Hoy escribe Antonio Piñero
Las excepciones a la tendencia antiantropomórfica que fue objeto de la postal anterior pueden quizás explicarse en algunos casos. Presento algunos ejemplos:
· En el texto griego del libro del Génesis, como en el hebreo, el Señor “huele” el aroma del sacrificio de Noé, y “desciende” a Sodoma para enterarse de los actos horribles contra la moral que allí tienen lugar; pero los traductores tuvieron en cuenta aquí el contexto de las “historias épicas”, tan típicas de la literatura en lengua griega en el que estos antropomorfismos se insertan, y por ello no hallaron inconveniente en admitir tales antropomorfismos, pues no creían que ofendieran a los oídos griegos.
· En el caso de Éxodo 33,11 el texto hebreo dice literalmente: “Yahvé hablaba con Moisés cara a cara, como habla un hombre con su compañero (heb. reá)”, es decir, con otro hombre. Los LXX, por su parte, vierten “como un hombre habla con su amigo”. Por tanto, de las dos posibles significaciones del hebreo reá (“compañero”, “amigo”), los LXX han elegido esta última (griego phílos). Así, la expresión hebrea se enriquece.
Además, se ha señalado con justeza a propósito de este caso que, como el vocablo phílos aparece solamente dos veces en el Pentateuco griego (la segunda vez en Dt 13,6), el cambio de significado es claramente intencional: desde el siglo IV a.C. los filósofos griegos habían insistido en que los hombres buenos y sabios son amigos de los dioses y disfrutan de su particular favor. Moisés aparece así indirectamente como un filósofo.
Mucha trascendencia, sin duda, para la teodicea (literalmente “defensa de Dios” o “declaración que Dios es justo” = tratado sobre qué es Dios) filosófica tuvo la decisión de los LXX de sustituir sistemáticamente el nombre de Elohim (literalmente “dioses”) por el abstracto theós (Dios) y el de Yahvé (o Adón, Adonai) por el gr. Kýrios, “Señor” o, a veces, “el Señor” (sin más determinaciones). El último vocablo, utilizado sin ningún complemento, constituía en el mundo griego una cierta novedad, pues es raro encontrar el nombre de “Kýrios” como epíteto simple de la divinidad en la Grecia antigua.
Esta substitución tuvo varios efectos:
• En primer lugar, “Señor” pasó a ser casi un nombre personal de Dios evitando una denominación demasiado judía (Yahvé) y cargada de tabúes.
• En segundo, la expresión no tenía las connotaciones negativas del griego despótēs (“dueño”, “amo”), pero a la vez conllevaba la idea de una dominación suprema a la vez que personal, una dominación con tintes negativos (piénsese en el castellano “despota”).
• Pero más importante aún era la helenización del monoteísmo judío concentrando la multiplicidad de los nombres de Dios en la Biblia hebrea (El, Elohim, Yahvé, Adonai, Elyón, El-Saday, Sebaoth) en prácticamente dos Kýrios y Theós (“Señor” / “Dios”).
De este modo los LXX griegos acentuaban el monoteísmo ante cualquier lector pagano desorientado por la multiplicidad de nombres divinos. Puede decirse que este hábito de los traductores contribuyó a universalizar la religión del Dios único y a allanar el camino para la extensión de la idea de que la divinidad única de los filósofos helenísticos coincidía con el Dios al que adoraban los judíos.
Concluiremos en esta semana.
Saludos cordiales de Antonio Piñero.
Universidad Complutense de Madrid
www.antoniopinero.com
Las excepciones a la tendencia antiantropomórfica que fue objeto de la postal anterior pueden quizás explicarse en algunos casos. Presento algunos ejemplos:
· En el texto griego del libro del Génesis, como en el hebreo, el Señor “huele” el aroma del sacrificio de Noé, y “desciende” a Sodoma para enterarse de los actos horribles contra la moral que allí tienen lugar; pero los traductores tuvieron en cuenta aquí el contexto de las “historias épicas”, tan típicas de la literatura en lengua griega en el que estos antropomorfismos se insertan, y por ello no hallaron inconveniente en admitir tales antropomorfismos, pues no creían que ofendieran a los oídos griegos.
· En el caso de Éxodo 33,11 el texto hebreo dice literalmente: “Yahvé hablaba con Moisés cara a cara, como habla un hombre con su compañero (heb. reá)”, es decir, con otro hombre. Los LXX, por su parte, vierten “como un hombre habla con su amigo”. Por tanto, de las dos posibles significaciones del hebreo reá (“compañero”, “amigo”), los LXX han elegido esta última (griego phílos). Así, la expresión hebrea se enriquece.
Además, se ha señalado con justeza a propósito de este caso que, como el vocablo phílos aparece solamente dos veces en el Pentateuco griego (la segunda vez en Dt 13,6), el cambio de significado es claramente intencional: desde el siglo IV a.C. los filósofos griegos habían insistido en que los hombres buenos y sabios son amigos de los dioses y disfrutan de su particular favor. Moisés aparece así indirectamente como un filósofo.
Mucha trascendencia, sin duda, para la teodicea (literalmente “defensa de Dios” o “declaración que Dios es justo” = tratado sobre qué es Dios) filosófica tuvo la decisión de los LXX de sustituir sistemáticamente el nombre de Elohim (literalmente “dioses”) por el abstracto theós (Dios) y el de Yahvé (o Adón, Adonai) por el gr. Kýrios, “Señor” o, a veces, “el Señor” (sin más determinaciones). El último vocablo, utilizado sin ningún complemento, constituía en el mundo griego una cierta novedad, pues es raro encontrar el nombre de “Kýrios” como epíteto simple de la divinidad en la Grecia antigua.
Esta substitución tuvo varios efectos:
• En primer lugar, “Señor” pasó a ser casi un nombre personal de Dios evitando una denominación demasiado judía (Yahvé) y cargada de tabúes.
• En segundo, la expresión no tenía las connotaciones negativas del griego despótēs (“dueño”, “amo”), pero a la vez conllevaba la idea de una dominación suprema a la vez que personal, una dominación con tintes negativos (piénsese en el castellano “despota”).
• Pero más importante aún era la helenización del monoteísmo judío concentrando la multiplicidad de los nombres de Dios en la Biblia hebrea (El, Elohim, Yahvé, Adonai, Elyón, El-Saday, Sebaoth) en prácticamente dos Kýrios y Theós (“Señor” / “Dios”).
De este modo los LXX griegos acentuaban el monoteísmo ante cualquier lector pagano desorientado por la multiplicidad de nombres divinos. Puede decirse que este hábito de los traductores contribuyó a universalizar la religión del Dios único y a allanar el camino para la extensión de la idea de que la divinidad única de los filósofos helenísticos coincidía con el Dios al que adoraban los judíos.
Concluiremos en esta semana.
Saludos cordiales de Antonio Piñero.
Universidad Complutense de Madrid
www.antoniopinero.com