Notas

Alguien así es el Dios en quien yo creo (468)

Redactado por Antonio Piñero el Viernes, 25 de Octubre 2013 a las 08:12

Hoy escribe Antonio Piñero


El título que encabeza esta postal es el del último libro, si no me equivoco, de Andrés Torres Queiruga. Se trata de un pequeño volumen que podríamos denominar sparsa collecta, es decir, una colección de artículos previos hecha por el autor mismo, para responder a la posible pregunta “¿En qué Dios cree usted?”, ya se la haya formulado a sí mismo Torres Queiruga (TQ), o hayan sido otros, El libro sirve para aclarar al lector apresurado otros temas básicos de la teología del autor. El lector de TQ recibirá una gran alegría, porque la respuesta está formulada en verdad con la densidad y brevedad propias de una contribución a una revista. Los artículos no están ordenados cronológicamente, sino que buscan la progresión de la claridad del argumento general.

TQ va, como siempre, directo a los problemas. En mi opinión es un valiente que no se arredra ante la hercúlea tarea que él mismo se ha impuesto y que “goza” de abundante incomprensión en las esferas jerárquicas: cueste lo que cueste hay que acomodar a la mentalidad de nuestro tiempo los problemas candentes de la teología cristiana. TQ me recuerda mucho a Roger Haight por la honestidad de sus planteamientos, por la nobleza y claridad de la crítica a las opiniones que hoy día no son ya sostenibles –basadas en textos y tradiciones que deben desmitologizarse-- y por la franqueza y fundamentación de sus respuestas.

Es raro que un filólogo como yo, muy apegado a la letra de los textos, se adentre en el proceloso y especulativo campo de la teología. Pero este libro me interesa muchísimo, al igual que lo hizo el de Leonardo Boff, por dos motivos: en primer lugar, por la fundamentación de la nueva comprensión de los temas propuesta por TQ dentro del marco de la crítica bíblica actual y, en segundo, porque, para un futuro artículo / reseña --para la “Revistadelibros” electrónica— sobre el pensamiento de hoy en torno a lo esencial del cristianismo visto a la luz de la edición moderna de “La esencia del cristianismo” de Ludwig Feuerbach

El libro está editado por Trotta, Madrid, 2013, y es breve, 154 pp. ISBN: 978-84-9879-445-8. Tiene cuatro partes. La primera es kerigmática o “proclamativa” y expone sin ánimo de especial fundamentación de momento cuál es el Dios de Jesús. Explica TQ el porqué del llamado silencio de Dios, que no es tal sino lo contrario, como veremos más abajo. TQ define a Dios como el “Anti-mal”, y hace especial hincapié en que no se debe concebir un Dios que produzca tristeza o temor, sino como un Dios alegre. Su alegría es uno de sus signos distintivos.

En esta parte expositiva obvia TQ abordar, al menos en este libro, el grave problema del Dios del Antiguo Testamento, iracundo, celoso, vengativo, sangriento, castigador. Alguien habría deseado alguna explicación del porqué de esta eliminación. ¿Se pueden elegir en la Biblia los textos que convienen, y eliminar los que no, conforme a un criterio de revelación continua que conduciría a este resultado? Sería como la antigua teología protestante respecto al Nuevo Testamento que señala la necesidad de establecer un canon dentro del canon. En palabras de Lutero: el canon es “Was Christum treibt”, lo “que impulsa a Cristo”.

El Dios de Jesús es descrito por TQ por medio de cuatro metáforas: Dios es “el fundamento del ser”, en enunciado de P. Tillich; Dios es “el gran compañero” sobre todo en el sufrimiento, de A. N. Whitehead; “Dios es negra”, de la teología feminista de la liberación y, finalmente la metáfora del propio Jesús Abbá (da por supuesto TQ que no es “papaíto” sino “papá” tal como es empleado hoy muchas veces un adulto respecto a su padre. El tema aquí esta definitivamente zanjado desde el artículo de James Barr, “Abba isn’t Daddy”, Journal of Theological Studies 1969

La segunda parte del libro es una presentación teológica del Dios en el que TQ cree. Lo define como “Creador por amor”, que actúa en una creación y sustentación continua del universo entero (Dios trabaja siempre), y en esta línea analiza la revelación como un acto creativo de Dios a lo largo de la historia (hemos reseñado en este Blog el libro de TQ Repensar la Revelación). El segundo tema aborda el contraste de este Dios amoroso con el problema del mal en el universo y en especial respecto al hombre verdugo / víctima. TQ inventa un neologismo, la “pistodicea”, la moderna teodicea, o “defensa de Dios con argumentos de fe”, que se encarga de mostrar la coherencia de creer en Dios a pesar de la existencia del mal. En este ámbito explica TQ cómo debe entenderse hoy la teología de la cruz, y presenta la resurrección como el remedio definitivo que la fe y la teología ofrecen al problema del mal (hemos reseñado también en este Blog el libro de TQ Repensar la Resurrección). Finaliza esta parte con la elucidación sobre cómo debe entenderse hoy día la “oración de petición” a un Dios omnisciente, amoroso, personal, etc.

