Hoy escribe Gonzalo del Cerro
APÉNDICE 1. PHeid 79-80
Añado los datos recogidos en dos papiros, el PHeid 79-80 y el Papiro de Michigan 3788, publicado por C. Schmidt. Aunque sorprende el carácter del fragmento en el que Jesús habla directamente con sus discípulos Simón Pedro y Felipe, el hecho de que ambos papiros lo recojan en el contexto del denominado episodio italiano de los HchPl ha hecho pensar a no pocos autores que pudiera tratarse de un episodio original de los primitivos HchPl. Ante la eventualidad de que así sea, lo recogemos entre las tradiciones que componen el perfil del apóstol de las gentes.
En la página 79 del papiro aparece Jesús que habla a sus discípulos, admirados por los milagros que su maestro realizaba. Aludía Jesús, en efecto, a los leprosos limpiados, los enfermos curados, los paralíticos rehabilitados, los endemoniados liberados de la posesión diabólica, la multiplicación de los panes, su caminar sobre las aguas del mar y su autoridad sobre los vientos. Si conocían de veras a Jesús y sabían de sus poderes, no tenían motivo para admirarse. Si creían en los poderes taumatúrgicos de Jesús, podrían dar órdenes a una montaña para que se trasladara hasta el mar.
Todos los detalles aludidos por Jesús eran hechos narrados en la historia de los evangelios, similares a los que el mismo Jesús expuso a sus discípulos como respuesta a la consulta de Juan el Bautista. Simón (Pedro) replicó manifestando su admiración por algo tan desconocido y sorprendente como la resurrección de los muertos que Jesús realizaba (PHeid 80). El Señor le respondió que haría cosas aún mayores para que los testigos de sus obras creyeran en el que lo había enviado.
Simón dijo a Jesús: “Señor, mándame que hable”. Jesús respondió: “Habla, Pedro”. El relator afirma que desde aquel día lo denominó con ese nombre. Pedro insistía en que no había obra más grande que resucitar a los muertos o alimentar a una gran multitud. El Señor continuó asegurando que había cosas mayores que serían capaces de realizar los que creen de todo corazón. Intervino entonces Felipe en tono de enfado preguntando a Jesús por aquellas cosas que deseaba enseñar a sus discípulos. La respuesta de Jesús quedó oculta en la laguna del papiro.
APÉNDICE 2. Nicéforo Calixto, Historia Eclesiástica, II 25 (PG 145, col. 822)
El historiador Nicéforo Calixto (s. XII/XIII) se refiere a los autores que han escrito sobre los viajes de Pablo. Cuentan de los padecimientos que el apóstol hubo de soportar en Éfeso. Menciona al magistrado Jerónimo que ya conocemos por el Papiro de Hamburgo, lo mismo que a las piadosas mujeres Eubula y Artemila, “esposas de ciudadanos importantes de Éfeso”. Las dos mujeres eran discípulas de Pablo y le pedían la gracia del bautismo. Pablo quedó libre de las cadenas que lo retenían en prisión. Unos ángeles, portadores de lanzas, lo acompañaron e iluminaron con la abundancia de su luz interior. Consumó la iniciación de las mujeres administrándoles el bautismo en la orilla del mar sin que los guardas de la prisión advirtieran el suceso. Regresó luego a la prisión en espera de su lucha contra las fieras.
Llegado el momento, soltaron contra Pablo a un león gigantesco de aspecto feroz, que corrió hasta acurrucarse a sus pies. Lanzaron a otros animales salvajes, pero ninguno pudo tocar el sagrado cuerpo de Pablo, que se mantenía erguido en oración. Mientras sucedían estas cosas, se desencadenó un estruendo terrible, acompañado de una espantosa granizada que hirió a muchos hombres y a numerosas fieras. El león marchó a sus montañas, mientras Pablo se embarcaba para Macedonia y Grecia. El magistrado Jerónimo perdió incluso una oreja cuando huía a toda prisa hacia su casa. Sin mencionar el hecho de su curación, que conocemos por el PH, el historiador cuenta que Jerónimo se convirtió al Dios de Pablo con toda su casa y recibió el bautismo de salvación.
Podemos apreciar la elasticidad de los relatos de la literatura apócrifa cuando vemos que historiadores de profesión, como Nicéforo Calixto, los incluyen entre lo que ellos consideran material de la historia. Siguen en pie firme las consideraciones de Tucídides sobre la movilidad de los datos que componen la narración por personas distintas de unos mismos sucesos, de los que unos y otros son testigos de vista. La realidad es que cada uno de los testigos cuenta los sucesos de forma distinta. La razones aportadas por el gran historiador son dos: la ignorancia en algunas ocasiones, y los intereses creados, en otras.
Éfeso. Camino del teatro al mar.
