Notas

Actitudes del ser humano ante Dios, según Jesús - El Dios de Jesús (3) (2-25-C)

Redactado por Antonio Piñero el Sábado, 3 de Enero 2009 a las 11:32

Hoy escribe Antonio Piñero

Decíamos en la nota anterior que La imagen de Dios más peculiar en Jesús es la que muestra la enseñanza de Jesús acerca de las actitudes que Aquél exige del hombre ante Dios.

La primera, la fe, no es para Jesús simplemente creer que Dios existe -eso se da por supuesto y no se discute jamás en la época de Jesús-, sino en contar absoluta­mente con Él, poner radicalmente en Él toda la confianza. Como en gran variedad de pasajes del Antiguo Testamento,

Creer no consiste en admitir que Dios existe, sino en contar absolutamente con Él, poner radicalmente en Él toda su confianza. Creer es fiarse de Dios, reconociendo al mismo tiempo que está dispuesto a ayudar y que es capaz de hacerlo eficazmente. A través de la llamada de la fe se percibe a Dios tal como lo presentan por ejemplo los Salmos en muchas ocasiones: una roca, una ciudadela, un abrigo seguro (Schlosser, 61).

Esta postura supone una actitud de oración continua (segunda actitud), sin palabras, privada y secreta. Es una oración de alabanza, pero también de petición silenciosa: Dios sabe lo que necesitan sus hijos, sin decírselo.

“Las peticiones iniciales del Padrenuestro (Lc 11,2: “El les dijo: «Cuando oréis, decid: Padre, santificado sea tu Nombre, venga tu Reino”)demuestran claramente hasta qué punto Jesús estaba impregnado del sentido de la santidad de Dios y de la pasión por su gloria, un sentido y una pasión que pretende precisamente comunicar a sus discípulos” (Schlosser, 61).

Obsérvese cómo el espíritu de la petición en la plegaria señala a un Jesús convencido de que Dios, totalmente distinto y superior a sí mismo está muy favorablemente dispuesto a conceder bienes a sus hijos. Jesús compara favorablemente la actitud divina con la de los progenitores humanos: si un padre humano, por malvado que sea, está dispuesto a conceder a su hijo lo que pide, mucho más Dios que es padre de un modo supremo. De nuevo notamos la diferencia entre Dios, él mismo y sus discípulos que Jesús intenta inculcar a los que le siguen y que conduce a una actitud de sencillez y humildad ante Aquél.

La tercera actitud ante la divinidad es la obediencia absoluta. Jesús da por supuesto este extremo. Por ello no debe extrañar que los Evangelios no recojan apenas sentencias de Jesús que hablen de la obediencia debida de la criatura al Creador. Sí afirma Jesús expresamente que “cumplir la voluntad de Dios” es aquello que caracteriza a los que buscan el Reino, por lo que forman parte de la familia espiritual de Jesús. Así, por ejemplo, en Mc 3,31-35:

Llegan su madre y sus hermanos, y quedándose fuera, le envían a llamar. Estaba mucha gente sentada a su alrededor. Le dicen: «¡Oye!, tu madre, tus hermanos y tus hermanas están fuera y te buscan.» El les responde: «¿Quién es mi madre y mis hermanos?» Y mirando en torno a los que estaban sentados en corro, a su alrededor, dice: «Estos son mi madre y mis hermanos. Quien cumpla la voluntad de Dios, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre.»

Es evidente que Jesús distingue entre su voluntad y la de Dios, con el que no pretende asemejarse. Algo parecido ocurre con la sentencia siguiente: en Lc 16,13 Jesús afirma que el aspirante al Reino debe escoger entre servir a Dios o a la Riqueza/Dinero (Mammón):

«Ningún criado puede servir a dos señores, porque aborrecerá a uno y amará al otro; o bien se entregará a uno y despreciará al otro. No podéis servir a Dios y al Dinero.»


El obrar de Dios

Como dijimos, para Jesús, creer es fiarse de Dios y tener confianza en el obrar divino, en el pasado, en el presente y en el futuro. En el pasado porque Dios obró la salvación de Israel. Jesús interpreta como cumplimiento –en relación con su persona y su obra- lo que en el pasado era no más que una promesa de salvación: él es simplemente el instrumento de Dios para salvar a Israel.

De nuevo me parece interesante lo que Jacques Schlosser, sacerdote católico, expresa acerca de la actitud general de Jesús y, en particular ante el obrar de Dios. El texto que sigue confirma el “leitmotiv” (motivo guía) que orienta toda esta introducción a nuestro tema la “divinización de Jesús”, mostrar cómo los evangelistas pintan a un Jesús judío, profundamente humano, consciente de su distancia para con la divinidad que no rompe los moldes del judaísmo. Escribe Schlosser:

« Antes de recoger los datos (acerca de la figura de Dios según Jesús en el ámbito de los verbos que tienen a la divinidad como sujeto implícito o explícito de una acción salvadora) y para evitar que la discusión de este tema se meta de antemano en callejones sin salida, importa recordar algunos puntos fundamentales en los que están ordinariamente de acuerdo los exegetas (se sobreentiende que también los católicos): 1. Jesús no vino a fundar una religión nueva. Su misión histórica se dirige a Israel y hasta se limita a Israel. En este sentido van la constitución del grupo de los Doce –que no tiene sentido más que en referencia al pueblo de la doce tribus-, la vida pública de Jesús tal como nos la relatan los Evangelios, así como muchas declaraciones conservadas en la tradición (Mt 10,5-6: “A estos doce envió Jesús, después de darles estas instrucciones: «No toméis camino de gentiles ni entréis en ciudad de samaritanos; dirigíos más bien a las ovejas perdidas de la casa de Israel”; Mt 15,24: “Respondió él: «No he sido enviado más que a las ovejas perdidas de la casa de Israel»”. 2. Evidentemente Jesús no anuncia un Dios desconocido y radicalmente nuevo. Habla del Único (Mc 12,29) y del Dios de Abrahán. De Isaac y de Jacob (Mc 12,26)” (Schlosser, p. 66). »

Seguiremos con estas interesantes perspectivas. Saludos cordiales de Antonio Piñero.

www.antoniopiñero.es


Sábado, 3 de Enero 2009
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