La tercera y última parte, que el autor declara como más especulativa (y mística, que debe leerse con calma y verdadero deseo; de lo contrario es prescindible, según él) es un planteamiento nuevo, en verdad interesante, de la vieja cuestión del “Dios de los filósofos” tan contrapuesto en apariencia al Dios de la teología. TQ defiende ardorosamente que en el “infinito coinciden filosofía y teología”. Viene luego una “defensa apasionada del carácter personal de Dios”, que avanza desde la noción de que a Dios conviene la aplicación de la categoría de ser --Dios es-- hasta su carácter de persona, que ha de entenderse, por supuesto, analógicamente, pues todo concepto aplicado a Dios es un únicum y solo válido para él.

Como puede percibirse por esta síntesis del contenido, se trata de un libro interesante, sobre todo para los lectores más inclinados hacia la teología. Mi opinión personal, como escéptico, es que el libro parte de la creencia en el Dios de la tradición judeocristiana, una vez limpiadas ciertas impurezas achacables al mito, sin necesidad de fundamentación alguna (en este libro). Aquí insistiría en lo que comenté al principio: ¿dónde ponemos límite el expurgo de la Biblia, a la eliminación de lo incómodo para hoy?

TQ respondería que la revelación es historia, que Dios actúa en la historia revelándose continuamente como si esta historia fuera una partera maravillosa que nos lleva al conocimiento de Dios y de su revelación. Por ello, no hay silencio de Dios: “Lo maravilloso está en cómo, a pesar de ese aparente silencio, puede haber alguna comunicación; cómo, salvando el abismo de la diferencia infinita, logra Dios hacerse presente en la vida y en la historia” (p. 17). Para mí es toda esta argumentación una petición de principio, si uno no acepta el Dios bíblico aun refinado por la teología. Para un creyente, empero, es de validez. Pero hay que creer en ello previamente.

TQ argumenta que Dios es el “Antimal” porque la creación sólo puedo producirse por un acto de amor de Dios. Como Dios es padre-madre y creador amoroso, lo primario y directo que Dios quiere para sus hijos e hijas es la alegría, a pesar del mal. Y esta es la experiencia cristiana –añade--, como se demuestra por innúmeros ejemplos.

Pero, opino, también ocurre lo contrario, la mayoría de las veces; hay que partir de demasiados presupuestos para no desesperarse. Respecto a las tres metáforas que transcribimos arriba, implican presupuestos que no me parecen demostrables, a saber, que “Dios es idéntico en la diferencia y diferente en la identidad”; “que Dios es amor, comprometido, entregado, compañero”; que Dios “es fascinante pero no terrible”; que Dios es “más fuerte que el mal”; que Dios es “plenitud fecunda más allá de la reducción machista”. Todo me parece bellísimo, ¿pero cómo puede creerlo un hombre racional sin haber aceptado previamente que es así?

La cuarta metáfora “Dios es amor” y padre-madre se basa en que en la Biblia --a pesar del patriarcalismo claro debido a su época de composición-- hay una intuición honda y seria de la igualdad esencial de hombre-mujer. Este “dinamismo profundo” que emerge y “culmina” (p. 31) en Jesús de Nazaret. Sinceramente, desde el punto de vista histórico-crítico, no me lo creo, ya que considerar a Jesús como el primero y más sublime feminista de la historia es absolutamente imposible críticamente. Es un mito del siglo XX, que empezó a bullir plenamente hacia 1970, y al que he dedicado un libro entero: Jesús y las mujeres (Aguilar, Madrid 2010, en espera de reedición). Que Gálatas 3,8 --“En Cristo no hay varón ni mujer”-- suponga en Pablo una igualdad absoluta es cierto, pero sólo desde el plano cristológico; de ningún modo desde el plano social. Ni Jesús ni Pablo tienen una sola palabra al respecto. Mutatis mutandis, hacer este tipo de afirmación es como obtener de la bonhomía de Jesús y del enunciado de Pablo en Gálatas 3,28 la conclusión de que los dos fueron, por un “dinamismo emergente” en el fondo los paladines primeros y supremos de la abolición de la esclavitud!!