Saludos cordiales. Gonzalo del Cerro
APÉNDICE 1. PHeid 79-80
Añado los datos recogidos en dos papiros, el PHeid 79-80 y el Papiro de Michigan 3788, publicado por C. Schmidt. Aunque sorprende el carácter del fragmento en el que Jesús habla directamente con sus discípulos Simón Pedro y Felipe, el hecho de que ambos papiros lo recojan en el contexto del denominado episodio italiano de los HchPl ha hecho pensar a no pocos autores que pudiera tratarse de un episodio original de los primitivos HchPl. Ante la eventualidad de que así sea, lo recogemos entre las tradiciones que componen el perfil del apóstol de las gentes.
En la página 79 del papiro aparece Jesús que habla a sus discípulos, admirados por los milagros que su maestro realizaba. Aludía Jesús, en efecto, a los leprosos limpiados, los enfermos curados, los paralíticos rehabilitados, los endemoniados liberados de la posesión diabólica, la multiplicación de los panes, su caminar sobre las aguas del mar y su autoridad sobre los vientos. Si conocían de veras a Jesús y sabían de sus poderes, no tenían motivo para admirarse. Si creían en los poderes taumatúrgicos de Jesús, podrían dar órdenes a una montaña para que se trasladara hasta el mar.
Todos los detalles aludidos por Jesús eran hechos narrados en la historia de los evangelios, similares a los que el mismo Jesús expuso a sus discípulos como respuesta a la consulta de Juan el Bautista. Simón (Pedro) replicó manifestando su admiración por algo tan desconocido y sorprendente como la resurrección de los muertos que Jesús realizaba (PHeid 80). El Señor le respondió que haría cosas aún mayores para que los testigos de sus obras creyeran en el que lo había enviado.
Simón dijo a Jesús: “Señor, mándame que hable”. Jesús respondió: “Habla, Pedro”. El relator afirma que desde aquel día lo denominó con ese nombre. Pedro insistía en que no había obra más grande que resucitar a los muertos o alimentar a una gran multitud. El Señor continuó asegurando que había cosas mayores que serían capaces de realizar los que creen de todo corazón. Intervino entonces Felipe en tono de enfado preguntando a Jesús por aquellas cosas que deseaba enseñar a sus discípulos. La respuesta de Jesús quedó oculta en la laguna del papiro.
APÉNDICE 2. Nicéforo Calixto, Historia Eclesiástica, II 25 (PG 145, col. 822)
El historiador Nicéforo Calixto (s. XII/XIII) se refiere a los autores que han escrito sobre los viajes de Pablo. Cuentan de los padecimientos que el apóstol hubo de soportar en Éfeso. Menciona al magistrado Jerónimo que ya conocemos por el Papiro de Hamburgo, lo mismo que a las piadosas mujeres Eubula y Artemila, “esposas de ciudadanos importantes de Éfeso”. Las dos mujeres eran discípulas de Pablo y le pedían la gracia del bautismo. Pablo quedó libre de las cadenas que lo retenían en prisión. Unos ángeles, portadores de lanzas, lo acompañaron e iluminaron con la abundancia de su luz interior. Consumó la iniciación de las mujeres administrándoles el bautismo en la orilla del mar sin que los guardas de la prisión advirtieran el suceso. Regresó luego a la prisión en espera de su lucha contra las fieras.
Llegado el momento, soltaron contra Pablo a un león gigantesco de aspecto feroz, que corrió hasta acurrucarse a sus pies. Lanzaron a otros animales salvajes, pero ninguno pudo tocar el sagrado cuerpo de Pablo, que se mantenía erguido en oración. Mientras sucedían estas cosas, se desencadenó un estruendo terrible, acompañado de una espantosa granizada que hirió a muchos hombres y a numerosas fieras. El león marchó a sus montañas, mientras Pablo se embarcaba para Macedonia y Grecia. El magistrado Jerónimo perdió incluso una oreja cuando huía a toda prisa hacia su casa. Sin mencionar el hecho de su curación, que conocemos por el PH, el historiador cuenta que Jerónimo se convirtió al Dios de Pablo con toda su casa y recibió el bautismo de salvación.
Podemos apreciar la elasticidad de los relatos de la literatura apócrifa cuando vemos que historiadores de profesión, como Nicéforo Calixto, los incluyen entre lo que ellos consideran material de la historia. Siguen en pie firme las consideraciones de Tucídides sobre la movilidad de los datos que componen la narración por personas distintas de unos mismos sucesos, de los que unos y otros son testigos de vista. La realidad es que cada uno de los testigos cuenta los sucesos de forma distinta. La razones aportadas por el gran historiador son dos: la ignorancia en algunas ocasiones, y los intereses creados, en otras.
Éfeso. Camino del teatro al mar.
Saludos cordiales. Gonzalo del Cerro