punto ideal de observación. Si su lector es creyente, como se supone, tendrá una fe que no es “la del carbonero”, sino refinada, una fe razonada que va a los sustancial del mensaje evangélico. Y no es creyente, le interesará el respeto por la verdad ahistórica que muestra el autor moderno.
El capítulo presente del segundo de los dos libros de Ariel sobre “Enigmas de la Biblia”, que he comentado brevemente, termina con una aplicación a la vida diaria del lector recordándole que el evangelio no pretende ser una biografía de Jesús en el sentido moderno (aunque sí podría serlo en el sentido que le daban los autores de la época, siglo I, que se fijaban sobre todo en las virtudes y realizaciones morales de sus biografiados) sino “una buena noticia”, de modo que en realidad el mensaje evangélico es optimista, aunque lo que sucediera fuera histórica y aparentemente una tragedia.
Enhorabuena, pues, por mi parte, al autor y a la Editorial por haber publicado estos dos libros que están, sin duda, en la línea de la crítica histórico-literaria de los textos, pero que a la vez intenta obtener de ellos cosas muy provechosas para la vida de los lectores actuales… después de casi dos mil años.
Saludos cordiales de Antonio Piñero
http://adaliz-ediciones.com/home/36-el-jesus-que-yo-conozco.html
En esta tercera y última entrega sobre los dos interesantes libros de Ariel Álvarez Valdés, publicados este mismo año por PPC, cuya lectura he recomendado. Voy ahora a desgranar algunas de las razones de mi recomendación analizando brevemente un capítulo del segundo libro: “¿Tenía la cruz de Jesús un cartel en tres idiomas?” (II pp. 135-149), referido naturalmente al denominado técnicamente “titulus crucis”, cuya autenticidad histórica ha sido negada por la hipercrítica, en opinión de Ariel que yo comparto, sin razón convincente por casi todo apunta a su autenticidad histórica.
En primer lugar: es interesante el capítulo porque de una manera sencilla defiende la autenticidad del pasaje (Mc 15,26: “El rey de los judíos” / Mt 27,37: “Este es Jesús, el rey de los judíos” / Lc 23,38: “Este es el rey de los judíos” / Jn 19,19: “Jesús Nazareno, el rey de los judíos”) por medio del llamado “criterio de dificultad”, cuya utilidad parece evidente –aunque también sea discutido; todo se somete a la lupa de la crítica en temas bíblicos–: no parece ser un invento de los evangelistas el titulus crucis porque
a) Era una costumbre relativamente, bien probada históricamente, que los condenados a muerte a cruz como escarmiento portaran en algún sitio –no siempre el mismo– el porqué de su condena. Era un acto ejemplarizante y de propaganda, por tanto tenía que ser entendible;
b) Porque los cristianos, que consideraban a Jesús el príncipe de la paz no empleaban para este la denominación “rey de los judíos”, ya que era un título político y anti imperial (¿le gustaría al emperador Tiberio que alguien sin su permiso se autotitulara rey de los judíos?) y peligroso, porque hacía de Jesús un sedicioso contra las leyes en vigor del Imperio. Por tanto, si los evangelistas coinciden en afirmar que así ocurrió, es porque la tradición era tan fuerte que no se podía negar. Otra cosa diferente es la interpretación que se diera de acuerdo con las ideas de los que lo pusieron –los romanos– o la de los evangelistas, que lo transmitieron.
El que el título sea solo coincidente en lo sustancial y muestre pequeña variantes en cada evangelio nos indica que la tradición recordaba el núcleo del título, pero no con toda exactitud su contenido. Eso es una muestra de tradición oral, pero no es una dificultad contra la autenticidad básica del título, ya que su núcleo es coincidente.
En segundo lugar: porque Ariel hace un análisis filológico detallado de las variantes de cada evangelista; podríamos decir que exprime con sencillez y rigor cada palabra del título, sitúa las frases con sus variantes dentro del contexto literario y teológico de cada evangelista, indica cómo deben entenderse y cuál es el mensaje que quiere transmitir cada autor al presentar el título en la forma que ha escogido. Pongo ejemplos:
1. Marcos, que conserva la versión más corta, parece ser la original, o la más cercana a la que pudieron escribir los romanos. Su significado es, según Ariel, que Jesús fue condenado como mártir por su pueblo, algo consecuente con su predicación sobre el reino de Dios de inminente llegada.