Que Jesús llamaba Abbá a Dios es absolutamente indudable. Y que es muy infrecuente en el ámbito rabínico, también. Pero no me atrevo a obtener la conclusión, sin fe previa en ello, es decir, sin partido previo, que Abbá es un Dios de amor que supera toda comprensión, y que este Abbá se concretiza en la fraternidad efectiva. Pero dicho esto, repito lo que una vez dije: líbreme Dios de dudar en lo mínimo de que el humanismo cristiano ahora es uno de los más grandes logros de la humanidad, y que sus beneficios han sido inmensos. Sólo hay que abrir los ojos. Si existe el Dios bíblico, es posible que ésta sea una de sus manifestaciones.

Podría seguir manifestando objeciones a muchas tesis del libro, ya que parto de presupuestos diferentes. Pero la reseña se haría ingobernable, sobre todo en las circunstancias en las que estoy. Voy a detenerme sólo en uno de los puntos cardinales del libro: “El mal y Dios”, cuestión que aborda también otro de los temas en racimo: Dios y la creación; la desmitologización del relato bíblico; la creación como salvación, sobre los que tengo los mismos reparos en el fondo: que hay que estar convencido previamente de la argumentación.

Ante el problema del mal TQ aborda con gran valentía el dilema de Epicuro con toda su crudeza. Es el siguiente (puede consultarse en cualquier historia de la filosofía):

“O Dios quiere eliminar el problema del mundo, pero no puede; o si puede, no lo quiere eliminar. O bien, ni puede ni quiere. Si quiere y no puede, es impotente; si puede y no quiere, no nos ama; si no quiere ni puede, no es el Dios bueno ni es omnipotente; y si puede y quiere –y esto es lo más seguro-- ¿de dónde viene entonces el mal y por qué no lo elimina?”.

TQ replica: el dilema está mal planteado; por lo tanto es falso. Y está mal planteado, ya que parte de un supuesto a su vez erróneo: que es posible un universo sin mal. El mal tiene que existir necesariamente ya que el mundo es finito, distinto esencialmente de Dios. Es imposible un mundo sin mal. El mal tiene un carácter inevitable que necesariamente acompaña a la creación de lo finito, a pesar de no ser en modo alguno querido por Dios.

Si esto es así, me parece que la pregunta es obligada: si el mundo sin mal es imposible, ¿por qué y para qué creó Dios el mundo? El Uno/Bien/Amor/Persona, según TQ, es un ser perfecto, en su magna paz y quietud. ¿Tenía alguna necesidad de crear el mundo? Ninguna, porque en Dios es imposible carencia alguna. ¿Por qué lo hizo a sabiendas de que, a pesar de todo su amor, iba a crear una cosa que contenía necesariamente el mal?¿Implica necesariamente el concepto de finitud del mundo que, por ejemplo, el sistema meteorológico del universo esté tan mal organizado, produciendo daños y dolores sin cuento? Con catorce mil millones de años y la omnipotencia –diría Bertrand Russell-, ¿no podría un creador amoroso haber hecho que todos los martes y jueves, por la noche, de dos a cinco lloviera mansamente sobre la tierra? Un creador amoroso ante su obra necesariamente finita, ¿se veía necesariamente obligado a crear el ser humano con esa potente inclinación al mal, como dicen los rabinos, de modo que una gran parte de la humanidad estuviera casi genéticamente dispuesta a comportarse cruelmente contra la otra? Y así podríamos seguir ad infinitum para concluir que no hay necesidad ninguna para la creación de un universo finito en las condiciones en las que ha sido creado.

TQ responde: Si no se admite la pistodicea, la justificación de la propia fe –sea creyente, atea o agnóstica-- no podemos salir de este último atolladero, que podría formularse así: “¿Vale la pena el mundo?”. TQ responde de nuevo: Sí, porque Dios es amor (pistodicea breve). Y sí merece la pena (pistodicea de largo recorrido), porque al ser el mal injustificable, Dios no lo envía y desde luego con ninguna finalidad (por ejemplo, para la armonía del universo, para purificar las almas, etc.), sino que el mal está ahí y existe por la libertad que el Dios amoroso y creador ha otorgado a sus criaturas. Ahora bien, ese mismo amor de Dios promete por medio de la fe el triunfo final por medio de la resurrección. Por tanto, merece la pena. De lo contrario, ninguno de nosotros habría existido ni habría disfrutado del amor de Dios.

Dejo aquí mi reseña, de modo que el lector complete y discuta consigo mismo o con otros estos argumentos. En lo que a mí respecta, opino de nuevo que el libro de TQ es digno de ser leído puesto que ofrece al lector las mejores razones que una fe cristiana ilustrada, atenta al momento e interesada en explicarse con argumentos, puede ofrecer. Es un pequeño gran libro.


Saludos cordiales de Antonio Piñero.
Universidad Complutense de Madrid
www.antoniopinero.com
Viernes, 25 de Octubre 2013
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