2. Mateo precisa que fueron otros los que redactaron el título “Pusieron sobre su cabeza escrita su acusación”… No dice expresamente quiénes la escribieron, pero hemos indicado que tuvieron que ser los romanos, ya que ellos eran los responsables de la crucifixión. Precisar “Este es Jesús” –señala Ariel– es típico de la teología de Mateo, quien escribe el nombre del mesías, Jesús, unas ciento cincuenta veces en su evangelio. Jesús Yehoshúa, en hebreo, significa “Dios salva”. La mención del nombre significa, pues, para Mateo la siguiente: “Este Jesús, con su muerte, está realizando el acto supremo de la salvación de los hombres pensada por Dios”. La designación “este”, y no otro, es importante para Mateo. Por ejemplo en la trasfiguración se oye una voz del cielo que dice “Este es mi hijo amado…” (Mt 17,5).
3. Lucas omite el nombre propio “Jesús”, y escribe “este es el rey”. Con ello señala que Jesús es en verdad “rey” (entiéndase ya al modo cristiano), e indica además que Jesús se declaró rey ante Poncio Pilato Lc 23,3), hecho que omiten los otros evangelistas. Según Ariel, “Lucas con el cartel (así redactado) pretende proclamar que finalmente Jesús ha subido al trono y ha comenzado a reinar”. Todo ello es, naturalmente, teología cristiana y puede que no se corresponda exactamente con lo que pensaba el Jesús histórico. Pero en este momento, lo que le interesa al autor moderno, una vez admitida la historicidad sustancial del hecho, es meterse en la piel del evangelista y mostrar qué significaba para él, y para sus primeros lectores, el titulus crucis, según Lucas “puesto sobre él” = Jesús (sobre su cabeza en la cruz/ o sobre él, en su propio cuerpo).
4. La versión de Juan es la más amplia y completa y llena de explicaciones para el lector. Es la siguiente:
“Pilato redactó también una inscripción y la puso sobre la cruz. Lo escrito era: «Jesús el Nazareno, el Rey de los judíos.» Esta inscripción la leyeron muchos judíos, porque el lugar donde había sido crucificado Jesús estaba cerca de la ciudad; y estaba escrita en hebreo, latín y griego. Los sumos sacerdotes de los judíos dijeron a Pilato: «No escribas: “El Rey de los judíos”, sino: “Este ha dicho: Yo soy Rey de los judíos”». Pilato respondió: «Lo que he escrito, lo he escrito»”.
Aquí Ariel hace unas precisiones filológicas muy interesantes al desentrañar el simbolismo pretendido por el evangelista. Por ejemplo, no es muy verosímil que fuera el prefecto Pilato mismo, en persona, el que escribiera el título, ni tampoco el que lo pusiera en la cruz. Pero Lucas indica así, cuando se lee literalmente, la importancia del condenado… un ser tan importante como para que Pilato descuidara otras obligaciones y dejara constancia de que estaba ante un rey de verdad. Co ello se quita la razón a lo comentaban negativamente los jefes de los judíos… también presentes en el Gólgota en vísperas de la gran fiesta de la Pascua, lo cual es de nuevo inverosímil…, pero que tiene gran significado teológico.
En una palabra en muy pocas páginas, nuestro autor, Ariel, con rigor y buen método histórico-crítico sabe diferenciar entre lo que pudo ser hipotéticamente probable como realidad histórica y la interpretación teológica de ella. De este modo sitúa al lector moderno en un punto ideal de observación. Si su lector es creyente, como se supone, tendrá una fe que no es “la del carbonero”, sino refinada, una fe razonada que va a los sustancial del mensaje evangélico. Y no es creyente, le interesará el respeto por la verdad ahistórica que muestra el autor moderno.
El capítulo presente del segundo de los dos libros de Ariel sobre “Enigmas de la Biblia”, que he comentado brevemente, termina con una aplicación a la vida diaria del lector recordándole que el evangelio no pretende ser una biografía de Jesús en el sentido moderno (aunque sí podría serlo en el sentido que le daban los autores de la época, siglo I, que se fijaban sobre todo en las virtudes y realizaciones morales de sus biografiados) sino “una buena noticia”, de modo que en realidad el mensaje evangélico es optimista, aunque lo que sucediera fuera histórica y aparentemente una tragedia.
Enhorabuena, pues, por mi parte, al autor y a la Editorial por haber publicado estos dos libros que están, sin duda, en la línea de la crítica histórico-literaria de los textos, pero que a la vez intenta obtener de ellos cosas muy provechosas para la vida de los lectores actuales… después de casi dos mil años.
Saludos cordiales de Antonio Piñero
http://adaliz-ediciones.com/home/36-el-jesus-que-yo-conozco.html